El Reino Unido, y sus estructuras políticas predecesoras, han protagonizado un ciclo histórico de increible despliegue de poder, para la dimensión y características de esta isla atlántica, hoy poblada por más de sesenta millones de habitantes. Nacida de la confluencia de diversas oleadas de pueblos de origen continental, los anglosajones emprendieron, con la consolidación de […]
El Reino Unido, y sus estructuras políticas predecesoras, han protagonizado un ciclo histórico de increible despliegue de poder, para la dimensión y características de esta isla atlántica, hoy poblada por más de sesenta millones de habitantes. Nacida de la confluencia de diversas oleadas de pueblos de origen continental, los anglosajones emprendieron, con la consolidación de su gobierno central en torno a la Monarquía y a su prematuro Parlamento, la conquista de Irlanda – cuya deforestación se completó tras hacer lo propio con el suelo patrio en un temprano Siglo XIV -, y, tras ello, la emigración a América. Como es analizado por parte de los historiadores que siguen la evolución del consumo de los recursos, la salida americana resultó básica como vía de escape poblacional ante la limitación de sustento propio que tan dramáticamente describiera el economista y sacerdote T.R. Malthus.
Posteriormente, el ampliado ámbito anglosajón se retroalimentó del proceso de deforestación y la multiplicación que supuso el sueño americano, hasta que la misma escasez maderera local trajo la inclusión del carbón – que ya era conocido, pero repudiado por su toxicidad en la combustión – como elemento central del desarrollo y crecimiento del país. La potencia carbonífera en que se convirtió Gran Bretaña le permitió extender sus dominios, y convertirse en la primera economía mundial, a través de la gran industria y el transporte marítimo a vapor, que sirvió de germen de la posterior Commonwealth, atrayendo hacia sus factorías textiles y metalúrgicas el incipiente trasiego de materias primas que anunciaba la hoy conocida como globalización.
Precisamente cuando el declive de la extracción de carbón en el Reino Unido se estaba haciendo evidente – allá por las postrimerías de la Primera Guerra Mundial -, estaba extendiéndose de forma poderosa el poder del petróleo para articular la correlación de influencias de las potencias mundiales. La consolidación de las colonias en Oriente Próximo, y la exploración petrolera que protagonizara la Anglo Persian Oil Company – posteriormente conocida como British Petroleum (y hoy, significativamente Beyond petroleum – «más allá del petróleo») -, trajo al pesado régimen isleño el poder que permitió dotar a su flota militar con combustible de petróleo, incrementando sobremanera su potencia, frenando así las ansias nazis de poder, así como garantizando con el poder militar el control de los recursos naturales del exterior de los que se hacía crecientemente dependiente.
El Reino Unido, junto a Noruega, resultó albergar en sus aguas nada menos que el yacimiento de petróleo y gas del Mar del Norte, uno de los más importantes del Mundo en el ámbito de las aguas profundas, un sector de desarrollo del crudo que recibió importante impulso, además, tras las primeras crisis petroleras de los años setenta, generando la carrera por un desarrollo más desligado del Medio Oriente, que detenta las mayores reservas conocidas. La extraordinaria riqueza de ese yacimiento, con decenas de bloques de exploración en mar británico, llevó a la era de importante crecimiento de los años 80, de mano del «thacherismo» y sucesores de ambos colores políticos, lo que incrementó la presión sobre la extracción del recurso, del que se obtenían importantes ingresos, llevando al país a una esfervescente situación de abundancia fosilista. Al tiempo, el declinar del carbón lleva a su industria a niveles de producción prácticamente preindustriales, y la potencia mundial se centra en promover, desde su famosa City, la economía financiera de burbujas incesantes, cuya culminación ha sido la inmobiliaria, de especial incidencia también en ese país (aunque lejana a la poderosa maquinaria de planes parciales en que España se convirtió en estos años). De forma paralela a la consolidación de los ensueños de pepetua liquidez monetaria, en 1999, comienza a declinar el crudo del Mar del Norte, y desde 2001, también sus recursos gasísticos. Reino Unido se convierte en una economía que necesita ya importar el básico compuesto desde el año 2005, y que en los próximos años se hará cada vez más dependiente del gas ruso, noruego o de otras latitudes. En pocos años, la euforia petrolera está trayendo uno de los declives de extracción más proverbiales de la reciente historia.
La lógica consecuencia de esta sangría energética, junto a otros factores, es el cambio de ciclo histórico que está viviendo el pais, la considerada hasta ahora quinta potencia económica mundial. Un déficit insostenible, la importación masiva de bienes y ahora también de crecientes porcentajes de sus recursos energéticos; una armada depauperada, que no parece capaz, a medio plazo, de seguir la aventura estadounidense de copar los lugares críticos para su abastecimiento; y una moneda, en consecuencia, que pierde valor en el entorno internacional a marchas forzadas. El poder británico, en las últimas décadas, estaba sustentado en un recurso fósil que, rápidamente agotado, ahora declina a tasas superiores al 10% en algunos años. Como otrora ocurrió con la madera, y posteriormente también con el carbón, el antiguo Imperio está liquidando un importante soporte de su flema característica, y, entre espasmódicas decisiones de nacionalización y la sorpresa generalizada de la autocomplaciente población, da solemne paso a una importante era de incertidumbre que, sin embargo, permite vislumbrar una decadencia muy similar a la que sufrieran en otros momentos y lugares grandes poderes acostumbrados a creer infinitos los recursos de un Planeta esférico.