Escribía Galdós en sus novelas de Torquemada, a propósito de este personaje, que «pasito a paso y a codazo limpio se habían ido metiendo en la clase media, en nuestra bonachona clase media, toda necesidades y pretensiones, y que crece tanto, tanto, ¡ay dolor¡, que nos estamos quedando sin pueblo.» Y eso lo refería para […]
Escribía Galdós en sus novelas de Torquemada, a propósito de este personaje, que «pasito a paso y a codazo limpio se habían ido metiendo en la clase media, en nuestra bonachona clase media, toda necesidades y pretensiones, y que crece tanto, tanto, ¡ay dolor¡, que nos estamos quedando sin pueblo.» Y eso lo refería para la sociedad de finales del siglo XIX.
La pregunta que me formulo, sin demasiadas pretensiones de rigor sociológico, es cuánto pueblo queda en la España actual; en una sociedad de capitalismo (más o menos) desarrollado, en la que los sectores primario y secundario han dejado de ser los más nutridos en la ocupación laboral. Del dato objetivo de que entre Partido Popular y Ciudadanos sumen cerca de un 45% del electorado, a lo que habría que sumar el porcentaje de los nacionalismos burgueses y, también, un 15% de electorado residual del PSOE, se deduce que en torno al 70% del electorado se ubique, social y políticamente, en el campo de la «bonachona clase media», sustento del régimen político de gobierno representativo que nos rige y que, en estos momentos, se ha adaptado a la nueva realidad política electoral del «turnismo» por abstención, en la medida en que el PUEBLO ha emergido como sujeto político, alterando la aritmética política que facilitaba el bipartidismo puro.
En cualquier caso, y esta es la hipótesis de trabajo, el PUEBLO (trabajadores industriales, agrícolas, de la construcción, informales en el sector servicios, pensionistas de esas extracciones; en definitiva, los que desempeñan los más «desagradables» y peor retribuidos trabajos), en el conjunto de la población, no superará el treinta y poco por ciento. Luego el pueblo está en minoría. Es la minoría. Incluso, la economía política burguesa, en la determinación del porcentaje de participación en la creación del PIB, le atribuye a estas actividades una minoritaria participación. Sin embargo, parece, a primera vista, que sin la concurrencia de esas actividades (industria, braceros en la agricultura, limpiadores, barrenderos, albañiles, mineros, empleados de almacén, etc), sería impensable la creación de riqueza alguna.
Sobre la riqueza REAL e INMENSA que el PUEBLO (cada vez más reducido a consecuencia del desarrollo tecnológico) crea, se erige un edificio social, en el que las dos terceras partes de la población (cada cual en distinta proporción) se permiten disfrutar de un nivel de vida artificial a costa de las muchas necesidades y carencias del pueblo. El asunto es que, paradojas del desarrollo capitalista, el PUEBLO es, numéricamente, una minoría, a la que, quizá, se pertenece, pero de la que se quiere salir, como decía Galdós, a codazo limpio. Y, con base en el principio «democrático» de la mayoría, cada cuatro años, se ejerce sobre el PUEBLO una suerte de dictadura, haciendo recaer sobre sus gastadas espaldas, detrayendo de sus reales contribuciones a la producción material, todas las «pretensiones y necesidades» de la cada vez más amplia (aunque sólo sea ideológica y culturalmente) bonachona clase media.
Dicho todo lo cual, parecería claro que el PUEBLO no puede confiar toda la defensa de sus intereses al mecanismo del sufragio universal; con ello, sólo consigue perpetuar, elección tras elección, la discreta y encantadora dictadura que sobre él ejerce el resto del entramado social. La cuestión, por tanto, es averiguar y determinar el mecanismo político que salvaguarde y proteja los intereses de la minoría PRODUCTIVA y trabajadora; o sea del PUEBLO, que está siempre en minoría. Quizá no sea cuestión de alcanzar el «gobierno» (que la aritmética parlamentaria siempre le niega al PUEBLO). Se ha visto, con claridad, en estas dos últimas legislaturas, tanto, que todo ha girado en torno a que UNIDOS PODEMOS no formara gobierno con parte de esa «bonachona» clase media. El PUEBLO no tiene aliados posibles. Sólo le queda ejercer el papel de GRAN OPOSICIÓN y alcanzar un perfil determinante e imprescindible en la configuración de un sistema político, social y económico que blinde sus derechos como minoría.
Y, en épocas de profundas crisis, el PUEBLO se desiotiza y resurge como protagonista político, deslumbrando a ilustrados y castigados sectores de las clases medias, que, por momentos, se hunden en los abismos y necesidades de aquel, y nace así la fantasía de la mayoría social, que se desvanece tan pronto como el PUEBLO plantea rotundamente sus pretensiones y/o la economía comienza a arrojar mínimos resultados positivos y con ello la posibilidad de salir del PUEBLO, nuevamente, a codazo limpio. Sí, clases medias empobrecidas que vuelven al PUEBLO. Un viaje tortuoso, de idas y venidas, que aún no sabemos cuándo y cómo concluirá. Todo dependerá de cómo quede de descuartizado el estado benefactor y de desmantelado el mercado de trabajo.
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