Conferencia impartida en la Universidad Obrera, en la Ciudad de México, el 20 de julio de 2017.
El domingo 16 de junio pasado tuvo lugar una demostración innegable del papel que juegan los medios masivos de comunicación en la guerra de amplio espectro que Estados Unidos y sus aliados internos de la MUD llevan a cabo contra el pueblo y el gobierno legitimo y constitucional de Venezuela. Mientras la oposición efectuó un llamado plebiscito, inexistente en la actual Constitución del país, sin ningún control o monitoreo nacional e internacional sobre dicha consulta, con comprobadas anomalías y fraudes, y con un numero de votantes hasta la fecha desconocido, millones de ciudadanos participaban en un simulacro para la elección de la Asamblea Nacional Constituyente que se efectuará el 30 de este mes. Durante ese día y hasta la fecha, ningún medio de comunicación masiva ha hecho mención, ni mucho menos destacado, esa manifestación de apoyo a su gobierno, civismo y vocación de paz de un numero comprobable de millones de ciudadanos venezolanos. Seguí en tiempo real, a través de Tele Sur, ese ejercicio electoral y era posible observar las largas colas para votar, el ánimo y la determinación de los entrevistados, el desbordamiento de muchas de las casillas o centros de votación de toda la geografía venezolana, las declaraciones de la rectora encargada del órgano autónomo electoral, en el sentido de que se habían superado todas las expectativas, ya que usualmente a estos simulacros sólo asiste regularmente un 10 o 20 por ciento de los votantes registrados. En este caso, el pueblo lo tomo como un referéndum para responder a la violencia de la MUD y su «plebiscito», el cual de hecho significó, un llamado al golpe de Estado y a la intervención extranjera.
Ya desde hace algunos años hemos insistido, a través de la lectura de los Manuales de Contrainsurgencia de los militares estadounidenses, la gran importancia que ellos otorgan a los medios de comunicación como arma estratégica y política, particularmente, lo que denominan, la «batalla de la narrativa»:
«Las guerras modernas tienen lugar en espacios más allá de simplemente los elementos físicos del campo de batalla. Uno de los más importantes son los medios, en los cuales «la batalla de la narrativa» ocurrirá. Ya nuestros enemigos han reconocido que la percepción es tan importante para su éxito como el evento mismo…Al final del día, la percepción de que ocurrió importa más, que lo que pasó realmente. Dominar la narrativa de cualquier operación, ya sea militar o de otro tipo, paga enormes dividendos. Fracasos en este terreno, mina el apoyo para nuestras políticas y operaciones, y actualmente pueden dañar la reputación del país y su posición en el mundo»[1].
El ataque del imperio contra Venezuela sigue los patrones puestos en práctica en otras regiones del mundo para producir golpes de Estado y cambios de régimen. En el caso de Venezuela, un grupo de países, entre ellos México y Canadá, se prestaron con obsecuencia a la conspiración en la OEA para efectuar sesiones ilegales y provocar con ello, una ruptura del orden normativo, dar un golpe institucional para pretender aplicar la carta democrática contra Venezuela. El plan fracasado del gobierno de Estados Unidos contra Venezuela consistió en usar a la OEA como arma de agresión, transformándola de facto en el comando que daba las órdenes a los terroristas venezolanos, a los opositores apátridas que van a pedir la intervención de Estados Unidos contra su propio país.
No obstante, y pese a que la OEA no pudo obtener suficientes votos contra Venezuela, lo sigue prevaleciendo es que el gobierno estadunidense está coordinando todas las acciones y quiere incrementar aún más la violencia, en esa estrategia golpista en la que el pueblo venezolano pone las víctimas. De aquí la amenaza de Trump de imponer sanciones económicas, si se concreta la elección de la Asamblea Nacional Constituyente.
Después de que se denunciara ya hace algún tiempo el documento del almirante Kurt W. Tidd, jefe del Comando Sur del Ejército de Estados Unidos, hemos observado un silencio total de los grandes medios de comunicación en torno al comprobado injerencismo estadunidense como mentor de la derecha golpista venezolana y actor intelectual de la guerra declarada contra la revolución bolivariana, en particular contra el presidente constitucional Nicolás Maduro Moro.
En la orquestada campaña del terrorismo mediático planetario han proliferado innumerables notas informativas y editoriales que destacan el supuesto carácter dictatorial y represivo del régimen de Maduro, y que coinciden plenamente con las recomendaciones del almirante Tidd de «mantener la campaña ofensiva en el terreno propagandístico, fomentando un clima de desconfianza, incitando temores, haciendo ingobernable la situación… reforzando la matriz mediática…» [TV, prensa, redes, circuitos radiales], y donde afirma que «en las actuales circunstancias, posicionar que Venezuela entra en una etapa de CRISIS HUMANITARIA [en mayúsculas en el original] por falta de alimentos, agua y medicamentos, hay que continuar con el manejo del escenario donde Venezuela está cerca del ‘colapso y de implosionar’ [sic], demandando de la comunidad internacional una intervención humanitaria para mantener la paz y salvar vidas.»
Incluso la supuestamente aséptica agencia de televisión francesa TV Cinco se ha sumado a esta campaña, repitiendo cada noche en sus noticiarios las alarmantes, tergiversadas y editorializadas notas informativas sobre la proyectada catastrófica situación venezolana, dando especio exclusivo a la oposición.
Por su parte, y cumpliendo el libreto del almirante Tidd, el patético secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro (que por lo que se observa busca retornar esta institución bajo su mandato al papel de ministerio de colonias de Estados Unidos, como identificara a esa organización en su momento Ernesto Guevara), ha lanzado encendidas diatribas contra el presidente Maduro, a quien acusó de traidor a su pueblo, reivindicando sin rubor las demandas de la oposición venezolana, en una acción de injerencia directa en los asuntos internos de Venezuela, totalmente impropia del máximo funcionario de una organización política regional, aun cuando se trate, en este caso, de la desprestigiada OEA. Como se desprende del documento del almirante Tidd, el secretario general ya había recibido su recomendación de viva voz, como se constata en el punto ocho del documento citado, que asienta: «hay que insistir en la aplicación de la Carta Democrática [de la OEA], tal y como lo hemos convenido con Luis Almagro Lemes».
En el ámbito económico, la doctora Pasqualina Curcio, profesora de la Universidad Simón Bolívar, ha descrito la guerra económica contra Venezuela y puntualizó las cinco armas de la estrategia del imperialismo, las corporaciones capitalistas y los grupos oligárquicos locales: el desabastecimiento programado de mercancías y productos esenciales; la inflación inducida; el boicot en el suministro de bienes de primera necesidad; el embargo comercial encubierto, y el bloqueo financiero internacional. Pese a esta guerra económica, el producto interno bruto y la producción han crecido visiblemente en los recientes años de gobiernos chavistas, mientras en diciembre del año pasado, la tasa de desocupación fue de 6 por ciento, el consumo de alimento va al alza y las tasas de desnutrición y pobreza decrecen sostenidamente desde 1999. Considera que la manipulación real y mediática de la economía tiene el propósito de incidir en la desestabilización social y las preferencias políticas. Se reiteró que mientras la producción se ha mantenido, la distribución es alterada con fines políticos. Así, el problema más que económico es político. Son los grandes capitales que, al verse amenazados, emplean mecanismos para atacar el modelo socialista. Habría que destacar aquí, las enormes reservas petroleras, las mayores del mundo, así como las de minerales como el oro, litio y otros, con que cuenta Venezuela, por lo que los grandes capitales están ansiosos en la recolonización del país, en condiciones óptimas, como las de México,
Asimismo, varios solícitos ex presidentes han estado muy activos en la campaña en curso. Patética y muy reditable económicamente, fue la presencia de Vicente Fox, entre otros cadáveres políticos, como «testigo internacional» del fracasado plebiscito. Recordemos que ya en abril de 2015, 26 ex presidentes de varios países de Iberoamérica, en una llamada Declaración de Panamá, considerada junta de la dignidad, con la presencia de las esposas de confesos delincuentes, como Leopoldo López y Antonio Ledezma, calificados presos políticos, se entrometieron de igual forma en la situación interna de Venezuela, criticando una grave crisis de derechos humanos. Entre los firmantes estaban Felipe Calderón, de México; Álvaro Uribe, de Colombia, y el neo encomendero José María Aznar, de España, quienes, eso sí, son reconocidos violadores de los derechos humanos de sus respectivos pueblos, e incluso con graves acusaciones en su contra como criminales de guerra, y, claro, vasallos de los intereses de Estados Unidos y de las corporaciones capitalistas, que ahora mantienen a muchos de ellos en sus nóminas. Así, por ejemplo, Álvaro Uribe, paladín de la democracia [en Venezuela], con un entorno familiar vinculado directamente al narcotráfico, reconocido organizador y cómplice de grupos paramilitares, tiene en su haber al menos 261 procesos penales. Otro de los jefes de Estado firmantes de la declaración fue Mireya Moscoso, ex presidenta de Panamá, quien horas antes de salir de su puesto decretó el indulto de tres terroristas de origen cubano y uno panameño, entre quienes se encontraba Luis Posada Carriles, autor intelectual del atentado contra un avión de Cubana de Aviación, en el que perdieron la vida 73 personas.
En particular, el caso de México ilustra nítidamente el doble rasero de almirantes, gobiernos, ex presidentes y medios de comunicación masiva en el ámbito mundial. Si realmente estuvieran preocupados por la violación de los derechos humanos, ¿por qué no figura en sus documentos de trabajo, declaraciones y noticieros la catástrofe humana que nuestro pueblo ha sufrido en manos de regímenes represivos, corruptos y delincuenciales, como los del demócrata Felipe Calderón o de Enrique Peña Nieto? Un país militarizado, el segundo más letal, después de Siria, con 126 periodistas asesinados, con crímenes de Estado y lesa humanidad como los de Iguala y Tlatlaya, con más de 200 mil muertos en una década de conflicto interno, disfrazado de guerra contra el narcotráfico, con más de 40 mil desaparecidos forzados, miles de desplazados internos y fuera de las fronteras y centenares de verdaderos presos políticos, no merece la atención mediática, porque este tipo de gobiernos, abogados de oficio de las corporaciones trasnacionales y socios subalternos en las estrategias imperialistas estadunidenses, no representan ningún peligro para la seguridad nacional de nuestros buenos vecinos.
Así, un componente significativo de la crisis venezolana proviene de la ofensiva oligárquico-imperialista desarrollada contra ese pueblo. Por ello, el presidente Maduro declaró: «El pueblo de Venezuela es el único dueño de esta tierra, y más nunca esta tierra será esclava ni colonia de nadie… La decisión de combatir y defender la patria con la vida misma tiene que ser un mensaje claro ante los imperios del mundo».
En suma, Venezuela, su bravo pueblo y su gobierno revolucionario, en sus contradicciones, son hoy en día el blanco de una gama de ataques que van desde la guerra de amplio espectro apoyada por el Pentágono, pasando por el terrorismo mediático que no cesa un momento su labor desinformativa y contra informativa, hasta el fuego amigo de quienes pretenden, desde la izquierda, la academia y la intelectualidad, asumir, en la práctica, las mismísimas posiciones de una derecha que pretende aislar internacionalmente al gobierno legítimo, romper el orden constitucional y violentar la justicia y el estado de derecho, impuesto por la Constitución chavista-bolivariana.
La situación en Venezuela parece haber trastocado las capacidades teóricas y metodológicas de sectores importantes de la intelectualidad y la academia, que, inmersos en las versiones sesgadas que ofrecen las grandes cadenas noticiosas al servicio de las estrategias imperialistas y oligárquicas, repiten adocenadamente los argumentos de una oposición violenta y golpista que pretende derrocar, por cualquier medio, a un gobierno constitucional, elegido democráticamente por la mayoría de los ciudadanos de ese país.
De manera reiterada, en artículos periodísticos, entrevistas y declaraciones que circulan por las redes, en orquestadas campañas, se insiste en presentar al gobierno de Nicolás Maduro como una dictadura represora, incluso como un régimen totalitario, enfrentada a un límpido, pacífico y desinteresado movimiento democrático igualmente defensor de la economía de los trabajadores y las causas populares. Nada se menciona en estos análisis, que pasan por objetivos, sobre los sustanciales apoyos económicos de Estados Unidos y sus organismos de inteligencia a los partidos y agrupaciones políticas emblemáticas de la oposición y a connotados líderes estudiantiles, ligados muchos de ellos a organizaciones internacionales neonazis, de la ultraderecha anti socialista radicadas en Bogotá, Miami y México, y de conocidas fachadas de la CIA, como Alianza Parlamentaria de América, Unoamérica o la Human Right Foundation, de Uribe y sus muchachos paramilitares. Tampoco hay referencias al origen de clase de estos abnegados manifestantes que, bien comidos y vestidos, se quejan ante las cadenas noticiosas objetivas e imparciales, como la CNN, de que hay hambre en sus hogares y de que no hay jabón en la bañera. La mayoría de los firmantes de esos artículos, textos y declaraciones jamás han estado en Venezuela, ni han realizado trabajo de campo en los barrios de los cerros de Caracas, ni en las zonas residenciales del este de la capital, donde viven muchos de los opositores que protagonizan la nueva telenovela, made in Venezuela, Los ricos también lloran. Esto es, declaran o escriben de oídas, de lo que nace de sus posiciones políticas y trayectorias, algunos hasta con pasados de izquierda, debidamente rectificados, para garantizar el éxito de sus carreras universitarias, o sus visas para el norte de sus nuevas brújulas ideológicas.
Queda convenientemente omitida la campaña mediática de satanización de Hugo Chávez, primero, durante más de una década, y ahora, contra el actual gobierno de Venezuela encabezado por Nicolás Maduro. Se oculta que 80 por ciento de los medios de comunicación venezolanos están al servicio de los golpistas. Esta dictadura mediática que falsea groseramente la realidad con fotomontajes, noticias inventadas (como la de la fantasmagórica unidad antimotines de Cuba, actuando en Venezuela), propaganda subliminal en primeras páginas, desinformación y contra-información, en suma, toda la gama de técnicas de la guerra sicológica puestas en práctica ya desde hace décadas bajo los esquemas de los manuales producidos por los militares estadunidenses, y que fueron utilizadas intensa y extensivamente en los casos de Chile, Nicaragua y Granada (ver Fred Landis. CIA psychological warfare operations, how the CIA manipulates the media in Nicaragua, Chile and Jamaica, Science for the People, January-February, 1982, Vol. 14, no. 1). Esta campaña mediática va acompañada de boicots económicos, el ocultamiento de alimentos y otros artículos de primera necesidad, así como de la acción de provocadores y paramilitares que atacan instalaciones gubernamentales y aterrorizan a partidarios del gobierno incluso, los queman vivos, así como de francotiradores, quienes, a sangre fría, ejecutan a miembros de la Guardia Nacional Bolivariana.
A estos sesudos analistas les molesta, incluso, la veneración del gobierno y del pueblo chavistas hacia el líder desaparecido, Hugo Chávez, la cual es convertida toscamente en fetichismo totalitario; no pueden entender que exista una memoria colectiva que exalta al hombre que cambió el país, que lo rescató de la corrupción y de los malos gobiernos, de esos que sí reprimían al pueblo, como en el llamado caracazo, durante el cual miles de venezolanos fueron masacrados por el ejército y la policía. Afirmar que las imágenes de Chávez son los ojos del Estado vigilando al pueblo y hacer de ello comparaciones, que pecan de cultismo, sobre los íconos rusos, búlgaros o bizantinos, es no entender nada de lo que significó el comandante Chávez en las vidas de muchos sectores del pueblo venezolano, y de sus alcances en las luchas libertarias de nuestra América.
No se trata, de pretender desviar el análisis concreto de la realidad venezolana en viejos y trillados debates en torno a los conceptos de fascismo y totalitarismo para encubrir teóricamente su abierta oposición a la revolución bolivariana y sus antipatías por el Chávez vivo y por los imaginarios del Chávez muerto; de pretender disminuir, con argumentos baladíes, e incluso, de corte clasista, los esfuerzos de Maduro por llevar a puerto seguro el proceso revolucionario. Afirmar que la obra transformadora de Chávez fue sólo posible por un aumento en los precios del petróleo en mil por ciento es borrar de un plumazo la extraordinaria épica en que han participado millones de venezolanos en la construcción de una patria en la que se ha desterrado el analfabetismo y ocupado el quinto lugar en el mundo por el porcentaje en matrícula para estudiantes universitarios; estudiantes, claro, que no están en las barricadas de los hijos de papi y mami y que no tienen mentores estadunidenses o colombianos que los guíen en materia de golpes de Estado, blandos y duros.
Una vez, instalados en su perspectiva CNN de la realidad venezolana, los críticos de la intelectualidad de la «izquierda critica» y «moderna» refieren que la reaparición de «la política de la calle» , tiene lugar «dada la debilidad actual de las instituciones, así como la ausencia de mecanismos reales de diálogo democrático entre los principales actores políticos y sociales».
Nada sobre los repetidos llamados del presidente Maduro al dialogo y de las veces que los sedicentes opositores lo han rechazado. ¿A qué debilidad de instituciones se refieren? ¿A una que amerite una intervención extranjera?
En este contexto, la Convocatoria a la Asamblea Nacional Constituyente, creada por el Decreto del presidente Maduro, el primero de mayo de este año, en uso de las facultades que le confiere la Constitución vigente, con el propósito de preservar la paz, la independencia, la integridad y la soberanía de la República, y para que sea el pueblo venezolano, con su poder originario, quien con su voz suprema dirima el destino que como Patria soberana e independiente marque la ruta de nuestra historia en el camino heredado por nuestros Libertadores y Libertadoras.. El proceso de su conformación en este 2017 tendrá un peso histórico, será la consolidación de una revolución asediada, agredida. Es el camino, la opción para recomponer la situación del país y revertir el golpe de Estado. Esta Constituyente se elegirá por el voto universal, directo y secreto, y será una Constituyente ciudadana, popular, cultural, económica, sectorial y territorial. Además de los elegidos por la adscripción territorial, se convocará a ocho sectores: clase obrera, campesinos, comuneros, estudiantes, pensionados, empresarios patriotas, pueblos indígenas y personas con discapacidad. La Constituyente es el camino a la paz, en la que el soberano es el pueblo de Venezuela. La iniciativa fortalecerá la Constitución de Hugo Chávez. Es la gran convocatoria para un diálogo nacional con el objetivo de contener la escalada de violencia política. Se busca la constitucionalización de las nuevas formas de la democracia participativa y protagónica, a partir de los nuevos sujetos del Poder Popular, tales como las comunas y los consejos comunales, consejos de trabajadores y trabajadoras, entre otras formas de organización de base territorial y social de la población. Procura la defensa de la soberanía e integridad de la nación contra el intervencionismo extranjero, la reivindicación del carácter pluricultural de la Patria, la consagración de los derechos de la juventud y la protección de la biodiversidad. Será una revolución dentro de la revolución.
Es significativo que, en octubre de 2016, un letrero de un opositor en la calle asentara «Estamos hartos de patria y rebolución» (Sic), ya que precisamente fue el presidente Chávez quien restituyó el sentimiento y la conciencia de patria, tan aberrante para la derecha entreguista y pro-imperialista. Comprendió a cabalidad lo que los marxistas denominamos cuestión nacional, a partir del rescate de los próceres independentistas, especialmente Bolívar, y transmitió esta conciencia patriótica a sectores mayoritarios del pueblo. Antes de Chávez, la palabra patria no era más que un recurso retórico en efemérides oficialistas de las democracias tuteladas. Hoy en Venezuela la nación-pueblo ha recobrado la idea de patria, en un contexto planetario de transnacionalización neoliberal, que destruye patrias y soberanías. Durante estos años se han fortalecido la dignidad nacional y el sentido de pertenencia incluso a la Patria Grande, esa Nuestra América de José Martí. Por ello, una derrota de la revolución significaría un retroceso estratégico en el ámbito continental.
Que la alianza imperialismo/burguesía mida bien las condiciones reales de la actual situación política venezolana, antes de provocar una aventura sin retorno, similar a las que ha llevado a cabo en otras latitudes, como las de Medio Oriente. Más de tres lustros de iniciado el proceso del chavismo, éste ha calado en extensión y profundidad en sectores importantes de la sociedad de ese país hermano, entre los que se cuentan las propias fuerzas armadas venezolanas. En una situación inédita, se ha logrado mantener, e incluso profundizar, la unidad cívico-militar, que incluye la conformación de guardias rurales, que están armados y han logrado disminuir la criminalidad en el campo, instigada por el sicariato contratado (que incluye a los paras colombianos) por las federaciones agrícolas acomodadas. También miles de hombres y mujeres se han integrado a las Milicias Bolivarianas, con tareas preventivas y de inteligencia en las áreas urbanas, que podrían ser movilizadas y armadas, en caso de un ataque externo o complot militar interno, como se ha observado en los múltiples simulacros de defensa realizados desde 2003 a la fecha, en los que han participado confraternizando miles de ciudadanos y soldados.
Chávez fue un gran estratega de la lucha de clases. Ante cada ofensiva de la derecha, incluyendo las huelgas petroleras, el golpe de Estado, el uso de la violencia y la subversión, él respondió con una radicalización de la revolución. Esto es fundamental. Hay quien piensa que, al conciliar con la derecha y el imperialismo, se logra la estabilización del gobierno revolucionario; ¡todo lo contrario!, es la manera de desestabilizarlo. A cada golpe del imperialismo y la oligarquía -siempre hermanos siameses-, la reacción de una dirigencia revolucionaria debe ir hacia adelante, hacia la radicalización del poder comunal-popular. Porque la única fuerza capaz de derrotar al imperialismo -lo probó Vietnam y lo ha probado Cuba- es un pueblo políticamente consciente, un pueblo que asume esa perspectiva indisoluble de patriotismo-socialismo-antimperialismo y construcción de poder popular.
Recordar el legado de Chávez es luchar contra el burocratismo y la corrupción. El revolucionario no se prueba en la lucha armada, en la clandestinidad, ahí se prueba un combatiente; el revolucionario se prueba en el ejercicio del poder público. De aquí, el principio zapatista de para todos, todo, para nosotros, nada. La verdadera izquierda es la que coadyuva a construir poder popular sin esperar ni pedir nada a cambio.
Por cierto, otro de los legados de Chávez es la unidad cívico-militar: la ruptura de la relación fuerzas armadas-poder oligárquico, el seguimiento de la estrategia de guerra de todo el pueblo, de creación de milicias; ya que una oligarquía que pierde el poder político va a buscar recobrarlo a toda costa y, sobre todo, hacerse de un brazo armado que defienda sus intereses de clase; lo va a buscar dentro o fuera del país: mercenarios colombianos, militares desafectos, fuerzas especiales de Estados Unidos, crimen organizado, y sus propios reclutas entre sectores populares cooptados y desclasados. Las oligarquías no pueden existir sin su aparato represivo, brutal, parafascista. Chávez comprendió que no hay reconciliación posible con la derecha recalcitrante, a la cual debe aplicarse toda la fuerza de la ley, cuanto más en un estado de derecho revolucionario.
La dirección político-militar bolivariana, por su parte, ha comprendido que la unidad de los diferentes sectores del polo revolucionario en torno al legado de Chávez, debe consolidarse en la radicalización del proceso de construcción del socialismo del siglo XXI, en la extensión del territorio, a través del desarrollo y fortalecimiento del poder comunal, así como por la participación activa de todos los sectores sociales organizados en los distintos niveles del gobierno y toma de decisiones. La revolución en la revolución que señaló Maduro, la lucha contra la corrupción y el burocratismo, deben expresarse en el ejercicio efectivo y creciente del poder popular desde las comunas, los sindicatos, las organizaciones populares de trabajadores, de productores, de los pueblos indígenas y de la acción consciente y permanente de la intelectualidad -en el sentido más amplio y democrático de este concepto-, en el debate de las ideas y en los campos de la lucha ideológica, la difusión del pensamiento progresista y la cultura revolucionaria.
Que no se equivoquen los golpistas locales y foráneos en cuanto a desdeñar los cambios experimentados en la Fuerza Armada Nacional Bolivariana en estos años de gobierno chavista y, en subestimar el protagonismo de los militares en la contradicción revolución versus contrarrevolución. Si en 2002 la unión cívica militar y la presencia de millones de venezolanos en las calles fueron el factor esencial que revirtió el golpe de oficiales traidores, hoy en día la incorporación de agrupamientos armados de distintos tipos de milicia y la puesta en práctica de la estrategia de guerra de todo el pueblo, junto al trabajo ideológico y político en favor del socialismo, vuelven prácticamente imposible que se hagan realidad los sueños golpistas de la democrática derecha venezolana y sus mentores yanquis.
En la República Bolivariana de Venezuela tiene lugar un proceso masivo de debates, talleres, reflexiones, conversatorios, campañas y tomas de conciencia individual y grupal encaminado a fortalecer y construir poder popular y forjar una ciudadanía que vaya más allá de las elecciones y contrarreste el manejo infame de los medios masivos de comunicación nacional e internacional.
Precisamente, en estas condiciones de incertidumbre y permanente acción desestabilizadora de una derecha que, como se ha demostrado, no tiene escrúpulos en utilizar la violencia extrema, que incluye su apoyo a la intervención militar directa de Estados Unidos y a todas las variantes subversivas y terroristas inherentes a la estrategia oligárquica-imperialista actual, el factor determinante que garantice la continuación y el desarrollo de revolución bolivariana sea precisamente el blindaje que representa que en todos los espacios territoriales y sectoriales se establezca el poder popular democrático, autónomo y crítico, que signifique, a la vez, un ejercicio pleno de la ciudadanía que supere la interpretación limitada y heterónoma de la democracia neoliberal. Para hacer realidad este objetivo, la Asamblea Nacional Constituyente será electa y entrará en funciones para refrendar las conquistas de la revolución chavista bolivariana.
Esta confrontación ideológica, que en la derecha venezolana se expresa en un contumaz odio al chavismo y a las masas populares que lo encarnan, cargado de anti-patriotismo, racismo y clasismo, tiene un sustrato material visible en el combate a la pobreza a través de la ejecución de diferentes programas y proyectos impulsados por el gobierno nacional; en todas las fábricas y empresas socialistas ocupadas y controladas por los trabajadores y en la integración del llamado ejército socio-productivo que aglutina a las brigadas socialistas de trabajo en distintos frentes de producción dentro de los ámbitos de construcción, agrícola, industria, textil y servicios; en los miles de departamentos construidos –muchos en lotes expropiados por utilidad pública–, y entregados completamente equipados a los sectores más humildes; en las impresionantes micro ciudades que se están levantando en toda la geografía del hermano país, concebidas para alojar a miles de familias y que cuentan con todos los servicios necesarios para vivir y trabajar dignamente; en los centros de atención para la salud de Barrio Adentro, pensados de manera integral y preventiva, con los miles de doctores graduados con la solidaridad cubana, e incorporados al programa tanto en la ciudad como en las zonas rurales, con espacios dedicados a actividades culturales, bibliotecas, centros de cómputo, aulas, guarderías; en los parques y áreas recuperados, donde ahora se llevan a cabo todo tipo de actividades intergeneracionales; y en los numerosos micro negocios de café, alimentos y ventas de comestibles que dan certidumbre a la vida cotidiana de millones de familias venezolanas que antes de la revolución se encontraban en el abandono y la miseria extrema. Funciona también un programa de comedores populares que se asienta en los barrios más pobres de las ciudades. En uno de ellos, en Barquisimeto, una de las activistas de este proyecto al reflexionar sobre el carácter de éste, mencionó un término que está en boga en el movimiento bolivariano: «desarrollo endógeno». Evitar el asistencialismo, contar con las propias fuerzas, construir el poder popular. No hay duda, en Venezuela hay una revolución en marcha.
Son notables las interpretaciones de analistas -incluso dentro del progresismo- en torno a lo que ocurre en Venezuela, impregnadas por lo epidérmico y fenoménico y dejando a un lado lo que estructuralmente está en juego, así como obviando los contextos locales y mundiales en que tienen lugar los acontecimientos. Así, algunos articulistas se han dedicado a describir personalidades, discursos, sucesos y procesos fortuitos, despojados de lo que representan en las estrategias de poderes y fuerzas sociopolíticas que actúan en las sombras o abiertamente en función de intereses de clase, o de su inserción en las reconfiguraciones mundiales del imperialismo estadunidense y sus aliados en la región latinoamericana.
Si se asume una contradicción esencial de carácter antagónico entre revolución, soberanía, poder popular versus contrarrevolución, imperialismo, poder oligárquico: ¿quién, por ejemplo, puede creer que la cadena informativa CNN, y sus afines en nuestros países de monopolios mediáticos, estén defendiendo la trasparencia de los procesos electorales en Venezuela?
La dirección político-militar bolivariana, por su parte, ha comprendido que la unidad de los diferentes sectores del polo revolucionario en torno al legado de Chávez, debe consolidarse en la radicalización del proceso de construcción del socialismo en la extensión del territorio, a través del desarrollo y fortalecimiento del poder comunal, así como por la participación activa de todos los sectores sociales organizados en los distintos niveles del gobierno y toma de decisiones. La revolución en la revolución que señala Maduro, la lucha contra la corrupción y el burocratismo, deben expresarse en el ejercicio efectivo y creciente del poder popular desde las comunas, los sindicatos, las organizaciones populares de trabajadores, de productores, de los pueblos indígenas y de la acción consciente y permanente de la intelectualidad -en el sentido más amplio y democrático de este concepto-, en el debate de las ideas y en los campos de la lucha ideológica, la difusión del pensamiento progresista y la cultura revolucionaria.
El odio implacable y patológico a Hugo Chávez y por herencia a Maduro, por parte del gobierno de Estados Unidos, de la oligarquía venezolana, de sus pares en los circuitos de la contrarrevolución y el terrorismo de Estado, en la derecha intelectual de los Varga Llosa, y en los medios de comunicación a su servicio, como el duopolio televisivo en México, o El País, en España, ofrece la medida de lo que representa el chavismo para su pueblo y los pueblos del mundo en esta compleja lucha de clases que tiene lugar en el ámbito planetario, a pesar de los esfuerzos de la dictadura mediática por negarla, ocultarla o trastocarla en su favor.
Este cambio sutil, abierto, profundo y contradictorio de las conciencias; esta crisis de la hegemonía de la burguesía venezolana en la forja de una nación-pueblo de nuevo tipo, cuya conducción es asumida por el bloque nacional-popular; estas derrotas tácticas y estratégicas en el terreno de la democracia representativa y sobre todo en la participativa; los fracasos en la guerra clandestina y la conspiración, en el golpe de Estado, en la atracción de militares dispuestos a traicionar al pueblo, capaces de atentados y violencias contra la revolución, son las causas de la desesperación de las clases otrora dominantes, y del uso sistemático y grosero de la manipulación mediática. Los procesos se miden por la amplitud y profundidad de la reacción de las clases dominantes: no hay duda, ¡la revolución bolivariana va!
Nota:
[1] Ver en libros libres de Rebelión: Gilberto López y Rivas Estudiando la contrainsurgencia de Estados Unidos: manuales, mentalidades y uso de la antropología, Universidad de San Carlos, Guatemala, 2015.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.