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La clave del supremacismo monetario de EE.UU.

Fuentes: Rebelión

En mayo de 1971 la economía estadounidense experimentaba por primera vez, en lo que iba del siglo XX, un déficit en su balanza comercial. Para corregir ese déficit y la devaluación del dólar, la Administración Nixon decretó el abandono de los Acuerdos de Bretton Woods. Se cerraba así una etapa de 25 años de hegemonía monetaria respaldada por el oro. El denominado “Nixon Shock” emancipaba al dólar de su convertibilidad al oro, inaugurando la época del dinero fíat. Aunque el gran aumento de la emisión de la moneda sin un aumento proporcional de las reservas de oro podría haber minado su credibilidad, EEUU fue capaz de hacerlo sin costes geopolíticos porque su hegemonía militar mundial ya era incuestionable, incluso a pesar de su derrota en Vietnam. El dólar pasó de este modo a buscar su referencia tangible en el petróleo. El dólar se convirtió en la petrodivisa por excelencia de los países exportadores de petróleo, lo que supuso que el foco geopolítico y el teatro de operaciones militares se centraran desde entonces en Oriente Medio y el Golfo Pérsico.

Se inauguró una época de dolarización que dura hasta nuestros días, basada en la expropiación del señoreaje monetario a los países dolarizados. La clave del señoreaje de la Reserva Federal es que la impresión de papel dinero y de dinero electrónico permite a los primeros receptores de esas nuevas cantidades de dólares fíat (sin respaldo) -principalmente el Departamento del Tesoro de EEUU- pagar sus instrumentos de deuda pública. Por tanto, el gobierno estadounidense puede utilizar este nuevo dinero antes de que los efectos de una mayor base monetaria se distribuyan por la economía, es decir antes de que suban los precios. En consecuencia, este efecto del señoreaje se utiliza como una vía más de financiación del gasto público, con la ventaja de que es un impuesto encubierto cuyos efectos se notan con un retardo de meses o incluso años, en función de la velocidad de flujo monetario. La deuda pública emitida luego es subastada y adquirida por inversores internacionales, que son los que acaban sufragando la expansión fiscal de EEUU.

Apropiándose del señoreaje dinerario en la economía mundial, EEUU pasó a erigirse como el principal privilegiado del acto de producir masivamente su divisa fíat, una liquidez posteriormente inyectada en todo el sistema financiero internacional y usada por el resto de paísesy grandes empresas para comprar petróleo, materias primas o realizar las principales inversiones en los mercados globales. La pérdida de la soberanía monetaria de muchos países es consecuencia de la dolarización de la economía global, proceso en el que numerosos países van perdiendo de facto el privilegio de obtener recursos de la simple producción de dinero en su moneda nacional cuando ésta en la práctica va siendo desplazada por los dólares que pone en circulación la Reserva Federal. Esta dinámica trae un efecto muy negativo para muchos países obligados a afrontar una inflación importada en caso de que el nivel de precios de EEUU aumente en mayor medida que el nivel de precios de su economía nacional, como ha sucedido en muchas partes del mundo.

De hecho, algunos países han convertido sus reservas de divisas, mayormente compuestas de dólares, en fondos soberanos de inversión que operan en Wall Street y adquieren instrumentos de deuda del Tesoro de EEUU.Otros han ido desplazando su moneda nacional para introducir el dólar, obligando a sus empresas y ciudadanos a comprar un considerable volumen de dólares para seguir integrados en el comercio internacional. Ecuador ha sido el paradigma de país dolarizado desde el 2000. El dólar reemplazó al sucre ecuatoriano, que había estado en circulación durante 116 años. Fue el primer país que decidió perder su soberanía monetaria. Además de Ecuador, los países oficialmente dolarizados de América son El Salvador, Panamá y Bahamas, aunque el resto tienen divisas muy dependientes del tipo de cambio con el dólar.El caso de Panamá es muy significativo porque declaró moneda oficial al dólar en 1904, como garantía económica para EEUU, con motivo de la construcción del canal de Panamá. Desde entonces el dólar ha coexistido con el balboa, su moneda nacional, que tiene paridad absoluta con el dólar.

Con esta política monetaria EEUU pudo consolidarse como la gran potencia mundial en el último tercio del siglo XX. Mediante la hegemonía del dólar y expropiando el señoreaje controlaba de facto la política económica de sus aliados, al mismo tiempo que podía impedir, retrasar o condicionar, de forma relativamente fácil, el desarrollo de los países más dependientes del dólar. Las directrices del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional quedaron además anudadas al dólar, por lo que muchos gobiernos tuvieron que aceptar las condiciones de estos organismos multilaterales (con sede en EEUU), pues lo contrario podría significar no recibir más préstamos ni ayudas (en dólares).

El Consenso de Washington en los 90 trató de consolidar y perpetuar este dominio sobre la economía occidental, afectando sobre todo a América Latina. Numerosos gobiernos tuvieron entonces que proceder a la liberación de las importaciones, con un particular énfasis en la eliminación de las restricciones cuantitativas. La liberalización de las barreras a la inversión extranjera directa y la privatización de las empresas estatales supusieron la dependencia de sus gobiernos y poblaciones a los intereses e injerencias de Washington. Además, como consecuencia de la dolarización, se produjo una falta de demanda de las divisas locales en favor de una mayor demanda del dólar. Como resultado de todo ello, muchos países hasta el día de hoy han quedado a merced de la política monetaria de la Reserva Federal, que responde a los intereses geopolíticos de la Casa Blanca y ésta a su vez a los del complejo militar-industrial, que es el que, a fin de cuentas, financia a los grandes mass media y las campañas electorales de los candidatos demócratas y republicanos.

El gran problema de este supremacismo monetario, dolarcéntrico, es que con el tiempo ha ido produciendo una brecha cada vez más evidente entre la economía real y la economía financiera. La crisis de 2008 y ahora su continuación o reanudación, en 2020, catalizada por la pandemia, muestran que el sistema económico occidental pivota sobre un país donde la cantidad de dinero está creciendo más rápido que su producción. EEUU lleva décadas sin producir de forma significativa en relación a las inmensas bolas de deuda, cada vez más grandes, colocadas en los mercados financieros, en el balance de su banco central y en el pasivo de las economías domésticas y familiares. El shock de la pandemia simplemente ha vuelto a mostrar la tremenda debilidad de la gran potencia mundial, que ha tenido que recurrir a la emisión masiva de deuda y a la inyección de liquidez para estimular urgentemente la demanda, mediante subsidios y prestaciones a su población, para que consuma. Incluso con una alarmante tasa de desempleo y un número creciente de insolvencias empresariales, el supremacismo monetario de EEUU ha permitido meter en el sistema 3 billones de dólares en un brevísimo lapso de tiempo, para volver a estimular el consumo y la compra de acciones bursátilesy deuda corporativa (como la que está gestionando BlackRock por delegación de la Reserva Federal), generando una falsa sensación de recuperación y confianza.

La actual crisis por la que atraviesa la economía mundial es fruto de un sistema financiero manipulado por la Reserva Federal y también por un grupo de bancos centrales como el europeo y el japonés. Imprimir dinero cada vez que la codicia y mala praxis de los banqueros y financieros causa graves daños a sus propios países, significa en realidad la socialización de sus propias pérdidas, un autosalvamento con dinero nuevo y gratis que termina empobreciendo al resto de la población, que sufre no sólo el desempleo y la precariedad, sino también la devaluación de sus ahorros y de su patrimonio y el encarecimiento de los productos más básicos.

El panorama a que conduce este supremacismo monetario de EEUU es al de una élite mundial parasitaria y enriquecida a costa de una población subsidiada, precarizada y expropiada, a la que se reparte prestaciones e ingresos mínimos para que no cese su consumo. Sin embargo, en los subterfugios del sistema, en su ingeniería económica, la mayor parte de la inyección dineraria se destina a los mecanismos financieros que controlan esas mismas élites para mantener sus burbujas bursátiles y sus esquemas especulativos y contables. Mientras prosiga la intervención de la Reserva Federal con su expansión de la oferta monetaria (flexibilización cuantitativa), que se materializa en crear y regalar dinero gratis (a tipos de interés nulos o negativos), no surgirá ningún incentivo desde dentro del sistema ni desde la alta política para terminar esta dinámica capitalista que tanta desigualdad material genera en la economía real. Quizá únicamente una posible fase de hiperinflación causada por la creación de tanto dinero sin respaldo pueda próximamente motivar un replanteamiento de las bases de la economía y sobre todo una respuesta social encaminada a cambiar radicalmente las estructuras de poder que gobiernan el dinero y las finanzas mundiales.