1.- ¿Es aceptable el diagnóstico de «The Economist», que viene a resumir lo que el propio Gobierno viene diciendo de su actuación, es decir que aunque nada funcione en el terreno de las indicaciones centrales económicas, no hay otra política posible para salir de la crisis que la realizada por el gobierno de España? Mi […]
1.- ¿Es aceptable el diagnóstico de «The Economist», que viene a resumir lo que el propio Gobierno viene diciendo de su actuación, es decir que aunque nada funcione en el terreno de las indicaciones centrales económicas, no hay otra política posible para salir de la crisis que la realizada por el gobierno de España?
Mi opinión es que, evidentemente, hay otras políticas posibles si bien ninguna de ellas, y menos ésta, nos saca de la crisis en las mismas condiciones de bienestar, empleo y derechos sociales y económicos en la que nos encontrábamos cuando comenzó.
Así, creo que hay otras políticas posibles que permitirían paliar el impacto que la crisis está teniendo sobre la mayor parte de la población y sobre la clase trabajadora, pero las mismas serían meramente paliativas y no solucionarían los problemas de fondo de la economía española sino sus expresiones sociales y económicas más dolorosas (lo cual no es poco y es absolutamente reprochable al gobierno que ni siquiera esté pensando en las mismas).
El problema es que las políticas que permitirían revertir la situación y garantizar la sostenibilidad de la economía española en la Eurozona superando su dependencia del endeudamiento deben apostar por un cambio radical en el sistema productivo. Es decir, son políticas de largo plazo y que no pueden realizarse en un marco de competencia abierta con socios que nos llevan décadas de ventaja, sin capacidad de proteger los emprendimientos productivos incipientes de la competencia externa y con limitaciones sobre los márgenes de maniobra política y financiera del Estado para promoverlos. Por lo tanto, en el marco institucional y de política económica que impone el euro, la economía española está condenada a ser de periferia, con todas las características propias de esa condición.
2.- Si, como se dice y alega continuamente, la política de «austeridad» se impone en España porque es la que impone el eje Berlín – Bruselas – Frankfurt, ¿por qué no se pone en discusión la política europea? ¿Es que quizá no hay alternativa a la política de austeridad?
Yo creo que la discusión sobre la política europea replica la división de la Eurozona entre centro y periferia. Creo que en estos momentos nadie, salvo Alemania (y los últimos datos muestran que la crisis también comienza a afectarle), se encuentra cómodo en este experimento que es la Eurozona. Estamos en lo que podríamos denominar un juego de suma negativa, esto es, un juego en el que todos los participantes creen que se encontrarían mejor si no estuvieran jugando al mismo.
Así, los países del centro tienen esa percepción porque reniegan de su contribución al rescate de las economías periféricas, olvidando los beneficios recibidos al financiar los crecimientos descompensados de éstas. Y las economía periféricas sienten que se les está haciendo pagar un precio abrumador por lo que era, en parte, un deseo legítimo de equiparar aceleradamente condiciones de vida y bienestar con el centro.
El caso de Alemania es el más complejo porque vive en la esquizofrenia de ser centro y, por lo tanto, renegar de la ayuda a la periferia pero, al mismo tiempo, es el Estado que ha puesto a su servicio todo el proyecto europeo convirtiéndolo en el principal mercado para sus exportaciones y solventando con ello el problema de la debilidad de su demanda interna. Desde esa posición de superioridad fáctica Alemania dicta, ya sin el contrapeso de Francia, la política europea y, más concretamente, impone casi como una condición moral la austeridad a la periferia. Y cuando la austeridad se impone como un castigo moral por parte de quien controla los resortes del poder a nivel europeo no creo que quepan muchas opciones alternativas entre otras cosas porque éstas exigirían sacrificios precisamente a quienes consideran que han obrado virtuosamente.
Por lo tanto, no creo que esa opción pueda ser contemplada realistamente como posible en el medio plazo. Es más, creo que si la crisis avanza y afecta a Alemania su apuesta será aplicarse una nueva ronda de austeridad en carne propia, dando una vuelta de tuerca más sobre las condiciones laborales y salariales de los trabajadores alemanes.
3. Muchos reconocen que la austeridad no basta, pero el crecimiento y el empleo empezarán a responder cuando las reformas estructurales – en especial facilidades y abaratamiento del despido, reducciones salariales, privatización servicios públicos y reforma de las pensiones – comiencen a dar resultado, impulsando la productividad. ¿Es un punto de vista correcto o, como temen muchos, las llamadas reformas estructurales se ponen en marcha ante todo como instrumento de destrucción de las garantías legales y colectivas del trabajo y para la disgregación del Estado social?
Mi punto de vista al respecto es que las reformas estructurales constituyen el núcleo de la ofensiva contra los trabajadores y contra el propio Estado social. En un contexto de crisis generalizada del capitalismo, en el que no termina de recuperarse la tasa de ganancia y en el que determinados servicios se encuentran desmercantilizados porque son prestados por el Estado, la ofensiva contra el Estado de Bienestar busca la privatización de los mismos y su rentabilización por parte del capital.
Además, la emergencia de nuevas potencias económicas en la esfera internacional, con unas condiciones laborales y sociales no equiparables a las de las economías capitalistas más desarrolladas, está induciendo a una carrera competitiva a éstas últimas tratando de ocupar mercados externos por la vía de la equiparación a la baja de esas condiciones y despreciando los efectos que esto tiene sobre la demanda interna.
Las políticas de reforma estructural son, por lo tanto y a mi modo de ver, parte de la estrategia de refuerzo de la competitividad por la vía de abaratar costes laborales, al tiempo que permiten recuperar espacios de rentabilización del capital mediante la privatización de lo público. O, por decirlo más contundentemente, la conquista de cuotas de mercado externo se consigue a costa del empobrecimiento de los trabajadores y del desmantelamiento de los derechos laborales y sociales de todos los ciudadanos, es decir, extendiendo la barbarie.
http://www.insightweb.it/web/content/la-austeridad-como-un-castigo-moral
Alberto Montero Soler (@amonterosoler) es profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga y presidente de la Fundación CEPS. Puedes leer otros textos suyos en su blog La Otra Economía.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.