El viernes 10 de marzo se produjo la quiebra del Silicon Valley Bank. Desató un tembladeral durante todo el fin de semana y una fuerte caída de las cotizaciones de los bancos en las bolsas de todo el mundo. Una nueva señal de un capitalismo imperialista en crisis crónica. Sea cual sea el desenlace de ese episodio, los grandes capitalistas intentarán que sean la clase trabajadora y los pueblos del mundo quienes paguen los platos rotos.
El Silicon Valley Bank era una entidad financiera especializada en financiar a empresas tecnológicas, tanto grandes corporaciones como las más pequeñas y emergentes startups. Era el banco número 16 en tamaño en los Estados Unidos. Su quiebra es la segunda en tamaño en toda la historia de los Estados Unidos (la mayor, en 2008 fue la de Lehman Brothers, en el pico agudo de la crisis en ese momento).
Más de la mitad de las empresas tecnológicas de la región del Silicon Valley en el estado de California, tenían dinero depositado en dicho banco, entre ellas la inmensa mayoría de las denominadas “startups”.
Ante los rumores sobre la caída del banco, se produjo una corrida entre jueves y viernes pasado, donde se retiraron 42.000 millones de dólares. Finalmente, la Reserva Federal yanqui terminó declarando la quiebra. La Corporación Federal de Seguros de Depósitos de los Estados Unidos, entidad estatal, quedó como “liquidador” y a cargo de los 175.000 millones de dólares en depósitos. El problema era que los depósitos sólo están garantizados hasta 250.000 dólares por cuenta, cubriendo sólo al 7% de los mismos.
¿Por qué había tantos depósitos voluminosos en las cuentas del Silicon Valley Bank? Porque la mayoría pertenecía a nuevas empresas tecnológicas, las llamadas startups. Una startup es una empresa nueva, en general pequeña que, por ubicarse en el rubro de las nuevas tecnologías, aspira a crecer muy rápidamente. Recurren al capital de terceros, sean especuladores, otras empresas grandes o bancos. Muchas veces, las startup tienen dificultades para conseguir financiamiento de los bancos más tradicionales, ya que no cumplen los requisitos de seguridad. El Silicon Valley Bank era un banco especializado en dar estos créditos de “riesgo”.
Las startup no suelen tener muchos ingresos: pagan a sus empleados y otras facturas con el efectivo que recaudan vendiendo acciones a los inversores de riesgo. Y guardan el dinero recaudado excedente en algún lugar. Muchas de ellas lo tenían en cuentas del Silicon Valley Bank, ya que era ese mismo banco el que les había otorgado préstamos que otros bancos más importantes le habían negado.
Una burbuja que se desinfla
Lo que sucedió fue un nuevo capítulo de los típicos estallidos de burbujas especulativas. En 2021, estas empresas tecnológicas de capital de riesgo habían logrado financiamiento por 330.000 millones de dólares. Todo en un contexto donde, luego de la pandemia, se expandían aceleradamente. Pero luego sucedió que sus negocios no resultaron tan rentables, y empezaron a achicarse (una de las manifestaciones de ello es el despido de centenares de miles de trabajadores de todas las empresas del sector tecnológico). Al mismo tiempo, la Reserva Federal empezó a subir la tasa de interés para tratar de bajar la inflación, encareciendo el crédito.
El Silicon Valley Bank, por su parte, había colocado en bonos del Tesoro a 40 años los depósitos en su poder. Cuando la Reserva Federal subió la tasa de interés, los viejos bonos, con tasas más bajas, perdieron valor y su cotización empezó a caer. Los depositantes de las empresas tecnológicas, al enfrentarse al hecho de que sus negocios no eran rentables, trataron de retirar el dinero de los bancos. Pero el banco no podía pagarles: sólo tenía esos bonos devaluados como contrapartida. El Silicon Valley Bank trató de vender sus propias acciones para recaudar efectivo, pero estas también empezaron a caer. Ahí se dio la corrida y la quiebra.
La quiebra del Silicon Valley Bank es una consecuencia entonces, de la subida de tasas de la Reserva Federal, que, con el objetivo de bajar la alta inflación yanqui, está dispuesta para ello a avanzar hacia una recesión. Con altas tasas, el dinero es más caro y escaso, y eso desata corridas como la que terminó con el Silicon Valley Bank. Pero también es consecuencia de que está desinflando la burbuja especulativa de las empresas tecnológicas, y cada inversor trata desesperadamente de rescatar su dinero.
Bancos sin control
Una pregunta pertinente es por qué se permitió al Silicon Valley Bank tener semejante exposición al riesgo, jugando con los depósitos de sus clientes depositándolos en bonos que terminaron perdiendo valor. La respuesta es que, en 2015, el gobierno de Donald Trump había desarmado casi todas las regulaciones que se habían creado en la crisis de 2008 para evitar que ello volviera a suceder. Fue justamente Greg Becker, el presidente del Silicon Valley Bank, el principal lobbista en el Senado yanqui para que se redujeran las regulaciones a los bancos con capital menor a 250.000 millones dólares (en ese entonces todo banco con activos superiores a 50.000 millones de dólares estaba sometidos a fuertes controles). Al flexibilizarse los controles, cientos de bancos, entre ellos el Silicon Valley Bank, quedaron con las manos libres para todo tipo de maniobra especulativa.
La quiebra del Silicon Valley Bank ha afectado a un gran número de empresas tecnológicas de diverso tamaño, que, si no recuperan su dinero, no están en condiciones siquiera de pagar los salarios de este mes. Tal el caso de Roku (dispositivos de streaming de bajo precio), Circle (tecnología de gestión de pagos electrónicos), Roblox (plataforma de juegos en línea), BlockFi (prestamista de criptomonedas), Compass Coffee (cafetería on line), Camp (juguetería on line), Axsome Therapeutics (farmacéutica), Rippling (gestión de pagos), entre las más importantes.
¿Primer paso hacia otro crack?
La caída del Silicon Valley Bank es, sin duda, la que hizo más ruido. Pero previamente ya se había producido la quiebra del banco especializado en criptomonedas Silvergate y este lunes la propia Reserva Federal tuvo que declarar el cierre del Signature Bank.
El lunes cayeron las cotizaciones de todos los bancos en las principales bolsas del mundo, temiendo un efecto contagio. Empiezan a aparecer ramificaciones de afectados fuera del área de las empresas del Silicon Valley. Empresas tecnológicas de Israel y la India aparecen involucradas. También en Gran Bretaña, donde trascendió que el HSBC habría adquirido la sucursal británica del Silicon Valley Bank por sólo una libra esterlina.
Buscando evitar que el pánico se extienda, hubo un comunicado conjunto de la Reserva Federal, el Departamento del Tesoro y la Corporación Federal de Seguros de Depósitos, garantizando que todos los depósitos serían pagados. El propio presidente yanqui Joe Biden tuvo que salir a defender al sistema bancario, planteando que habría nuevas regulaciones, tema difícil de implementar con la actual composición del Congreso norteamericano. Sin embargo, ninguno de estos anuncios logró llevar tranquilidad, y al cierre de los principales mercados de este lunes seguía la incertidumbre.
No podemos anticipar si ya estamos ante un nuevo crack del tipo que vivió el capitalismo imperialista en 2008, o si los grandes banqueros, los gobiernos imperialistas y los organismos financieros internacionales lograrán controlar la situación. Lo que sí podemos afirmar que esto que está sucediendo no es más que un capítulo más de una crisis crónica del capitalismo imperialista que ya lleva medio siglo con innumerables situaciones de este tipo, muchas de las cuales terminaron en crisis agudas globales. Y que en todos los casos comenzaron por el estallido de burbujas especulativas generadas por ganancias ficticias, ante el hecho concreto de que en el capital productivo las tasas de ganancias siguen a la baja. Hay billones de dólares colocados en la especulación financiera, bursátil, inmobiliaria, en negocios de la nueva tecnología totalmente sobredimensionados o en el sube y baja de las criptomonedas. Que en cualquier momento puede estallar. Y luego, como siempre, se tratará de que la crisis la paguen los trabajadores y los pueblos sometidos del planeta.
Todo esto no es sino una muestra más de por qué el capitalismo no va más, ya que sólo tiene para ofrecer crisis, hambre, miseria y saqueo. Es más necesario que nunca que gobiernen las y los trabajadores, en el camino hacia el socialismo
José Castillo, dirigente de Izquierda Socialista, sección argentina de la UIT-CI