Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
A los neocon de Washington les encanta hablar de cuánto están promoviendo la libertad y la democracia en Iraq. Y el ejemplo favorito que les gusta citar es el de la población kurda en aquel país, aliados incondicionales de Washington, que han gozado de la protección del ejército estadounidense desde el momento en que su territorio se estableció como zona de exclusión aérea tras la Guerra del Golfo de 1991.
Pero, precisemos, ¿cuánta libertad hay realmente en la zona norte de Iraq?
Consideremos el caso del Dr. Kamal Sayid Qadir, un famoso escritor, abogado y profesor de universidad kurdo que tiene la ciudadanía austriaca. Fue atrapado en Arbil, el 26 de octubre pasado, por el servicio de seguridad kurdo. A principios de esta semana fue sentenciado a un año y medio de prisión por difamar al dirigente kurdo Massud Barzani
El arresto de Qadir supone claramente una bofetada a la libertad, por lo que su caso fue recogido inmediatamente por organizaciones emblemáticas de derechos humanos, tales como Amnistía Internacional y el grupo internacional de escritores PEN, así como por el grupo de periodistas iraquíes Guild. Docenas de importantes periodistas e intelectuales kurdos de todo el mundo han firmado también un llamamiento para su inmediata puesta en libertad.
Qadir fue arrestado por ser un crítico feroz del Partido Democrático del Kurdistán (PDK) y de la Unión Patriótica del Kurdistán (UPK) – las dos facciones armadas kurdas que han gobernado el norte de Iraq bajo los auspicios de EEUU.
En 2005, por ejemplo, escribió que los dirigentes kurdos habían fracasado a la hora de «transformar el Kurdistán iraquí en un modelo de democracia para Iraq, o incluso para Oriente Medio porque, en lugar de ponerse a ello, los partidos kurdos sólo han conseguido que el Kurdistán iraquí se convierta en una fortaleza de opresión, robo de fondos públicos y abusos graves de los derechos humanos mediante actuaciones que implican asesinatos, torturas, amputaciones de orejas y narices y violaciones.
En alguno de sus artículos destacaba también la culpabilidad de Washington en esta situación:
«Todo esto ha sido llevado a cabo bajo la protección estadounidense, porque los partidos kurdos, y otros partidos de la zona, saben demasiado bien que todos los privilegios y beneficios que han obtenido desde 1991 hubieran sido imposibles sin el respaldo y apoyo directo estadounidense, fecha a partir de la cual EEUU estableció y protegió una zona de exclusión aérea en el Kurdistán iraquí; y tras la caída del anterior régimen en abril de 2003, estuvieron detrás de la concesión de nuevos privilegios a los partidos kurdos imponiendo una región federal que además se llevaba y se lleva una porción muy grande del presupuesto iraquí, que, hasta la fecha, nadie sabe cómo se ha gastado ni dónde ha ido a parar».
Ahora, Qadir está en la cárcel.
Desde 1991, esos dos grupos políticos han ido desarrollando su propia policía secreta (o asayish, como se dice en kurdo).
Se han celebrado elecciones, pero los partidos que se presentaban en oposición al PDK y a la UPK tuvieron que soportar con frecuencia que sus líderes fueran golpeados. En el mes de enero pasado, mientras cubría la elección de un gobierno interino, con lo que me encontré fue con votos comprados e intimidación, includas palizas a los trabajadores de la campaña de la moderada Unión Islámica del Kurdistán. En diciembre pasado, la sede del partido en Dohuk fue quemada y asaltada y cuatro miembros de la Unión, incluido un componente del politburó, fueron asesinados.
El pueblo kurdo se merece algo mejor.
En 1994, el PDK y la UPK libraron una guerra por el control del Kurdistán iraquí. Pueblos enteros fueron destruidos por la simple razón de que se encontraban en el sitio equivocado. El conflicto terminó cuando Massud Barzani (el dirigente que está tras el arresto de Qadir) pidió a Saddam Hussein que le ayudara a expulsar a su rival, Yalal Talabani, de Arbil, la ciudad más grande de la región autónoma kurda.
Desde entonces, las dos facciones han aprendido a cooperar. Por ello, cuando entras en el norte de Iraq desde su frontera con Turquía, te encuentras con grandes carteles de ambos dirigentes, Massud Barzani y Yalal Talabani, donde solía estar el de Saddam.
Aarib Glantz es autor de un nuevo libro: «How America lost Iraq». Más información en:
Texto original en inglés:
www.commondreams.org/views06/0327-22.htm