«En la segunda mitad de 2008, cuando el crédito se contrajo en las finanzas internacionales, muchos bancos se mantuvieron a flote con dinero del narcotráfico», denunció Antonio Maria Costa, director ejecutivo de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD) con sede en Viena.
Costa se abstuvo de dar nombres, pero en una entrevista publicada el domingo 25 de enero por la revista austríaca Profil explicó que los créditos interbancarios que salvaron a algunos bancos de la quiebra obtuvieron su liquidez de narcodólares y de dineros procedentes de otras actividades ilícitas. Irónicamente, explicó Costa, los mecanismos de contralor del lavado de dinero cada vez más extendidos han hecho que, para evitar la vigilancia de las transacciones electrónicas, el crimen organizado se ha habituado a manejar enormes cantidades en efectivo y suele pasar fronteras con cientos de millones de dólares cash. Estas sumas de dinero sucio se transforman en capital de inversión, frecuentemente a través de negocios inmobiliarios. «En muchas instancias el dinero de la droga es la única liquidez disponible para inversión», sostuvo el zar de la lucha mundial contra el crimen organizado.
Acusada de connivencia con el narcotráfico, de estafas evaluadas en miles de millones de dólares y de generar recesión en la «economía real» de los países más poderosos del mundo, la banca transnacional, y en particular la anglo-estadounidense, no sólo ha visto caer a pique el valor de sus acciones, sino que ha perdido también su credibilidad. «Mi esposa sugiere que deberíamos probar el sacrificio de algunos banqueros -de bancos centrales o de inversión- para aplacar a los dioses financieros», escribe con humor ácido Paul Krugman, columnista del New York Times y premio Nobel de Economía 2008.
El «sacrificio» pedido por la señora Krugman es, para algunos, la cárcel para los banqueros. Pero desde la propia City londinense el reclamo que se oye en estos días con fuerza creciente es otro: ¡nacionalizar la banca!
La consigna de nacionalizar la banca no llegó al centro financiero de Londres a través de graffiti en los muros o de manfestaciones «altermundialistas», sino que se la leyó en las columnas del Financial Times, el diario con papel color rosado salmón que compite con el Wall Street Journal por el primer lugar como órgano del mundo de los negocios globalizados.
El columnista Willem Buiter, ex miembro del comité de política monetaria del Banco de Inglaterra (el que imprime las libras esterlinas), argumentó el viernes 16 de enero, después de que Irlanda nacionalizara al Anglo Irish Bank, que «es tiempo de que la banca sea plenamente una empresa pública». A su juicio, «si los apoyos gubernamentales tienen un precio caro o condiciones onerosas, los bancos no querrán usarlos o, si los usan, querrán devolverlos cuanto antes, para librarse de esa carga», y en ambos casos ello no los hará prestar más dinero. Estimular el crédito para apoyar a la economía real es, precisamente, lo que los distintos salavatajes buscan y no han logrado aún.
En Estados Unidos se quiere evitar esta situación de condicionalidades sobre los bancos dándoles dinero barato y sin requisitos. Pero esto es moralmente inaceptable y premia a quienes hicieron malas inversiones o incluso estimula que las vuelvan a hacer, ya que confían en ser rescatados nuevamente porque son «demasiado importantes para quebrar».
Buiter propone una tercera y, a su juicio, mejor solución: «inyectar dinero adicional a los bancos volviéndoles empresas públicas». Con el Estado como único dueño, los bancos seguirían operando bajo reglas comerciales, pero con nuevos ejecutivos, mandatados a restablecer el crédito, hasta que a mediano plazo los bancos puedan ser vendidos. La nacionalización de toda la banca británica costaría hoy unos 50.000 millones de libras. Una bicoca. Y el precio está cayendo, pero hay que actuar rápido para salvar la economía y no esperar a que los bancos no valgan nada.
El lunes 19 de enero, Philip Stephens escribió, también en el Financial Times, que «el sistema bancario ya esta nacionalizado de hecho» y sólo haría falta oficializar esta realidad. Desde el Guardian, Seamas Milne se pregunta por qué la nacionalización debería ser temporaria y no permanente, ya que «cada día se ve más claro el tamaño de la devastación de la economía global causada por los bancos y con ello el argumento a favor de un sector financiero de propiedad social se hace más fuerte. Si el sistema bancario es tan vital que no se puede permitir que caiga y las desventajas de socializar los riesgos y privatizar las ganancias son obvias, debe concluirse que las finanzas son demasiado importantes como para dejarlas en manos de empresas privadas dedicadas a maximizar las ganancias de sus accionistas». Esta posición ya contaría en el Reino Unido con el apoyo de los liberal demócratas, muchos sindicatos, varios parlamentarios laboristas… ¡y del economista jefe de Goldman Sachs!
Al otro lado del Atlántico, donde el Bank of America y el Citi sólo continúan existiendo porque el gobierno estadounidense los apoya, el financista George Soros se pronunció por la nacionalización y el New York Times dedicó amplio espacio a la experiencia sueca, donde en los años noventa un gobierno de centroderecha nacionalizó los bancos quebrados para venderlos años más tarde, ganando plata.
La ideología privatizadora inaugurada por Ronald Reagan en Estados Unidos y Margaret Thatcher en el Reino Unido está en franca retirada desde que el presidente Barack Obama dijo que «la pregunta que nos hacemos hoy no es si nuestro gobierno interviene demasiado o demasiado poco, sino si sirve de algo». La propia historia económica se está rescribiendo y el investigador Will Hutton asegura que «un análisis detallado de los datos muestra que en los años cincuenta y sesenta el crecimiento y la productividad de las industrias nacionalizadas igualó o superó a las privadas». A su juicio, habría sido con los procesos inflacionarios de los años setenta y la presión de los gobiernos sobre las empresas públicas para que bajaran sus precios que las cosas comenzaron a andar mal y la palabra «nacionalización» adquirió una mala connotación que ahora está perdiendo.