Recomiendo:
0

Krugman, China y la naturaleza del actual capitalismo financiarizado occidental

Fuentes: CounterPunch

«Los actuales ataques a China se parecen mucho a los ataques a Japón y otros países asiáticos a finales de los 80, que consiguieron demonizar a economías exitosas por haber evitado ser víctimas de las prácticas predatorias que corroyeron a la industria norteamericana, que ‘financiarizaron’ y postindustrializaron su economía. La piramidalización de la deuda estadounidense que arrancó en los 80 ha desembocado en una guerra de clases sin apenas justificación económica. Así pues, culpar a los extranjeros -por enriquecerse del mismo modo que hicieron los EEUU desde que el Norte ganó la Guerra Civil en 1865- equivale simplemente a proporcionar una coartada política para un statu quo económicamente estéril.»

He aquí el dilema en que se halla la economía estadounidense: la política de flexibilización cuantitativa de la Fed -crear más liquidez para que los bancos puedan prestar más- pretende ayudar a la economía a «tomar prestado el camino para salir de la deuda». Pero los bancos no están prestando más por la sencilla razón de que un tercio de los bienes raíces estadounidenses se hallan ya en situación de quiebra técnica [negative equity: deben más de lo que valen los activos hipotecados; T.], mientras que la pequeña y mediana empresa, que ha creado el grueso de los puestos de trabajo nuevos en Norteamérica en las últimas décadas, ha visto como su colateral preferido (los bienes raíces y los pedidos de venta) se encoge más y más. ¿Cómo puede esperares que los bancos presten más y contribuyan a reinflar los precios de los activos en la economía, si los salarios y los precios al consumidor siguen su deriva bajista? Así pues, el conjunto de la economía «real» no puede sino seguir encogiéndose.

Lo que ha dado centralidad al argumento a favor de la política de la Fed esta semana pasada han sido los intercambios entre Republicanos y Demócratas. El deterioro de la situación llevó a un grupo de economistas y estrategas políticos republicanos a publicar una carta abierta al presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, criticando la política de flexibilización cuantitativa (QE2) de la Fed, política consistente en inundar la economía con liquidez, lo que tiene que repercutir en los mercados exteriores de divisas al empujar a la baja la tasa de cambio del dólar. Hasta aquí, no deja esa crítica de ser atinada. Pero apenas rasca la superficie.

Piénsese en Paul Krugman, uno de los defensores más progresistas de la política del Partido Demócrata. Sus columnas en el New York Times rechazan el papel de los republicanos como abogados de los intereses de Wall Street y de los grandes empresarios. Pero también disculpa y aun se añade al vapuleo a China. «Culpar al extranjero», y no al sistema, suele ser una respuesta de la derecha, pero Krugman culpa a China simplemente porque los chinos tratan de salvarse evitando ser las víctimas de las políticas de Wall Street que el propio Krugman critica cuando la víctima son los trabajadores norteamericanos. Al culpar a China, no sólo deja fuera de foco al comité directivo de la Reserva Federal y a los amigos wallstreetenses de ésta, sino que, en la práctica, culpa al mundo entero; un mundo que, en formación de frente unido, propinó hace dos semanas en Seúl un sonoro y unánime bofetón al nacionalismo financiero de Obama en las reuniones del G20.

Es triste que en la columna de Krugman del pasado viernes, 19 de noviembre, en el New York Times, intitulada «El eje de la depresión», se mostrara a las claras que las soluciones preferidas de Krugman no van más allá de lo que permite concebir el superficial y manoseado instrumental intelectual del pensamiento económico marginalista. Su columna venía a aceptar el intento de la Fed de reinflar, mediante la flexibilización cuantitativa, la burbuja inmobiliaria inundando los mercados con crédito suficiente para rebajar las tasas de interés. Pretende que lo que la Fed pretende con eso es «la creación de puestos de trabajo», y no, principalmente, como es el caso, rescatar a los bancos tenedores de hipotecas sobre propiedades en situación de quiebra técnica.

Lo cierto es que reinflar los precios de los bienes raíces no facilitará a los perceptores de salarios y a los compradores de vivienda la consecución de sus objetivos. Rebajar los tipos de interés reinflará los precios de los bienes raíces («creación de riqueza», al estilo de Alan Greenspan), lo que aumentará el nivel de la deuda en que deben incurrir los compradores de vivienda para adquirirla. Y cuanto mayor es el servicio a pagar de la deuda, tanto menos disponible queda para gastar en bienes y servicios (la «economía real»). El empleo encogerá en una espiral financiera de austeridad económica.

Desgraciadamente, la mayoría de economistas están obnubilados con la trivializante fórmula DV=PT. La idea es que más dinero (D) lleva al incremento de los «precios» (P), presumiblemente, precios del consumo y de los salarios. (Se puede ignorar la velocidad, «V», que es simplemente un residuo tautológico.) «T» son «transacciones», y vale por el PIB, a veces también llamado output, producto.

Aproximadamente el 99,9% del dinero y del crédito no se gasta en bienes de consumo (la «T» en DV=PT). Cada día, un volumen mayor que todo el PIB anual pasa por la New York Clearing House y por el Chicago Mercantile Exchange para préstamos bancarios, acciones y bonos, hipotecas empaquetadas, derivados financieros y otros activos y apuestas financieros. De modo que el efecto de la flexibilización cuantitativa de la Fed -la inflación monetaria- será inflar los precios de los activos, no los precios de los bienes de consumo y de otras mercancías.

La dinámica clave del capitalismo financiero de nuestros días

Esa es la dinámica clave del capitalismo financiero de nuestros días. Lastra a las economías con deuda, y cuando el servicio de la deuda rebasa el excedente a partir del cual esa deuda es pagadera, el banco central busca «reinflar para salir de la deuda», creando crédito nuevo «dinero» suficiente como para revalorizar bienes raíces, acciones y bonos (suficiente, esto es, para que los deudores puedan seguir pagando los intereses debidos). Tal es el deus ex machina, el flujo de crédito, de fuera a dentro, capaz de permitir que las economías financiarizadas operen como esquemas Ponzi piramidales a gran escala. Esa dinámica es estimulada mediante la gravación fiscal de las ganancias especulativas (de «capital») a tipos marginales inferiores a los impuestas a salarios y a beneficios empresariales. Así las cosas, ¿por qué deberían financiar los inversores inversiones en capital tangible, si pueden cabalgar alegremente la ola de la inflación de precios de activos? La economía de la burbuja troca en «creación de riqueza» especulativa.

¿Puede funcionar eso? ¿Hasta cuando seguirán unos inversores crédulos invirtiendo en un esquema piramidal desarrollado a ritmos exponenciales imposibles y disfrutando de una ficticia «creación de riqueza», mientras los banqueros cargan a la economía con deuda? ¿Hasta cuándo creerá la gente del común que la economía está creciendo realmente cuando los banqueros prestan a una economía supervisada por agencias regulatorias pilotadas por ideologizados desreguladores?

El ideal de los banqueros es que todo el excedente que se halle por encima de la mera subsistencia sea pagado en forma de intereses y honorarios: todo el ingreso personal, todo el flujo de caja empresarial y toda procedente de los bienes raíces. Así que cuando la política de flexibilización cuantitativa de la Fed rebaja las tasas de interés hipotecario, lo que consigue no es que los propietarios de vivienda terminen pagando menos, sino que lo que hace es simplemente permitir el incremento de la tasa de capitalización del valor de la renta existente.

La coartada de la Fed es que la flexibilización cuantitativa beneficia a los compradores de vivienda reduciendo la deuda en la que tienen que incurrir. Pero si eso fuera verdad, su ganancia significaría una pérdida para los bancos, y los bancos son la principal base de la Fed. Para la reserva federal, el «problema» económico radica en que unos precios de la vivienda a la baja (es decir, más accesibles) están matando los balances contables de los bancos. De manera que el objetivo real de la Fed es reinflar la burbuja inmobiliaria, al tiempo que, de paso y si puede, espolear una burbuja en el mercado de valores.

Una columna de Andy Kessler en el Wall Street Journal (viernes, 19 de noviembre, la misma fecha en que apareció la columna antes mencionada de Paul Krugman) apuntaba a eso, pero reconociendo que la Fed naufragaría desastrosamente en la opinión pública si iba de cara y explicaba que la motivación de su nueva ronda de flexibiliación cuantitativa era revertir la caída de los precios de las propiedades inmobiliarias. «Bernanke provocaría el pánico, si dijera públicamente que, de no ser por la polvareda mágica levantada con el dólar, los bienes raíces caerían al abismo», y si admitiera que, en tal caso, los balances contables de los bancos seguirían sufriendo con «los créditos inmobiliarios y los derivados financieros tóxicos». Pero el carácter en buena medida ficticio de la solvencia bancaria oficialmente reconocida se refleja en el hecho de que el valor en la bolsa del Bank of America (que compró Countrywide Finance) es sólo la mitad de lo que figura en sus libros, mientras que el de Citibank está exagerado en un 20%.

Las ejecuciones hipotecarias, ni que decir tiene, son mala cosa para los propietarios de vivienda, pero son aún peores para los bancos, a causa de la pirámide financiera de crédito erigida sobre el valor de las hipotecas basura de la década pasada. El problema con el análisis de Krugman es su aceptación, de partida, de que la flexibilización cuantitativa -pensada para reinflar la burbuja inmobiliaria- es buena para el empleo y aun para la renovación de la competitividad estadounidense, y no, como es el caso, todo lo contrario. Al centrarse en el comercio y el trabajo, concede ya por implicación que el dólar se está debilitando sólo a causa del déficit comercial, ¡no a causa del déficit militar y de la fuga de capitales! Y parte del supuesto de que reinflar la burbuja inmobiliaria -objetivo explícito de la Fed- hará más competitivas las exportaciones norteamericanas, ¡y no menos! Con toda seriedad, afirma en su columna del 19 de noviembre que «la razón esencial del ataque a la Fed es el egoísmo puro y simple. China y Alemania quieren que Norteamérica siga siendo poco competitiva».

No es eso lo que yo he oído en China y en Alemania. Chinos y alemanes quieren simplemente evitar disrupciones e inestabilidades en su comercio y en su producción nacional, y evitar sufrir pérdidas en sus reservas internacionales (reservas, dicho sea de paso, mantenidas en buena parte por una inercia que viene de la I y de la II Guerras Mundiales, cuando los EEUU incrementaron hasta el 80% de los años 50 su participación en las reservas de oro en el mundo). El Tesoro norteamericano querría que los bancos y los especuladores estadounidenses ganaran fácilmente 500 mil millones de dólares a costa del Banco Central chino, especulando astutamente con el comercio de divisas. La Fed querría ver reivivir la economía estadounidense por la vía de saquear otras economías.

No habrá tal. El patrón de un dólar en desplome para las finanzas internacionales quedará gravemente tocado tan pronto como otros países sean capaces de reemplazar al dólar por una moneda mutuamente aceptada en sus intercambios, un proceso que ahora mismo encabezan los países BRIC (Brasil, Rusia, India y China). Sudáfrica acaba de sumarse a esos países como quinto miembro, y los exportadores de petróleo, desde Nigeria hasta Venezuela e Irán, se están asociando entre sí para hacer que el sistema monetario internacional sea menos injusto y menos explotador. Joseph Stiglitz, compañero de Nóbel Paul Krugman, ha advertido (de modo aparentemente irónico, porque lo hizo en una columna reproducida en el Wall Street Journal): «Se supone que ese dinero [de la flexibilización cuantitativa] revitalizará a la economía norteamericana, pero, lejos de ello, lo que hará es recorrer el planeta en busca de economías que parecen funcionar bien, provocando una catástrofe aquí.»

La Fed y el Congreso han instado a China a reevaluar su moneda, el renminbi, un 20%. Eso obligaría al gobierno chino y a su banco central a absorber una pérdida de medio billón de dólares de los 2,6 billones de reservas que ha ido acumulando. Esas reservas no proceden solamente de las exportaciones, mucho menos de las exportaciones a los EEUU. Son fugas de capitales realizadas por gestores financieros estadounidenses, arbitrajistas de Wall Street, especuladores internacionales y otras gentes que buscan comprar activos chinos. Y son el resultado del gasto militar estadounidense en sus bases en Asia y en otros sitios, dólares que los países receptores mueven y gastan en China.

Las autoridades chinas han tratado de dejar claro que lo que les resulta objetable es la política estadounidense de creación de «crédito electrónico en la pantalla de ordenador» a un 0,25% para comprar luego por doquiera activos de alto rendimiento (y casi cualquier activo extranjero es de mayor rendimiento). La reunión del G20 la pasada semana en Corea del Sur acusó a los EEUU de depreciación competitiva de la moneda y de agresión financiera, y los países comenzaron a rehuir el dólar y aun a evitar incurrir en excedentes comerciales y de pago como tales.

Lo esencial es que no hay manera de que los EEU puedan defender la depreciación del dólar en términos que obliguen a otros países a aceptar pérdidas en sus valores. Los inversores de todo el mundo han perdido la fe en el dólar y en otras monedas papel, y se están movimiento hacia el oro o, simplemente, cierran sus economías. En el curso del pasado año -desde las reuniones de los BRIC en Ecaterimburgo, Rusia, en verano de 2009- su respuesta ha sido evitar el uso del dólar para protegerse de la agresivas fugas de capital estadounidense que buscan atacar por sorpresa a sus bancos centrales y comprar sus empresas, sus materias primas y sus activos con «papel crédito» (y en realidad, posibilitar también el aumento del gasto militar).

En vez de apoyar ese intento -un movimiento con consecuencias positivas para la paz en el mundo, porque tiende a limitar el aventurerismo militar estadounidense (como la Guerra de Vietnam obligó al dólar a soltar las amarras del oro en 1971)-, Krugman se sirve de la crisis para atacar a China como si el éxito de ésta fuera lo que está perjudicando a los trabajadores norteamericanos, y no las políticas estadounidenses postindustriales y profinancieras que han inflado la burbuja inmobiliaria, privatizado la asistencia sanitaria sin opción pública -sin siquiera un descuento para las compras de fármacos públicos norteamericanos- ni la incapacidad para depreciar las deudas hipotecarias y otras deuda bancarias y acercarlas a la capacidad de pago.

Los actuales ataques a China se parecen mucho a los ataques a Japón y otros países asiáticos a finales de los 80, que consiguieron demonizar a economías exitosas por haber evitado ser víctimas de las prácticas predatorias que corroyeron a la industria norteamericana, que «financiarizaron» y postindustrializaron su economía. La piramidalización de la deuda estadounidense que arrancó en los 80 ha desembocado en una guerra de clases sin apenas justificación económica. Así pues, culpar a los extranjeros -por enriquecerse del mismo modo que hicieron los EEUU desde que el Norte ganó la Guerra Civil en 1865- equivale simplemente a proporcionar una coartada política para un statu quo económicamente estéril.

A los dos partidos norteamericanos y a sus portavoces políticos les resulta más fácil demonizar políticas que van más allá de lo meramente marginal (y que, por lo mismo y en ningún caso, puede afrontar la solución de problemas estructurales centrales). El debate político termina así alzaprimando diferencias políticas insignificantes. Difícilmente se tendrá consciencia por esa vía de que el problema que tiene ante sí el desempleo industrial norteamericano es que los perceptores de salario tienen que ganar lo suficiente para pagar la vivienda más cara del mundo (la FDIC [corporación federal de seguros de depósitos, por sus siglas en inglés] está tratando de limitar las hipotecas para que no absorban más del 32% del presupuesto del prestatario hipotecado), la asistencia sanitaria y la Seguridad Social más caras del mundo (con un 12,4% de deducciones, conforme a lo dispuesto por la FICA [Ley federal de seguro de las contribuciones, por sus siglas en inglés], elevadísimos niveles de endeudamiento personal con los bancos y las rapaces empresas de las tarjetas de crédito (cerca de un 15%) y un desplazamiento de la carga fiscal desde la propiedad y los más ricos hacia los ingresos procedentes del trabajo y hacia los bienes de consumo (otro 15%, más o menos). El propósito de los banqueros pasa por calcular cuánto pueden pagar sus clientes, lo que se define como cualquier cantidad que rebase los costes básicos de subsistencia y los gastos «no-discrecionales» que vayan a parar al sector FIRE [Finanzas, Aseguradoras y Bienes Raíces, por sus siglas en inglés].

Eso es suicidio postindustrial, y es la vía a la servidumbre por deudas para los asalariados y los consumidores norteamericanos. China ha creado una economía que ha conseguido -hasta ahora- evitar la financiarización de sus empresas. El Estado posee más de la mitad de las acciones de sus bancos comerciales. De acuerdo con el Ministerio de Finanzas chino, los activos de todas las empresas estatales en 2008 representaban cerca de 6 billones de dólares (lo que equivale a un 133% del producto económico anual). Lo que trae consigo que, cuando se hacen préstamos a las empresas nacionales -especialmente a las que son de propiedad parcial o totalmente estatal-, los intereses y los réditos financieros fluyen hacia el sector público, lo que hace innecesaria la grabación fiscal del trabajo.

Como puede comprenderse, China está tratando de defender este sistema. Sin embargo, la administración Obama (imitada por los fundamentalistas republicanos del libre mercado) critica eso, particularmente su subsidio público de la energía solar, una inversión destinada a desacelerar la polución y el calentamiento global. El Wall Street Journal del pasado miércoles proporcionaba un ejemplo casi cómico de este ataque hipócrita (Jason Dean, Andrew Browne y  Shai Oster: «China’s ‘State Capitalism’ Sparks a Global Backlash» [«El capitalismo de Estado chino desencadena una reacción global»]), denunciando la aceleración de las inversiones chinas en energía solar para emancipar a su economía (y a su atmósfera) de las importaciones de petróleo y de las emisiones de carbono. «Aprovecha el control estatal del sistema financiero para canalizar capital de bajo coste hacia las industrias nacionales (y hacia naciones extranjeras ricas en recursos combustibles fósiles y en minerales que China necesita para mantener su rápido ritmo de crecimiento)».

Esa política china llevó a Charlene Barshefsky, representante del comercio exterior norteamericano bajo Bill Clinton (y quien ayudó a negociar la entrada de China en la OMC en 2001), a quejarse de que «economías vigorosamente dirigidas por el Estado, como la china o la rusa (…), puedan decidir que ‘ramas industriales enteras sean creadas por el Estado’, (…) lo que desequilibra el campo de juego, penalizando al sector privado». Eso es precisamente lo que hizo Japón para fomentar su industrialización: suministrar crédito público, a fin de promover la inversión en capital tangible, no el latrocinio de las exacciones financieras. «Vastas franjas industriales siguen controladas por empresas estatales, estrictamente restringidas para los extranjeros», se quejan los autores del artículo en el Wall Street Journal. «El Estado posee los principales bancos en China, sus tres mayores compañías petroleras, sus tres servidores de telecomunicaciones y sus principales empresas de medios de comunicación».

Hay dos ideas muy distintas sobre cuál debe ser el papel desempeñado por el sistema financiero. En Occidente, en los últimos treinta años, los bancos comerciales han creado el grueso del crédito para la especulación y la inflación de los precios de los activos, no para financiar la formación de capital y la industria. La idea directriz de una banca pública es promover la inversión a largo plazo para aumentar la productividad, la producción y el empleo. Y eso es lo que ha permitido a China triunfar con tanta rapidez, mientras que las economías occidentales se financiarizaban y degradaban. Los países bálticos, Islandia y ahora Irlanda son ejemplos del desastre que el neoliberalismo financiero causa cuando tiene las manos libres.

La moraleja es que el éxito bancario chino -y su propósito de defenderse del asalto de la moneda estadounidense y de la especulación arbitrajista que busca saquear sus reservas extranjeras-, lejos de merecer la acusación de promover la guerra económica, merecería ser emulado. Emularlo es, precisamente, lo que los países BRIC declaran ahora querer. La administración Obama y los políticos europeos tocan, desde luego, certeramente nervio cuando urgen a China a centrarse más en su propio mercado interior y a acelerar el aumento de sus propios niveles de vida. Es claro que los mercados interiores de EEUU y Europa se están encogiendo, a medida que avanza la deflación por deuda.

China no es tan autosuficiente como los EEUU en recursos naturales y agua. Eso significa que un incremento de sus niveles de vida exigirá gastar buena parte de los ahorros internacionales que han llegado a atesorar. Pero al menos se halla en la senda adecuada. ¿Puede decirse lo mismo de Norteamérica? ¿En qué ayuda denunciar a China? ¿No deberíamos más bien preguntarnos por qué su productividad, su inversión de capital y sus niveles de vida están creciendo, mientras declinan los nuestros?

La misma pregunta sugiere la respuesta: el sistema financiero chino está concebido para promover un crecimiento del excedente, no para chupar el excedente existente. Un producto lateral de eso es el aumento de los precios en los bienes raíces y en los mercados de valores, pero ese aumento refleja aquí incrementos de inversión de capital y progreso, no una diversión de la inversión para alimentar el vaciamiento de activos [asset stripping], como ha ocurrido en los EEUU de la codicia arrogante imperante en los últimos 30 años.

Lo que debería preocupar a Krugman y otros economistas que abogan por los asalariados y por el conjunto de la economía es el peligro de que la Fed emprenda otro rescate camuflado de sus amigos de Wall Street. Pues bien; Kessler sugiere que la Fed debería hacer precisamente eso: «trasladar la deuda tóxica a los libros contables de la FDIC [Corporación federal de seguros de depósitos, por sus siglas en inglés] y de la Fed, y reflotar a los bancos con capital fresco para abrir el próximo lunes por la mañana».

¡No puede criticarse a China por hacer lo que hace!

 Michael Hudson trabajó como economista en Wall Street y actualmente es Distinguished Professor en la University of Misoury, Kansas City, y presidente del Institute for the Study of Long-Term Economic Trends (ISLET). Su dedicación a los problemas de las economías postsoviéticas, y especialmente la letona, le ha llevado a ser comisionado recientemente, por parte de la coalición de izquierda letona Centro de la Armonía, como economista jefe de la Reform Task Force Latvia, un think tank encargado de elaborar una política económica alternativa para ese país báltico. Es autor de varios libros, entre los que destacan: Super Imperialism: The Economic Strategy of American Empire (nueva ed., Pluto Press, 2003) y Trade, Development and Foreign Debt: How Trade and Development Concentrate Economic Power in the Hands of Dominant Nations (ISLET, 2009).

Traducción para www.sinpermiso.info: Mínima Estrella

http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3755