Moriremos, pero jamás transigiremos. Nadie pensaba en sí mismo.
¿Había alguien que en aquellos momentos pensase en el individuo?
Esta es una de las bellísimas citas de la novela que hoy comentamos, cuya autora es la grandísima Alexandra Kollontai. Publicada por primera vez en 1928, ha sido reeditada por Txalaparta y su lectura constituye toda una experiencia de belleza política.
Alexandra formó parte del Comité Central del Partido Comunista Soviético desde unos meses antes de octubre de 1917, integrándose en su dirección con disciplina y firme pasión, valores que defendió toda su vida. Fue nombrada Comisaria del Pueblo para la Asistencia Pública y posteriormente dirigió el Departamento de la Mujer para la participación pública.
A ella le debemos la introducción de un conjunto normativo que abarcó el derecho al divorcio, la cláusula de a “igual trabajo, igual salario”, la despenalización del aborto, los salarios para la maternidad o la creación de guarderías colectivas y gratuitas, entre otras muchas medidas de protección social.
Debe igualmente ser destacada su incansable lucha para conseguir la plena alfabetización y la creación de comunas obreras donde se compartía la vida. Esta experiencia es retratada en la novela como una experiencia ambivalente, pues a Alexandra le costaba mucho comprender que no todas las personas actuaran con el inmenso respeto y entrega que supone la fraternidad.
Ello no obstante, jamás dejaría de poner su empeño en esta tarea, así como en la de la defensa de las mujeres trabajadoras para que conocieran sus derechos y se protegieran las unas a las otras.
La novela refleja a la perfección el pensamiento de su autora a través de la historia protagonizada por el enamoramiento entre una joven obrera comunista, Vasya, y un sindicalista anarquista procedente de EE.UU., Vlodia. Con el transcurso del tiempo, este último, convertido ya en dirigente del Partido, se convertirá en un comercial adinerado, al que la militante le reprocha las ostentaciones que posee en su nueva casa:
Estaba decidida a exigirle cuentas. ¿Por qué no vivía como un comunista? ¿Por qué tiraba el dinero en simplezas mientras la pobreza y el hambre crecían a su alrededor?
Y es que ella era una mujer que creía, sin dobleces, en lo colectivo, muy lejos del consumismo exacerbado que vivimos hoy, devorados por el “fetichismo de las mercancías”:
Estas cosas aburrían a Vasya. ¿Por qué amueblar una casa? ¿Qué placer podía haber en esto? Sería diferente si tuviese algo que ver con el bienestar común.
Otro hilo conductor del relato refleja la enorme preocupación de la autora por la cuestión que luego devino en llamarse “lo personal es político”. Efectivamente, Kollontai defendió siempre la unión libre entre personas que se amaran, concertadas solo por su voluntad, lejos de los convencionalismos hipócritas de los burshuis (burgueses), pero también de la esclavitud padecida por la mayoría de mujeres recluidas a las labores domésticas y bajo la autoridad del marido.
En este sentido, resulta bellísima la lucha que mantiene Vasya consigo misma al dejar de ver a su amado Vlodia como un auténtico compañero de vida. Pues, efectivamente, de nada sirve la entrega política si dejamos que los viejos valores sigan perviviendo en el interior de los hogares. Esa batalla se resolverá con una valentía inédita de la comunista, que dejará que el amor y la generosidad vuelvan a su espíritu, para comprender en todo caso que la vida es bella, claro que sí, pero solo merece su nombre si está impregnada de dignidad.
Kollontai llegó a ser la primera embajadora de la URSS en Suecia, luego de haber trabajado en importantísimas labores diplomáticas en países como Noruega, Suiza o México. Fue una mujer auténticamente libre, con todos los sinsabores que ello puede conllevar, no en vano fue insultada por empeñarse en tener su propio criterio y ser la protagonista de su vida afectiva sin someterse a nadie ni a nada.
Pero en ella, en todas las kollontais anónimas del mundo, encontramos hoy la esperanza que necesitamos cuando parecen resurgir las sombras del fascismo y de las derechas ultra, para destruir los derechos que tanta sangre derramada supuso conseguirlos. A través de sus escritos, encontramos la perseverancia que necesitamos para no cejar en nuestro empeño por defender el mundo deslumbrante que un día, sin ninguna dudas, veremos llegar, construido por la buena gente que habita la tierra.
Amaya Olivas Díaz es magistrada y pertenece a Jueces para la Democracia.
Fuente: https://mundoobrero.es/2024/08/05/la-bolchevique-enamorada/