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La batalla de las dos marchas y los retos de la nueva coyuntura histórica

Fuentes: Rebelión

Introducción Antes de entrar en el tema de este artículo, queremos expresar nuestra opinión acerca del sentido y la función de la crítica en el campo de la lucha política por la liberación de nuestros pueblos y de la gran patria latinoamericana y caribeña. A partir de Carlos Marx y su crítica al capitalismo, todo […]


Introducción

Antes de entrar en el tema de este artículo, queremos expresar nuestra opinión acerca del sentido y la función de la crítica en el campo de la lucha política por la liberación de nuestros pueblos y de la gran patria latinoamericana y caribeña. A partir de Carlos Marx y su crítica al capitalismo, todo pensamiento crítico auténtico con verdadero sentido histórico, se fundamenta en la crítica al sistema capitalista, a la hegemonía de la ideología burguesa, al imperialismo y a toda forma de dominación y explotación del ser humano, los pueblos y las naciones. Lo demás no pasa de ser ejercicio discursivo racionalista o funcionalismo positivista, logocentrismo deconstruccionista o hermenéutico, que se desprenden y están condicionados por las matrices ideológicas que impone el aparato de dominación internacional y sus múltiples redes informativas y controladoras del pensamiento político-científico-cultural-religioso. La industria cultural y los centros que hegemonizan las relaciones mediáticas, determinan interesadamente los criterios de verdad y legitimidad de la crítica al mundo de hoy.

En tal sentido, es importante puntualizar dos cosas: una, el pensamiento de la dominación es único en tanto se promueve y realiza en múltiples formas pero sin atacar la esencia del capital y su forma imperialista; mientras que el pensamiento crítico es múltiple y diverso, pero está centrado en una base única: la denuncia de la contradicción entre explotados y explotadores, dominados y dominadores, imperialismo y soberanía, privilegio e igualdad, guerra y paz, capitalismo y socialismo. Desde esta perspectiva, visualizamos la nueva coyuntura política en que se encuentra Venezuela, en el contexto de lo múltiple y complejo del mundo de hoy. En consecuencia, pienso que es necesario precisar primero los elementos fundamentales de la contextualización general en la que se ubica la crisis y el conflicto histórico que hoy se vive en Venezuela; y luego la valoración de las marchas del 1 de septiembre y los retos de la nueva coyuntura histórica.

El contexto internacional latinoamericano

 Es indudable que la dinámica de la confrontación política en Venezuela, está determinada por la geopolítica internacional y continental. Todo análisis que no parta de esta contextualización, resulta insuficiente o limitado. En tal sentido, precisamos dos realidades fundamentales y contradictorias: por un lado, la política internacional que sigue el presidente Nicolás Maduro se fundamenta en la Constitución y en el Plan de la patria. Esto quiere decir, en la defensa de la independencia y la soberanía nacional; la unión de Latinoamérica y el Caribe para el desarrollo independiente en el marco de sus propios modelos de integración regional; y la promoción de la multipolaridad internacional que permita la superación de la hegemonía imperial que ejerce Estados Unidos en el mundo actual, globalizado, dolarizado y militarizado.

Por otro lado, y en sentido contrario, la política unitaria de la MUD está sustentada en el derrocamiento inmediato del presidente Nicolás Maduro, la eliminación de la actual Constitución de la República y la subordinación total y absoluta del Estado venezolano a la política norteamericana. Es decir, la eliminación de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela y el Plan de la patria; todas las Leyes del Poder Popular, las políticas públicas y toda la red de las Misiones y Grandes Misiones sociales. De manera que lo que subyace en el fondo de la confrontación nacional es la reproducción de las contradicciones internacionales; y no la simple lucha por la presidencia para dirigir y mejorar el país, como hipócritamente lo plantea la oposición.

Veamos primero, entonces, algunos elementos de la geopolítica internacional que inciden poderosamente en la dinámica interna de Venezuela; y así entendemos mejor la crisis nacional. Primero, el control de las fuentes de energía petrolera, de agua y de minerales estratégicos; el dominio de las tecnologías para la producción, distribución y comercialización de alimentos, medicinas y materias primas fundamentales; la capacidad para dominar y manipular hegemónicamente la información y el conocimiento; la superioridad del poderío tecnológico-militar disuasivo y destructivo; y la hegemonía del sistema financiero y cambiario internacional, constituyen elementos centrales del contexto en el cual se maneja la política internacional de Estados Unidos. En consecuencia, poseer las mayores reservas de petróleo del mundo y otros minerales estratégicos, convierte a Venezuela en un objetivo estratégico para la geopolítica norteamericana.

El segundo elemento se relaciona con la pretensión que tiene Estados Unidos de mantener su hegemonía política imperial sobre el planeta en el contexto de la unipolaridad, lo cual implica recuperar su capacidad de mando sobre América Latina y el Caribe con base en la tradición de la doctrina Monroe, según la cual América debe estar bajo el dominio de los norteamericanos. La idea es controlar todas las fuentes de energía, minerales, materia prima y productos de interés para ellos y para Europa, que se encuentran en nuestra región. De manera que controlando de nuevo Latinoamérica y el Caribe, Estados Unidos se posesiona mejor para recuperar su capacidad de influencia y control sobre la comunidad europea. Y el tercer elemento está en relación con el interés de desmontar el avance de la multipolaridad como el nuevo contexto de la geopolítica internacional. Venezuela es hoy la principal referencia política y económica en el proceso de construcción del nuevo mundo multipolar. En consecuencia, si se desmonta el proceso bolivariano, se debilita mortalmente la multipolaridad y se allana el camino de regreso a la unipolaridad combinada con nuevas formas de la nefasta guerra fría.

Todo eso se traduce en tres líneas estratégicas: desde la guerra económica, tumbar el precio del petróleo para golpear la capacidad financiera del gobierno de Maduro y obligarlo a reducir los programas sociales, lo cual no ha funcionado; desde la guerra política, impulsar la intervención militar desde la OEA, que tampoco ha funcionado; y debilitar o desmontar los organismos de integración regional: UNASUR, MERCOSUR, CELAC; es donde han avanzado con la instalación de gobiernos neoliberales y neocolonialistas por las vías posibles: elecciones, como en Argentina; golpes de Estado parlamentario, como en Brasil; o golpes insurreccionales cívico-militares, como lo están intentando, sin el menor éxito, en Venezuela.

Las identidades de las fuerzas en pugna

Ubicados esquemáticamente en ese contexto, nos proponemos aportar algunos elementos que puedan contribuir con el análisis de la actual coyuntura histórica en la que se encuentra Venezuela. En tal sentido, nuestro punto de partida es que estamos en un proceso revolucionario dinamizado por la confrontación de dos agrupamientos políticos fundamentales: de un lado, las fuerzas emergentes de la revolución bolivariana, chavista, anti-imperialista y socialista; y del otro, las fuerzas dominantes del imperialismo norteamericano, la burguesía apátrida y la vieja burocracia ineficaz y corrupta del Estado burgués.

Esta caracterización general es necesaria y muy importante porque permite ubicar la identidad de clase y doctrinaria de ambas fuerzas y sus motivaciones históricas para que no nos dejemos confundir ni caigamos en las trampas ideológicas de la hegemonía política-cultural del neoliberalismo, sus hermenéuticas muy sutiles, simplificadoras y reduccionistas que se imponen en el marco de la guerra mediática y la lógica electoral, así como las presumidas «performancias» discursivas y tramposas del criticismo pragmático que desconoce la naturaleza dialéctica, crítica y compleja de las realidades históricas que caracterizan la lucha de clases y de los pueblos en el mundo de hoy.

Desde esa perspectiva, comenzamos por precisar que a partir de la gran insurrección popular del pueblo venezolano del 27 de febrero de 1989 es que se inicia esta larga batalla histórica en la que aún nos encontramos y que hemos llegado al momento decisivo de la transformación económica-social que definirá el destino último del proceso revolucionario de nuestro país y de América Latina y el Caribe. Para comprender esta afirmación, podemos hacer una secuencia simple y esquemática de los hechos históricos fundamentales. Con el llamado «Caracazo» de 1989, el viejo sistema político-burgués de la democracia partidista formal-representativa, quedó deslegitimado y clausurado históricamente. Pero, al mismo tiempo, también significó el anuncio de la existencia de un pueblo con fuerza y voz propia, alzado para hacerse sentir y oír, después de largos años condenado a vivir excluido de la sociedad y de la historia.

El viejo régimen adeco-copeyano dominante ni sintió la acción, ni oyó la voz del pueblo, sino que impuso la represión feroz y criminal: lo que nuestra historia contemporánea registra como la masacre del 27 y 28 de febrero. Por esa razón, surge el alzamiento cívico-militar del 4 de febrero de 1992. Es la acción y la voz de la tropa militar bolivariana la que ahora se alzaba. Tampoco fue oída por el régimen dominante; sino igualmente reprimida. Esta vez no hubo otra masacre igual a la anterior, gracias a la sensatez y el sentido de responsabilidad del líder Hugo Chávez que inteligentemente supo rendirse a tiempo y decir «Por ahora, los objetivos no se cumplieron…vendrán tiempos mejores».

Efectivamente, su profecía se cumplió. Los dos componentes de la fuerza alternativa (el pueblo civil y el pueblo militar) se unen y van juntos a la primera gran batalla electoral de 1998, con Hugo Chávez como candidato a la presidencia de la República. La victoria obtenida significó el entierro definitivo del viejo pacto de Punto Fijo y su modelo de dominación política, la democracia burguesa partidista formal-representativa. En consecuencia, nace una nueva forma de poder político: el Poder Constituyente del Pueblo Soberano, que construye y aprueba en referendo nacional la nueva Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (CRBV) en la cual queda establecido el nuevo sistema político de la democracia participativa y protagónica, cuyo corazón está plasmado en el Preámbulo y en el Artículo 5. En lo adelante, la soberanía reside en el pueblo y no en los partidos políticos ni en las organizaciones propias de la burguesía (FEDECAMARAS-CONSECOMERCIO-VENANCHAM).

Interesa destacar que con este inicio del proceso bolivariano liderado por el comandante Chávez, el hecho más importante es que por primera vez en la historia republicana de nuestro país se produce la convergencia unitaria del mandato constitucional, el mandato popular y el mandato presidencial. Las tres voces de mando de un nuevo país unido en una sola voluntad de cambio y transformaciones revolucionarias bajo las banderas de la independencia, la soberanía, la justicia y la igualdad social, la unión y la paz de la República. El objetivo central es construir la Patria nueva y verdadera. Ello implica el desarrollo de objetivos concretos, tales como: superar la dependencia, eliminar las desigualdades sociales, erradicar las injusticias, reducir la pobreza, establecer nuevos sistemas de integración y unión entre los pueblos y naciones hermanas de Latinoamérica y el Caribe; y en el contexto mundial, contribuir con la construcción de un nuevo orden geopolítico sin hegemonías imperiales. Así, con estas ideas y objetivos, queda visibilizado nuestro pueblo que antes estuvo condenado en la marginalidad, el atraso, el abandono y el desamparo total. Pero, la ideología burguesa desconoce todo esto y vende la falsa idea de que antes éramos un país unido y feliz y que con la llegada de Chávez, estamos ahora divididos y llenos de odio.

La verdad es que frente a este avance del proceso de cambios políticos fundamentales, el imperialismo, la burguesía apátrida, los partidos políticos del viejo puntofijismo y los jerarcas de la Iglesia católica, se unen en una alianza perversa y enmascarada de democracia y buena voluntad. Forman la Coordinadora Democrática, enganchan a sus militares vende patria y criminales, que le quedaban en los mandos de las Fuerzas Armadas, y lanzan el golpe de Estado del 11 de abril del año 2002. Para justificar este golpe, utilizaron francotiradores que iniciaron la matanza de gente dentro de la movilización opositora que marchaba hacia el palacio presidencial de Miraflores en Caracas; y luego, activaron el plan de la masacre en la avenida Baralt a la altura de Puente Llaguno, utilizando para ello la Policía Metropolitana.

Una vez consumados estos crímenes, aparecen en las pantallas de las televisoras golpistas los militares traidores del Alto Mando de las Fuerzas Armadas acusando al presidente Hugo Chávez como responsable de los muertos, lo desconocen en su condición de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y llaman a su derrocamiento inmediato. En la noche, se consuma el golpe de Estado, secuestran al Presidente y montan el gobierno de facto el 12 de abril. El señor Pedro Carmona Estanga, ex presidente de la cúpula empresarial burguesa de FEDECÁMARAS, se autoproclama como el nuevo presidente del país y deroga todos los poderes constituidos, instalando así la dictadura fascista que ya había iniciado la persecusión de los dirigentes chavistas y los asesinatos de la gente de los barrios que estaban saliendo a manifestar a favor del presidente legítimo, Hugo Rafael Chávez Frías. Finalmente, el día 13 de abril el pueblo de Caracas sale a las calles, toma las vías de acceso al Fuerte Tiuna, se une a los militares patriotas y juntos, pueblo y militares, retoman el palacio Presidencial. Los golpistas se sorprenden y huyen en desbandada. El equipo de gobierno del presidente Chávez retoma el mando del Palacio y en la madrugada del 14 de abril el mundo entero comprueba, en las pantallas de la televisión, el retorno del comandante a su puesto de mando, junto a su pueblo y los militares patriotas.

Nos hemos detenido en esta narrativa porque en ella están las claves para entender la naturaleza de las contradicciones, el sentido de la confrontación histórica y las identidades políticas de las fuerzas que a lo largo de estos 16 años vienen protagonizando la historia de nuestro país. Esto quiere decir que el conflicto que hoy domina la vida económica, social, cultural, política y militar de Venezuela, no es un conflicto nuevo ni meramente presidencialista, de eficacia o no de una gestión gubernamental. No se trata de eso, aunque eso sea importante. Se trata de un problema de antagonismo entre dos fuerzas históricas diferentes, que responden a dos sistemas de intereses económicos-sociales distintos y a dos modelos de país y de sociedad incompatibles.

Reiteramos que esta confrontación se inició el 27 de febrero de 1989. Son 27 años de lucha del pueblo venezolano, durante los cuales lejos de retroceder o darse por vencido; ha venido avanzando, venciendo las dificultades, reafirmando su conciencia política y su capacidad de lucha porque con el comandante Chávez, este pueblo encontró su propia reivindicación como sujeto histórico-social de la revolución bolivariana. Esa es la razón del odio desatado por el imperialismo, la burguesía y sus operadores políticos de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) y su empeño en destruir este proceso a través de la guerra mediática, la guerra de la criminalidad diaria y la guerra económica, con las cuales se ha buscado la desmoralización, la confusión y la división del pueblo chavista para que estalle la anarquía y el desorden social que haga posible la guerra civil, la destrucción del país y la invasión norteamericana. Cosa que no ocurrirá .

Con el nuevo liderazgo de Maduro, la revolución bolivariana se ha reafirmado como una gran fuerza popular cívico-militar, bolivariana, chavista, anti-imperialista y socialista. En sentido opuesto, el gobierno norteamericano de Obama, FEDECÁMARAS, CONSECOMERCIO y la MUD, han intensificado la amenaza intervencionista, la guerra económica, la guerra mediática, la violencia criminal, las acciones desestabilizadoras y golpistas. La MUD no representa nada nuevo, ni es una alternativa renovadora. Es simplemente otro instrumento político de la misma burguesía anti-popular, profundamente pro-imperialista, rentista, monopolista y parasitaria de siempre, que ahora es también anti-bolivariana, anti-chavista, neoliberal, oligopólica, mafiosa y bachaquera.

No se debe olvidar que esta burguesía y sus representantes políticos siempre han odiado la actual CRBV: votaron en contra de su aprobación en 1999, la quemaron y la derogaron con el golpe de Estado del 2002 y ahora, quieren desmontarla y dar un nuevo golpe de Estado, apoyándose en la mayoría circunstancial que ostentan en la actual Asamblea Nacional. Es la misma burguesía que en 1958 le arrebató al pueblo venezolano el sueño de una patria digna, independiente y verdaderamente democrática. Es la misma clase dominante que el 27 de febrero de 1989, ordenó masacrar al pueblo y consumó el más grande crimen de lesa humanidad del siglo XX venezolano. Es la misma clase mantuana conservadora, falsa, criminal y cobarde que organizó la marcha del 11 de abril de 2002 y la condujo a la masacre de Puente Llaguno para justificar el golpe de Estado. En fin, la MUD de hoy es la misma Coordinadora Democrática del 2002, el mismo Pacto de Punto Fijo de 1958, la misma oligarquía gomecista y positivista que le abrió las puertas al gran capital imperialista petrolero, los mismos oligarcas de La Guerra Federal que traicionaron y asesinaron al general del pueblo soberano, Ezequiel Zamora; la misma oligarquía de la Cosiata paecista que traicionó al Libertador Simón Bolívar. .

Insistimos en la necesidad de establecer las identidades, para saber lo que cada quien destruye y construye dentro de nuestra sociedad. En términos estructuralistas y dialécticos, la fuerza bolivariana-chavista ha logrado deconstruir, y no destruir, la esencia burguesa, excluyente y desigual, de la vieja democracia formal representativa del nefasto sistema bipartidista del puntofijismo; y al mismo tiempo ha venido construyendo el nuevo modelo de democracia participativa y protagónica, consagrado en la CRBV. Reconocemos que con fuertes limitaciones, errores, vicios de burocratismo, ineficacia y corrupción, elementos todos heredados de la vieja cultura política dominante aún dentro del proceso bolivariano emergente.

Pero, más allá de esos anacronismos, residuales o dominantes, del lado malo de nuestra historia, están los saltos cualitativos o elementos emergentes de la nueva historia que se escribe desde el reconocimiento de la existencia de un pueblo que despertó, participa y protagoniza en las calles, en los Consejos Comunales, en las Comunas, en las UBCH, en los CLAP, en las Misiones y Grandes Misiones, en los Consejos Presidenciales de Gobierno de Calle, en el PSUV, en el Gran Polo Patriótico, en el Congreso de la Patria, en los medios de información populares, en asambleas, elecciones de todo tipo, eventos, marchas, olimpiadas, luchas, batallas y victorias del día a día. Todo lo cual constituye la más clara y evidente demostración de que estamos avanzando en una dialéctica histórica e irreversible de destrucción del viejo sistema político capitalista burgués y construcción de la nueva democracia participativa y protagónica en transición hacia el socialismo en el contexto de la independencia, la justicia social y la paz.

Ubicados en esa línea de avances dialécticos en permanente revisión crítica y contextos difíciles y complejos, hoy somos un pueblo casi absolutamente incorporado en los procesos educativos, culturales, deportivos, artísticos, científicos, militares. Tenemos un sistema de protección social con base en la actividad económica productiva que garantiza el derecho al trabajo, la estabilidad laboral, el salario justo, la protección de la familia, la infancia y la vejez a través de las diversas misiones sociales y el sistema de pensiones; la Gran Misión Vivienda Venezuela que construye viviendas con base en un sistema de gran escala y dirigido a las familias más necesitadas, junto a la Misión Barrio Nuevo Barrio Tricolor que renueva el urbanismo de las clases populares; el Sistema Nacional de Salud con la Misión Barrio Adentro, que atiende directamente a las comunidades, y los grandes centros hospitalarios tradicionales.

En fin, se trata de reconocer y saber interpretar que la revolución bolivariana, instalada por la vía electoral y democrática en el viejo Estado burgués, rentista, burocrático, corrompido, ineficaz, autoritario y represivo, ha logrado poner en marcha cambios sustantivos en lo constitucional, lo político, lo social, lo cultural, lo deportivo y lo internacional. Pero, adolece aún de fuertes limitaciones históricas en la estructura económica que representa hoy el reto fundamental y decisivo para el destino inmediato de la revolución. La actual crisis económica define la continuidad o no de la patria independiente, soberana y el estado de bienestar de nuestro pueblo en transición hacia la consolidación de un nuevo sistema socialista.

En esa perspectiva, es importante puntualizar que, a diferencia del pasado, hoy existe en Venezuela un nuevo sistema de producción y distribución de la riqueza nacional que garantiza la protección y continuidad del nuevo estado de bienestar social de nuestro pueblo. Ese cambio estructural explica el misterio o el milagro de que en medio de la peor crisis económica de nuestra historia, el presidente Nicolás Maduro ha podido mantener no solo la continuidad de todos los programas sociales; sino su fortalecimiento económico; además de crear nuevos programas y cumplir con el mandato constitucional de incrementar los salarios en correspondencia con la inflación de los precios de los productos y bienes de consumo masivo.

Las dos marchas del 1 de septiembre.

Es en ese amplio contexto donde se ubica y entiende mejor la estrategia de la oposición venezolana. En tal sentido, no hay dudas de que las dos marchas políticas realizadas el pasado primero de septiembre de 2016 (el chavismo en la avenida Bolívar de Caracas y la oposición en el estado Miranda), constituyen el acontecimiento político más importante del país en lo que va de año. Sus resultados anuncian el inicio de una nueva coyuntura política que promete ser cualitativamente distinta a la que surgió después del revés electoral parlamentario, sufrido por el PSUV y el Gran Polo Patriótico el pasado 5 de diciembre de 2015 donde la oposición obtuvo una contundente victoria que significó su ascenso circunstancial en el dominio hegemónico de la Asamblea Nacional. Sin embargo, su errática y desacertada estrategia de utilizar esa hegemonía para intentar sacar de Miraflores al presidente constitucional Nicolás Maduro, los condujo rápidamente al desgaste político, la pérdida de credibilidad entre sus propios seguidores y al triste espectáculo de terminar entrampados en su propia trampa.

El pueblo les dio el triunfo para que encararan «la crisis económica» porque ellos prometieron demagógicamente acabar con las colas, llenar de nuevo los anaqueles de los supermercados y bajar los precios de los productos de consumo masivo. Luego de la victoria electoral, lejos de dedicarse a cumplir esa promesa central; se lanzaron como locos desesperados, cual marionetas del imperio gringo, a tratar inútilmente de sacar a Maduro del Palacio presidencial. De esa manera, develaron la trampa política-demagógica que le tendieron al pueblo y han terminado entrampados en su propia tramposería. De manera que han transcurrido 9 meses con el poder de la Asamblea Nacional en sus manos y, ni han contribuido a resolver los problemas que afectan al pueblo, ni mucho menos han podido derrocar al presidente Maduro. Están reducidos a lo que una vez Chávez les dijo que eran: la nada, pero más que esa simpleza, son la nada destructiva, maligna y perversa.

Partiendo de estas consideraciones, queremos destacar tres elementos fundamentales en la marcha de la oposición. En primer término, la convocatoria logró movilizar, esta vez nacionalmente, una fuerza social estimable, después de tres o más intentos fallidos durante los meses anteriores. Esta realidad es importante evaluarla integralmente. Me atrevo a señalar cinco razones que explican esta reposición de pueblo opositor en la calle: una, la intensificación de la guerra económica con la especulación de los precios de los alimentos manufacturados, el tema de la salud, la escasez y costos de las medicinas con lo que han querido imponer la tesis de la crisis humanitaria que facilite la intervención de Estados Unidos.

Lo segundo tiene que ver con el estímulo de la oferta engañosa de la realización del referendo revocatorio para este año, cosa que es constitucionalmente imposible, tal como lo explicó la presidenta del Consejo Nacional Electoral; en tercer lugar, el miedo a la derrota y la desmoralización que se les viene encima como consecuencia de la recuperación de la economía nacional con el plan económico puesto en marcha por el gobierno nacional y su correspondiente consolidación política; cuatro, la reacción ante el fortalecimiento moral del pueblo chavista que ha retomado las calles en defensa de la revolución; y cinco, es evidente que hay una especie de reacción exacerbada del odio de la oposición frente a los excesos del lenguaje igualmente odioso, excluyente y provocador que utilizan equivocadamente algunos dirigentes nacionales del PSUV. Es más eficaz fortalecer el discurso de independencia, soberanía, socialismo, trabajo productivo, honestidad, eficacia, justicia y paz que el presidente Maduro ha logrado fijar exitosamente en la conciencia nacional de nuestro pueblo. En tal sentido, debemos advertir autocríticamente que un discurso chavista mecanizado, dogmatizado, fanatizado, muy poco creativo y cargado de provocación, odio y retos innecesarios, se convierte en simple ideología que solo le hace el juego al enemigo y genera efectos tan nefastos como los del discurso ideológico del neoliberalismo.

En segundo elemento a destacar de la marcha opositora, es que su jefatura política ha demostrado, una vez más, que no tiene proyecto político propio y viable para este país. Su unidad es falsa y truculenta, pues, esconde el hecho real de que cada partido o agrupamiento y sus jefes, tienen intereses propios, sectarios y egoístas. Además, la realidad es que todos obedecen, por dinero, los planes que les impone el imperialismo norteamericano; que sí necesita utilizarlos a todos ellos juntos para intentar derrocar al presidente Nicolás Maduro y luego imponer la destrucción de nuestro país por la vía de la guerra civil. Y finalmente, sobre ese hipotético escenario, apoderarse de toda la zona geográfica petrolera y minera del sur del Orinoco. Esa es la verdad del plan USA-MUD. Por eso, los jefes de la oposición lo que realmente hacen es pelearse a cuchillo las candidaturas y los cargos de poder, entre ellos mismos. Por todas estas razones, la marcha de la oposición termina rindiéndole tributo a la tristeza, la frustración, la arrechera, la desesperanza, la depresión y el odio. Es eso lo que necesita incrementar el imperio para imponer el desenlace de la violencia irracional.

En tercer aspecto de la marcha es que la realidad visual, sensible, real y objetiva, demuestra que la fuerza movilizada de la oposición, por mucho que se hayan esforzado por presentarla como grandísima, fue cuantitativamente minoritaria y fragmentada; y cualitativamente, sin espíritu de cuerpo histórico-nacional, sin sentido de unidad orgánica y profunda, sin símbolos que la identifiquen y la cohesionen espiritualmente, sin sentido de la mejor tradición de pueblo con voz propia ante el mundo. Muy por el contrario de lo que es el chavismo popular profundo, la conciencia opositora está mutilada y escindida por el neoliberalismo individualista y egoísta. Anda por el mundo huérfana de símbolos, sin moral, sin ética y ofertándose a los agentes de las mafias y financistas del gran capital imperialista de la hegemonía unipolar. Es preciso señalar que esta diferencia de la subjetividad colectiva, entre chavismo y oposición, desempeña un papel determinante en el fortalecimiento de la fuerza histórica que hace posible la continuidad del proceso revolucionario bolivariano. Y, al mismo tiempo, neutraliza y hace inviable la violencia insurreccional-golpista y apátrida de la oposición.

Por su parte, la marcha del chavismo demuestra la extraordinaria capacidad de movilización popular y el masivo apoyo nacional con que cuenta el presidente Nicolás Maduro y su gobierno, a pesar de la guerra económica, la guerra criminal y la guerra mediática. Es pertinente recordar que ciertamente, Maduro no es Chávez; pero también es cierto que Chávez no se equivocó al designarlo como su heredero. El presidente Maduro, venciendo los malos augurios desplegados desde afuera y desde adentro de las filas de la revolución, ha demostrado sobrada lealtad, sabiduría, inteligencia y valentía para mantener y seguir fortaleciendo el legado del comandante eterno. Allá los que se equivocaron y se siguen equivocando. Hoy, la conciencia colectiva del pueblo bolivariano y chavista está más fortalecida y nutrida de fuerza experimentada y de aliento joven, de impulso olímpico y perseverancia irreductible de los revolucionarios de siempre, de los que luchan toda la vida y son imprescindibles.

La lógica dialéctica de la revolución bolivariana y los nuevos retos

También debemos decir que la movilización del pueblo chavista y su concentración en la avenida Bolívar de Caracas es una contundente demostración de la convergencia efectiva de la voz de la Constitución que consagra la soberanía intransferible en el pueblo; la voz de la unidad cívico-militar que es la máxima voz del pueblo; y la voz del presidente Maduro que nos convoca con la misma voz de Chávez. En definitiva, el mandato de la Constitución, el mandato del Pueblo cívico-militar soberano y el mandato de Maduro, son hoy la clave para seguir avanzando hacia la victoria, hacia ese nuevo horizonte que, como todos los anteriores, nos plantea nuevos retos y muchas posibilidades para continuar el avance por la ruta que nos señala esta dialéctica particular de nuestra historia presente.

Es importante detenernos en el comportamiento dialéctico de los hechos históricos y su relación con las lógicas que se confrontan en las diferentes coyunturas o momentos particulares de los procesos sistémicos. Por ejemplo, siguiendo las lógicas del paternalismo y del caudillismo, la oposición creyó inútilmente que después de la partida física del comandante el 5 de marzo de 2013, era fácil acabar con la revolución. Han pasado tres años y medio y no han podido. Igualmente, siguiendo la lógica electoral, con la victoria de las elecciones parlamentarias del pasado diciembre, creyeron erráticamente que en seis meses sacaban al presidente Maduro de Miraflores; llegamos al mes nueve y lejos de lograrlo, más bien han puesto en evidencia sus propias debilidades políticas, organizativas, morales y éticas que los inhabilitan para asumir la dirección política de este país.

Con el resultado de la marcha del 1 de septiembre, la opinión pública nacional e internacional ha quedado convencida de esta verdad; y su propia muchachada, extraviada y desconcertada en su falta de conciencia, les ha enrostrado el rótulo que mejor los identifica: ¡Maldita MUD! De manera que lo que obtuvieron fue una derrota política, moral y ética. En cambio, el pueblo chavista de Caracas sí supo cerrar filas con el comandante Maduro al frente en el lleno total de la avenida Bolívar, tal como sucedía con el comandante Chávez. La oposición fue enfática en repetir la lógica elemental y obvia, según la cual, Maduro no es Chávez; pero olvidó el sentido dialéctico profundo de que Chávez no era él sino un pueblo, tal como él mismo lo proclamaba al viento. Maduro ha seguido fielmente no solo el legado del comandante, sino también su mismo proceso dialéctico. Por eso, ya Maduro no es Maduro, sino el mismo pueblo consciente y combativo que vivió y vive en Chávez; el mismo pueblo de Chávez, que ha seguido inquebrantablemente su propia dialéctica, su propia lógica histórica, desde aquel 27 de febrero de 1989 hasta hoy y hacia adelante siempre.

He allí la realidad compleja y difícil, pero preñada de futuro alentador, que resume los retos de la nueva coyuntura histórica para que sigamos teniendo y reconstruyendo la patria bella y grande, sobre las sólidas bases de la democracia participativa y protagónica, siguiendo esta ruta irreversible y tan llena de piedras como de logros y esperanzas, en la que hemos venido haciendo caminos al andar y bajo las banderas de la justicia y la paz, hacia la construcción de nuestro socialismo democrático, independiente y soberano del siglo XXI.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.