Bajo el título de ‘El capital como civilización’, el escritor Luis Zúñiga hizo un agudo comentario a mi libro Al Sur de las decisiones: enfrentando la crisis del siglo XXI (Editorial El Conejo, 2014), en un editorial publicado en este medio. El planteamiento central es que el capitalismo como modelo civilizatorio está arrasando con todo […]
Bajo el título de ‘El capital como civilización’, el escritor Luis Zúñiga hizo un agudo comentario a mi libro Al Sur de las decisiones: enfrentando la crisis del siglo XXI (Editorial El Conejo, 2014), en un editorial publicado en este medio. El planteamiento central es que el capitalismo como modelo civilizatorio está arrasando con todo y dejará pocas posibilidades de vida en un porvenir no muy distante. También podríamos invertir el orden de su título, de esta manera: la civilización del capital.
La actual crisis ‘económica’ mundial en realidad es una crisis civilizatoria, con varias aristas (económica, social, alimentaria y ambiental) interrelacionadas y una organización internacional (gobernanza mundial, dice el establishment) colapsada.
Al respecto, parece necesario retrotraer la mirada hacia el 2008, cuando se pudo cambiar el matiz del capitalismo mundial y no se pudo, de lo cual salió fortalecido el capital financiero, es decir la derecha del planeta, que evitó el cambio de correlaciones de fuerzas en la ‘gobernanza’ mundial. Luego de esa coyuntura, el régimen de acumulación de la globalización del capital financiero quedó más robusto que nunca (para comprobarlo, basta ver la cantidad de expectativas fallidas que deja en su mandato el presidente Barack Obama).
Habría que recordar que el 1% más rico de la población mundial recibe el 99% del ingreso mundial. Habría que darse cuenta de que en pocos años habrá desaparecido el hielo en la Antártica, lo que marcará un punto de no retorno para el cambio climático mundial, tal como lo afirman todos los últimos reportes del grupo de expertos sobre este crucial tema de Naciones Unidas (IPCC). Habría que recordar que los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) quieren alcanzar las pautas de consumo de los países capitalistas centrales, lo que es ambientalmente inviable. Habría que considerar que la sobreproducción de mercancías comporta profundas injusticias para minorías poblacionales específicas y para la naturaleza (en especial por la pérdida de biodiversidad).
Es como un ataque de una fuerte enfermedad que se sabía que venía, pero nadie se atreve a dopar al enfermo, y se produce el ataque. Es como que nadie se da cuenta qué lo causa, pero todos lo mencionan sin que nadie haga nada por controlarlo.
En todos esos eventos hay un común denominador: la preponderancia del capital. La enfermedad hace que el capital parezca una entelequia con ánima propia, lo hace aparecer como intemporal y supremo, distinto y superior a sus defensores (brokers, banqueros, presidentes y legisladores). Pero en realidad es una creación, un producto que en medio de la enfermedad ha tomado el control de las almas de sus creadores.
Como sabemos, esto tiene contradicciones y negaciones de la realidad que lo hacen un modelo insostenible, en el sentido civilizatorio del término. La civilización que ha permitido esto, y que día por día permite que esto devore vidas humanas, arrase la naturaleza, enfrente a pueblos hermanos, ¿acaso puede cambiar los acontecimientos?
Las acciones para evitar este colapso pueden venir desde el Sur, desde la construcción de sociedades respetuosas con el 99% de la población y con el medio ambiente.
Si no cambiamos estas conductas, como seres humanos, aquellas palabras del gran escritor Gabriel García Márquez podrían ser más juiciosas que nunca: «La sabiduría nos llega cuando ya no nos sirve de nada».
http://www.telegrafo.com.ec/opinion/columnistas/item/la-civilizacion-del-capital.html