El capitalismo emergió de las entrañas del feudalismo encontrándose con la gran propiedad territorial de raigambre ancestral. Por consiguiente, el proceso de acumulación de capital necesito entenderse con los señores de la tierra, para echar a andar la producción tanto en la agricultura como en el sector transformativo de la economía. De esta manera, la […]
El capitalismo emergió de las entrañas del feudalismo encontrándose con la gran propiedad territorial de raigambre ancestral. Por consiguiente, el proceso de acumulación de capital necesito entenderse con los señores de la tierra, para echar a andar la producción tanto en la agricultura como en el sector transformativo de la economía. De esta manera, la vieja renta feudal producida por el trabajo del siervo de la gleba, se transformó en un nuevo emolumento producido por el trabajo asalariado. Este nuevo ingreso de los terratenientes era una parte de la ganancia que el empresario debía entregar al dueño del suelo por el derecho a explotar la naturaleza, lo que obviamente era una traba para el desarrollo del capitalismo.
La renta del suelo como obstáculo para la acumulación de capital fue enfrentada por el emergente poder burgués por todos los medios a su alcance, una vez concretadas las revoluciones burguesas en Europa. Con la fundación de la economía política como ciencia, medidas impositivas a los terratenientes, el libre comercio, la teoría de las ventajas comparativas y la división internacional del trabajo, la burguesía europea se sacudió el lastre de la renta del suelo en territorio europeo y la desapareció hasta en el pensamiento económico.
Lo resaltante de este proceso histórico es que en Europa y en Estado Unidos, los que cobraron renta del suelo en los tiempos aurorales del capitalismo, fueron propietarios privados, a los que fácilmente el capital sometió a su control, dada su hegemonía en el aparato del estado.
Al incorporar a la periferia a su redil, el capital despertó el cadáver de la renta del suelo que había enterrado en Europa. Lo novedoso de esta situación para el caso de América Latina fue que en aquellos países donde el subsuelo era del estado, la renta fue cobrada por el mismo estado con muy escasa participación de los particulares. Caso contrario ocurrió en países de vocación agraria, donde la renta fue apropiada desde el principio hasta los dias que corren por propietarios privados.
En aquellos países petroleros como Venezuela donde el estado es el perceptor de la renta internacional del suelo, la posibilidad de eliminarla como ocurrió en Europa, se torna cada día más imposible para el capital. La solución del gobierno mundial del capital para erradicar este obstáculo a la acumulación, es la recolonización imperial de la periferia.
En la historia petrolera de Venezuela, si bien el predominio del estado como beneficiario de la renta petrolera es indiscutible, desde los tiempos iniciales de la actividad petrolera, hubo intentos de apropiación privada de esta renta que todavía hoy se mantienen.
La primera versión de apropiación privada de la renta petrolera fue denominada por Rómulo Betancourt «la danza de las concesiones», iniciada por Cipriano Castro y luego continuado por J.V. Gómez. Premiar el apoyo político con una concesión petrolera fue el expediente político instrumentado por el primer gobierno petrolero del país. De esta manera surgió en estos linderos un grupo de personeros etiquetados como los traficantes de concesiones que hoy forman parte de la oligarquía nacional. Estos traficantes buscando su provecho personal, a la postre resultaron favoreciendo grandemente al país, pues, los emolumentos que consiguieron de las compañías petroleras foráneas al traspasarles sus concesiones, le indicaron al alto gobierno gomecista que las empresas petroleras estaban dispuestas a pagar por el recurso natural, cuestión que el estado no desaprovechó en la ley petrolera de 1920, imponiéndoles una renta del suelo de un 15 por ciento del producto extraído.
La segunda versión de apropiación privada de la renta en el país ocurrió con la mismísima ley petrolera de 1920, la cual dio entrada a las apetencias rentísticas-petroleras de los terratenientes venezolanos. Según esta ley, si los yacimientos petroleros se encontraban en terrenos particulares, la concesión a otorgarse debería ser para los dueños de esas tierras y así, 2300 terratenientes fueron favorecidos con concesiones petroleras. Esta prebenda legal solo se sostuvo nueve meses, pero los latifundistas siguieron presionando por apropiarse de una parte de la renta petrolera hasta 1943.
La tercera versión de apropiación privada de la renta petrolera ha sido protagonizada por la burguesía venezolana que sólo durante los últimos diez años de gobierno bolivariano, se ha apropiada de más de 230 mil millones de dólares y los ha depositado en bancos del exterior.
La última versión de apropiación privada de la renta petrolera la tenemos con los llamados «raspa cupos». Mediante este expediente el gobierno bolivariano repartió cinco mil millones de dólares entro los tarjetas habientes. Hoy 22 millones de venezolanos han secado pasaportes, dato indicativo de que trasladarse a los países vecinos a raspar cupos, era un gran negocio para la llamada clase media fundamentalmente.
En atención a lo expuesto, la apropiación privada de la renta petrolera debe ser combatida en todos los frentes, pues, a nuestro entender, esta es la manera más fácil de expropiarnos de nuestros recursos naturales. Una vez privatizada la renta, el capital mundial le aplicara el mismo antídoto que se le aplicó a la renta del suelo en la Europa decimonónica. El gran enemigo para el capital mundial, es un estado cobrador de renta del suelo internacional como el que tenemos en la Venezuela de hoy. La clase trabajadora, el movimiento comunal y nuestro estamento militar deben formar una unión monolítica en defensa de la renta internacional de nuestros recursos naturales.
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