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La clase trabajadora en Estados Unidos: Reestructuración, retirada, reacción

Fuentes: Rebelión

Traducido para Rebelión por Sinfo Fernández

Introducción

La subida al poder de la extrema derecha en Estados Unidos -control del Congreso y del Ejecutivo por civiles militaristas, sionistas y neo-liberales- no ha encontrado prácticamente resistencia por parte de la clase trabajadora o de la elite «sindical». Bien al contrario, importantes sectores de clase trabajadora votaron por Bush y una mayoría apoyó las guerras imperialistas contra Iraq y Afganistán (*). Los ataques frontales del régimen de Bush a los derechos más básicos de los trabajadores -en el área de la seguridad social, de las pensiones y de los subsidios por incapacidad- no han encontrado protesta masiva alguna de la clase trabajadora. En este ensayo vamos a considerar los cambios estructurales en la composición de la clase trabajadora, la decadencia y fracasos del aparato sindical estadounidense y el incremento de movimientos fundamentalistas de masas como determinantes clave de la pasividad, complicidad e impotencia de la clase trabajadora frente a los envites del ala derechista sobre las condiciones de trabajo, bienestar social y nivel de vida.

Reestructuración de la clase trabajadora

En primer lugar, la afiliación de la clase trabajadora estadounidense al sindicato de la industria manufacturera ha descendido un 75% durante los últimos 40 años. Entre los años 1980-2000, millones de puestos de la industria manufacturera han sido trasladados al extranjero -especialmente a China, Mexico y otros países con mano de obra infrapagada. En el nuevo milenio, cientos de miles de puestos de trabajo cualificados del sector servicios y manufacturero han sido recolocados en el exterior.

En segundo lugar, muchos de los trabajadores antes sindicados que trabajaban en empaquetamiento de carne, construcción, restaurantes, textiles y confección han sido reemplazados por inmigrantes ilegales que trabajan a cambio de una fracción del valor de los salarios pagados anteriormente a trabajadores organizados. Los capitalistas han contado con la ayuda y la complicidad de los capitostes de los sindicatos que se interpusieron contra los militantes de sindicatos locales, que colaboraron para que las huelgas fracasaran y que firmaron acuerdos que suponían un retroceso tanto en salarios como en beneficios.

La clase trabajadora de hoy en día, en su abrumadora mayoría, no está afiliada a ningún sindicato (91%), una mayoría está empleada en el mal pagado sector servicios y alrededor de la mitad no cuenta con ningún plan adecuado en los aspectos sanitario, de planes de pensiones, de protección y seguridad laboral. El punto primordial es que la «aristocracia de los trabajadores» -bien pagada, con trabajadores sindicados en empleos estables con generosos beneficios sociales- ha dejado de existir. Hay una minoría de trabajadores que está bien pagada y que tiene beneficios sociales pero incluso este grupo ha perdido sus puestos debido a las subcontrataciones. La situación que tendrán que enfrentar estos trabajadores les obligará a aumentar sus aportaciones individuales para fondos sanitarios y pensiones. La tendencia dominante es la disminución de la «aristocracia de los trabajadores». La minoría de trabajadores bien pagados no está sindicada, tiene cada vez menos beneficios sociales y presenta actitudes sociales cada vez más conservadoras.

En parte, esta es la consecuencia de dos clases de «reubicación» de empresas. La gran mayoría de nuevas fábricas en el sector automovilístico está estableciéndose en los Estados del Sur (Alabama y Tennessee), no en los Estados del Norte. Todos los fabricantes importantes de coches japoneses, alemanes y coreanos (Toyota, Nissan, Mercedes, Hyundai) han invertido miles de millones de dólares en nuevas factorías en el Sur, donde están recibiendo terrenos libres de impuestos, exenciones fiscales y legislación antisindical y que favorece el logro de beneficios. El segundo traslado de la inversión ha sido hacia el extranjero, a China, Mexico, América Central y el Caribe y a países ricos en reservas energéticas y minerales. Alrededor del 50% de las «exportaciones de China» a EEUU son efectuadas desde corporaciones multinacionales estadounidenses. Los EEUU han cambiado del capital industrial al comercial (comprador). Actualmente, los núcleos más numerosos de empleados en Estados Unidos se encuentran en los grandes almacenes (Walmarts, Target, Lowes y K-Mart), en los establecimientos de comida rápida (McDonalds, Pizza Hut, Wendys y Kentucky Fried Chicken) y en los supermercados. La inmensa mayoría de los trabajadores de estos oligopolios de «servicios» no están sindicados y reciben todos sueldos cercanos al salario mínimo establecido; y pocos, o ninguno, disfrutan de cobertura sanitaria. La mayor parte de la fuerza de trabajo es «precaria», trabajan menos de 30 horas semanales y se da una tasa alta de inestabilidad laboral.

Impacto de la reestructuración de las políticas sobre la clase trabajadora

La transformación, reubicación y recomposición de la clase trabajadora ha tenido profundas consecuencias sociales y políticas. Los mal pagados «trabajadores del sector servicios» no tienen prácticamente noción de «conciencia de clase», no pertenecen a ningún sindicato, y sus «referencias sociales» más notorias son las organizaciones religiosas, los clubs de armas, los medios de comunicación reaccionarios y sus directivos. De esa forma, los no sindicados trabajadores más pobres y más explotados, especialmente en el Sur, son más vulnerables ante los llamamientos «morales» de las iglesias evangélicas fundamentalistas que apoyan al ala de extrema derecha del Partido Republicano con George Bush. Los sionistas cristianos están aliados con el gobierno israelí, los colonos judíos israelíes y las organizaciones judías más importantes en EEUU.

La mayoría de los votantes de George Bush entre la clase trabajadora no están sindicados, son blancos, suristas, fundamentalistas religiosos y con especial frecuencia integran el sector de trabajadores peor pagados del sector servicios y del manufacturero. El «programa social» de la derecha religiosa va dirigido contra los derechos de las mujeres, de los homosexuales, de los sindicatos, de los izquierdistas, de los negros, de los inmigrantes, y a favor del chauvinismo ciego, del militarismo y de una autoritaria legislación estatal de tipo policíaco (la anti-terrorista «Acta Patriótica»).

El polo opuesto de este sector reaccionario de la clase trabajadora lo encontramos entre los trabajadores sindicados del Norte, en grandes empresas que tienen una ‘historia’ de lucha de clases y entre los trabajadores minoritarios del sector público y de los sindicatos de servicios sociales. Dentro de este grupo, los trabajadores blancos y latinos son los más militantes, al menos en términos de actitudes políticas ante las guerras imperialistas, sanidad nacional, seguridad social, pensiones, etc…

Sin embargo, las tendencias históricas dentro de la economía política estadounidense favorecen la expansión de los sectores conservadores de la clase trabajadora. En primer lugar, el porcentaje de trabajadores sindicados ha bajado del 35% al 12% en los últimos 35 años (¡entre los trabajadores del sector privado hay sólo un 9% sindicado!). En segundo lugar, las tasas más altas de desempleo se dan entre los trabajadores jóvenes negros – alrededor de un 40% entre los 18 a 25 años. En tercer lugar, el traslado de la industria manufacturera al Sur y la decadencia en el Norte y Medio-Oeste fortalecen a los sectores conservadores de la clase trabajadora. La posición dominante de trabajadores del sector servicio no sindicados es probable que continúe y crezca, aumentando la proporción de trabajadores que no tienen ninguna organización de clase ni espíritu solidario y son fácilmente manipulables por la derecha. Si los cambios estructurales llevan a la «conservadorización» de la clase trabajadora, los sindicatos han jugado un papel importante a la hora de facilitar ese proceso.

El papel de los sindicatos en el giro a la derecha de la clase trabajadora

Los sindicatos han jugado un papel fundamental en el debilitamiento de la solidaridad entre la clase trabajadora a través de: 1) al hacer poco o ningún esfuerzo para organizar la masa de trabajadores infrapagados del sector servicios; 2) al no enfrentarse con los nuevos capitalistas industriales en el Sur; 3) al apoyar a los sectores del Partido Demócrata que sólo buscan el lucro; 4) al intervenir contra sindicatos militantes locales y al expulsar a dirigentes locales y mostrarse de acuerdo con el hecho de poner fin a las huelgas en términos favorables para los jefes; 5) al forzar a los trabajadores a aceptar contratos que reducen los salarios; aumentan el poder de los jefes ante los despidos de los trabajadores, intensifican la explotación e incrementan los pagos que los trabajadores deben hacer de cara a los planes sanitarios y de pensiones; 6) al colaborar con el Departamento de Estado y con la CIA en los intentos de derrocamiento de gobiernos progresistas (como en el caso de Venezuela con el Presidente Chavez), lo que favorece las posibilidades de que las corporaciones multinacionales trasladen sus negocios fuera de EEUU; y 7) al colaborar y mantener lazos con la Mafia en sindicatos tales como los Teamsters (conductores de camiones y medios de transporte), trabajadores de la construcción, trabajadores de los puertos (Costa Este) y otros sindicatos importantes.

Los «sindicatos» en EEUU no funcionan como tales sindicatos, ni su estructura interna se parece en modo alguno a un sindicato de clase. Eso que en EEUU se llama «sindicatos» suspenden en los principios básicos de los mismos -no hacen huelga, no defienden condiciones adecuadas de trabajo, ni protegen los puestos de trabajo ni aumentan los salarios ni los beneficios de los trabajadores y no tienen influencia alguna en políticas gubernamentales que traten de asegurar cualquier tipo de legislación favorable, a pesar de gastar cuando menos 100 millones de dólares para elegir a presidentes y congresistas del Partido Demócrata.

La estructura interna del «sindicato» es similar a la de una corporación. Los altos funcionarios se adjudican ellos mismos salarios anuales de entre 300.000 a 500.000 dólares más dietas. Su «equipo» de consejeros cobra una media de 100.000 dólares al año. El aparato parece una estructura «feudal» más que una «burocracia»: los funcionarios son nombrados por su incuestionable lealtad a los funcionarios que están por encima de ellos. En muchos casos, se designa a parientes para los puestos con altos salarios. La mayor parte de los funcionarios altos reciben dos o incluso más pensiones cuando se jubilan: recogen pensiones de los fondos sindicales nacionales, regionales y locales.

La mayor parte de los funcionarios «sindicales» están ocupados administrando transacciones financieras, utilizando los fondos de pensiones y las cuotas para hacer préstamos a amigos y parientes que invierten en fondos inmobiliarios y otros negocios. El papel principal de los sindicatos es administrar los «servicios» – cartas de crédito, turismo vacacional y descuentos en mercancías.

La «organización» del sindicato no permite la democracia interna. La mayoría de los «sindicatos» son una especie de «Estados de partido único» – con una sola lista, que vuelve a elegir a los mismos dirigentes durante décadas o que elige nuevos dirigentes nombrados o seleccionados por el jefe anterior. El dinero pagado al Partido Demócrata es en gran medida «dinero para protección», para asegurarse la inmunidad en caso de procesamiento por fraude, desfalco, etc…, o por mantener un mínimo de afiliados a fin de recoger las cuotas de afiliados alucinados.

La decadencia y degeneración de los sindicatos en un aparato ejecutivo personalista y autoritario unido a los partidos burgueses y colaborando con políticas imperialistas significa que los trabajadores estadounidenses no tienen ninguna referentes sociales para orientar sus perspectivas políticas. Los trabajadores ven los «sindicatos» como otro aparato autoritario a favor del capitalismo con poco poder o credibilidad. Aún así, alrededor del 50% de los trabajadores que no están sindicados piensan que los sindicatos podrían servir para mejorar su nivel de vida. El vacío entre la preferencia de la clase trabajadora por los sindicatos (50%) y el bajo nivel actual de afiliación a los mismos (12%) podría explicarse por la ausencia de militancia y compromisos con la lucha de clases por parte de los «sindicatos» existentes.

Sin sindicatos orientados hacia la lucha de clases, otros grupos organizados juegan un papel mucho mayor a la hora de influir en las actitudes políticas de los trabajadores, marcando conductas y valores sociales. Por ejemplo, muchos millones de trabajadores asisten a las iglesias y son susceptibles de ser influidos por el clero y su agenda de «acción social». Los grupos más activos y mejor organizados son los grupos protestantes fundamentalistas que están aliados con el régimen ultraderechista de Bush y los neo-conservadores sionistas. Hay una fuerte correlación entre no sindicalización, grupos fundamentalistas influyentes y clase trabajadora votando por George Bush.

Hay otros numerosos grupos como los grupos de veteranos (Legión Americana), los clubs de armas (Asociación Nacional del Rifle) y tantos otros, a los que pertenecen muchos trabajadores y que apoyan a los políticos más militaristas. Finalmente, el hecho de que la AFL-CIO (Federación de Organizaciones de Trabajo) apoye todas las guerras imperialistas -desde Vietnam, Yugoslavia, Iraq, Afganistán- y libre batallas contra los regímenes progresistas en Venezuela, Cuba y algún otro lugar más, significa que incluso los trabajadores sindicados están siendo empujados hacia políticas derechistas por los «sindicatos».

Sin duda, hay muchos militantes progresistas en sindicatos locales y algunos sindicatos locales que tratan de ser combativos llevando adelante protestas contra la injusticia y la guerra, pero actúan así a pesar de la AFL-CIO y no impulsados por ella.

Conclusión

Ambos objetivos, la reestructuración de la economía estadounidense y la reubicación de las corporaciones multinacionales han debilitado la organización de los trabajadores estadounidenses y han creado temor y relativa conformidad frente a la ofensiva capitalista.

Aún así, estos «objetivos» de cambios estructurales no tendrían lugar si no fuera por la degeneración y transformación de los sindicatos en una organización reaccionaria imbuida de ideología imperialista y con una alucinante composición de un 9% de trabajadores del sector privado.

La convergencia del objetivo de la transformación económica del capitalismo estadounidense y la ausencia de cualquier tipo de organización de la clase trabajadora nacional han conseguido que la clase trabajadora de EEUU sea vulnerable a los llamamientos de los grupos derechistas. La única esperanza para un futuro lejano es que emerja una nueva confederación de sindicatos que de un giro hacia la acción directa y llegue a organizar a ese 90% de la clase trabajadora que no está sindicada, en la que el 50% no cuenta con cobertura médica suficiente, el 70% tienen poca o ninguna cobertura en cuanto a pensiones, el 80% sólo tiene menos de dos semanas de vacaciones anuales y el 99% de las mujeres trabajadoras no disfrutan del subsidio por maternidad.

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(*) En junio de 2005, tras dos años de guerra y con alrededor de 25.000 víctimas estadounidenses (entre militares muertos, heridos y con problemas mentales), la mayoría de la clase trabajadora no apoya ya ni la guerra ni a Bush.

(23 de mayo de 2005)