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«La Ciutat Morta» de Patricia Heras

Fuentes: Rebelión

La historia me llegó por e-mail de un amigo.  A lo largo de sus 128 minutos de duración el documental Ciutat Morta nos explica con todo detalle la historia de Patricia Heras y los otros jóvenes detenidos y condenados en un proceso policial, mediático, político y judicial aterrador. Una historia que parece una oscura película de […]

La historia me llegó por e-mail de un amigo. 

A lo largo de sus 128 minutos de duración el documental Ciutat Morta nos explica con todo detalle la historia de Patricia Heras y los otros jóvenes detenidos y condenados en un proceso policial, mediático, político y judicial aterrador. Una historia que parece una oscura película de Hollywood pero que ha sucedido en Barcelona.

Y ocurrió en una noche de febrero de 2006. Y yo no la conocí hasta que hace un par de noches me la contaron en casa. A lo largo de dos horas y ocho minutos, de 128 minutos, escuché en silencio, casi sin pestañear, la historia de Patricia Heras, una chica de 32 años que salió a dar una vuelta en bicicleta por Barcelona y acabó en la cárcel. Más tarde se tiró por una ventana de un séptimo piso.

Los testigos clave para encerrar a Patricia en prisión fueron dos policías -los agentes Víctor Bayona y Bakari Samyang- condenados por torturas graves. TV3, La Vanguardia, El País o El Periódico -ahora lo sé- fueron piezas clave para el triunfo de la impunidad. En los grandes medios hubo muy pocas grietas, pero hubo: Mònica Terribas, dejando descolocado al alcalde Joan Clos en plena entrevista, preguntándole por el caso pese a que no estaba entre las preguntas guiadas. Gregorio Morán, haciendo valer su enorme peso periodístico y publicando el caso en su columna de La Vanguardia… y luego el silencio y la manipulación. Y el semanario La Directa, haciendo descubrimientos increíbles y publicándolos, desempeñando el papel por el que nació el periodismo.

La noche del 4 de febrero de 2006 terminó con una carga policial en el centro de Barcelona. Fue en los alrededores de un antiguo teatro ocupado en el que se estaba celebrando una fiesta. Entre los golpes de porra empezaron a caer objetos desde la azotea de la casa ocupada. Según relató por radio el alcalde de Barcelona Joan Clos (alcalde socialista desde sept. del 97 hasta sept del 2006), pocas horas después, uno de los policías que iba sin casco quedó en coma por el impacto de una maceta.

Las detenciones que vinieron inmediatamente después del trágico accidente son el relato de una venganza. Tres jóvenes detenidos, de origen sudamericano, son gravemente torturados y privados de libertad durante dos años, a la espera de un juicio en el que poco importa quién había hecho qué. Poco importaba que el objeto que hirió al policía hubiera sido tirado desde una azotea mientras que los detenidos estaban a pie de calle. Otros dos detenidos aquella noche -Patricia y Alfredo- ni siquiera estaban presentes en el lugar de los hechos: fueron detenidos en un hospital cercano y hallados sospechosos por la forma de vestir. Poco importaba que hubiera pruebas que exculparan a todos los acusados, como luego se evidenció. En aquel juicio no se juzgó a individuos, se juzgó a todo un colectivo.

¿Quién era Patricia Heras y por qué se tiró de un séptimo? Se trata de una joven estudiante de literatura, extremadamente sensible, que escondía sus inseguridades detrás de una estética excéntrica, alimentada por la cultura queer con la que se identifica. Fue detenida aquel 4 de febrero del 2006 junto con su amigo Alfredo en un hospital. Y su vida se vuelve otra: Dos años de angustia a la espera de juicio, todos sus ahorros dilapidados en abogados, tres años de condena en la cárcel. Una vida destrozada, que va dejando huella de tristeza, adiós y acabose en el blog Poeta Muerta, hoy convertido en libro. Y durante una salida de cárcel, en abril de 2011, se arroja por la ventana de un sétimo.

La película Ciutat morta quiere ser un homenaje a Patricia Heras y algo más. Una dura acusación a la manipulación y venganza policial, a la sumisión y manipulación de los medios. Escribía Gregorio Morán: «La amarga historia de Patricia Heras empieza como esos guiones de Hollywood, donde los policías mienten, los ciudadanos miran para otro lado, los jueces bostezan, los carceleros corrompen y los presos esnifan hasta los polvos de talco. Mientras, la víctima inocente contempla más allá de la desolación y el espanto, que se está comiendo un marrón del que apenas sabe nada, salvo de que acaba de entrar en el infierno. Y que gritar la inocencia en una cárcel es como leer la Biblia en un prostíbulo, gimnasia intelectual».

Finalmente entrarán en prisión Víctor Bayona y Bakari Samyang, los dos policías municipales de Barcelona condenados por torturas graves contra el ciudadano de Trinidad y Tobago Yuri Jardine. Deberán ingresar en un centro penitenciario para cumplir la pena de dos años y tres meses de prisión. Precisamente estos dos agentes fueron la pieza clave contra Rodrigo Lanza, Patricia Heras y los otros dos jóvenes que fueron encarcelados por el caso 4F. La palabra de los dos policías tuvo más peso ante el tribunal que el testimonio de todos los acusados, las pruebas documentales y la palabra de los peritos que contradecían la versión de los policías. La condena de Samyang y Bayona por las torturas al ciudadano de Trinidad y Tobago Yuri Jardine, a pesar de su gravedad, apenas ha tenido repercusión en la prensa catalana, aspecto destacado en el documental Ciutat Morta -dirigido por Xavier Artigas y Xapo Ortega- que ha servido, en la práctica, como herramienta de denuncia de aquellos hechos. 

Y el grueso libro de 763 páginas de Euskal memoria fundazioa titulado La guerra no declarada. Terrorismo del estado en Euskal Herria me llegó, como todos los años, por mensajero. Y viene a ser como la trágica historia de Patricia pero a lo bestia, con un gobierno español de años y sus funcionarios más siniestros ensudados en el crimen: Le Grand Terreur, en palabras de William Schulz «tan viejo como la sociedad de clases misma».

También en 1894 el ejército y la justicia parisina sabían que la carta, que atribuían falsamente a Alfred Dreyfus, la había escrito el comandante Ferdinand Walsin. Pero no importó ni a jueces, ni al gobierno, ni a policías y militares. Sencillamente fueron a por él.

A veces una flor limpia es suficiente para descubrir la gran contaminación, Patricia Heras nos descubre una ciudad muerta.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.