«En Orihuela, su pueblo y el mío, se / me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, / a quien tanto quería.» (Miguel Hernández, 1936) «Guerrillero va a la montaña», así decía Raúl mientras esparcía las cenizas de su padre, Joel Atilio Cazal, sobre la ladera del cerro Waraira Repano este domingo 31 de enero, […]
(Miguel Hernández, 1936)
«Guerrillero va a la montaña», así decía Raúl mientras esparcía las cenizas de su padre, Joel Atilio Cazal, sobre la ladera del cerro Waraira Repano este domingo 31 de enero, en Caracas.
Y ya era hora, porque Blanca, la esposa y compañera de toda la vida de Joel Atilio, estaba muy preocupada de que «Joel estuviera encerrado». Y definitivamente, no podía estar más tiempo en esa cajita.
Se había escapado de dos dictaduras -la paraguaya y la uruguaya-, de la muerte por tortura a los esbirros uruguayos, y últimamente le había jugado al cáncer un agotador partido con alargue.
¿Agotador?, esa pelea habrá sido agotadora para los otros, porque «El Paragua» siguió peleando hasta el último minuto. La noche en que se fue peleó junto con Raúl para permanecer despierto y así poder ver por última vez a Blanca y a Arturo, otro de sus adorados hijos.
El viejo esa noche me agradeció por haberlo ido a visitar, y sin embargo el agradecido soy yo. Porque me permitió adoptar a su familia como mía. Porque cuando iba a su casa me esperaba con la «Guitarra Negra» de Zitarrosa. Porque lo amé profundamente y porque estoy convencido que él también me amó.
Joel hizo del amor una profesión a lo largo de toda su vida. El amor por su esposa y sus hijos e hijas, que fue un infinito y protector amor. Pero qué sino amor explica también la solidaridad infinita de esa familia maravillosa con cuanto refugiado llegara a Venezuela. Qué sino amor explican los treinta años de la revista Ko’Eyú Latinoamericano (amanecer, en guaraní), una de las pocas experiencias en el continente que nos permitieron debatir y pensarnos desde dentro.
Joel Atilio Cazal fue homenajeado en vida con un sinfín de premios y reconocimientos. A su sepelio asistieron diplomáticos de cuatro países (Paraguay, Uruguay, Cuba y Venezuela); integrantes de las colonias de refugiados sureños de las épocas de las dictaduras del Cono Sur, legisladores, representantes de distintos partidos y organizaciones sociales.
No pudieron estar los miles y miles que pelearon con él y que con su Ko’Eyú aprendieron a entender el mundo; a querer a la América que habla en guaraní, en aymara, en wayuunaiki; a luchar por la alborada que sin duda conquistarán los hombres y mujeres explotados de la ciudad y el campo.
Las cenizas de Joel reposan a partir de hoy en una planta conocida en el sur del continente como «espada de San Jorge». San Jorge, el guerrero justiciero, el que combatió a los dragones, es también el patrono de los prisioneros. El viejo, eterno fugitivo, hubiera aprobado la elección.
No sé cómo homenajear a Joel, porque me duele que no va a estar y porque siento el dolor de su familia como propio, así que haré como si estuviera junto a él, termino de beber este vino y oyendo a Zitarrosa diciéndonos su Guitarra Negra, le digo «Salú, Joel. ¡Arriba los que luchan!» y me despido.
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.