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La crisis de los créditos en Estados Unidos

La consecuencia de gobernarse por índices

Fuentes: Argenpress

La extendida, materialista costumbre que tienen los estadounidenses, más que cualquier país, de medir todo a través de índices numéricos, los ha convertido en una sociedad que se cuantifica en todo. Así, hay índices de confianza, de riesgo, de propensión al consumo, de las intenciones de trabajar, de estudiar, de vender, de adquirir una enfermedad, […]

La extendida, materialista costumbre que tienen los estadounidenses, más que cualquier país, de medir todo a través de índices numéricos, los ha convertido en una sociedad que se cuantifica en todo. Así, hay índices de confianza, de riesgo, de propensión al consumo, de las intenciones de trabajar, de estudiar, de vender, de adquirir una enfermedad, de morir en un accidente… sí, para todo hay algoritmos, fórmulas que pretenden determinar cuestiones tan aleatorias como la posibilidad de que haya un estallido social en cierto país que ponga en peligro las inversiones hechas allí por los hombres de negocios estadounidenses, para quienes es primordial contar con la seguridad de que su «valioso dinero» no se perderá.

Un caso concreto de medición cuantitativa, que podría decirse que influyó fuertemente en la actual crisis de los créditos hipotecarios insolventes (y, en general, de todos los créditos, como los generados por las tarjetas de crédito, aparte de la recesión en la que ya está inmerso EU, aunque Bush diga lo contrario, y que ya está afectando al resto del mundo), además de que los estadounidenses estén constantemente endeudados, es el exagerado empleo del llamado índice FICO (Fair Isaac Corporation), como veremos. Digo que es sólo uno de los factores que contribuyeron a que haya millones de personas que no pueden pagar ya los créditos de sus casas – aunque claro que no el único -, pues se debe también señalar que el que haya tantos créditos inmobiliarios sin posibilidad de liquidarse se debe a que desde hace unos cinco años, se inundó el mercado de bienes raíces, que siempre se había considerado como uno de los negocios más «seguros», de demasiadas construcciones, tales como casas, edificios de departamentos, oficinas… en fin, millones de inmuebles que las constructoras y las inmobiliarias comenzaron a construir sin la más mínima consideración, excepto de que entre más casas y edificios vendieran, más ganancias tendrían en el mediano y largo plazo. Esto, por supuesto, siguiendo la irracional máxima del sistema capitalista de que se debe de fabricar lo más que se pueda, en la ingenuidad de que siempre habrá una demanda dispuesta a comprar todo. En este caso, como se trata de un bien de primera necesidad, o sea, tener una casa, un hogar, la demanda siempre estuvo allí. Y una señal de que la economía estadounidense está en bonanza, en primerísimo lugar, ha sido siempre la venta de casas. De hecho, las paraestatales crediticias Fannie Mae y Freddie Mac, son las empresas gubernamentales que se dedican a financiar bienes raíces mediante hipotecas (éstas pertenecen a la Office of Federal Housing Enterprise Oversight, OFHEO, dependencia gubernamental que «cuida» el buen manejo de los créditos hipotecarios). Pero también, dado que se consideraba excelente negocio la venta de casas, sucedió que bancos, empresas hipotecarias, asociaciones crediticias… nadie quiso quedarse sin su tajada en el negociaso y empezaron a financiar proyectos propios o a dar créditos, de tal manera que comenzó a crearse una burbuja inmobiliaria que no tardaría mucho en estallar, como ya lo hizo, pues se vendió a crédito mucho más de lo que realmente la gente tenía posibilidades de pagar… y así pasó (la crisis japonesa de principios de los noventas, que aún no termina de superarse, se debió a un esquema similar de saturación del mercado inmobiliario). Lo que hoy se vive era algo que ya se había estado vaticinando desde hace más de tres años (Ver mi artículo en Internet, en el buscador Google «Hacia una nueva recesión estadounidense y mundial»). A los ávidos compradores sencillamente se les clasificaba por su historial crediticio, y aquí es donde entra el famoso FICO.

Este índice fue creado en 1956 por dos técnicos: Bill Fair, ingeniero, y Earl Isaac, matemático, quienes idearon una compleja fórmula basada en múltiples variables (tipos de créditos anteriores, deudas acreditadas, historial de pagos, número de préstamos solicitados… entre otras) que pudiera, supuestamente, ayudar a bancos y tiendas departamentales para que «calcularan» la confianza crediticia de sus clientes, en medio del frenesí funcionalista de ese entonces, que consideraba a la sociedad como una especie de organismo, cuyo funcionamiento podía explicarse y predecirse con sólo crear fórmulas para todo. En la actualidad es tan exageradamente empleado el FICO, que ¡hasta algunos mezquinos hospitales privados están exigiéndolo a los pacientes que ingresan, para asegurarse de que «¡no se les vayan a ir sin pagar!» (con eso de que allá también la salud está sumamente mercantilizada, pues se le negará la atención a quien cuente con un dudoso FICO). Ese índice establece ciertos valores, por encima o por debajo de los cuales la persona así clasificada es o no confiable. Se desplaza de un mínimo de 300 hasta 850, siendo el medio 723, digamos que el número estándar que garantizaría a su portador ser un confiable solicitador de crédito que pagará la deuda contraída. Valores por encima de 800 son considerados excelentes, pero por debajo de 620, son pobres. Y por ello, por la importancia de contar con un valor de FICO alto durante la época del boom inmobiliario, fue que hubo «vivales» que se dedicaron (y aún se dedican) a manipular el índice para modificarlo y subirlo, de tal manera que el portador se hiciera elegible de crédito para una casa, por ejemplo. Esos «saneadores de crédito» eran, y son, muy demandados, pues pueden lograr mediante mañosas tácticas y artimañas subir de, digamos, 600 a 700 puntos, con lo cual ya «mejorará» la confiabilidad del presunto candidato a solicitar un crédito inmobiliario. Por supuesto que en la época del boom, los bancos y las hipotecarias, con tal de prestar dinero sin ton ni son para la compra de casas o venderlas, tomándolas como hipotecas en garantía, ellos mismos modificaban el FICO de sus potenciales clientes, si éste era muy bajo, y asunto arreglado, en unos pocos días los compradores recibían su flamante «hogar, dulce hogar», sin importar, aunque parezca asombroso, para nada su salario porque, resulta extraño, el FICO no toma en cuenta el salario de quien con eso se valora. Puede pensarse que alguien, muy hábil en los números y en el papeleo crediticio, quizá se manipulaba su FICO y éste resultaba alto, digamos de 800, y aunque no tuviera empleo en ese momento (que fue el caso de muchos), le era asignado un crédito inmobiliario para la compra de su casa, así que cientos de miles de ventas sólo se hicieron tomando en cuenta FICO’s altos, pero para los cuales no había un verdadero sustento económico del demandante de crédito. Además, se ha establecido como norma, en multitud de actividades comerciales, exigir el FICO. Las aseguradoras lo emplean para ver, por ejemplo, qué tan confiables son las personas que quieren asegurarse, si cumplen con sus créditos, si pagan sus deudas o, en el caso de que estén enfermos, si realmente tomarán los medicamentos que les receten los doctores para que se curen (sí, porque la aseguradora no querrá que siempre esté enfermo el asegurado o buscará que vaya consumiendo menos medicamentos, de los caros, sobre todo, con el paso del tiempo, pues lo que menos gasten esas compañías en la salud, mayores sus ganancias, ¡claro, el principio de la máxima utilidad va por delante de todo, hasta de la salud!). Las cadenas comerciales y franquicias emplean el índice para analizar si en determinada zona vale la pena establecer matrices de sus negocios. Las automotrices lo usan para autorizar o no un crédito a sus clientes… incluso, por si no bastara con lo dicho, se ha llegado al extremo de que el FICO (elaborado por la compañía que fundaron sus creadores, la empresa Fair Isaac Corporation, la que le da el nombre), se ha pretendido sofisticar tanto que hasta los casinos y casas de apuestas lo emplean para ver cuáles de sus clientes serán a los que más se les pueda exprimir su dinero (por ejemplo, hay un FICO que establece si tal o cual persona acostumbra ganar mucho o poco cuando apuesta o juega cartas o en la ruleta).

Así, es más que evidente que la sociedad estadounidense no ve rostros ya, no aprecia amistades, no le interesa ver valores como bondad, solidaridad, amistad… nada de eso, las personas sólo valen en función de su FICO y, en consecuencia, de la cantidad de dinero que aquél respalda para cada uno. Será primordial, entonces, preguntar, ¿cuánto es el valor de tu FICO, cuánto vales?

Pero, como señalé antes, con tal de sanear el FICO, la gente recurre incluso a trucos o a los mencionados «saneadores de crédito». Tipos como Larry D. Hall están haciendo muy buen dinero haciendo subir el FICO de sus clientes, quienes ahora que están cada vez más restrictivos y escasos los créditos bancarios o las hipotecas, necesitan urgentemente que el materialista sistema les dé su «carta de buena conducta» en cuestión de créditos (en México, esto equivaldría a que a alguien, mediante triquiñuelas computacionales, por ejemplo, lo pudieran sacar del buró del crédito, pues al estar en las listas de éste, no puede de ningún modo obtener crédito alguno). Por ejemplo, Hall recurre a tretas como el hacerse pasar por un operador de una empresa prestamista y envía a los burós de crédito cartas en donde certifica que le ha prestado a tal persona (uno de sus clientes, por supuesto) dinero, digamos $5,000 dólares, ya que es «muy solvente y confiable». Eso es suficiente para ir subiendo los puntos del FICO gradualmente. Y si las tretas siguen funcionando, el cliente muy pronto tendrá suficiente puntaje para que el banco le preste dinero o que la hipotecaria le conceda un préstamo sobre su propiedad o para la compra de una nueva casa. Pero, como queda claro, es muy vulnerable una alta puntuación del FICO, pues puede tratarse de personas que en realidad no conformen con los requisitos exigidos por los prestamistas, quienes sólo se apoyan en valores altos. De acuerdo con la empresa hipotecaria Golden West, muchos de los actuales defraudadores imposibilitados de pagar los créditos contraídos, tenían FICO’s de 750 o más, por tanto no serían ya de fiar, aconsejaría el sentido común, valores altos. Pero se siguen empleando, aunque ahora muchos bancos, como remedio, están exigiendo FICO’s más elevados, de 800 o más.

La misma empresa Fair Isaac ha prometido que el FICO del 2008 tomará en cuenta más variables para hacerlo «más seguro». O sea, más de lo mismo, lo que indicaría que en cuanto la actual crisis amaine un poco, pues se seguirá empleando el FICO, que ahora, seguramente declararán sus promotores, «¡está blindado y reforzado y a prueba de fraudes!». Sin embargo, para desgracia de esa empresa, ya hay algunas compañías que están haciendo su propia versión del FICO y que, aseguran, será mucho más seguro que el ofrecido por Fair Isaac. Una de ellas es CreditXpert, cuyo director, el señor David G. Chung, ha declarado que lograron hacer «ingeniería reversible» con la fórmula original y al agregar «otras variables», afirma, han logrado valores «más cercanos a la realidad».

De todos modos, sea el FICO original o sus derivados, lo que debe notarse es ese exagerado empeño de numerarlo todo, como se dijo al principio. De todos modos, siempre la gente hallará formas de manipularlo y que el sistema les dé su estrellita por buen comportamiento.

Algo también de lo que hace Hall, el saneador de crédito, para subir el rating de sus clientes es que les aconseja que aleguen que las deudas que les reclaman no les pertenecen. Esto es posible gracias a que los créditos vencidos se van corriendo a distintas empresas que se encargan de cobrarlos ellas mismas. Esa práctica en México, por ejemplo, se da cuando un banco que tiene un cliente moroso le pasa el adeudo a un despacho jurídico, quien se quedará con un porcentaje de lo adeudado una vez que logre que el deudor pague, sea por intimidaciones, juicios mercantiles, penales, etcétera, cuantas argucias legales o legaloides sirvan para tan «loable» fin (sí, el prestamista tratará de hacer lo imposible con tal de cobrar hasta el último centavo que se le adeude. Esos despachos de pseudo-abogados recurren a todo cuanto esté a su alcance, incluso amenazas, prácticas gangsteriles, cohecho de autoridades… y tantas infames prácticas toleradas por nuestro injusto «sistema legal», frente a las cuales, los pobres, endebles deudores están prácticamente sin protección alguna). Así, muchos de los clientes de Hall han logrado deshacerse de una deuda porque el cobrador no puede aclararle qué es lo que se le está cobrando y sólo le presenta el adeudo.

Esto nos lleva a otra situación que contribuyó también a profundizar el problema, debido al amplio uso de los llamados «valores de deuda» (debt securities). En el afán de entrarle todos al negocio, no sólo las inmobiliarias, las hipotecarias o los bancos, sino corredurías financieras, sociedades mutualistas… en fin, cuanto negocio dedicado a la especulación pura pudiera entrarle al boom de los bienes raíces, una empresa hipotecaria o un banco, por ejemplo, especulaba con los valores de deuda que tuviera en ese momento vendiéndolos por determinado precio a una correduría, digamos. Supongamos que la inmobiliaria hubiera vendido una casa a crédito por $250,000 dólares, recibiendo un enganche de $50,000 y aplicando un interés anual de 15% sobre el adeudo de $200,000 dólares que se hubiera fijado en 20 años. Si los pagos mensuales se fijaran en $1000 dólares, al final de los 20 años se habrían cobrado unos $240,000 dólares aproximadamente, o sea, $40,000 dólares más debido a los intereses cobrados, la ganancia por vender a crédito. Con tal de disponer de ese dinero al momento, pudo venderle la inmobiliaria a la correduría esa hipoteca en, digamos, $205,000 dólares, prescindiendo de los $35,000 dólares restantes que iba a estar cobrando los siguientes veinte años mediante los pagos mensuales que incluirían los intereses mensuales. Así, la correduría actuaría como si hubiera invertido en las acciones de una empresa, las que, claro, deben de dar rendimientos futuros, que en este caso serían los intereses cobrados a los compradores de las casas. No sólo eso, sino que gobiernos municipales también le entraron al «gran negocio» de los préstamos hipotecarios comprando a bancos, hipotecarias e inmobiliarias cientos de miles de esas «obligaciones» para emplearlas como colaterales que apoyaran los bonos municipales que dichos gobiernos emiten y que ofrecen públicamente, garantizando un rendimiento mínimo (algo así como los famosos CETES mexicanos), para que dicho rendimiento fuera incluso mayor al ofrecido originalmente en tales bonos. Pero no paró allí la cosa, sino que muchos de esos municipios, con tal de apoyar sus inversiones en valores de deuda, optaron por «asegurarlos», o sea, compraron seguros que garantizaran el pago de sus bonos municipales, intereses incluidos, en el «remotísimo caso» de que los valores de deuda fallaran, ¡tal y como sucedió! Ahora, las aseguradoras deben de pagar cientos de millones de dólares, tanto por los bonos municipales que sólo así podrán hacer efectivos los rendimientos prometidos a sus tenedores, como por alguna de la gente que tenía aseguradas las casas que les fueron embargadas, lo que está provocando la quiebra de varias de tales aseguradoras, pues nunca imaginaron que el cobro de seguros se diera al por mayor. Incluso los valores llamados «subastables» (porque se venden mediante subastas, al mejor postor, y así se fija también su tasa de rendimiento, además de que el mínimo adquirible es de varios millones de dólares), considerados hasta antes de la debacle superseguros, el privilegio de ricos y de especuladores de elite, como Warren E. Buffett, también se han desplomado en su valor y sus privilegiados inversionistas han perdido millones de dólares en ellos, pues también se apoyaron en el «gran negocio» de los valores de deuda inmobiliarios.

Y hay que señalar aquí que hasta las AFORES mexicanas, esos supuestos «fondos de pensión» que los bancos manejan con el dinero de millones de trabajadores, salieron perjudicadas, pues se reportan «pérdidas» por 3700 millones de pesos en «malas inversiones en sectores estadounidenses», lo que significa que habrá menos dinero para las de por sí miserables futuras pensiones de algo así como 38 millones de trabajadores, a quienes el gobierno ha engañado con el cuento de que tales Afores se crearon para «mejorar» esas pensiones, siendo que en realidad se hicieron para capitalizar a los quebrados bancos que en ese entonces, hace ya casi quince años, eran aún mexicanos, pero que ahora, gracias al buen dinero que se les inyectó con los tramposos «fondos de pensión», ya son casi todos extranjeros, más del 90% (y no se entiende por qué, en lugar de estar invirtiendo en empresas extranjeras de dudosa reputación, no lo hacen, por ejemplo, en PEMEX, paraestatal mexicana que necesita, a decir de nuestros gobernantes-administradores, «mucho dinero» para que pueda continuar con sus exploraciones en aguas profundas, pues con el petróleo tan caro, y lo que continuará encareciéndose, se darían «buenas ganancias» a las tales Afores y, en consecuencia, se «incrementarían las pensiones», digo, si vale emplear ese pretexto tan cándido, que todo eso, hasta vender a la banca mexicana, se ha hecho en «beneficio de la clase trabajadora»). Sí, como señalé antes, la crisis crediticia de EU afectará a todo el mundo, como ya está sucediendo, pues aún ocupa ese país alrededor de un tercio de la actividad económica mundial cada año.

Así pues, volviendo a la crisis de créditos, por lo dicho se comprenderá que la cadena especulativa que se fue creando alrededor de los compradores a crédito de casas resultó un brutal golpe para la casi totalidad de la economía estadounidense, pues al no estar millones de éstos en posibilidades de cumplir con sus obligaciones crediticias, provocaron un fallo generalizado. Instituciones bancarias y crediticias tan «prestigiosas» como Citigroup, JPMorgan, American Express, Capital One, HSBC, Credit Suisse Groupe, GE Capital (así, es, General Electric, esa empresa que fundara Edison y que comenzó haciendo focos hace más de cien años, ahora obtiene la mitad de sus ganancias de su división financiera, ofreciendo eso un «loable» ejemplo de «diversificación capitalista»)… y decenas de otras han perdido millones de dólares por los deudores insolventes y seguirán perdiendo en los meses por venir, pues lo peor de la crisis, consideran varios analistas, todavía no ha llegado. Declara Richard D. Fairbank, director de Capital One, una de las empresas que más tarjetas de crédito emite en EU, «La verdad es que cada día que pasa nos obsesiona el saber qué tan mal esto se pondrá». En su caso, la empresa que dirige ha dejado hasta el momento en calidad de «cartera vencida», deudas de tarjetabientes morosos por $2,000 millones de dólares «y yo creo que es poco», declara, muy desalentado. Sí, así de graves son las crisis capitalistas en la actualidad, pues simplemente siguen el ritmo de la tan cacareada globalización, pues todo se difunde tan rápidamente, que hasta las debacles financieras se esparcen velozmente.

Para ilustrar un poco más como ha actuado la cadena especulativa que analizo arriba, quizá podría emplearse la siguiente analogía alimenticia. Supongamos que por falta de agua se hubiera dejado de regar un campo de maíz, y que el productor, en consecuencia, no hubiera podido cosecharla y pagar sus deudas, como los fertilizantes que hubiera comprado o los implementos agrícolas y que los fabricante de éstos, al no recibir el dinero adeudado, no hubieran podido pagar sus propias deudas de la materia prima empleada a su vez por ellos o los salarios, y que la empresa cerealera que hubiera, incluso, adelantado el pago por la cosecha, no la recibiera y, en consecuencia, perdería dinero, además de que no podría elaborar los cereales que produce… y así. Digamos que los millones de créditos que no se pagarán en Estados Unidos están produciendo un efecto multiplicador, pero no en el sentido positivo que resaltaba Keynes (el economista británico que hablaba de que un impulso en la economía por parte del gobierno, se multiplicaba con creces en el resto de los sectores), sino en uno total y absolutamente negativo.

En el caso concreto de los deudores inmobiliarios, las peores consecuencias son que muchos están perdiendo, o ya perdieron, sus casas, y con ello, se esfuman, de la noche a la mañana, los esfuerzos de toda una vida, pues aún en ese país considerado «rico» no es fácil hacerse de una casa. Evidentemente que sin casa, menos estarán en posibilidades de consumir otros bienes, salvo los indispensables y de manera precaria (comerán menos, no acudirán al doctor cuando enfermen, no gastarán en ropa o diversiones…). Para ellos no habrá ya ningún FICO que los salve pues estarán en la lista negra de morosos que perdieron sus casas por no poderlas pagar. Sí, son los más duramente afectados, pero nadie se salva en la actual hecatombe.

Pudiera pensarse que para aquéllos cuyos hogares están saldados desde hace tiempo los problemas son mínimos. No es así, claro, pues al igual que las personas que perdieron sus casas, están constantemente endeudados, como todo «buen estadounidense» acostumbra. Sí, éstos deudores no deben su casa, pero sí los préstamos que constantemente piden, empeñando sus hogares como garantía, para liquidar ese otro gran fardo que es el crédito obtenido por las tarjetas de crédito. Sin embargo, debido al efecto devaluatorio que la crisis de los créditos hipotecarios está teniendo sobre sus casas – pues éstas valen menos ahora que hace cinco años, dado que hay una sobreoferta de casas nuevas que nadie compra, además de las que están quedando desocupadas por los embargos, en espera de ser revendidas de nuevo -, ya no están obteniendo los mismos préstamos que antes de la crisis, y en consecuencia están retrasando sus pagos e, incluso, ni siquiera pueden liquidar los intereses devengados (además, desde el 2003, entró una nueva, rígida ley, apoyada por Bush, favoreciendo a los banqueros, claro, que ordena que todos los deudores deben renegociar al menos un 25% de la deuda y pagarla, para que así el banco les «conceda la gracia» de extenderles el plazo con la deuda restante. Ni tratándose de créditos de casas el banco o la compañía se ablandarán, ya que pueden embargar, incluso, la propiedad si el deudor no tiene para pagar). Antes, muy fácilmente pagaban, por ejemplo, sus deudas del auto nuevo, de la cocina integral nueva, del viaje a Europa con sólo hipotecar sus casas… ¡y les salía más barato pagar los intereses de esas hipotecas, que eran mucho menores que los cobrados por las tarjetas! Gracias a la «garantía» que ofrecían sus casas, entre 2001 y 2006 los deudores pudieron disponer de «cash», por alrededor de ¡$1.2 billones de dólares! ($1200000000000), equivalentes a un 10% del PIB estadounidense del año pasado (bastante, pues eso significaría que un dólar de cada diez es debido, o sea, hay un fuerte endeudamiento a nivel nacional y el crecimiento es ficticio, o sea, no apoyado en labores productivas reales). Eso significa que la clase media estadounidense tiene ahora un proporción deuda-ingreso (o sea, cuánto se debe en relación con lo que se gana) de 141%. Lo que quiere decir que si una persona gana, por ejemplo, $60,000 dólares por año, debe $84,000 dólares, deuda que irá arrastrando toda la vida, alcanzando a pagar sólo los intereses, en el mejor de los casos. Pero ahora, como se señaló, ya ni eso, pues ya les prestan menos los bancos por sus casas. Y si no tienen para pagar ni los intereses, pues menos van a seguir consumiendo. Al reducirse el consumo, la crisis no quedará, como muchos analistas superficialmente presumen, sólo en que muchas personas pierdan sus casas, sino que se extenderá al resto de la economía, dado que el crecimiento de ésta, un 90%, se debe justamente a dicho consumo. Así que con un menor crédito habrá menos consumo, menos producción, cerrarán empresas, se recortarán empleos… además de los efectos mundiales que ya se están manifestando. ¡Cuántas veces esta viciosa constante de las crisis capitalistas se ha repetido con el transcurso del tiempo!

Así pues, el crédito, está dándose a cuentagotas, con intereses más altos y condiciones más duras. Por ejemplo, hay compañías que además de exigir un FICO mayor, exigen que se pague por adelantado un 15% como mínimo del préstamo que se esté pidiendo, o sea, el vampirismo especulativo en su máxima expresión, pues si se pide un préstamo es justamente porque en ese momento no se cuenta con dinero. Y las tarjetas de crédito ya no son ayuda, pues han disminuido el crédito disponible (ilustrativo es que en algunos casos han pasado de ofrecer $13,000 dólares de crédito disponible a $2,000 dólares, además de que los saldos impagos se han disparado, en promedio, de $14,000 a $27,000 dólares, sobre todo por la acumulación de intereses sobre intereses, el llamado anatocismo). No, ya no es bueno el crédito, irónica situación en un país en donde el «cárguelo a mi tarjeta» era la santa norma. No, ahora se exige riguroso cash. «¡Pague sus deudas o le embargamos su casa, su auto, su yate, su TV de plasma, su laptop, sus trajes, su ropa de diseñador, su videocámara, su computadora… todo!», exigen bancos, empresas de tarjetas de crédito, hipotecarias, automotrices, tiendas departamentales, hospitales, escuelas privadas, boutiques… y para pagar, los estadounidenses incluso han recurrido, ¡horror!, a casas de empeño (empeñan sus autos, joyas, enseres domésticos, casas) o a prestamistas por nómina (estos son los agiotistas que adelantan dinero tomando como garantía los futuros salarios del infeliz que les pide prestado, pero cobrándole un leonino, ventajoso interés de ¡500%, o sea, que por cada dólar prestado exigen 5 y se cobran de los salarios futuros depositados en los bancos, que ellos se embolsan, en lugar del trabajador, así que no tienen pierde!)…. sí, están echando mano de las populares prácticas a las que la gente pobre de los países subdesarrollados recurre constantemente para paliar su precaria existencia. Sí, la crisis ha resultado muy buen negocio para los prestamistas de nómina, por ejemplo, cuyo número era de unos cuantos en los 90’s en tanto que ahora hay unos 23,000, que se han establecido principalmente en lugares en donde el ingreso medio anual es de $48,000 dólares, claro, para que tengan la certeza de que sus préstamos y los leoninos intereses cobrados sean liquidados sin problemas. Igualmente, las casas de empeño han aumentado sus ganancias, como EZcorp, una suerte de Monte de Piedad estadounidense, que incrementó sus entradas un 29% y otra, Cash America International, lo hizo en un 21%… ¡pues vaya con la tercermundialización de la economía estadounidense!

Incluso hay muchas personas que, con tal de obtener algo de cash, están echando mano de sus fondos de pensiones o de sus seguros de vida, de los que piden préstamos por adelantado, pero como los intereses cobrados son altísimos, de alrededor de 28%, además de una «penalización» del 10% por disponer de esos fondos prematuramente, los deudores no pueden pagarlos y las aseguradoras y las administradoras de los fondos se cobran arbitrariamente del dinero que queda, así que los ahorros que se tenían pensados para la vejez, pues disminuyen o de plano pueden desaparecer… así de graves están las cosas por allá. Es el caso de la señora Mary Greenleaf, jubilada de 70 años, cuya magra pensión de $800 dólares no le alcanza para nada, menos ahora en medio de la crisis. Antes, ella podía cubrir fácilmente sus faltantes con un tarjetazo de su American Express, sobre todo a la hora de comprar sus medicamentos en farmacias o su vituallas en supermercados. Pero el banco, sin avisarle, le subió los intereses cobrados de 17 a 29%, lo que elevó el mínimo que ella debe de pagar cada mes. Como consecuencia de eso, dejó el departamento que rentaba y se mudó con su hija, pues lo que pagaba de renta lo emplea ahora para liquidar sus deudas. «Ya ni siquiera voy al doctor, pues no tengo para pagar lo que me toca del seguro», dice, muy triste. Ella es una de las personas que han debido pedir un préstamo adelantado de su seguro de vida por $3,000 dólares de los $40,000 que cubre su póliza, pero si no los puede pagar a tiempo, entonces deberá pagar impuestos por el préstamo y por las ganancias que obtuvo con el correr de los años pues el IRS (la secretaría de hacienda estadounidense) le tomará su seguro de vida como depósito bancario y no como futura prestación. Y así como Greenleaf hay millones de tarjetabientes que ya no pueden emplear tanto sus tarjetas, pues se exponen a un crédito disponible menor y a intereses leoninos… ¡vaya con los buitres crediticios!

Sí, haber vivido tantos años del crédito tiene sus consecuencias, una de ellas, contemplar cómo uno de los países más ricos ha perdido, de pronto, sus pasadas fortunas, y ahora pareciera más un millonario venido a menos, como aquéllos que durante la quiebra bursátil de 1929 se suicidaban arrojándose desde las ventanas de los altos edificios, inconsolables por la súbita pérdida de sus riquezas.

Y tan mal andan los negocios por allá, de todo tipo, afectados por FICO’s y deudores insolventes, que algunos intentos gubernamentales por controlar cuestiones como la prohibición de fumar en lugares cerrados, están siendo tomados como obstáculo para ciertos sectores. Como cada vez son más estados en donde se están aprobando leyes antitabaco, algunos economistas, como el señor Michael Pakko, se han dado a la tarea de investigar (seguramente aconsejados por los dueños de restaurantes y bares) los efectos que esas ordenanzas han tenido en la actividad económica. Según sus estudios, realmente han disminuido las ganancias y ha habido despidos. Por ejemplo, en tres casinos de Delaware bajaron, de acuerdo con sus administradores, 15% las ganancias de las máquinas tragamonedas luego de dos años y medio que las leyes antitabaco se han estado aplicando. En otro estudio conducido por dos economistas de las Universidades de Wisconsin y de Carolina del sur, se halló que entre 2001 y 2004, por tales disposiciones, ha bajado la asistencia a bares un 4%, ya que, dice Pakko, «fumar y tomar van de la mano». Y quizá en estos momentos en que la crisis apenas está comenzando, ese tipo de supuestos estudios baste para echar para atrás tales medidas o atenuarlas, todo en «bien de la economía», aunque la salud de los no fumadores vaya de por medio (en México, por ejemplo, a pesar de que ya están aprobadas medidas antitabaco que también prohíben fumar en lugares cerrados, las cuales se aplicarán en unas semanas más, muchos dueños de restaurantes y bares están amparándose alegando, justamente lo mismo que en EU, que eso, prohibir que se fume en sus establecimientos, desalentará la entrada de gente que tiene ese hábito, lo que afectará sus ganancias, y seguramente que dada la laxitud con que aquí se aplican las leyes, habrá seguramente «excepciones» a la regla, presionados los legisladores por los emprendedores «hombres de negocios»).

Como se ve, el atenerse a dudosos índices numéricos tiene muy graves consecuencias, como las referidas. Y si nos atenemos, siguiendo el juego, a esos números, no sólo el FICO estadounidense no es ya confiable, sino que la imagen de EU como superpotencia económica va quedando atrás.