Durante mi estancia en la Feria Internacional del Libro, en La Habana, varios intelectuales internacionales y cubanos saludaron este análisis y propusieron su ampliación. Esta es la versión revisada. Si George Orwell volviera a escribir su sátira Rebelión en la Granja (Animal Farm), sobre el régimen stalinista, pero usando como tópico la situación de la […]
Durante mi estancia en la Feria Internacional del Libro, en La Habana, varios intelectuales internacionales y cubanos saludaron este análisis y propusieron su ampliación. Esta es la versión revisada.
Si George Orwell volviera a escribir su sátira Rebelión en la Granja (Animal Farm), sobre el régimen stalinista, pero usando como tópico la situación de la izquierda contemporánea y sus intelectuales, diagnosticaría probablemente que los especimenes dominantes no son los cerdos y los perros, sino los topos y las gallinas, apoyados por los camaleones.
De hecho, una extraña moda intelectual se ha apoderado de una gran parte de la clase pensante global y de los líderes de «izquierda», que los hace columpiarse con alegre frivolidad entre posiciones de un crudo empirismo decimonónico y las falacias del posmodernismo reciente, enriquecidas con añejas fórmulas anarquoides y poses de un falso escepticismo agnóstico.
La esencia de esa moda es la supuesta imposibilidad de discernir una alternativa sistémica a la barbarie del capitalismo actual. Inviable el presente, indescifrable la sociedad postcapitalista del futuro, los foros públicos de intelectuales, líderes políticos y sindicales a nivel nacional, regional y mundiales, se convierten en el equivalente funcional del Muro de las Lamentaciones, que sirve como caja de resonancia a los cantos lúgubres o triviales de los protagonistas estelares.
La incapacidad de hablar congruentemente del futuro social y organizar las masas en torno a él es, en la ideología de estos protagonistas, una propiedad de la realidad contemporánea. La ceguera de los, por otra parte, siempre visionarios intelectuales de izquierda y centroizquierda, no es, por lo tanto, atribuible a los sujetos, circunstancia que cierra el paso a un posible mea culpa. Se quisiera ser un buen intelectual anticapitalista, pero la mala, por compleja, realidad no lo permite.
El deseo subjetivo de transformación —resultante del hecho de que nadie con ética puede ser cómplice de la barbarie actual— no se empareja con el paradigma postcapitalista, porque la pobre epistemología científica no da para tanto. La esfinge se ha quedado sin respuestas, salvo, se entiende, de las de la dramaturgia y coreografía dominante. Nada en esta performance escenificada se acerca a la honestidad del Edipo. Todo es pose de los bufones teatrales.
A la pregunta sobre las características que tendría la alternativa al neoliberalismo que la docta ignorancia supuestamente está buscando sin encontrarla, la respuesta es: «No lo tenemos claro. Nosotros supimos resistir al neoliberalismo, pero no somos capaces, hasta ahora, de saber cómo se sale de este modelo. Sabemos lo que no queremos.» La modestia del pluralis maiestatis feudal, la regia sustitución del yo por el nosotros, viene al caso. Lo que los intelectuales no saben, nadie lo sabe.
Plantear que la única alternativa al caos neoliberal es el socialismo del siglo XXI, son «ampulosidades grandilocuentes», dijo otro protagonista de la Granja Global en uno de los Foros de Porto Alegre, el cual, recalcó que no es «un foro para un retorno al pasado… No puedo decir cuál es la opción viable y creo que ni aquí ni en Davos lo sabemos», pero es «demasiado pronto para formar un programa único de acción».
El movimiento altermundista es un arma que debe ser «afilado» contra el nuevo imperialismo, se afirmó en el Foro Social Mundial de Mumbai. Sin embargo, en la horizontalidad del evento no se concretizó la necesaria configuración paradigmática antisistémica, sino todo quedó parcializado en propuestas keynesianas, posibles protestas contra corporaciones particulares beneficiadas por la invasión a Irak, la secularidad de la esfera pública, la opresión de la mujer, la dignidad multicultural, la preservación ecológica y el regreso al socialismo del pasado, entre otros.
Es obvio que todos esos tópicos son importantes, pero es igualmente evidente que su dispersión hará imposible las soluciones globales y los cambios cualitativos del sistema, que son necesarios para mejorar sustancialmente la calidad de vida de las mayorías.
Desde la India a Brasil, Rusia y Alemania, la situación es semejante. El más talentoso crítico anticapitalista de la República Federal de Alemania, Robert Kurz, después de examinar a lo largo de ochocientas páginas el sistema en su obra, El libro negro del capitalismo. Canto fúnebre a la economía de mercado, llega a la conclusión de que es probable que no vaya a haber un «nuevo movimiento de emancipación social».
La opción de praxis crítica quedará, entonces, relegada a una «cultura de la denegación» (Verweigerung) y la conversión del ciudadano crítico en «emigrante dentro de su propio país», es decir, una emigración del sujeto hacia su interior. Como ultima ratio de la rebelión el filósofo despliega una bandera del romanticismo libertario alemán del siglo XVIII (sic): «las ideas son libres, aunque sea lo único libre que queda».
La perspectiva del más agudo analista antisistémico alemán es el regreso a la perspectiva de la Escuela de Frankfurt, en su fase de resignación ante la férrea y, al parecer, indestructible fuerza y brutalidad de la civilización del capital, en los años sesenta, tal como la expresan Theodor W. Adorno en su Dialéctica Negativa y Herbert Marcuse en El hombre unidimensional. Ante la pronosticada y absolutamente antidialéctica conclusión de la invencibilidad del sistema, solo queda el recurso del demócrata alemán ante el totalitarismo burgués: «la emigración interna», la denegación y el sabotaje individual.
El actual dilema de la izquierda y sus intelectuales resulta, en términos generales, de tres elementos. El primer factor es una falta de conocimiento de la epistemología y metodología científica. La gran mayoría de los intelectuales renombrados y muchos cuadros dirigentes recibieron su formación intelectual en las ciencias sociales, abogacía, periodismo, filosofía, filología o literatura que, sin excepción, favorecen el pensamiento ensayístico en detrimento del rigor analítico del protocolo científico y que, además, se destacan, por lo general, de una organización monodisciplinaria decimonónica y la desligación completa de las ciencias de la naturaleza.
A ese iliteratismo epistemológico-metodológico se une una posición de clase privilegiada que se concretiza en una situación social concreta muy diferente a la de las bases sociales. Ese obrerismo aristocrático, ya analizado por Friedrich Engels, y las prebendas de los intelectuales, generan en la mayoría de los casos, la tendencia de priorizar el mantenimiento del status quo, sobre la promoción decidida de un proyecto histórico antisistémico, que invariablemente será sancionado por el sistema y que hace imposible la coexistencia pacífica con los amos del capital.
El tercer factor del dilema es la estructura oligopólica del mercado de las ideas y de las innovaciones teóricas, sobre todo en el segmento de la crítica moderada (centroizquierda), pero también, en su segmento marginal anticapitalista. Ese mercado está dominado por unos cuantos grandes periódicos, portales de internet, editoriales, programas de televisión, partidos políticos, foros públicos, Estados progresistas, movimientos sociales e intelectuales orgánicos colectivos e individuales que operan el mercado con la lógica de los Chief Executive Officers (CEO) de las corporaciones transnacionales, protegiendo su cuota de mercado mediante cárteles, métodos de competencia desleal y el abuso del poder.
Dentro de las relaciones de producción de este mercado de la superestructura ideológica y de la economía política de los liderazgos de las aristocracias intelectuales y obreras, no importa el signo político de «izquierda» o «derecha» que antecede a las relaciones mercantiles: los mecanismos del mercado oligopólico son los mismos y la lucha por la cuota de poder conquistada y los privilegios de vida que se derivan de ella, es brutal y excluyente. En ese sentido, el fordismo y el stalinismo son hermanos gemelos de la relación mercantil.
Iliteratísmo científico, economía política del liderazgo partidista, sindical, intelectual y de grupos de presión, así como la estructura oligopólica de la esfera de circulación (mercado) de las ideas producen, por una parte, la pose del agnosticismo mencionada arriba y, por otra, las falsas disyuntivas de transformación del sistema.
Un ejemplo de esos falsos dilemas de liberación ha sido expresado recientemente de la siguiente manera. «La izquierda ganaría más si emprendiera un estudio paciente de las complejas y contradictorias realidades de las luchas nacionales y de clase, en vez de embarcarse en grandiosas profecías globales de largo plazo, desvinculadas de los movimientos populares».
La contraposición del conocimiento empírico de la realidad de lucha a los grandes paradigmas de interpretación, representa un enfoque que corresponde a los niveles de conocimiento epistemológico del siglo XVII, no del XXI. Tomarlo en serio, nos condenaría a navegar entre la Escila del empirismo precientífico y la Caribdis del postmodernismo frívolo.
La proposición es sin mérito, por dos razones. Desde hace algún tiempo sabemos ya que las inferencias inductivas o la generalización de las inducciones no pueden aprehender la lógica de los sistemas dinámicos complejos, como son la sociedad global, los bloques regionales de poder y los Estados nacionales. Es por eso, que la idea de elaborar la solución nacional, regional o global al problema capitalista, al estilo de las matriuskas rusas, es apriori equivocada y que el consejo metodológico respectivo de Newton resulta inadecuado.
El segundo polo de la supuesta contradicción, la prescripción de no caer en «grandiosas profecías globales de largo plazo», nos regresa bruscamente a la ideología de los «metarelatos» y de las «grandes narrativas» del posmodernismo burgués que, por falta de sustancia, no merece mayor consideración discursiva.
La alternativa real para el cambio no se encuentra ni en el empirismo populista de los topos — que pretenden que la oreja que registre el pulso del pueblo, entregará las terapias de curación— ni en la especulación utópica. Esa confusión entre el dato empírico y la teoría es penosa. Galileo ya la resolvió de manera clásica en su famosa carta a Kepler, diciendo que «ut quod mente tenebam indubium, ipso etiam sensu comprehenderem», (solo) lo que la mente tenía configurada (la hipótesis), fue aprehendido por los sentidos.
El arte de la ciencia no consiste en acumular datos aunque esa sea una precondición importante. El arte de la ciencia consiste en la integración pertinente de esos datos, muchas veces preexistentes, en un paradigma teórico configurante —mente concipio en el lenguaje de Galileo— tal como sucedió en los casos de Newton y Einstein.
Por lo tanto, la alternativa real entre empirismo crudo e ideología postmodernista se encuentra en el procesamiento teórico de la información empírica de los procesos sociales, recabada en contacto directo con las luchas de la gente y sus movimientos de base, dentro del paradigma científico universal del socialismo del siglo XXI, y adecuado regional y nacionalmente en los programas de transición para América Latina, Europa-Norteamérica, Asia y Afríca, y los programas nacionales respectivos; todo esto en un diálogo constante de aprendizaje mutuo entre ambos sujetos de transformación.
Si se recorre la cortina de humo de la coquetería agnóstica y de las falacias metodológicas de los líderes e intelectuales de izquierda, la tarea anticapitalista —que supuestamente no se puede abordar aun— pierde todas sus pretendidas incógnitas y se evidencia con absoluta claridad.
Ser revolucionario siempre ha significado cumplir con tres requisitos: a) tener un Nuevo Proyecto Histórico (NPH) que demuestre la posibilidad objetiva de sustituir las instituciones del régimen establecido con una institucionalidad cualitativamente diferente; b) tener un programa de transición que lleve progresivamente a la negación del régimen establecido y, c) tener una praxis congruente con ese Nuevo Proyecto Histórico revolucionario, es decir, actuar en conformidad con el NPH en lo teórico, práctico y ético.
Dado, que toda persona con sentido común entiende que la institucionalidad de la civilización capitalista se sustenta en tres subsistemas básicos —la economía nacional de mercado, la democracia formal-plutocrática y el Estado de clase— toda persona con sentido común entiende también, que ser revolucionario en el año 2004, en cuanto a su primer requisito, significa tener o estar elaborando un proyecto histórico de sustitución de esa institucionalidad trifacética burguesa, por la de la democracia participativa postcapitalista.
Esa nueva institucionalidad postcapitalista tampoco es un enigma, pese a lo que los oráculos intelectuales del establishment de «izquierda» pretenden hacerle creer a la gente y, particularmente, a la juventud. La Gestalt de la nueva institucionalidad, es decir, sus contenidos y formas, han sido identificados ya de manera científica. Se trata de la economía de equivalencias, basada en el valor; de la democracia plebiscitaria-representativa universal y del Estado como ente que «manda obedeciendo» a la volonté genérale (voluntad de todos).
Si la tarea actual de todo individuo anticapitalista es, por lo tanto, absolutamente clara, ¿por qué «la izquierda» y sus intelectuales no la encaran?¿Por qué no convierten la realidad capitalista en objeto de transformación antisistémica, en lugar de mantenerla como muro de lamentaciones? ¿Por qué repiten en foro tras foro la misma letanía sobre la maldad del neoliberalismo y se contentan con sus ritualizadas propuestas terapéuticas inspiradas en Keynes, Tobin y Stiglitz, tal como sucedió una vez más en el «VI Encuentro Internacional sobre Globalización y Problemas de Desarrollo», realizado recientemente en La Habana?
Alrededor de mil cuatrocientos economistas y académicos de cincuenta países se reunieron durante cinco días en el Palacio de Convenciones, para discutir con unos premios nóbel reaccionarios los mecanismos y la inmoralidad del neoliberalismo: un gigantesco despilfarro de tiempo, justificable sólo como acontecimiento diplomático o turístico.
Considerando siete horas de actividades diarias, los 1.469 participantes gastaron un total de 51.000 horas/hombre en un ejercicio académico, sin mayor importancia para el avance del proyecto anticapitalista de las mayorías o la formación del Bloque Regional de Poder desarrollista entre Argentina, Brasil, Cuba y Venezuela, que es la única estrategia económica inmediata viable para nuestros pueblos.
Desde hace ochenta y cuatro años, cuando el frustrado delegado británico John Maynard Keynes redactó la obra The Economic Consequences of Peace —en la cual critica las consecuencias económicas del Tratado de Versailles y su insistencia en las reparaciones que, junto con otras deficiencias harían imposible la rehabilitación económica de Europa— conocemos la crítica socialdemócrata al efecto destructivo de la ortodoxia monetarista imperial y al capital financiero.
¿Qué sentido tiene seguir discutiendo estos tópicos de manera socialdemócrata con sus criminales de cuello blanco, como el Premio Nóbel de Economía 2000, James Heckman?, en lugar de concentrar los recursos intelectuales, digamos, en el espíritu de Lenin, en la pregunta decisiva: ¿Cómo acumularemos las fuerzas necesarias para neutralizar el poder expoliador del capital financiero en la Patria Grande, a través de la integración económica, política, cultural y militar del Bloque Regional de Poder (BRP)?
¿No hubiera sido infinitamente mejor invertir el total de cincuenta y un mil horas/hombre en el debate y trabajo sobre una matriz de desarrollo sostenible del BRP? Por ejemplo: ¿cómo crear una línea aérea latinoamericana que compre gran parte de su parque a Embraer, para fomentar ese polo de desarrollo de alta tecnología criolla?; ¿cómo reactivar la industria naviera latinoamericana para que las gigantescas exportaciones de materia prima beneficien al BRP y reducir el enorme déficit en este sector de servicios?
¿Cómo crear una transnacional bio-farmacéutica basada en la biotecnología cubana y en las industrias farmacéuticas de Brasil y Argentina?; ¿cómo integrar el sector energético de Venezuela, Brasil, Argentina y Bolivia en una gran empresa competitiva a nivel mundial?; ¿cómo integrar el polo de desarrollo computacional cubano con los de otros países del bloque?; ¿cómo reaccionar en bloque ante las medidas de confiscación por el no-pago de la deuda externa de uno de los miembros del bloque?
En fin, hay un sinnúmero de aspectos y problemas económicos concretos y apremiantes que tienen que resolverse para que el BRP, prefigurado por Brasil, Argentina, Cuba y Venezuela, y la pronta asociación de Cuba, pueda avanzar y que pueden avanzarse mucho en 51.000 mil horas de trabajo — y que quedaron desatendidos, por debatir con los neoliberales.
Pero, eso sí, se logró hacer feliz a un Premio Nóbel. «Un Premio Nóbel es como una vaca sagrada», nos informa la publicación digital de la Asociación Nacional de Economistas y Contadores de Cuba (ANEC), en su edición online, reproducida en Rebelión, el 24.2.2004. «Pero si expone con sinceridad sus criterios ante un variopinto auditorio, y luego desata un debate de altas temperaturas y hasta despierta cuestionamientos, es quizás más feliz. Al menos algo así debe haber sentido el profesor estadounidense James Heckman, cuando respondió a las preguntas de varios participantes en el Encuentro de Globalización. Y agradeció la pimienta que él mismo estimuló.»
Y en otra parte del mismo texto se afirma: «Y fue precisamente la plural discusión con un Premio Nóbel lo que hizo muy productiva la jornada del martes. A fin de cuentas, Heckman confesó que la había disfrutado sobremanera. Y se sonrió.» Misión cumplida.
A los economistas no se les puede pedir que conozcan la onceava tesis sobre Feuerbach. Pero, ¿no sería conveniente que esos intelectuales y los organizadores del evento aplicasen algunas categorías de su disciplina a su propia praxis? Que el tiempo es un recurso no-renovable; que existen costos de oportunidad; que hay actividades productivas e improductivas; que los recursos deben optimizarse y que lo que hacen es, económicamente hablando, consumo suntuoso, no producción: producción teórica que requiere la transformación social.
Volviendo a la dimensión epistemológica y al predicamento de los topos. El caso de los topos es muy claro. Muchas veces su anticapitalismo es genuino, pero su falta de formación científica los convierte en predicadores de un arma sin filo. Hay otro grupo de personas subjetivamente honestas que sufren una variante de la ceguera de los topos, al haberse quedado estancados en la teoría del conocimiento objetivo decimonónico.
La solución al problema de la «filosofía de la praxis» del siglo XXI es, para ellas, el estudio de las obras completas de Marx/Engels, Lenin, Rosa Luxemburg y, eventualmente, Leon Trotsky. Esa pretensión sería comparable a una estrategia de investigación en la física y biología contemporánea, que abandonara a Einstein para regresar a Newton, y a Crick y Watson, para retornar a Darwin, a fin de resolver los problemas de la actualidad.
Einstein no es posible sin Newton, como Marx no es posible sin Hegel. La disyunción es artificial y equivocada. La respuesta está en la conyunción, en Newton y Einstein, entendiéndose la funcionalidad y validez, al igual que las limitaciones, de ambas teorías para sus respectivas esferas de investigación de la realidad natural y social.
Las gallinas, a su vez, son los especimenes más despreciables en la Granja de los Animales. Fingen dificultades objetivas que no existen, para encubrir sus intereses reales y mantener su discurso pseudoradical y pseudosocialista, adecuado a las necesidades de los dueños de la Granja Global.
Existe una tercera especie que son los camaleones. Mimetizan las expresiones que nacen en la lucha popular para sustituir su propia incapacidad de innovación teórica con conceptos que se convierten en su práctica poco ética en pseudosoluciones o meras consignas vacías para los problemas de la lucha global.
En este sentido son presentados «los caracoles» zapatistas ante auditorios internacionales, que desconocen el alcance real de esas instituciones, como posibles instrumentos de lucha globales. O clonan el lenguaje zapatista, hablando, por ejemplo, de la creación de la «red de redes», como si esta noción fuera una aportación real a la teoría de la transformación anticapitalista de la actualidad, y no una simple frase bonita.
Es tiempo que los demás habitantes de la Granja vuelvan en pensar en la rebelión. El primer paso consiste en recorrer el velo con el cual las gallinas, los topos y los camaleones confunden los caminos que llevan hacia los perros y cerdos que dominan a la granja. El segundo reside en la destrucción de la fortaleza que han levantado.
Y el tercero y definitivo radica en la construcción de la nueva sociedad en la cual el lema de las bestias dominantes: «Todos los animales son iguales. Algunos son más iguales que otros», no será más que la memoria de un terrible pasado.