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La clase acreedora y la austeridad

Fuentes: Rebelión

  Es en tiempos de crisis cuando más resaltan quienes en realidad tienen el comando sobre las instituciones y cursos de acción que determinan la actividad económica. Hoy en día en occidente ese actor económico dominante, en detrimento de otros grupos de poder tradicionales, es el sector financiero. Y su receta preferida para afrontar los […]

 

Es en tiempos de crisis cuando más resaltan quienes en realidad tienen el comando sobre las instituciones y cursos de acción que determinan la actividad económica. Hoy en día en occidente ese actor económico dominante, en detrimento de otros grupos de poder tradicionales, es el sector financiero. Y su receta preferida para afrontar los numerosos problemas económicos de la actualidad ha sido, sin lugar a dudas, la implementación de políticas de austeridad.

Subrayemos algo de entrada que para la mayoría quizá resulte axiomático; contrario a la lógica pseudo-religiosa de culpa, castigo y expiación, la austeridad bajo ninguna circunstancia ayuda a mejorar una situación de crisis económica. Todo lo contrario, estrangula la producción al inhibir al Estado para compensar por la caída en la actividad económica del sector privado, sea por una crisis cíclica o por una crisis estructural.

La política fiscal austera (recortes en gasto e inversión pública) asegura la continuidad del ciclo vicioso de caída en demanda efectiva, desempleo, menor inversión, expectativas pesimistas, menor recaudación de impuestos por la merma en la actividad económica, mayores déficits fiscales, cortes de servicios públicos… la lista sigue.

Desde luego, esta receta preferida no es casual, sino que de cierta manera se desprende necesariamente de quienes están al mando (la mano visible) de las instituciones productivas y de regulación. Esta necesidad arraiga en lo siguiente: la clase acreedora (sector financiero) es la única beneficiada en una crisis de liquidación (quiebra).

En tiempos de bancarrota generalizada, se hacen de la propiedad hipotecada de los deudores y compran empresas valiosas depreciadas por la crisis. Es decir, ganan (1%) aunque todos los demás pierdan (99%).

Ni los asalariados, ni los sectores profesionales, ni los pequeños y medianos empresarios nacionales (locales y regionales), es decir, nadie ligado a la economía real se beneficia de crisis deflacionarios (caídas de precios por falta de demanda efectiva) o de liquidación.

De manera tal que salta a la vista la total sinrazón de que los únicos beneficiados en mantener la economía produciendo por debajo del pleno empleo, debido a las políticas de austeridad impuestas bajo amenaza de exclusión de los mercados crediticios internacionales, sean los que estén dando órdenes.

Pero el cinismo de todo esto no para allí. Fueron los mismos banqueros quienes nos llevaron a la crisis que ahora administran a su antojo; promovieron la desregulación financiera que elevó el riesgo y la especulación, se aliaron con los gobiernos que reprimieron las alzas salariales, indujeron a los países periféricos a invertir en el sector externo en menoscabo del desarrollo interno, y suscitaron el traslado de infraestructura industrial a los mercados laborales con menores garantías sociales y ambientales.

Es decir, se aseguraron ganancias cuando se inflaba la burbuja especulativa en el sector inmobiliario y en el mercado bursátil (época de vacas gordas), forzaron los rescates cuando sus inversiones temerarias finalmente estallaron (época de vacas flacas), y ahora administran una transferencia de propiedad a gran escala en su favor (se apropian de la finca y las vacas).

Esto último puede verse claramente en lo que sucede hoy en Grecia. Los acreedores del Estado Griego exigen la privatización de activos públicos, como los puertos y la empresa de gas natural DEPA , en razón de su incapacidad de pago. Pero la principal causa de la incapacidad de pago es el sometimiento a políticas de austeridad que inhabilitan reactivar la vida productiva. A la vez, las medidas de austeridad son impuestas por los representantes de los acreedores, conocidos como la Troika (la UE, el Banco Central Europeo y el FMI), para liberar los tramos de ayuda monetaria con el fin de que Grecia no entre en secesión de pago de su deuda. ¿Qué hay de sensato en todo esto?

Entre tanto, la deuda del gobierno griego ha pasado de 129.3% a casi 180% del PIB en cuestión de cuatro años. El desempleo se ha más que duplicado durante el mismo tiempo y actualmente casi un tercio de la fuerza laboral se encuentra sin trabajo, y entre jóvenes es casi dos tercios (¡!).

De lo anterior se intuye que los acreedores en realidad no parecen estar dispuestos a trabajar con Grecia para sacarla de su crítica situación fiscal, por ejemplo, mediante recortes a la deuda. Más bien, la someten a una política restrictiva de gasto público, que garantiza una crisis permanente, para hacerse con sus preciados activos públicos.

El mayor problema de esta situación dramática está en que los ánimos más agresivos de las naciones europeas en el siglo pasado surgieron precisamente durante crisis de deudas y en medio de gran sufrimiento a causa de políticas de austeridad. La principal víctima en aquel entonces fue el pueblo alemán, y no lo tomó a la ligera.

Por ello, llama la atención que sean los oficiales del gobierno alemán quienes hoy insisten en no indultar la deuda griega, en seguir recortando empleos públicos y servicios básicos, y en llevar a cabo los programas de privatización. Si continúa esta confiscación y extorsión de los países de la periferia europea por parte del sector financiero, que manda hoy en los países del centro, todo va a terminar muy mal.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.