Tras la aparente calma en la inestable provincia iraquí de Al Anbar subyace un trasfondo de violencia, detenciones arbitrarias y miedo. La provincia, que ocupa un tercio del territorio del país, ha sido una pesadilla para las autoridades desde la invasión, en marzo de 2003, a cargo de un coalición internacional encabezada por Estados Unidos. […]
«Los estadounidenses calificaron a nuestra provincia de mortal enemigo y, de repente, nos promueven como si fuéramos sus mejores amigos», dijo a IPS Sa’doon Khalifa, dirigente político independiente que reside en la capital de la provincia, Ramadi, 110 kilómetros al oeste de Bagdad.
«Le mintieron a su pueblo y al mundo las dos veces, pues nunca fuimos terroristas ni ahora somos sus amigos», subrayó.
Los combatientes de la resistencia de Al Anbar lucharon contra las fuerzas de la ocupación, pero ahora disminuyen sus ataques, explicó Khalifa.
Eso se debe, en gran parte, a que el ejército estadounidense ha comprado la colaboración de jefes tribales, para lo que ha erogado hasta ahora unos 17 millones de dólares.
El dinero se emplea para financiar a combatientes que reciben 300 dólares al mes para patrullar la zona y eliminar milicias extranjeras.
El ejército los llama «ciudadanos locales preocupados», «Fuerza Naciente» o simplemente «voluntarios», a pesar de que, como es bien sabido, la mayoría de ellos suelen perpetrar paradójicamente ataques contra los soldados de la ocupación.
«Los estadounidenses creyeron que iban a reducir los ataques de la resistencia al dividir a la población iraquí en sectas y tribus», dijo a IPS un hombre de 32 años residente en Ramadi que pidió reserva de su identidad.
«Son conscientes de que cada vez se entierran más en el fango, pero los colaboradores se aprovechan de ellos y van a terminar usando esa estrategia en su contra», prosiguió.
El ejército estadounidense contaba, hasta fines de noviembre, con 77.000 de esos combatientes. Pero tiene previsto sumar pronto otros 10.000. Ochenta y dos por ciento de ellos son de la minoritaria comunidad musulmana sunita.
Ese reclutamiento masivo no evita que en esta provincia haya ataques esporádicos contra las fuerzas estadounidenses.
«Es verdad que cientos de combatientes fueron asesinados o detenidos por la llamada Fuerza Naciente, pero hay miles que nunca abandonarán la lucha hasta que termine la ocupación», dijo a IPS Ali Khamees, ex comandante del disuelto ejército iraquí en Ramadi.
Khamees considera que la disminución de ataques es una «nueva técnica de la resistencia para reducir el sufrimiento de la población de Al Anbar y trasladar la lucha a otro lugar».
Los ataques contra fuerzas estadounidenses recrudecieron en las provincias de Diyala, Saladin y Mosul.
El ejército ocupante informó de la muerte de docenas de soldados en noviembre, pero la prensa local señala que las bajas fueron muy superiores a las declaradas.
Una atacante suicida hirió a siete soldados estadounidenses el 28 de noviembre en Baquba, capital de la también inestable nororiental provincia de Diyala, al detonar los explosivos que llevaba.
En esa misma ciudad, otro atacante suicida se inmoló el 27 de noviembre frente a la jefatura de la policía, mató a seis personas e hirió a otras siete, según las fuerzas de seguridad.
Una prueba de la relativa la calma en Al Anbar es la explosión de un coche bomba el 22 de noviembre en Ramadi que dejó al menos seis personas muertas en lo que fue el ataque más mortífero de los últimos meses.
El coche bomba explotó cerca del juzgado de la ciudad, cerca del mediodía, y fue detonado por un atacante suicida. Al menos 30 civiles resultaron heridos, según oficiales de la policía.
«Justo salía del banco, a unos 80 metros de donde ocurrió la explosión», relató el médico Ahmed Al-Aani.
«No vi venir ningún automóvil así que pensé que estaba estacionado allí. Lo extraño fue que apenas 30 segundos después pasó un convoy del ejército estadounidense. Y lo más extraño es que pasaron sin tomar ninguna medida como cerrar el área o tratar de ayudar a los heridos», añadió.
Otros dos testigos relataron la misma historia con pequeñas diferencias, como la cantidad de víctimas y el tiempo que tardó en pasar el convoy militar de Estados Unidos.
Los residentes de esta provincia se quejan de las duras prácticas de la Fuerza Naciente, respaldada por Estados Unidos.
«Le voy a cortar la cabeza a cualquiera que lleve un arma en este provincia», dijo a IPS Wussam Hardan, líder de Fuerza Naciente en Ramadi, según fuentes cercanas a IPS.
«No hay juzgados, no hay abogados, no hay nada. Tenemos nuestros propios métodos para que esos delincuentes confiesen», indicó Hardan.
La población local teme por los últimos acontecimientos, a pesar de la leve mejoría de la seguridad.
«Está más tranquilo porque los estadounidenses interrumpieron muchas de sus actividades en Al Anbar», dijo a IPS Shakir Mahmood, activista de derechos humanos de Ramadi, que pidió ser citado con un nombre falso.
«Hubo tantas detenciones, de las fuerzas estadounidenses, la policía y la Fuerza Naciente en los últimos meses que no nos atrevemos ni a hablar por las amenazas de esos tres grupos», indicó.
«Se sabe que muchos de los detenidos son inocentes señalados falsamente por gente que tiene problemas personales con ellos o con familiares suyos», añadió. «Es la misma historia que se repite y sólo Dios sabe qué va a pasar.»
El arresto de personas se sustenta en los supuestos vínculos de los detenidos con los miembros de la red terrorista Al Qaeda o con Irán.
Muchos de ellos permanecieron en cautiverio durante un año, o más, sin juicio, en tanto la policía y las milicias de Fuerza Naciente ejecutaron a muchos más. El Comité Internacional de la Cruz Roja estimó el 13 de noviembre que hay unos 60.000 presos en las cárceles iraquíes y estadounidenses en este país.