Recomiendo:
0

La abolición de un FMI moribundo y culpable

Fuentes: Rebelión

El 1 de noviembre 2007, Dominique Strauss-Kahn asumió sus funciones a la cabeza del FMI después de un largo proceso inteligentemente orquestado: Nicolas Sarkozy lo eligió como candidato para debilitar aún más la oposición política en Francia; hubo un rápido acuerdo sobre su nominación por parte de los 27 países de la Unión Europea con […]

El 1 de noviembre 2007, Dominique Strauss-Kahn asumió sus funciones a la cabeza del FMI después de un largo proceso inteligentemente orquestado: Nicolas Sarkozy lo eligió como candidato para debilitar aún más la oposición política en Francia; hubo un rápido acuerdo sobre su nominación por parte de los 27 países de la Unión Europea con el fin de no dar tiempo a las críticas sobre la norma tácita que asigna sistemáticamente la Presidencia del FMI a un europeo (a cambio de la dirección del Banco Mundial por un estadounidense); una costosa agencia de comunicación realizó una campaña, difundida a decenas de países, sobre el tema de la «reforma» del FMI y su apoyo a los países pobres; apareció sorpresivamente otro candidato (el checo Josef Tosovsky), que no tenía ninguna posibilidad de ser nombrado, pero que le dio la apariencia de un proceso democrático; y para terminar, se designó por unanimidad a Dominique Strauss-Kahn.

Esta jugarreta mediática tuvo por objeto disimular la realidad del FMI, que se encuentra en una severa crisis de legitimidad. Los países del Sur ya no quieren recurrir al FMI para no tener a continuación que sufrir su dominación brutal. Muchos de ellos (Brasil, Argentina, Indonesia, etc.) incluso reembolsaron por anticipado lo que debían para deshacerse de su incómoda tutela. De modo que, actualmente, el FMI no llega a cubrir sus gastos de funcionamiento y por lo tanto está amenazada su propia existencia. Existe, por consiguiente, la necesidad de una «reforma», y no para incorporar un cambio democrático que tenga en cuenta el interés de las poblaciones más pobres, sino para garantizar nada menos que su supervivencia y hacer frente a la fuerte oposición mundial.

Se impone, sin la menor duda, un balance exhaustivo de esta institución. El FMI, desde hace más de 60 años, coacciona a los dirigentes de los países denominados «en desarrollo» para que apliquen unas medidas económicas que sólo sirven a los intereses de los acreedores ricos y de las grandes corporaciones. Con este objetivo, durante las últimas décadas, el FMI aportó un apoyo esencial a numerosos regímenes dictatoriales y corruptos, desde Pinochet en Chile hasta Suharto en Indonesia, de Mobutu en Zaire a Videla en Argentina, y todavía actualmente de Sassou Nguesso en el Congo-Brazzaville a Déby en el Chad, y tantos otros. Desde la crisis de la deuda a principios de los años ochenta, el FMI impone a la fuerza programas de ajuste estructural de dramáticas consecuencias para los pueblos del Sur: reducción drástica de los presupuestos sociales y de las subvenciones para los productos de primera necesidad, apertura de los mercados y competencia desigual entre las multinacionales y los pequeños productores, producción volcada a la exportación y abandono del principio de soberanía alimentaria, privatizaciones masivas, políticas tributarias que empeoran las desigualdades…

El tiempo de rendir cuentas ha llegado para el FMI. Ninguna institución puede colocarse por encima de los textos y tratados internacionales y, sin embargo, el FMI se atribuye, basándose en sus estatutos, una inmunidad jurídica total. No podrá hacerse ninguna reforma del FMI sin el aval de Estados Unidos, que tiene una minoría de bloqueo absolutamente inaceptable. Cualquier proyecto que modifique las relaciones de fuerza internacionales será entonces bloqueado por los representantes de los grandes acreedores. Estos elementos hacen imposible cualquier cambio aceptable en el seno del FMI.

Por consiguiente, se llega a esta conclusión: puesto que el FMI demostró ampliamente su fracaso en términos de desarrollo humano y que es imposible exigirle que rinda cuentas de su acción desde hace más de 60 años, es necesario exigir su abolición y su sustitución por una institución transparente y democrática, cuya misión se centre finalmente en la garantía de los derechos fundamentales.

Damien Millet, presidente del CADTM Francia (Comité para la anulación de la deuda del tercer mundo, www.cadtm.org), autor de L’Afrique sans dette (África sin deuda) CADTM/Syllepse, 2005.

Eric Toussaint, presidente del CADTM Bélgica, autor de Banco Mundial, el golpe de Estado permanente, El Viejo Topo, Barcelona, 2007.