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La brutalidad occidental

Fuentes: Rebelión

  «Cuantos se han informado sobre los occidentales han visto en ellos a alimañas, que tienen la superioridad del valor y el ardor en el combate, pero ninguna otra, lo mismo que los animales tienen la superioridad de la fuerza y de la agresión.» Usama Ibn Munqidh (Cronista de las Cruzadas) Terminé de leer un […]

 

«Cuantos se han informado sobre los occidentales han visto en ellos a alimañas,

que tienen la superioridad del valor y el ardor en el combate, pero ninguna otra,

lo mismo que los animales tienen la superioridad de la fuerza y de la agresión.»

Usama Ibn Munqidh (Cronista de las Cruzadas)

Terminé de leer un libro de crónicas sobre las cruzadas. Terminé y me fijé si el piso, las sábanas, la mesa, el inodoro, la mochila, todos los lugares por donde estuve mientras lo leía no están manchados de sangre. Al menos a la vista no.

Cerré el libro y necesité de algunos días para procesar tanta brutalidad. Porque uno crece, se vuelve viejo y las cosas lo afectan cada vez menos en algún punto. Y sí, la brutalidad cotidiana, el hambre, la violencia, las traiciones, los fracasos, las caídas, una lista interminable de razones que se van quebrando una tras otras, esas «pavadas» que en algún momento a uno lo hicieron vivir, como Dios o El Amor o vaya a saber uno qué más, todo eso se va desmoronando, y cuando eso sucede uno se va volviendo más y más inmune a un mundo que siempre pincha donde duele. Y a pesar de estos bastantes años de desmoronamientos, a pesar de eso, insisto, este libro me conmovió profundamente. La saña, el odio, el desprecio por la vida, por la dignidad, por todo, de parte de la «cultura» occidental hacia aquello que no es ella misma, e incluso hacia ella misma, es algo sin comparación, es algo increíble si no fuera que uno lo vive en lo cotidiano.

No puedo dejar de pensar en los relatos, en niños ensartados con palos y puestos a las llamas para ser degustado como plato principal de «los vencedores», los caballeros defensores de la cristiandad. No puedo dejar de imaginar los saqueos, las violaciones a las mujeres, la destrucción de todo el patrimonio cultural (este sí digno de ese nombre) de medio oriente. Y me duele, me llena de bronca, y sobre todo me pregunto una y otra vez cómo estos brutales arcángeles rubios pueden haber ganado, o pueden ir ganando en esta lucha que lleva siglos.

Occidente, la cultura occidental es muerte, es desprecio, es sangre, es tortura. No entiendo por qué seguir permitiendo eso, y sobre todo no entiendo por qué seguir reproduciéndola, seguir comprando en sus shoppings y sosteniendo un sistema que considera que el egoísmo y el poder sobre el otro es lo que debe ser premiado.

Cuando miro el piso, veo la tierra, mi tierra, y pienso que ella también sabe de muertes y torturas, nosotros, los habitantes de nuestramérica sufrimos también otras cruzadas. Igual de terribles. Y luego, los pueblos del mundo seguimos sufriendo una y otra vez las cruzadas. Entonces los europeos (y la nueva y más brutal Europa: Estados Unidos) siguen día a día repitiendo esas cruzadas injustas, y siguen encontrando pueblos que no terminan de creer que tanta brutalidad es posible, que tanto desprecio sea real. Para peor muchos se comen el verso que ese es el modelo a imitar. Por otro lado, muchos de los que no se lo creen, se callan, miran hacia otro lado. ¿Cuántos se callaron antes, siempre, cuando la invasión europea, o cuando el terrorismo de Estado en los setenta? ¿Cuántos se callan hoy?

Mientras intento decir algo, escribir, gritar, mientras intento, se pasan por mi cabeza una tras otras imágenes de todas las muertes y las torturas que he leído que el civilizado occidente, su cultura y su odio, han desparramado por el mundo. Veo a medio oriente incendiado, saqueado, a los arcángeles rubios comiéndose a los niños y a los hombres y violando a las mujeres. Veo a los españoles sacándoles las plantas de los pies a los revolucionarios criollos de 1810 y haciéndolos correr sobre la arena caliente con la carne viva, para luego rematarlos de un balazo por la espalda. ¿O alguien creía que sólo a los pueblos originarios trataron con brutalidad? Recuerdo el informe de la CONADEP, ese Nunca Más, que se repite una y otra vez en las comisarías de Argentina, o en los tres pibes muertos en Bariloche en manos de la policía, esos tipos armados que cuidan los intereses de unos pocos, y que encierran, golpean y torturan a las mayorías (mención aparte merecen esos vecinos patéticos y llenos de odio que salieron a la calle a pedir más muerte, y más violencia, esos que se ven en su espejo tan «blanquitos», tan «ciudadanos», tan occidentales). Hay una línea tan clara de continuidad, un hilo conductor de la historia de occidente y sus sistemas económicos-políticos-sociales, una perversidad y una violencia tan enorme que no entiendo que más nos falta para reaccionar. ¿Qué más necesitamos?

A pesar del dolor, la impotencia, la bronca, sé que esa lucha entre una cultura violenta, imperialista, intolerante, brutal, una cultura de muerte y miedo, y las otras miles de culturas de los otros millones que habitamos este planeta, es una lucha no resuelta aún, y me resisto a creer que toda esa bola de mierda puede algún día ser más que el amor, la comprensión, el abrazo amigo y la sonrisa cálida. Sólo espero que reaccionemos, que se dejen de escribir capítulos del libro brutal de occidente, y podamos algún día no tan lejano, ver a ese pasado (este presente), como algunos tomos terribles de una historia de lo que fuimos y no queremos volver a ser. Está en cada uno decirle basta a esto, dejar de ser cómplice, unirse, organizarse y luchar por un mundo distinto, donde de la intolerancia occidental no queden ni vestigios.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.