Cuando el teniente Colombo llegó al estadio en el que se grabaría el anuncio ya todo estaba dispuesto para el rodaje: los camarógrafos, los sonidistas, los luminotécnicos, los vigilantes de seguridad que rodeaban la escena y, por supuesto, el actor, un hombre de raza aria y de alrededor de 75 años, enfundado en un chándal […]
Cuando el teniente Colombo llegó al estadio en el que se grabaría el anuncio ya todo estaba dispuesto para el rodaje: los camarógrafos, los sonidistas, los luminotécnicos, los vigilantes de seguridad que rodeaban la escena y, por supuesto, el actor, un hombre de raza aria y de alrededor de 75 años, enfundado en un chándal azul, que bien pudo haber hecho carrera en el cine trabajando como extra en la película «La Lista de Schilder» como oficial de las SS.
–Perdone que le moleste –se aproximó Colombo al actor– Usted debe ser el protagonista de este comercial… ¿verdad?
-¿Quién es usted? -respondió con sequedad el actor.
-¡Ah, disculpe, no me he presentado…teniente Colombo -mostró sus credenciales el teniente– Mi esposa no se pierde ninguno de sus comerciales. No me va a creer cuando le cuente que he estado con usted, en medio de este anuncio. Ella también era una adicta a la Coca-Cola…por la mañana, por la tarde, a cualquier hora bebía Coca-Cola…hasta que el médico se la prohibió.
-¿Sí? -respondió el anciano incómodo, cuando ya se disponía a iniciar su carrera – A veces pasa…Y ahora, lo siento. Si no tiene más preguntas que hacer, yo tengo que trabajar…
–Claro, perdone, sé que es usted un hombre muy ocupado y no quiero distraerlo, pero me gustaría, si tiene un minuto, hacerle una pregunta… Es que verá, estoy investigando un caso que tiene que ver con directivos de Coca-Cola acusados de evasión de impuestos, fraudes, asesinatos, torturas, amenazas, chantajes a trabajadores, gobiernos y otras empresas…-insistió el teniente Colombo con su habitual parsimonia- y hay algo que no termina de encajar, una pieza que no sé dónde va colocada.
-¿Y qué es lo que quiere de mi? ¿No se da cuenta que está interrumpiendo un comercial?
–Sólo es un minuto, no le entretengo más -insistió Colombo mientras sacaba del bolsillo de su gabardina una caja de puros- ¿Ve usted esta caja de puros? Son los que yo acostumbro a fumar. En la caja se reseña el número de puros que contiene, la composición del tabaco, el tipo de hoja con que han sido elaborados, su procedencia, el porcentaje de alquitrán que registran y unas cuantas advertencias sobre los riesgos que implica para la salud fumar estos puros…¿Lo ve? ¿Lo ve usted?
-¡Sí, lo veo…! ¿Y qué tiene que ver eso conmigo? Si lo dice porque mi voz suena bastante gastada, aguardentosa, es verdad, yo antes fumaba pero, eso fue hace muchos años, ya sólo bebo Coca-Cola.
-Es que no entiendo por qué si todos los productos deben especificar en sus envases los ingredientes, y así lo exigen las leyes del comercio y los derechos del consumidor, la Coca-Cola, sin embargo, no está obligada a ello y se permite, incluso, reconocer la existencia de componentes secretos. Componentes que, se asegura, sólo dos personas en el mundo conocen…pero no los millones de personas, sobre todo, niños, que consumen una bebida que, se produce con hoja de coca… ¿comprende lo que le digo?
-Con gusto le responderé a esas inquietudes en otro momento, no ahora -objetó el anciano corredor- Estoy grabando un comercial y no puedo retrasarme más.
El anciano dio por terminada la conversación con el teniente Colombo y echó a correr por una de las pistas del estadio deportivo mientras, con voz entrecortada, confesaba a la cámara que lo filmaba: «Dicen que la Coca-Cola no puede ser buena porque hay gente que la usa para quitar el óxido de los engranajes pero…»
El anciano interrumpió sus comentarios al advertir a Colombo a su izquierda, corriendo junto a él a pesar de la gabardina, el puro y los zapatos.
-¿Y qué es lo que pasa ahora? -encaró al teniente de muy mal humor.
-Sólo una pregunta más… -insistió el teniente Colombo- y no lo vuelvo a molestar. ¿Sabía usted que esa bebida que se dice «la sensación de vivir» y que es «buena, hasta la última gota», lleva 3,1 gr de cafeína; 11 gr de ácido fosfórico; y 1,1 de hojas de coca… supuestamente, descocainizadas?
-Teniente… -respondió molesto el hombre- ¿Se da usted cuenta del dinero que estamos perdiendo la compañía y yo por la interrupción de este comercial?
-No creo –agregó Colombo- que sea más dinero que el que ganaron cediendo sus bodegas en Argentina a los militares golpistas para que las utilizaran como centros de tortura durante la dictadura, o el que les cuesta importar 500 toneladas de hojas de coca al año desde Perú y Bolivia, o el que se gastan contratando sicarios en Colombia para asesinar sindicalistas, o el que se ahorran sustituyendo el azúcar de caña por alta fructuosa proveniente del maíz transgénico de Estados Unidos…
–No le voy a responder a eso… Hable si quiere con nuestros abogados -contestó el anciano al tiempo que reemprendía su extraño trote, consciente de que los técnicos en computación de Coca-Cola arreglarían algunos aspectos de su carrera muy poco edificantes.
Ya frente a la cámara, improvisó una sonrisa y agregó: «¿Cómo era aquello…? ¡Ah sí… la chispa de la vida, la Coca-Cola y una sonrisa…Me lo dicen mis biznietos…a mi, que vengo tomando Coca-Cola desde que valía 4 pesetas…»
De improviso, esta vez a su derecha, de nuevo el anciano se encontró con el teniente Colombo corriendo junto a él.
-¡Usted! -exclamó indignado el anciano sin dejar de correr- ¿Es que no voy a poder terminar este comercial sin que me interrumpa?
–De verdad que lo lamento pero… si tuviera un minuto más de su valioso tiempo -se disculpó Colombo– Es que hay algo en su declaración que no acabo de entender, algo que no cuadra y que sólo usted puede explicar…
-Le escucho teniente -se resignó el anciano poniendo fin a la carrera- ¡Dígame qué es lo que no entiende ahora…!
-Usted acaba de declarar que la primera Coca-Cola que se bebió le costó 4 pesetas…
-Sí, eso he dicho… cuatro pesetas.
-¡Ve usted…ese es el dato que no termino de encajar…-siguió haciendo Colombo deducciones y conjeturas- porque si acepto como buena su declaración, usted se bebió esa primera Coca-Cola en 1966, aproximadamente, es decir, hace 40 años, cuando usted tenía 30 años de vida, lo que me lleva a pensar que, quizás, esa buena salud de la que hoy dice disfrutar, se deba a que hasta los 30 años no bebió esa porquería que, sin embargo, usted asegura darles a sus biznietos. A no ser que todo lo que está declarando sea falso.
–Mire teniente -detuvo el anciano su carrera a punto de un colapso- «No hay ningún estudio que diga que bebiendo Coca-Cola vivirás más años pero, la felicidad alarga la vida»
-Por supuesto que no hay ningún estudio que afirme semejante falsedad -respondió Colombo– Lo que sí hay es cientos de estudios que prueban que beber Coca-Cola acorta la vida y miles de casos que lo confirman. Y, por cierto, va a tener usted que acompañarme pero, no se preocupe, que no le voy a obligar a venir corriendo.
-¿Yo…? ¿Y de qué se me acusa? -resopló el anciano mientras lo esposaban- Yo sólo soy parte del entorno.
–Se le acusa de pertenencia a mafia armada, de fraude, de atentado contra la salud pública, de desertificar regiones, de apología del terrorismo y de algunos cargos más…-cerró el caso Colombo– Ya ve usted, al final va a resultar que, en cierto modo, tenía razón y la Coca-Cola alarga la vida… la de los adictos en los hospitales y las de sus ejecutivos en la cárcel.