De acuerdo con uno de los recientes artículos de Raúl Zibechi, en cuanto se refiere a que una de las motivaciones para una probable intervención directa en Venezuela por parte del Gobierno de los Estados Unidos, podría ser explicada a sus preocupaciones por la creciente presencia de la inversión china en ese país (*). Sin […]
De acuerdo con uno de los recientes artículos de Raúl Zibechi, en cuanto se refiere a que una de las motivaciones para una probable intervención directa en Venezuela por parte del Gobierno de los Estados Unidos, podría ser explicada a sus preocupaciones por la creciente presencia de la inversión china en ese país (*).
Sin embargo, éste es uno de los muchos elementos y factores que siempre concurren y están presentes en cualquier crisis de envergadura como en el caso de Venezuela. Toda crisis anuda factores «externos» y factores «internos», pero por sobre todo, por lo general (no siempre) es al producto o la consecuencia de una dinámica histórica, es decir, «interna». El asunto que es que eso «interno», se da en o «dentro» de un marco mayor que es el «sistema» u «orden» mundial (o de «patrón histórico mundial», moderno, capitalista y de colonialidad del poder).
Las razones de las crisis como la de Venezuela, son políticas, pero ante todo, son de «desarrollo» integral del país y al mismo tiempo, de la forma de su inserción en esa estructura de poder global: o bien un «modelo capitalista extractivo-petrolero» que beneficie a la burguesía venezolana, pro-occidentalista y pro-norteamericana, o un hasta hace poco, un modelo estatista «nacional-popular», también primario-extractivo, que oscilaba entre un «modelo capitalismo corporativista» (tipo Velasco Alvarado en Perú) y un modelo «socializante y comunitario», bautizado «socialismo del siglo XXI», según el estado de ánimo con el que se levantaba el presidente Hugo Chávez, único líder y protagonista del proceso.
Lo realmente cierto es que en el caso específico del llamado «proceso revolucionario bolivariano», sólo pudo ser viable y haberse mantenido firme, sino es sobre la base de un consenso sólido entre la capa superior de militares venezolanos y la perspectiva nacional-bolivariana de un líder carismático como el mismo Hugo Chávez. Y aunque ese liderazgo carismático activó y concentró a su alrededor a varios movimientos sociales y políticos, generando un proceso político popular históricamente inédito, por momentos francamente antiimperialista, es ese el núcleo de poder que estuvo y está tras el actual régimen venezolano. Y precisamente ese núcleo de poder el que explicaría, desde los tiempos de Chávez, sus enredos burocráticos y corporativos, sus vaivenes nacionalistas y sobre todo, los amplios desencuentros y la represión por sobre poblaciones marginadas del proceso, como fue caso de los indígenas Yukpas. Pero por sobre todo, eso explica porqué, a la muerte del presidente Chávez, el llamado «proceso bolivariano» se estanca, entra en franco declive e inicia una profunda crisis.
Maduro hizo todo lo posible para extender un espacio de diálogo y de un acuerdo con la burguesía venezolana, pero sectores de capas medias radicalizadas y que trabajan a sueldo para la CIA y otras agencias norteamericanas que buscan, no ganarle electoralmente al régimen (como era el caso, hasta ayer, de Capriles) e iniciar un ordenado proceso de «transición democrática», sino que buscan dos cosas, las cuales no son alternativas, sino complementarias en tanto que beneficiarían sus intereses:
a) No ganarle electoralmente ni consensuar con el régimen, sino «derrocarlo» mediante una mediática «movilización de masas». Es decir, una victoria espectacular de la «democracia» y de la «sociedad civil», y por tanto, demostrar, una vez más, que el único sentido histórico civilizatorio prevaleciente es la «democracia capitalista liberal occidental», léase, reforzar en el imaginario global la «utopía» de que llegar ser como «norteamericana», es la única alternativa. Con ello, no derrotan a Maduro, sino a cualquier expectativa de revolución popular, en Venezuela, en América Latina y en el mundo.
b) Generar una «guerra civil interna», y abrir un escenario para un nuevo mercado para la industria bélica y la venta de armas, como en el medio oriente y otras partes del mundo. Sus creaciones como Noriega, Sadan, Al Qaeda y el Estado Islámico, dan cuenta de eso.
Pero eso es un asunto de los grandes intereses capitalistas transnacionales, legales e ilegales, que sostienen a las agencias secretas norteamericanas para sus propios fines.
El gobierno norteamericano, en cuanto tal, éste y cualquiera que venga, sólo está enfocado en sus intereses «nacionales». Y estratégicamente, el plano de la «competencia mundial» se encuentra primordialmente en Europa, sobre todo ahora que junto al conflicto con Rusia, se viene el asunto de Alemania, al que se debe sumarse, por supuesto, precisamente, el asunto del crecimiento de la inversión china. Esto es: intereses estratégicos de «Estados-nacionales», pero que se juegan y definen en el plano del «orden mundial». No es una casualidad: siempre fue así. Ningún «estado-nacional» puede afirmarse sino se afirma y ocupa un «mejor lugar», en el «concierto mundial de potencias» y viceversa, esto es, en la estructura global de poder.
Lo que quiero decir, es que en un marco en que tiene ya asegurado su «patio trasero» por la lealtad de la mayor parte de los actores sociales y políticos en todos esos «países», más allá de la retórica agresiva de Trump, el gobierno norteamericano como tal, no piensa, ni por asomo, intervenir o involucrarse en los asuntos de los «indios», perdón, venezolanos. Si se matan entre ellos, es su propio asunto. Otra cosa son sus agencias. Estas si están invirtiendo dinero para crear la imagen de una «oposición», heroica, democrática y liberal. Su interés no es filosófico, ideológico, ni político, sino dinero, lucro y acumulación mundial, tal como lo hace en cualquier parte del mundo.
Si esto es así, los esfuerzos de las capas medias democráticas intelectuales de «defender la constitución», no deja de ser una aspiración, yo dría una fallida y errada aspiración, error que puede costar muy caro, por su ineficacia para incidir realmente, políticamente, en la resolución de una situación de conflicto que involucra a los militares venezolanos y a la burguesía y capas median tecnocráticas. Los primero, por ahora, tienen el poder político y el acceso al petróleo, y lo están usufructuando, los segundos están peleando por volver a ser «ellos» los que tengan el poder político, el acceso al petróleo y de esta manera poder usufructuarlo.
Ante los hechos cuasi-consumados de la reciente elección de una Asamblea Constituyente por parte del actual régimen venezolano, la acción de incidencia política es articular un movimiento social y político, que la reconozca pero que condicione su legitimidad y viabilidad, a condición de que apruebe una plataforma, una agenda o una Carta de Derechos del Pueblo, dentro de los cuales debieran estar dos cosas fundamentales: ofrecer las garantías al régimen y a los militares para un retiro ordenado, y poner plazo para un nuevo proceso electoral y garantías legales y constitucionales para asegurar aquellos logros democráticos y populares alcanzados durante el régimen de Chávez. Y por supuesto, aquellos derechos que no lograron ser reconocidos o respetados por éste último.
La clave es formar y constituir un movimiento social y político, alternativo y diferente al militar y al de la burguesía, con alternativa propia y con un horizonte político diferente de futuro.
(*) El Artículo de Raúl Zibechi se titula «La mirada de china sobre Venezuela».
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.