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La CIA contra Venezuela

Fuentes: Rebelión

Las denuncias sobre la actividad de la Central de Inteligencia (CIA) en Venezuela son «pura paja», dice el embajador de Washington en ese país, Charles Shapiro, atribuyéndolas a una «imaginación hiperactiva» de personajes políticos venezolanos como el diputado nacional, Nicolás Maduro. Es difícil saber, cuando la CIA realiza sus actividades desestabilizadoras contra gobiernos legítimos latinoamericanos, […]

Las denuncias sobre la actividad de la Central de Inteligencia (CIA) en Venezuela son «pura paja», dice el embajador de Washington en ese país, Charles Shapiro, atribuyéndolas a una «imaginación hiperactiva» de personajes políticos venezolanos como el diputado nacional, Nicolás Maduro.

Es difícil saber, cuando la CIA realiza sus actividades desestabilizadoras contra gobiernos legítimos latinoamericanos, por la misma naturaleza encubierta de esas operaciones que se organizan bajo la doctrina de la «desmentira plausible» ( plausible denial). Esa doctrina instruye a los operativos de la CIA a realizar todas sus actividades de tal manera que el gobierno en Washington siempre puede desmentir de manera «plausible» su participación en ellas.

Raras veces se levanta el velo sobre las actividades subversivas de la organización, tal como sucedió el martes, 28 de octubre, cuando la CIA admitió que sus dos operativos clandestinos William Carson y Christopher Glenn Mueller fueron emboscados en Afganistán por guerrilleros afganos y muertos. Los dos eran exmiembros de las fuerzas especiales estadounidenses, contratados por el Directorado de Operaciones (Directorate of Operations) de la CIA, para formar parte de su Grupo Especial de Operaciones (Special Operations Group), que conduce operaciones de comando y guerra sucia en todo el mundo.

Pero, aunque la naturaleza clandestina de las actividades sediciosas de la CIA, la doctrina de la «desmentira plausible» y su política deliberada de desinformación mediática, dificultan la detección y demostración de sus políticas subversivas, tampoco es imposible hacerlo. El método científico es el recurso adecuado, porque permite inferencias adecuadas desde causas conocidas hacia efectos incógnitos o, a la inversa, desde efectos observados hacia variables independientes desconocidas.

Aplicando este razonamiento objetivizador a las afirmaciones de Shapiro para formarnos una idea sobre el grado de veracidad de las acusaciones de guerra de baja intensidad de la CIA contra el gobierno del Presidente Hugo Chávez, podemos usar como punto de partida a un reciente artículo de la importante revista estadounidense, U.S. News and World Report, publicado el 6 de octubre del 2003, y un documento de la inteligencia venezolana que data de julio del año en curso.

Analizando los futuros planes de la subversión nacional e internacional contra el proceso bolivariano, el documento afirma, que «se tiene planificada una campaña internacional contra el gobierno de Chávez, la cual consiste en demostrar como el Presidente le da protección a los terroristas árabes, colombianos y españoles. Se iniciará con la detención de ocho ciudadanos de origen árabe con antecedentes inventados y falsos, como terroristas internacionales. Al momento de la detención se les decomisarán pasaportes, cédulas venezolanas y credenciales auténticas de la DISIP (policía política, H.D.), sacadas en Caracas.

«Estos ciudadanos serán detenidos en Panamá, Colombia, Aruba y España. Los presuntos terroristas son agentes de inteligencia americana, de origen árabe y español. El objetivo de esta operación es lograr una campaña publicitaria a gran escala internacional en contra del gobierno de Venezuela para desacreditarlo a nivel internacional y así ir acomodando el terreno para una futura intervención directa en Venezuela por los Estados Unidos con el consentimiento de grupos económicos, religiosos, políticos y militares venezolanos.»

En el artículo de U.S. News and World Report, «El terror cerca de casa» ( Terror Close to Home), escrito por la jefa de la sección de América Latina, Linda Robinson, la autora sostiene que «Chávez está coqueteando con el terrorismo»; que «células de apoyo» de grupos terroristas de Medio Oriente operan en el país y que «miles de documentos de identidad venezolanos son distribuidos entre extranjeros de Medio Oriente», que mediante esa operación pueden evitar controles de inmigración de Washington y obtener visas estadounidenses; que Venezuela apoya a grupos armados colombianos que están en la lista oficial de organizaciones terroristas de Washington y que están vinculados al narcotráfico; que el presidente Hugo Chávez está «modelando su gobierno según él de la Cuba castrista»; que Cuba controla la inteligencia venezolana; que la multiplicación de los «lazos sospechosos entre Venezuela y el radicalismo islámico» ha motivado a las autoridades estadounidenses a investigar si hay una «conexión» entre Venezuela y Al Quaeda.

En resumen, dice Robinson, la Venezuela rica en petróleo, pero «políticamente inestable», está emergiendo como un «potencial centro de terrorismo en el hemisferio occidental», que provee de asistencia a «radicales islámicos de Medio Oriente» y cuyo presidente Chávez ha hecho amistad con algunos de los más notorios enemigos de Washington, entre ellos Sadam en Iraq, Kaddafi en Libia y, por supuesto, Fidel Castro en Cuba.

Para sostener acusaciones de semejante gravedad, el artículo muestra asombrosas deficiencias profesionales. Salvo dos citas de generales estadounidenses, la autora basa su argumentación en fuentes anónimas, cuya validez para cualquier tipo de periodismo serio y ético sería, por supuesto, nula. La falta de evidencia empírica sobre las graves imputaciones se complementa con falacias inferenciales que en la metodología científica se conocen como non sequitur, y que consisten en aserciones que no se derivan lógicamente de nada de lo dicho anteriormente, sean premisas o datos fácticos.

Tal falta de profesionalismo sorprende, porque Linda Robinson no es cualquiera reportera novata, sino jefa de la sección latinoamericana de la tercera revista más importante de Estados Unidos. También es miembro del poderoso Consejo de Relaciones Exteriores (Council on Foreign Relations) del gran capital liberal estadounidense y del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos ( International Institute for Strategic Studies); fue editora de Foreign Affairs ; recibió en 1999 el Premio Periodístico de la Universidad de Colombia, en Nueva York, junto con el corresponsal para América Latina del The Miami Herald y el «disidente» cubano Raúl Rivero, cabeza de la agencia de noticias «independiente» Cuba Press; también ha visitado veinte veces a Cuba y entrevistado dos veces al Comandante Fidel Castro, según su currículum vitae.

Pese a sus enormes deficiencias, el artículo de Robinson fue reproducido ampliamente a nivel mundial, y es obvio, porque. El gobierno de Bush ha perdido la batalla de las ideas a nivel mundial y latinoamericano, porque nadie cree ya en sus constantes mentiras. Ha perdido también la batalla económica, porque América Latina está sumergida en la peor crisis económica-social de su historia. Y está perdiendo la batalla política por las heroicas luchas populares y porque la Organización de los Estados Americanos (OEA) ha dejado de ser el instrumento ciego de la imposición de los intereses de Washington, debido a la digna posición de soberanía nacional de los gobiernos venezolanos, argentinos y brasileños.

Por lo tanto, no le queda al imperialismo estadounidense otro frente de batalla para imponer sus intereses, que la militarización de la Patria Grande. Y el cuento del terrorismo árabe y filoárabe en Nuestra América es la apología lanzada preventivamente para justificar el terrorismo de Estado y la represión generalizada que Washington pretende implementar en nuestros países.

En este sentido, el artículo de Robinson inició la campaña propagandística del «terror cerca de casa», que después entró en velocidad turbo. Oportunamente, dos semanas después se realizó la Conferencia sobre Seguridad Hemisférica en México que llenó las páginas con el problema del terrorismo. Y en el marco del IV Seminario de los Servicios Iberoamericanos de Inteligencia, en Cartagena, Colombia, el «especialista» irlandés Gordon Thomas contribuyó al cuento afirmando que las FARC y Al Quaeda han establecido comunicaciones.

En seguida, le tocó el turno al «enviado especial» de la Casa Blanca para América Latina, Otto Reich, exempleado de la guerra sucia de Reagan, quién declaró que el gobierno venezolano tiene posiciones «francamente antinorteamericanas» en foros internacionales y que hay numerosos informes que señalan que el territorio venezolano «se está usando para actividades que no contribuyen a la paz y a la seguridad de la región».

Paralelamente, la cadena televisiva CNN reavivó el fantasma del terrorismo árabe en América Latina, mediante un largo «reportaje» desde la «triple frontera» de Brasil, Argentina y Paraguay que conjuró el terrible peligro, de que los terroristas de Osama bin Laden pudieran infiltrarse en el paraíso estadounidense desde las cataratas de Foz de Iguazú, vía Paraguay, las selvas amazónicas del Brasil, las selvas de Surinam, Venezuela, Colombia y América Central.

Ayudaron en la construcción de la historieta del terror fuentes tan impecables, como el responsable de contraterrorismo de Estados Unidos, Cofer Black, una chalupa de contrabando de Ciudad del Este y un gordo-panzón desempleado de la «inteligencia argentina», con notables dificultades de lexicón.

Sobre las ventajas comparativas, de porque un terrorista del desierto arábico correría el peligro de morirse del dengue, de la mordida de una víbora o de terminar en la panza de un jaguar, para llegar por esta ruta a la tierra prometida, nada fue dicho.

Paralelamente a este reportaje, el Secretario de Relaciones Exteriores, Colin Powell, concedió una entrevista a CNN, en la cual calificó las acusaciones venezolanas de «absurdas», afirmando que «no estamos en el siglo XIX» y que Washington nunca le haría daño a quien «el pueblo venezolano ha elegido su presidente».

Esto es muy loable, pero no carece de ciencia-ficción. Powell no necesita regresar un siglo para encontrarse con la guerra sucia de Washington. Fue hace apenas veinte años, cuando Ronald Reagan destruyó a un presidente elegido por su pueblo, en Nicaragua, mediante la guerra sucia. Y uno de los operadores principales de esa subversión armada era justo Colin Powell, el bonachón de la tropa de Bush, que hoy habla como la Madre Teresa de Calcuta.

De tal manera que podemos conceder a Powell, Reich y Robinson el beneficio de la doctrina de la «desmentira plausible» e inferir que la verdad de lo que sucede en América Latina, se encuentra en el polo opuesto de sus declaraciones: es decir, que nos hallamos ante una operación represiva de envergadura continental con un componente propagandístico a nivel mundial.

Frente a esta ofensiva nada indica que la Revolución Bolivariana esté actuando adecuadamente en el campo mediático. Parece que no hay un núcleo estratégico que centralice la información y decida su uso en el lugar, tiempo y en la forma adecuada, frente a la agresión de Washington, tal como sucede, por ejemplo, en Cuba.

Enfrentarse de esta manera dispersa y artesanal a un enemigo propagandístico temible, puede tener serias consecuencias. Solo queda de esperar que el Comandante Hugo Chávez aplique lo antes posible las reglas de la guerra, tan claramente expresadas por el General von Clausewitz, también a este campo de batalla.