En este artículo, Jeferson Miola reflexiona sobre el papel de los militares en la desestabilización de la democracia brasileña.
Dentro de pocos años se conocerá con todo lujo de detalles la actuación secreta de los militares; la “mano oculta” –principalmente de oficiales de alta graduación, tanto en activo como en la reserva del Ejército brasileño–, en la producción del caos permanente que arrastró a Brasil hacia el precipicio.
Juntando informaciones, datos y hechos investigados, se puede organizar un boceto del papel central de los militares en la conspiración que derivó en lo que ellos mismos definen como su “retorno democrático” al poder.
Esta vez, a diferencia de lo que ocurrió en el año 1964, las Fuerzas Armadas estuvieron maniobrando durante años para provocar la quiebra del Estado de Derecho y la ruptura del ordenamiento jurídico de forma suave, progresiva y constante, sin necesidad de sacar los tanques a las calles para atentar mortalmente contra la democracia.
Paso a paso, tutelando y sincronizando los estamentos jurídicos, políticos y mediáticos con dispositivos propios de la guerra híbrida, los militares fueron ensanchando los límites de la institucionalidad hasta instituir como la “nueva normalidad” el régimen de excepción. Sin ningún tiro de fusil.
Con el tiempo, van disipándose las dudas sobre el gobierno militar instalado de la mano de Bolsonaro. Todos los días surgen señales e indicios que confirman que Bolsonaro es una pieza en el engranaje planeado por los conspiradores de los cuarteles.
Con todos los eventos ya conocidos, es posible deducir que Bolsonaro no sea más que una pieza más en el plan de asalto al poder por los militares, no al revés.
De acuerdo con lo que sostenía el periodista argentino Marcelo Falak [2018], Bolsonaro es el “proyecto secreto” de la cúpula militar. El ex capitán fue el “motor electoral” que hizo posible el plan que los sectores golpistas de las FFAA habían fraguado en los cuarteles a lo largo de las últimas décadas.
Ya en los tiempos de la transición, que fue tutelada por las FFAA, los militares pusieron en marcha el proceso de recomposición de su papel en la política y en el organigrama de poder del país. Y lograron un gran éxito cuando impusieron la redacción del artículo 142 de la Constitución de 1988.
Desde mediados de los años 2000, amparándose en una interpretación delirante de ese artículo 142, los extremistas derechistas fomentaron el caos social y político para pedir el restablecimiento del orden mediante una intervención militar.
Desde 2013 en delante se hicieron comunes en las pancartas de las manifestaciones callejeras promovidas por los golpistas y alentadas por Globo, demandas de ese tipo: ¡intervención militar ya!. Todavía peor, durante años pancartas defendiendo el golpe militar estuvieron colgadas de forma permanente en las gradas situadas frente a Planalto, el Supremo Tribunal Federal y el Congreso; ¡a menos de 300 metros del Ministerio Público Federal y de la Policía Federal!
Se comenta que el trabajo de la Comisión Nacional de la Verdad/CNV, al remover el pasado, despertó el sentimiento “adormecido” de venganza de los nostálgicos de la dictadura.
A la luz de las evidencias actuales, sin embargo, el peso de esta cuestión en el animus golpista de los militares queda bastante relativizado. Ante todo porque la reacción a la CNV parece que tan sólo sirvió de pretexto para intensificar el proceso de adoctrinamiento y politización de las tropas. Politización, por otra parte, que nunca dejó de producirse, incluso después de haber terminado el régimen militar, en 1985.
Los conspiradores nunca abandonaron el proselitismo político, mediante el uso de una retórica reaccionaria, del enemigo interno, del anticomunismo/antipetismo, en los cuarteles e instalaciones militares. La candidatura de Bolsonaro a la presidencia, sin ir más lejos, fue propuesta por primera vez en un ya lejano 29 de noviembre de 2014, en el patio de la AMAN (la Academia Militar de Agulhas Negras).
Es imprescindible recordar algunos episodios definitorios de la actuación de algunos comandantes militares en la política, como los tuits de Villas Bôas en los que daba instrucciones al Supremo Tribunal Federal para mantener a Lula en la cárcel, así como el nombramiento del general Fernando Azevedo e Silva [sucedido en el cargo por el general Ajax Porto Pinheiro] en la asesoría especial del presidente de la Suprema Corte, con el propósito evidente de controlar a Días Toffoli y, en cierto sentido, cerrar el Supremo Tribunal Federal.
La confesión de Michel Temer/MDB sobre las negociaciones con el general Villas Bôas en los meses que antecedieron al impeachment fraudulento de la presidente Dilma es un elemento probatorio más de la intromisión secreta, inconstitucional e ilegal de los militares en la política nacional.
Y prueba, también, que durante todo este largo periodo de más de una década, los militares operaron un plan estratégico, ajustado a cada coyuntura específica, pero sin alejarse del objetivo establecido de, mediante la sensación de caos alimentada por ellos mismos, hacerse con el poder.
Villas Bôas actuó como su homólogo chileno Augusto Pinochet, el general que el 11 de septiembre de 1973 traicionó y destituyó al presidente Allende.
Igual que Dilma, Allende nombró ingenuamente como Comandante del Ejército del país a un general que, aparentando ser un defensor de la legalidad, al final se mostró como un abyecto traidor y conspirador.
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Fuente: https://www.brasil247.com/blog/a-atuacao-secreta-dos-militares-na-conspiracao