Antonio Orihuela (Moguer; Huelva, 1965) se ha convertido, por derecho propio, en los últimos años, en la figura más destacada de la corriente poética a la que el crítico Alberto García Teresa ha etiquetado de manera bastante acertada como «poesía de la conciencia», «poesía del conflicto» o simple y llanamente, «poesía crítica». A Enrique Falcón, […]
Antonio Orihuela (Moguer; Huelva, 1965) se ha convertido, por derecho propio, en los últimos años, en la figura más destacada de la corriente poética a la que el crítico Alberto García Teresa ha etiquetado de manera bastante acertada como «poesía de la conciencia», «poesía del conflicto» o simple y llanamente, «poesía crítica». A Enrique Falcón, otro de los poetas perteneciente al grupo, debemos la definición más atinada de lo que es la «poesía de la conciencia: «literatura de voluntad crítica y pulso resistente en tiempos sin embargo como los nuestros, de macdonalizada pacificación e innegable injusticia social». Desde 1995, año de la publicación de Si Rocky viera ese gato y Perros muertos en la carretera, los dos primeros poemarios de Orihuela, hasta su último y más reciente libro, Salirse de la fila, editado el año pasado por la editorial Amargord, el poeta onubense ha ido conformando, obra a obra, un corpus poético extremadamente singular, en el cual subyace todo un planteamiento moral y ético frente a la realidad capitalista que abruma al ser humano contemporáneo. El propio autor, con la contundencia que lo caracteriza, lo deja bien claro:
Seamos nosotros quienes descodifiquemos las señales de humo de las chimeneas de las fábricas de sulfuro como lo que son y no como lo que nos dicen que son de beneficiosas, volvámonos contra los mensajes de las paredes, contra las vallas publicitarias, contra los contenedores y las cabinas de teléfonos… que en todos estos sitios, los mensajes nos sonrían, que hablen de nosotros, que nos reconozcamos en ellos como una huella nuestra. Descubramos, en realidad, a qué huelen las cosas que machaconamente nos dicen que huelen tan bien. Escuchemos y traduzcamos el sonido, el alarido de la ciudad y la necesidad de volver a componer la música callada de las cosas. Distingamos, aún sin el maniquí, donde comienza el escaparate y donde la verdadera vida de la calle. Si salimos así de dispuestos, preparados para iniciarnos en estas prácticas, estaremos devolviendo la poesía a la calle, volverá a haber poesía en la calle, paseará la poesía, de nuevo, de nuestro brazo, por la calle.
Y sin embargo, la faceta literaria de Antonio Orihuela, no se restringe solamente al ámbito de la poesía. Orihuela, que se doctoró en Historia por la Universidad de Sevilla es, además de poeta, ensayista. Un fino y certero, me atrevería a decir, escritor de ensayos. Así lo viene demostrando en obras referenciales como Historia de la prehistoria: el suroeste de la Penínsual Ibérica, Moguer, 1936 (donde lleva a cabo un estudio detallista del golpe militar fascista y la posterior represión en su pueblo natal en 1936); o Poesía, pop y contracultura en España, un libro imprescindible para entender la cultura underground en el estado español, durante una época, el tardofranquismo y la Transición, y en el que se hace un repaso riguroso a todas y cada una de las figuras de la contracultura española, desde el flamenco-rock al mundo del tebeo, pasando por la pintura, escultura, cine, etc., etc.
La caja verde de Duchamp y otras estampas cifradas es el título del más reciente ensayo de Antonio Orihuela, una obra que ha sido publicada por El Desvelo Ediciones, una pequeña editorial independiente con sede en Santander. A través de 21 ensayos, Orihuela lleva a cabo un recorrido por la historia del arte, desde la Grecia clásica hasta la posmodernidad más reciente, estableciendo un diálogo, no exento de ironía – me atrevería a decir que incluso el humor está presente en muchas páginas de este libro-, y siempre rebosante de esa actitud crítica, anticapitalista y libertaria, tan certera e incisiva, que se ha convertido en marca de la casa.
La caja verde de Duchamp está divida en dos partes: la primera de ellas agrupa un total de dieciséis ensayos que giran en torno a otros tantos artistas imprescindibles en la historia del arte, aunque por desgracia, muchos de ellos, no ocupen siempre en la actualidad el lugar que merecen. De esta manera por las páginas de este libro pasean nombres como los de Masaccio, Caravaggio, Jan Van Eyck, Clouet, Gerard Von Honthorst, George de la Tour, Jan Steen, Jean Cousin, Fernand Knopff, William Hogarth, y muchos otros. Orihuela entabla una serie de diálogos con las obras referenciadas, tratando de arrojar un poco de luz sobre sus simbolismos, al mismo tiempo que penetra en los códigos ocultos que se esconden detrás de estas obras, e investiga cuáles fueron las razones de sus autores para llevarlas a cabo, las pasiones secretas que albergan cada una de ellas: amores homosexuales, relaciones incestuosas, consumo de sustancias psicotrópicas, etc. Sin duda, de esta primera parte, mi ensayo favorito, el que más me ha impresionado, es el que se titula «La biosfera: parque temático del ecoterrorismo», en el cual Orihuela hace un pormenorizada crítica del Earth Art, esa tendencia artística tan en boga en la década de los setenta del pasado siglo que consistía, básicamente, en «llevar el Arte Pop y su cultura urbana hasta los entornos naturales que utilizarán como entorno y soporte». Algunos de los earth-workers más venerados fueron artistas como Christo, Robert Smithson, Michel Heizer o Nancy Holt, que alcanzaron bastante notoriedad con sus transgresiones y sus manipulaciones estéticas.
La segunda parte del libro está dedicada íntegramente a la figura de Marcel Duchamp. Cinco ensayos sobre el artista al que Orihuela define como «un precursor del arte conceptual, del pop art, del minimal, de la performance, del arte procesual, del multimedia, y prácticamente de todas las tendencias por las que ha discurrido el Arte desde la segunda mitad del siglo XX.» Antonio Orihuela no tiene ningún tipo de duda a la hora de declarar a Duchamp como el más influyente artista del siglo pasado. «Dejó de pintar porque, decía, había llegado a un punto muerto, pero sus ideas continúan vivas, parecen un manantial que fluye constante y vigoroso impregnándolo todo, borrando la frontera entre el arte y la vida, liquidando los presupuestos de lo estético, haciendo estallar el canon y la norma, socavando para siempre las viejas concepciones de artista, obra de arte y proceso creativo.»
La caja verde de Duchamp constituye una magnífica ocasión para aproximarse a un escritor, Antonio Orihuela, y a su particular mundo estético, simbólico, metafórico y referencial. Un libro hecho de fragmentos, de pequeñas piezas que, nosotros, los lectores, hemos de sacar de esa caja verde para que todo termine encajando de manera perfecta.
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