Resulta sumamente irónico que el artículo de Vicenç Navarro (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=63164) comience afirmando que la socialdemocracia europea se basa en el principio «de cada cual, según su capacidad; a cada cual, según sus necesidades». Y resulta tan irónico porque dicho principio lo estableció Marx en la Crítica del programa de Gotha, texto dedicado precisamente a criticar […]
Resulta sumamente irónico que el artículo de Vicenç Navarro (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=63164) comience afirmando que la socialdemocracia europea se basa en el principio «de cada cual, según su capacidad; a cada cual, según sus necesidades». Y resulta tan irónico porque dicho principio lo estableció Marx en la Crítica del programa de Gotha, texto dedicado precisamente a criticar la desviación socialdemócrata que representaba dicho programa, que constituyó la base para la constitución del Partido Socialista Obrero de Alemania en 1875, que en 1890 adoptaría el nombre actual de Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD).
Al hacer de su artículo una cuestión de principios, Navarro nos facilita la crítica del mismo, puesto que la obra de Marx a la que nos remite, al comienzo de su artículo, estaba casualmente dirigida a «evitar cualquier chalaneo con los principios». Por tanto, será Marx quien, por adelantado, conteste a Navarro, al menos en cuanto a los principios del socialismo. Sobre la historia posterior de la socialdemocracia, y sobre su presente, hablaremos brevemente en la segunda parte de nuestra respuesta, en la que justificaremos el título de este artículo.
I.
El artículo de Navarro hace hincapié una y otra vez en el carácter «redistributivo» de las políticas de la socialdemocracia («la socialdemocracia ha sido históricamente una fuerza política redistributiva», dice en el tercer párrafo). Pero uno de los puntos del programa socialdemócrata de Gotha que Marx critica con mayor detenimiento es justamente aquel en el que se habla del «reparto equitativo del fruto del trabajo». Después de criticar las nociones de «fruto íntegro del trabajo», «derecho igual» y «distribución equitativa» (la crítica es ya lo suficientemente sintética en el texto de Marx como para pretender sintetizarla aquí), es cuando Marx termina diciendo: «En la fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo,… (…) sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués [derecho igual que continúa reproduciendo la desigualdad], y la sociedad podrá escribir en su bandera: ¡De cada cual, según su capacidad; a cada cual, según sus necesidades! [el subrayado es nuestro]» (Crítica del programa de Gotha, Obras Escogidas de Marx y Engels, Akal, p. 17). Marx continúa: «Aun prescindiendo de lo que queda expuesto, es equivocado, en general, tomar como esencial la llamada distribución y hacer hincapié en ella, como si fuera lo más importante». Marx cierra la crítica del punto relativo a la «distribución del fruto íntegro del trabajo», con el párrafo siguiente, que citaremos entero (es recomendable, sin embargo, leer toda la crítica de Marx a dicho punto para entender la siguiente conclusión):
«La distribución de los medios de consumo es, en todo momento, un corolario de la distribución de las propias condiciones de producción. Y esta es una característica del modo mismo de producción. Por ejemplo, el modo capitalista de producción descansa en el hecho de que las condiciones materiales de producción les son adjudicadas a los que no trabajan bajo la forma de propiedad del capital y propiedad del suelo, mientras la masa sólo es propietaria de la condición personal de la producción, la fuerza de trabajo. Distribuidos de este modo los elementos de producción, la actual distribución de los medios de consumo es una consecuencia natural. Si las condiciones materiales de producción fuesen propiedad colectiva de los propios obreros, esto determinaría, por sí sólo, una distribución de los medios de consumo distinta de la actual. El socialismo vulgar (y por intermedio suyo, una parte de la democracia) ha aprendido de los economistas burgueses a considerar y tratar la distribución como algo independiente del modo de producción, y, por tanto, a exponer el socialismo como una doctrina que gira principalmente en torno a la distribución. Una vez que está dilucidada, desde hace ya mucho tiempo, la verdadera relación de las cosas, ¿por qué volver a marchar hacia atrás?» (pp. 17-18).
Vicenç Navarro comienza su artículo citando «aquella famosa frase de los fundadores del socialismo»: «de cada cual, según su capacidad; a cada cual, según sus necesidades»; «principio» en el que, nos dice, se «basa» la socialdemocracia europea. Pero precisamente aquella famosa frase de los fundadores del socialismo nos remite a un punto de la obra de Marx en el que éste critica «el socialismo vulgar» como «una doctrina que gira principalmente en torno a la distribución».
II.
Las críticas de Marx, Engels y Lenin a la desviación socialdemócrata no pudieron evitar su éxito relativo. En 1914, los grandes partidos socialdemócratas apoyaron la entrada en la Primera Guerra Mundial, y fue Lenin quien, tras la traición socialdemócrata, debió explicar, desde el marxismo, «la base económica de este fenómeno histórico universal», al que denominó «socialchovinismo» y «socialimperialismo» («socialistas de palabra, imperialistas de hecho»). Dicha explicación se encuentra en su obra El imperialismo, fase superior del capitalismo. Pero las mismas bases económicas que explican el ascenso y el éxito relativo de la socialdemocracia, explican hoy su retroceso, debido a la actual crisis del imperialismo, que se remonta a los años 1970. El neoliberalismo representa, en síntesis, la única salida de la burguesía para recuperar los beneficios perdidos. Respecto de la relación entre imperialismo y socialdemocracia, relación que se manifiesta tanto en el auge como en el declive de ambos, remito a otro artículo, «Imperialismo y aristocracia obrera», publicado en Rebelión: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=63224.
La socialdemocracia se constituyó como traición a las ideas de «los fundadores del socialismo», traición culminada con el apoyo de los principales partidos socialdemócratas (con la excepción destacada del Partido Bolchevique y de la Liga Espartaquista) a la entrada en la Primera Guerra Mundial. Pero el declive de la socialdemocracia se halla marcado por la traición de la socialdemocracia… a sí misma. Los partidos socialdemócratas europeos, en coalición velada o manifiesta con los partidos liberales, han contribuido al desmantelamiento del «Estado de bienestar» (no hará falta recordar los numerosos ejemplos de ello). A los socialdemócratas ya ni siquiera se los puede tildar de «socialistas de palabra e imperialistas de hecho», sino de socialdemócratas de palabra y liberales de hecho. Pero esta última traición de la socialdemocracia a sí misma no es producto del capricho, sino de la necesidad.
El recrudecimiento de la crisis en curso del imperialismo traerá consigo un auge de las luchas de la clase obrera, que se manifestarán en primer lugar como luchas contra la precariedad laboral, por la sanidad y la educación públicas, por el acceso a la vivienda, por la democracia directa,… La socialdemocracia no puede ya ofrecer una mínima satisfacción a estas reivindicaciones, debido a la crisis del imperialismo, que es la base material del socialimperialismo representado por la socialdemocracia (ver un desarrollo de esto en la segunda parte del artículo antes remitido: «Imperialismo y aristocracia obrera»). La propia socialdemocracia se ha encargado, desde hace tiempo, de hacer su crisis evidente para cualquiera: ¿Qué sentido podría tener esperar que la socialdemocracia satisfaga las reivindicaciones de la clase obrera, cuando ha sido la propia socialdemocracia la que se ha dedicado, en clara contradicción consigo misma, a desmantelar las conquistas de la clase obrera? Con respecto al caso español: ¿qué sentido tendría esperar que el PSOE acabe con la precariedad laboral, cuando fue el PSOE el que la promovió (contratos basura, ETT, etc.)? En los cuatro años de gobierno de Zapatero, las reformas económicas han sido sumamente tímidas, limitadas e insuficientes. Su única finalidad es la de poder ser citadas en campaña electoral (junto con los 400€…). El encarecimiento de la vivienda y de los créditos, la inflación generalizada, el deterioro de la sanidad pública y de la educación pública (aplicación del plan Bolonia), etc., han seguido su curso. Las únicas reformas notables, en relación con el matrimonio, la asignatura de religión o el aborto, se han limitado a la superestructura. Pero, incluso en este terreno, el gobierno se ha echado atrás frente al ataque de los sectores más reaccionarios, reculando en el caso de la asignatura de religión y del aborto. Por último, el PSOE ha llevado a cabo la mayor represión, a todos los niveles, contra el conjunto de la izquierda abertzale en la historia de la «democracia» española.
Podemos sacar la conclusión de que la contradicción propia de la socialdemocracia (la pretensión de que el socialismo es compatible con el capitalismo) ha salido definitivamente a la superficie con la crisis del imperialismo iniciada en los 70.
Los diversos problemas que afectan a la clase obrera (trabajo, vivienda, sanidad, educación, etc.) son sólo diversas manifestaciones de un único problema: el capitalismo y su(s) crisis. Pero es necesario que los trabajadores comprendan que dichos problemas son diversas caras de un único problema (que el problema de la vivienda es el mismo problema que el de los salarios, por ejemplo). El recrudecimiento de estos problemas debido a la crisis hará que emerjan luchas cada vez mayores en torno a ellos (en los centros de trabajo, en torno al problema de la vivienda, en los hospitales, en las universidades,…). Pero es necesario que las diversas luchas se integren y que los trabajadores se organicen en torno a ellas. Tendremos entonces algo que podremos llamar una verdadera democracia de los trabajadores. Sólo entonces podremos empezar a hablar de la solución del problema del capitalismo, es decir: de la eliminación del capitalismo y la construcción del socialismo. La socialdemocracia ha demostrado finalmente, por sí misma, que forma parte del problema, no de la solución. Su bancarrota no es ya sólo una bancarrota teórica, sino una bancarrota real, económica. Ésta se manifiesta en el conjunto de la socialdemocracia europea, aunque, como es lógico, de forma más aguda en países menos desarrollados, como España.