Para explicar cómo el portazo francés a la Constitución Europea le pilló los dedos a una Comisión empeñada en aprobarla recurre a una anécdota. «Bertolt Brecht dijo que si el gobierno de Alemania del este no estaba contento con la gente, lo que había que hacer era cambiar a esa gente», explica Susan George, una […]
Para explicar cómo el portazo francés a la Constitución Europea le pilló los dedos a una Comisión empeñada en aprobarla recurre a una anécdota. «Bertolt Brecht dijo que si el gobierno de Alemania del este no estaba contento con la gente, lo que había que hacer era cambiar a esa gente», explica Susan George, una de las grandes líderes del altermundialismo en Francia y autora del libro Nosotros, los pueblos de Europa (Editorial Icaria). «Eso mismo debió pensar Gunter Verheugen [entonces comisario de Ampliación] cuando declaró que ‘no había que rendirse al chantaje del no’: que la gente no había votado de manera adecuada y había que cambiarla».
Abanderada de un rechazo que, dice, «constituyó el primer debate verdadero sobre la construcción de una Europa más democrática», la vicepresidenta de Attac califica la actual Comisión como «la peor de la Historia», enzarzada en una batalla para «acabar con los logros sociales ganados en 60 años». Por eso se opone a una Carta Magna que pretende consagrar retrocesos como «el aumento de las horas laborales, los recortes en la protección del desempleo y la sanidad pública o el cobro por la educación universitaria».
No duda, incluso, en recurrir a la retórica bélica para describir el estado de cosas en una Europa paralizada por el desdén de dos de sus miembros fundadores -Francia y Holanda- hacia el texto que pretendía dotarla de entidad política. «La Constitución fue una declaración de guerra social», dice, en la que no sólo está implicada la derecha, sino también una izquierda que «en su mayor parte no está tomándose en serio el papel y la responsabilidad histórica que tiene por delante». Pero ese no «masivo» -casi un 55% de los votantes lo secundó, «una cifra enorme para un país que decide todas sus elecciones por menos de un punto»- puede significar «una nueva salida» para «la única entidad política capaz de ofrecer un modelo alternativo al de EEUU o China».
Socio junior
El PIB, los estándares sociales -educación de la población, sanidad, ciencia o tecnología-, la tradición democrática, las relaciones con el sur e incluso la Historia, enumera, convierten a la UE en un poder regional que puede proponer «algo diferente del modelo neoliberal de mercado, el modelo hazte rico y peor si pierdes que ofrecen tanto estadounidenses como chinos».
Sin embargo, el plan de Washington es distinto. «No quiere ningún poder rival. Pretende que los gobiernos europeos se comporten como Tony Blair, igual que un socio junior», advierte. «Pero Europa debería tener su propia política exterior, y esa es una de las pocas cosas en las que estoy de acuerdo con la Constitución, en la necesidad de tener un secretario exterior. Incluso la idea de las presidencias rotativas me parece interesante, aunque seis meses sea un periodo muy corto».
La alternativa a la Constitución, concluye, es la apertura de un «amplio debate que no va a tener lugar de manera espontánea, sino a través, como titulo en el libro, de nosotros, los pueblos».