(Seguido de «Anarqueología y gubernamentalidad neoliberal: ¿Quiénes somos hoy?», de Lucía Gómez). Madrid: Enclave de libros, 2018.
Maite Larrauri (Valencia,1950) es una buena conocedora de los textos de Michel Foucault y hace ya casi veinte años (1999) publicó una primera versión de lo escrito en este libro. Lo reedita nuevamente con un postfacio de Lucía Gómez. Hay que decir que el ensayo es plenamente actual y altamente recomendable. El libro está dividido en dos partes complementarias que pertenecen a problemáticas epistemológicas pero que también abren el horizonte de una salida ético-política a las prácticas de normalización. La procedencia del término «anarqueología» es del mismo Foucault y aparece coyunturalmente en dos lecciones del curso que impartió el año 1979-1980 en el Collège de France. Concretamente la del 30 de enero y la del 6 de febrero. En la primera lo hace diciendo que hay algo de anarquista en su método. En la segunda refiriéndose a su método como arqueológico o anarqueológico. Maite Larrauri define en un momento del libro la anarqueología como un cierto anarquismo metodológico que combina las reglas de un proceder analítico (línea Canguilhem ) y las de un diagnóstico (influencia de Nietzsche). Las verdades científicas hay que aceptarlas solo en la medida en que aceptamos su régimen de verdad. La anarqueología quiere hacer de su diagnóstico no a un remedio normativo sino una caja de herramientas para construir subjetividades alternativas.
La presentación es muy peculiar. Maite Larrauri se reivindica a sí misma como una feminista que no tuvo la valentía (utilizo sus palabras) de hablar en este ensayo de feminismo o de mujeres (casi no aparecen). Pero Michel Foucault es un hombre y es desde esta perspectiva que escribe sus textos. Aunque, nos recuerda la autora, hay lecturas feministas muy interesantes de la obra de Foucault, desde la de Judith Butler hasta la de las feministas italianas. Tomamos nota. Después de la presentación hay una introducción en el que la autora nos propone una lectura de Foucault que evitaría tanto la repetición de los textos en una escolástica estéril como una hermenéutica que pretendería decir lo no-dicho pero implícito en Foucault. Maite Larrauri nos sugiere ser capaces de apropiarse de lo que dicen los textos de Foucault para transformarlo en algo propio.
La primera parte del libro se titula «Análisis del lenguaje». Una de las cuestiones que aborda es la influencia que tuvo en Foucault la filosofía del lenguaje inspirada en el segundo Wittgenstein, especialmente de este mismo filósofo y de John Austin y John Searle. Hay que decir que, como apunta en sus trabajos otro foucaultiano español que ha profundizado esta problemática, Francisco Vázquez García, Maite Larrauri fu pionera en los estudios en español sobre el tema. Pero lo verdaderamente interesante es toda la reflexión sobre lo que señala como una noción clave en la arqueología de Foucault: la de «enunciado». Enunciado entendido como la regla invisible que marca un juego de lenguaje (aquí utiliza la terminología de Wittgenstein) o régimen de verdad. Pero que no sea visible no quiere decir que se oculte, sino que se le supone. Todas las proposiciones que pueden formularse lo hacen en función de estos enunciados. Los enunciados lo que hacen, por tanto, es validar, hacer posible que una proposición pueda ser considerada verdadera o falsa. La arqueología estudia la procedencia de los enunciados, que nunca remite a una causa sino a una interacción de factores condicionantes. Se trata de encontrar el lugar desde donde se establecen las reglas que configuran las prácticas discursivas. A partir de 1970 el análisis del discurso aparece vinculado a prácticas no discursivas y aparecerá otra noción fundamental, la de «dispositivo». Pero hemos entrado ya en el análisis genealógico, que vincula los campos del saber con las redes del poder. El dispositivo es el que produce la experiencia posible. Damos un salto en el planteamiento kantiano al darle al «a priori» una forma histórica y contingente, no universal. Manteniendo, eso sí, el entender el sujeto y el objeto como algo que se forma de manera simultánea, conjunta. Lo que hace el enuncido es constituir un sujeto que, aunque vacío, ocupa un determinado lugar. Maite Larrauri nos abre también el horizonte de la posibilidad de resistencia. Del sujeto sujetado puede entreverse el sujeto que a partir de las prácticas de puede crearse a sí mismo. «Autocreación» en sentido metafórico, ya que no es un sujeto constituyente sino autoconstituido en una trama histórica concreta. Se trataría de crear nuevas experiencias y nuevas formas de subjetivización. Y estos materiales incorpóreos que son los enunciados tienen mucho que ver con ello. Hay un referente pre-discursivo, que los enunciados aún no han conformado, sobre el que podríamos trabajar nuevas formas de subjetivización, como apuntará los últimos trabajos de Foucault de los años 80 antes de su muerte.
La segunda parte trata sobre «La historia de la verdad». Nos habla ,de entrada, de la transición de la arqueología (del saber) a la genealogía (del poder) que va apareciendo a partir del inicio de los setenta. Genealogía que incluirá en su análisis las prácticas no discursivas. Pero cambia la visión de las prácticas discursivas en la medida en que se enmarcan también en el entramado de las redes del poder. Entra aquí en una comparación con dos nociones de la filosofía del lenguaje de John Austin que son «los actos ilocuionarios» y los «perlocucionarios». Los primeros son actos de habla sometidos a unas convenciones. Pero los perlocucionarios se entienden solo a partir del contexto en que aparecen. Siempre son producto de unos encuentros azarosos que acaba encadenándolos en una lógica determinada. Un ejemplo sería la cárcel como producto del encuentro entre «penalizar», «castigar» y «encerrar». Aparece entonces «el acontecimiento». Pasa después a analizar las características de las relaciones de poder: 1) son gobierno. Es decir, acciones que conducen acciones; 2) es una red en la que se inscriben todas las relaciones humanas; 3) no son en sí mismas negativas pero son peligrosas porque pueden convertirse en relaciones de dominio cuando cristalizan en una jerarquía. La historia de la verdad en nuestra tradición cultural tiene un punto de inflexión cuando pasamos de la prueba-experiencia a la prueba-constatación, que es la que se implantara con la revolución galileano-cartesiana. La verdad deja de ser algo para lo que hay que estar preparado para pasar a ser algo accesible a través del método adecuando, el científico, que pasa a ocultar que es él mismo un juego de verdad. Se considera objetivo. Este es el diagnóstico de Foucault. ¿Cuál es el lugar desde el que Foucault hace su diagnóstico? Cuestión problemática e interesante. En todo caso para Foucault la verdad ha de ser transformadora. Sin ser nostálgico de los antiguos podemos volver a ellos para contrastar y aprender. Para «apropiarse» de alguna de sus propuestas. En sus trabajos de los años ochenta Foucault profundiza sobre las tecnologías del «cuidado de sí mismo», haciendo especial hincapié en la noción de «parresía» como el coraje de decir de decir la verdad. Todo ello le lleva a la noción de «vida verdadera». ¿Qué significa «una vida verdadera»?: 1) una vida recta en conformidad con el logos; 2) una vida soberana que tiende al gozo. Michel Foucault acaba viendo en el cinismo la escuela de la Antigüedad que mejor representa esta apuesta. Maite Larrauri recoge la reivindicación que hace Deleuze de situar a Foucault en un vitalismo Spinoza-nietzscheano.
Hay algunos puntos que me parecen problemáticos ¿Es cierto que es mejor utilizar liberación que libertad si hablamos de Foucault? No lo veo claro, más bien pienso que defiende una ética singular como práctica de la libertad y que, aunque defiende la resistencia, duda de la liberación colectiva. ¿Es cierto que ninguna relación de poder le parece legítima y todas llaman a la sublevación? Yo creo que el último Foucault acaba concluyendo que el poder solo es criticable cuando se transforma en dominación.
La idea deleuziana que la autora comparte de Spinoza y Nietzsche como influencias del vitalismo de Foucault me parece muy discutible. Primero por situar a Spinoza y a Nietzsche en la misma tradición. A mí no me lo parece, crea que, aunque tengan puntos de encuentro son propuestas absolutamente diferentes. Dudo también de la influencia de Spinoza sobre Foucault. De hecho lo cita muy poco, aunque es cierto que en el último curso lo cita como ejemplo de «vida filosófica».
El post-facio de la psicóloga social Lucía Gómez es breve peo muy sugerente. Sitúa la anarqueología como la pregunta radical que vincula discursos de saber, relaciones de verdad y formas de subjetividad. La reflexión se centra en los saberes psi como el dispositivo fundamental para la gubernamentalidad neoliberal. Se trata de centrarse no en la normalización sino en la optimización de uno mismo. El cuerpo y la mente se convierten en capitales en los que debemos invertir para sacar un beneficio. Se configuran subjetividades funcionales al orden neoliberal: se trata, más que de una ideología, de una ontología psicológica. Proyectos identitarios individualistas que nos aíslan y privatizan nuestro malestar. La alternativa que nos propone Lucía Gómez es la de seguir la vía abierta por Foucault de una ontología del presente y a partir de aquí politizar el malestar para erosionar entre dispositivo psicológico y buscan alternativas colectivas.
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