Al caer del día, la via del Campo queda solitaria porque los modernos llevan en el cuerpo el miedo a la noche y a los inmigrantes. Se reúnen ahora en otra parte, en la Piazza delle Erbe, en rebaños multitudinarios que ayudan a enmascarar la soledad de cada uno. Iluminada a todo gas, con cámaras […]
Al caer del día, la via del Campo queda solitaria porque los modernos llevan en el cuerpo el miedo a la noche y a los inmigrantes. Se reúnen ahora en otra parte, en la Piazza delle Erbe, en rebaños multitudinarios que ayudan a enmascarar la soledad de cada uno. Iluminada a todo gas, con cámaras de vigilancia y sin sombras para ambientar un Drácula siquiera, en el Campo permanecen putas de piel negra, que asoman en los rincones de esta barcelonesa, turca o marroquí casba de Génova.
A pocos metros, las ratas hacen festines de basuras. De haber sido italiano, Fëdor Dostoievski habría podido usarla como escenario de Las Noches Blancas, como lo fue de Fabrizio de André, que para Génova es un cóctel de Paco Ibáñez, Javier Krahe y Albert Pla; todos ellos revulsivos para bienpensantes, o su limpiaconciencias, según se interpreten como crónica o terapia barata.
Génova es la ciudad mediterránea que más se parece a Barcelona, sin Montjuïc, en la que, al revés de París, Milán o Nueva York, también los inmigrantes viven en el centro. Pululan donde, en tiempos de la República marinera y de los almogávares, vivían los genoveses, que ahora residen en las colinas que coronan la ciudad, como en su día hicieron los doges locales, solo que entonces Génova era más pequeña y sus alturas han sido incorporadas al conglomerado urbano actual.
En via del Campo abre sus puertas la tienda musical de Gianni Tassio, que exhibe la Francesco Esteve, número 097, una guitarra de André. Los genoveses, definidos como tacaños al igual que los escoceses y los catalanes, la compraron en una subasta por 170 millones de liras de entonces, equivalentes a unos 15 millones de pesetas (más de 80.000 euros), para que no se fuera de la ciudad. El establecimiento es un museo de André, con sus discos, sus letras, sus partituras y algunos libros. Lo compró el Ayuntamiento para que no cambiara de temática.
Cre-za de mä (Camino de herradura en el mar, 1984) constituye un punto de inflexión en su música. Está cantada en genovés, que para De André era un idioma y no un dialecto y fue el comienzo en Italia de la música world y étnica, donde la lengua local, con sus diptongos, sustantivos mutilados y vocales alargadas o acortadas suena, en la intención del autor, como turco, griego, bereber o a gaviotas del Mediterráneo: «Umbre de muri, muri de mainé dunde ne vegni, duve l’ è ch’a nè: de’n situ duve a luna se mustra nua…».
De André revolucionó la canción italiana, introduciendo palabrotas, cargándose tabús, relatando una vida de Cristo según los Evangelios Apócrifos, cantando sobre marginados, guetos, minorías, desheredados, indeseables, desertores y terroristas. Humanidades rechazadas.
Como los bandidos de la isla de Cerdeña que un día le secuestraron. Pagó el rescate y después les dedicó un álbum.
La ciudad ha prorrogado hasta fines de junio La Muestra, en mayúsculas y artículo determinado, exposición en la que el visitante se transforma, con los milagros de la era multimedia, en protagonista del encuentro con la Vía del Campo, el cantante y la ciudad.