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Joseph Roth, un destierro de hotel mientras Europa caminaba hacia el abismo

Fuentes: Conversación sobre la historia

El confinamiento domiciliario evoca al «último J. Roth». Aquel «borracho errante» de un París que «ya tenía en el recuerdo» antes de que le salieran las alas de «santo bebedor» y volara por encima de los ufanos puentes del Sena para dar a la lucidez alcance… Un hombre «confinado» en una melopea definitiva, «viaje al fin de una noche» del gran escritor austriaco, antes de la de Céline aunque en un sentido inverso, tal vez Roth huía de las camisas pardas y las cruces gamadas que, como un maldito virus imparable, anegaba toda Europa en una noche de Walpurgis difícil de aceptar como real.
Víctor Irún Vozmediano

‘Ostende’ fue la última playa, el espejismo de arena y decadencia que convirtieron en comuna los escritores y los artistas represaliados del nazismo al abrigo de Stefan Zweig, patriarca de los intelectuales que se arrinconaron y abanicaron en la ilusión colectiva de ‘El mundo de ayer’. Así se titula el memorial del escritor austriaco y bien podría titularse el libro con que Volker Weidermann (Alianza literaria) alude al vínculo afectivo, literario y hasta patológico que mantuvieron Stefan Zweig y Joseph Roth en la playa belga de los proscritos.

Coincidieron en Ostende el hombre rico y el hombre pobre, el judío occidental y el judío oriental, el escritor de gloria y el escritor marginal, el sobrio y el ebrio, conscientes ambos de que Europa se descoyuntaba sin concederles oportunidades de escapatoria. Roth la buscó en el alcohol y entre los muslos y las neuronas de Irmgard Keun, novelista iconoclasta que narró el sueño de Weimar, mientras que Zweig trató de encontrarla en el exilio de Brasil, prolongando una agonía que Weidermann retrata en una postal fija de 1936, bohemios apátridas en la playa de Ostende que miran hacia el mar por miedo a darse la vuelta.

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