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John K. Galbraith, 1908-2006

Fuentes: La Jornada

En los primeros párrafos de su libro American Capitalism (1952) John Kenneth Galbraith señala que el peso y el diseño aerodinámico de las alas del abejorro son tales que, en principio, no puede volar. Y sin embargo, surca los aires desafiando tanto las lecciones de Newton como la enseñanza de Orville Wright. Eso, señalaba con […]

En los primeros párrafos de su libro American Capitalism (1952) John Kenneth Galbraith señala que el peso y el diseño aerodinámico de las alas del abejorro son tales que, en principio, no puede volar. Y sin embargo, surca los aires desafiando tanto las lecciones de Newton como la enseñanza de Orville Wright. Eso, señalaba con su penetrante sentido del humor Galbraith, debe mantener al insecto en un estado de miedo constante. Además, su aprehensión por vivir en un matriarcado agrava todo, sabiendo que se trata de una forma de gobierno opresiva. Sin duda el abejorro es un insecto exitoso, pero vive en la inseguridad permanente.

La vida entre los abejorros debe ser muy parecida a la de Estados Unidos, concluía. «La organización y administración actual de la economía estadunidense también desafían las reglas, reglas que derivan su autoridad de personajes de estatura newtoniana, como Bentham, Ricardo y Adam Smith.» Personalmente yo habría excluido a Bentham de esta lista, pero lo cierto es que efectivamente en ese país la vida está llena de aprehensión y de inseguridad.

Ese certero retrato de la superpotencia norteña, Kenneth Galbraith hubiera podido escribirlo en estos días. Se aplica incluso más a la inquietante situación de la economía estadunidense hoy en día que en 1952. El retorno de los déficit gemelos, el fiscal y el externo, así como los desequilibrios mundiales que le están íntimamente asociados, la precaria situación de deuda del consumidor y las varias burbujas siempre a punto de reventar, para no mencionar la creciente desigualdad social, son algunos de los rasgos de esa economía que, en efecto, parecen desafiar las más elementales reglas. Al igual que la vida del abejorro, la de Estados Unidos está marcada por la inquietud y el miedo.

«El débil volumen de ahorro del estadunidense promedio, la falta absoluta de ahorro en las capas de bajos ingresos, son un reflejo del papel que desempeña el individuo en el sistema industrial y de la concepción que se tiene sobre su función», escribía Galbraith en El nuevo Estado industrial (1967). Y el análisis continuaba incisivo con una frase que sintetiza todo lo que es el pensamiento de este autor en la intersección de la ética y lo económico: «El individuo sirve al sistema industrial no al aportar sus economías y proveer su capital, sino al consumir sus productos. No existe otra actividad, religiosa, política o moral para la cual se le prepare de manera tan completa, tan meticulosa y tan costosa». El papel del individuo como consumidor es el pináculo de la vida social. Todo lo demás sale sobrando, incluyendo la justicia y la destrucción de la base de recursos naturales y el medio ambiente.

Pocos economistas han tenido tanto impacto como él. En El nuevo Estado industrial se sitúa en la tradición del trabajo de pensadores como Marx, Schumpeter y Keynes. En ese libro analiza el sistema industrial de Estados Unidos, estructurado alrededor de las 500 o 600 empresas más grandes. El balance que la teoría económica supone debe brotar entre oferta y demanda es inexistente en el nuevo sistema industrial porque las grandes corporaciones poseen instrumentos para distorsionar esa relación. Las corporaciones mantienen en la tecnoestructura un instrumento de poder que permite dar la vuelta a los mecanismos de mercado y planear la extensión de sus privilegios y rentas monopólicas.

Los sacerdotes del templo le reprocharon no conocer los desarrollos matemáticos de la teoría del equilibrio general. Lo interesante es que en los años sesentas y setentas, los principales exponentes de la teoría pura del mercado, encerrados en sus laboratorios de Stanford, MIT y Yale, llegaban a una conclusión complementaria: el programa de investigación basado en la competencia perfecta (en el modelo de equilibrio general) era un callejón sin salida. En ese impasse se estrellaban 200 años de investigación y todo el programa lanzado por Smith: no es posible demostrar que el mercado es un sistema que asigna los recursos de manera eficiente.

Desgraciadamente, John Kenneth Galbraith ya no está con nosotros para analizar las acrobacias de la economía estadunidense y los atributos de la sociedad de consumo. El sábado pasado falleció, dejando atrás una obra sorprendente de más de 20 libros y una tradición crítica marcada por su profundo compromiso ético. Su herencia intelectual estuvo marcada por Keynes, con quien compartía sin lugar a dudas el sentido de inconformidad con la «sabiduría convencional» (una de las fórmulas acuñadas por Galbraith), la ironía perspicaz y el gusto por la teoría de altos vuelos. Su obra es una monumental reflexión sobre el poder, la ética y las fuerzas económicas. Para dejar atrás la estéril seudociencia de las revistas especializadas tan inclinadas a proteger el programa de investigación decadente (en el sentido de Lakatos) de la teoría económica, John Kenneth Galbraith seguirá siendo un ejemplo estimulante.