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La amenaza del oro negro

Fuentes: Rebelión

Sumamente grave para las economías de los países en desarrollo resulta la espiral inflacionaria en los precios del petróleo que ya en abril se acerca, como habían previsto varios especialistas, a los 50 dólares el barril. En reiteradas ocasiones el presidente del Fondo Monetario Internacional, Rodrigo Rato, ha insistido en que esos importes no afectarían […]

Sumamente grave para las economías de los países en desarrollo resulta la espiral inflacionaria en los precios del petróleo que ya en abril se acerca, como habían previsto varios especialistas, a los 50 dólares el barril.

En reiteradas ocasiones el presidente del Fondo Monetario Internacional, Rodrigo Rato, ha insistido en que esos importes no afectarían el desempeño de la economía a nivel mundial, aunque recientemente debió reconocer que podría provocar una baja del 1 % general.

Al parecer Rato, como gestor de un organismo que se ha caracterizado por realizar políticas discriminatorias en contra de los países pobres y a favor del capital privado y de las empresas transnacionales, obvió los grandes perjuicios que para las naciones que no poseen recursos petroleros representan esos aumentos en el precio del crudo.

Desde el 11 de septiembre del 2001 y tras las invasiones estadounidenses a Afganistán e Iraq, el oro negro pasó de entre 22 y 25 dólares por barril a 50 y 57 dólares en la actualidad lo que es igual a más del doble de su anterior valor.

¿Podrá el señor Rato explicar cuáles países en desarrollo podrán abonar esas cantidades de dinero, máxime cuando la inmensa mayoría ya cuenta con abultadas deudas externas que desangran anualmente sus economías?

Es cierto que algunos países se benefician con esas transacciones aunque la mayor cantidad de dinero siempre va a parar a las empresas multinacionales y a las compañías intermediarias que son las que fijan los precios. Ejemplos de esa explotación indiscriminada es Bolivia donde las petroleras solo entregan el 18 % de las ganancias al Estado mientras se llevan el 82 %. Es decir, acaban con el recurso más importante del país y para sus pobladores solo dejan migajas de pan.

Los países que en su subsuelo no poseen petróleo (casi la totalidad del mundo) o no han podido extraerlo por los grandes costos de producción, deberán solicitar nuevos empréstitos al FMI y al Banco Mundial que se los otorgarán con enormes prebendas y bajo onerosas condiciones además de cobrarles elevados impuestos.

Pensemos solamente en Centroamérica, una de las regiones más pobres del hemisferio occidental y donde Nicaragua, Honduras, Guatemala, El Salvador, Costa Rica y Panamá no cuentan con yacimientos del crudo. Al elevarse los costos de importación del combustible, las empresas privadas que controlan la generación de electricidad, los abastecimientos de gasolina y el transporte, elevarán los precios a los consumidores y por ende la población cargará con las nuevas penurias.

Debido a la inestabilidad provocada en el Medio Oriente tras la invasión a Iraq y la resistencia contra los ocupantes, unida al crecimiento de la demanda del petróleo por el desarrollo industrial en India y China, y la baja en la reservas mundiales, algunos analistas indican que el crudo continuará encareciéndose y podrá alcanzar en los próximos años los 100 dólares por barril.

La cifra la ofreció el importante banco inversionista Goldman Sachs al divulgar una investigación en la que se indica que si se llegara a esos precios, se arruinaría el mercado bursátil y conllevaría un desastre para todos los sectores de la economía.

Al realizar sus declaraciones, parece que Rodrigo Rato no ha revisado la historia reciente cuando en la década del 1970, hace solo 30 años, el mundo sufrió una crisis petrolera motivada por las guerras israelíes desatadas contra los países árabes.

En solo ocho años, el precio del crudo se multiplicó por 10, y aunque no llegó ni a la sombra de los niveles actuales, muchas naciones del orbe sufrieron sus embates.

Las diferencias entre países ricos y pobres se ahondaron y la inflación, los desajustes sociales y la miseria se extendió con voracidad por muchas ciudades y pueblos.

No solo las naciones pobres sufrieron los resultados , sino también algunos desarrollados como Japón, que vio detenerse su gran crecimiento debido al encarecimiento de su factura energética, mientras en Europa el gasto petrolero pasó de 1, 5 % a 5 % del Producto Interno Bruto.

Estados Unidos, en esos tiempos mucho menos dependiente de las importaciones del crudo que europeos y asiáticos, pudo paliar con más facilidad la crisis.

La historia de los años 1970 se repite, al inicio de este siglo, pero en forma más severa con proyecciones nefastas para aquellos que no cuentan con producciones nacionales del oro negro.

Esta realidad ha sido el motivo principal para que la administración estadounidense se lanzara a fondo en su intento de controlar las inmensas reservas del petróleo existentes en el Medio Oriente.

Paul Krugman, en un editorial publicado en el diario New York Times, señaló que uno de los principales objetivos de la invasión contra Iraq era aumentar rápidamente la producción petrolera, además de adueñarse de los yacimientos.

La tesis de la administración estadounidense de George Bush se basa en que el que ostente el control político y militar de las fuentes de abastecimiento petrolero en el Medio Oriente con reservas estimadas en cerca del 60 % mundial, también podrá dirigir a sus anchas los destinos del orbe.

Mientras Estados Unidos ejerce presiones y lanza guerra de rapiña contra los gobiernos de los países productores que no les son afines, otros comienzan a lamentarse como El Salvador, cuyo canciller Francisco Lainez declaró recientemente que «la forma especulativa mediante la cual los productores fijan los precios del petróleo en la actualidad amenaza a las naciones consumidoras.

Esas son las nefastas consecuencias de vivir en un mundo unipolar, globalizado y neoliberal.