Conferencia para la Asociación Cultural la Ciudadana de Oviedo.
Introducción: las razones de esta conferencia
Agradezco cordialmente la invitación a participar en los acontecimientos del segundo centenario del nacimiento de Engels, mediante esta conferencia que me ha solicitado La Ciudadana, Asociación Cultural de Oviedo. Es un honor y un compromiso hablar sobre una personalidad de la talla del genial filósofo, fundador de dos Internacionales obreras, admirado por sus aportaciones al desarrollo de la ciencia social, tanto como por su lucha a favor de la emancipación de los trabajadores y de la humanidad.
Esta invitación me ha obligado a repasar sus obras, gracias a lo cual he podido descubrir nuevos ángulos de su personalidad, que antes se me habían pasado por alto. Pues Federico Engels es un excelente escritor, además de ser un filósofo esencial junto con su inseparable amigo Carlos Marx, otro excelente escritor; imprescindibles ambos para situarse en el plano contemporáneo del pensamiento racional. En efecto, Engels utilizó magistralmente la ironía, esa técnica socrática para la educación pública, de forma comparable a la maestría con la que Cervantes nos ilustró sobre la España imperial del Siglo de Oro en El Quijote. En estos días he disfrutado a carcajadas con las burlas que el venerable cofundador del materialismo dialéctico le dedica al pedante Dühring. En cambio, cuando leí este libro de joven, la seriedad que pone la gente inmadura en sus cosas me impidió disfrutar de este aspecto de su obra, que con seguridad es uno de sus mayores méritos y un motivo de su merecida fama.
El objeto de mi conferencia va a consistir en exponer las razones por las que considero que se debe considerar el materialismo histórico como el paradigma dela investigación científico-social. Tengo dos motivos para tratar esta cuestión. La primera es constructiva: Engels ha manifestado en el Anti-Dühring la propuesta de considerar y hacer posible la construcción científica de una sociedad racional de carácter socialista, fundada en la justicia y la armonía entre los factores sociales. Partiendo de esa concepción, que puede apreciarse desde sus primeras obras, su trabajo intelectual consistió en establecer junto con Marx las leyes de la historia, así como sus condiciones de racionalidad humanista. Por eso el mejor homenaje que se le puede dedicaren este segundo centenario de su nacimiento es mostrar cómo su propuesta teórica sigue siendo válida tras dos siglos de conflictos sociales terribles, en las que el pensamiento de los fundadores del materialismo histórico ha jugado un papel fundamental, con sus aciertos y con los fallos predictivos que se les pueda o quiera achacar. Y en qué sentido considero que sigue siendo válida.
Mi segunda razón es polémica. El título que se ha dado a la conferencia en el cartel anunciador, corresponde a una publicación en la que defiendo el carácter científico de la teoría materialista de la historia –y espero que mi trabajo sirva para actualizar el pensamiento de Engels, que requiere apenas algunas matizaciones de detalle para ser plenamente actual, y que se me corrija y disculpe si es que en algo he errado-. Pero ya hace tiempo que se puso de moda negar el carácter científico del materialismo histórico. Como precisamente en la página web de Rebelión se ha publicado una entrevista de Francisco Erice cuestionando ese carácter científico, me veo obligado a defender las tesis que expongo en mi publicación. Agradezco a Erice que haya aceptado el encargo de presentar este acto, lo que además nos dará oportunidad de debatir sobre la cuestión propuesta desde dos perspectivas diferentes, si bien con coincidencias de fondo importantes.
Es de notar que las referencias que Erice cita en su entrevista son completamente diferentes a las mías. Comenzando con una discrepancia que viene de antiguo, y que fue la polémica entre Gustavo Bueno y Manuel Sacristán sobre el papel de la filosofía en los estudios superiores. Se trataba de dos estilos completamente diferentes de entender el filosofar y aún la ciencia, de los que somos respectivos herederos. Pero incluso perteneciendo a dos corrientes diferentes de pensamiento, seguramente hay muchas cosas en las que Erice y yo estamos de acuerdo, y puedo suscribir sin problemas muchas afirmaciones que éste expresa en su entrevista.
¿Es el materialismo histórico una teoría refutada y obsoleta o, por el contrario, una teoría de la historia que todavía está en ciernes?
La negativa a considerar el marxismo como ciencia proviene de una moda neoliberal y posmoderna, que se apoya en la versión positivista de la ciencia reconstruida por el falsacionismo de Karl Popper. Popper rechazaba el carácter científico del marxismo, porque no había acertado en su predicción del socialismo, sin reconocer que los fundadores del materialismo histórico no señalaron fechas ni formas de la sociedad futura, sino tan solo las tendencias evolutivas que se manifestaron en su horizonte histórico y todavía están presentes en la humanidad actual. El carácter científico del marxismo pareció descartado por el colapso de la antigua URSS, cuando se proclamó el final de la historia a la manera hegeliana liberal. Se consideró que la capacidad predictiva del marxismo como ciencia había sido refutada por este hecho histórico de consecuencias fundamentales en el último medio siglo. Es claro que ese primer ensayo de avanzar hacia la sociedad sin clases no ha corroborado las expectativas de millones de seres humanos, en su creencia de que a través de la revolución soviética se habían despejado los obstáculos en el camino hacia una nueva sociedad más justa. A partir de esa frustración se ha querido rechazar el marxismo, acusado de promover sociedades totalitarias, y desacreditado como teoría científica.
Sin embargo, las predicciones de Marx y Engels enEl capital, sobre el desarrollo del capitalismo a través de sus crisis cíclicas de superproducción, han vuelto a producirse una y otra vez a lo largo de los últimos ciento cincuenta años, y recientemente de una forma brutal con la depresión económica que se viene desarrollando desde 2008. Se trata de una crisis de superproducción en la rama de la construcción con consecuencias directas en el capital financiero, que repite la catástrofe económica del siglo XX y que tiene las mismas causas estructurales que fueron descritas por El capital hace 150 años. Por tanto, la capacidad predictiva de la teoría marxista sobre el modo de producción capitalista vuelve a manifestar su corrección y efectividad. De ahí que negar el carácter científico del marxismo porque todavía no se ha producido el socialismo es no saber de qué se está hablando al usar el término ciencia, desconociendo a la manera popperiana las características propias del método científico. ¿Tenemos, pues, una teoría científica que acierta parcialmente en ciertos aspectos del desarrollo histórico, y falla estrepitosamente en otros? ¿Es aceptable considerar esa teoría científica?
En mi opinión esta pregunta debe dar origen a una investigación sobre el método y la práctica de la ciencia social, que no puede ser una mera replicación de las ciencias naturales. Y la primera observación es que para que esa ciencia social sea racional debe ser emancipadora de la humanidad. Desde este punto de vista, la sociología capitalista, que manipula las masas según el esquema de la ingeniería social popperiana, es totalmente insatisfactoria por generar enormes injusticias, además de errar en sus predicciones. A partir de esa constatación, el materialismo histórico se nos presenta como una alternativa teórica que debe mantenerse para constituir el paradigma de la ciencia social. Y entonces la cuestión planteada viene a ser modificada del siguiente modo: ¿qué tipo de leyes contiene el materialismo histórico, para que acierte en algunos aspectos y sea refutado en otros? ¿Siguen éstas siendo válidas y cuál es el modo de su validez? Es decir, ¿cuál es el estatuto epistemológico de las diferentes leyes que forman el núcleo teórico del materialismo histórico? A partir de esa pregunta debemos averiguar cómo se constituye el marxismo, y cuáles leyes de esta teoría deben ser modificadas para adaptarse a la realidad histórica que se va produciendo en el desarrollo humano.
Refutación de los refutadores del marxismo
Pues en primer lugar, no sabemos qué forma se dará la sociedad racional después de abolir las clases sociales, ni cuál será el desarrollo humano que conducirá hasta ella, y ni siquiera podemos asegurar que será posible una tal sociedad. El socialismo es un ideal que se propone como meta para la acción humana en la historia; y no se deben confundir los ideales con los hechos, a menos de cometer aquellas falacias metafísicas que fueron denunciadas por los ilustrados. Los ideales, como el socialismo o los derechos humanos, no tienen existencia material, sino intencional en la medida en que los seres humanos, mujeres y hombres, se comprometen con ellos y son capaces de realizarlos.
Tal vez se pueda utilizar esta idea para rechazar el carácter científico del marxismo, subrayando su carácter filosófico como formulación de los ideales mencionados. Sería un idealismo racionalista, asociado a un análisis crítico del capitalismo, cuyos méritos son innegables en estas alturas de la historia. Esa descripción conviene al socialismo utópico, que Marx y Engels intentaron sobrepasar para garantizar la construcción científica del socialismo. Sin embargo los aciertos predictivos de El capital no son meramente una crítica del capitalismo: ofrecen una observación empírica del desarrollo capitalista a través de sus crisis endógenas –los ciclos económicos- y una causa explicativa plausible –la ley tendencial a la baja de la tasa de ganancia-. Es, por tanto, ciencia auténtica en el sentido más riguroso del término. Y se debe tener en cuenta que esa ley del desarrollo capitalista es una concreción de otra ley empírica más amplia, abarcando toda la historia de la humanidad, como es la observación del desarrollo de las fuerzas productivas, asociada a una causa explicativa: la capacidad del trabajo humano para producir excedente.
Por tanto, en tercer lugar, si sumamos esas dos evidencias anteriores, el materialismo histórico debe entenderse tanto de forma determinista –legalidad científica con carácter deductivo-predictivo-,como indeterminista –aspiración a crear una nueva civilización fundada en la justicia, cuya realización depende de la creatividad humana-; y no se puede cercenar uno de sus aspectos sin convertirlo en un dogma. Ya Gramsci en sus cuadernos de la cárcel mostró este doble aspecto del marxismo que no es ambigüedad sino dialéctica. En un texto fundacional del materialismo histórico, como es El manifiesto comunista, se afirma el carácter indeterminado de la historia, y en su tesis doctoral Marx, para garantizarse la libertad humana, se muestra partidario de la concepción epicúrea de una materia que se desarrolla al azar. Por otra parte, el marxista egipcio Samir Amin, recientemente fallecido, ha establecido plausiblemente que las fuerzas productivas han crecido siempre en la historia pasada de la humanidad, aunque en diferentes regiones geográficas, subrayando el carácter determinista de esa ley fundamental del materialismo histórico.
Lo que se debe concluir de estas observaciones es que la ley del desarrollo de las fuerzas productivas no tiene el mismo estatuto epistemológico que la ley que propone a la humanidad luchar por el ideal socialista. Son dos tipos diferentes de leyes, cuya aplicación metodológica y práctica es completamente diversa, tecnológica una, político-moral la otra. Esa manera de ver el método científico bajo dos puntos de vista es pura dialéctica: la filosofía crítica a partir de Kant, en un plano diferente pero del mismo modo que la ciencia física, ha aprendido a trabajar con concepciones antagónicas para pensar la realidad, sin necesidad de rechazar una de ellas a la manera dogmática. Y es en este punto donde ciertas versiones del materialismo histórico, impuestas autoritariamente por las burocracias obreras, han fallado haciendo retroceder su desarrollo. Me estoy refiriendo al marxismo soviético, denunciado por su dogmatismo e insuficiencia científica por autores de la talla de Marcuse y Lukács. Motivo para que algunos sectores de la izquierda se hayan hecho eco de las tesis popperianas que niegan el carácter científico del marxismo.
Pero el auténtico significado de esos fracasos es que la conquista de la racionalidad es un proceso histórico todavía en ciernes. Tras el fracaso del intento soviético de alcanzar el socialismo a marchas forzadas, y el retroceso de la República Popular China hacia el capitalismo de Estado, se han derrumbado junto con viejos esquemas y prejuicios, algunas sanas certezas que inspiraban la lucha de la clase obrera por su emancipación. De ese modo la pragmática racionalidad instrumental del capitalismo ha destruido el sentido de la vida para millones de ciudadanos en las sociedades opulentas que vuelven a alimentar movimientos de extrema derecha como hace un siglo. Puesto que el materialismo dialéctico, como filosofía que acompaña al materialismo histórico, es uno de los pilares de la racionalidad moderna, el irracionalismo ha vuelto a desarrollarse con fuerza en la civilización decadente del capitalismo senil. La confianza en la razón humana se perdió en nuestra civilización ‘occidental’ a lo largo de las luchas políticas del siglo XX; no sólo la fe ilustrada en la calidad emancipatoria del progreso se ha disuelto en los conflictos brutales de la humanidad contemporánea, sino incluso esa confianza en la bondad de las capacidades humanas que constituye el fundamento de la racionalidad colectiva de la especie. A pesar de ello un eco de esa confianza ilustrada nos llega del lejano oriente, donde miles de millones de personas trabajan y luchan cada día por construir el socialismo.
¿Cómo pensar actualmente la ciencia?
Por tanto para poner las bases de la discusión crítica, propongo que establezcamos un concepto de ciencia que nos permita captar esa ambivalencia del materialismo histórico. Ese concepto debe ser una definición actualizada de lo que es ciencia y debe cumplir los requisitos básicos de la racionalidad. Para establecer esa actualización no basta con que sea la última moda de la cultura capitalista en franca decadencia; debe además poseerlos rasgos básicos de la universalidad que caracteriza el proyecto científico, tanto en su aspecto subjetivo como objetivo. Lo que, por otra parte, nos remite al concepto de razón que Erice ha trabajado en profundidad: la racionalidad debe estar vinculada a la emancipación humana, como fue puesto en claro en el siglo ilustrado. Y recordemos que Engels en su Anti-Dühring se reconoció como continuador de esa tradición ilustrada, que se encuentra en desarrollo todavía en nuestros días a pesar de tanto posmoderno.
Por eso, lo que entiendo por actualidad no son aquellas supuestas aportaciones a la filosofía de la ciencia vinculadas a la última moda de esa cultura, que se encuentra atravesada por un abismo de irracionalidad. Esa irracionalidad, que ha tenido su expresión paradigmática en la moda Nietzsche de las últimas décadas y la reverencia al pensamiento de Heidegger de no hace tanto tiempo, está conduciendo de nuevo a la civilización tecnológica hacia el precipicio del fascismo y la guerra. La negación posmoderna del valor de la ciencia, implícita en la teoría de la posverdad, está vinculada genealógicamente al rechazo de la misma por Heidegger, que Manuel Sacristán corroboró en su tesis doctoral. En cuanto a Nietzsche, su uso de la ciencia está al servicio de la destrucción de la metafísica en sentido clásico, como exposición de los fundamentos de la racionalidad, sustituida por una metafísica anti-racionalista; lo que en consecuencia conlleva la destrucción misma de la humanidad, como pudo verse en los movimientos fascistas del pasado siglo.
A pesar de esa deriva anti-racionalista de la civilización capitalista liberal, me parece necesario añadir lo obvio, que el materialismo histórico es un producto de la civilización a la que pertenecemos los europeos en sus mejores aspectos, y que mi exposición depende del desarrollo filosófico de la cultura ‘occidental’ en el siglo XX, ya que desconozco los avances que se hayan podido producir en las repúblicas asiáticas orientadas hacia el socialismo, que precisamente son las sociedades donde todavía el marxismo sigue vivo como guía del pensamiento de las grandes masas humanas. Y también para la clase dirigente: recientemente el presidente Xi Jinping, en la 28ª sesión de estudio del Buró Político del PCCh, ha vuelto a reiterar la fundamentación de la economía política en los principios básicos del marxismo; al mismo tiempo la República Popular China ha declarado todo su territorio nacional libre de la miseria extrema, cumpliendo sus compromisos con la ONU. Uno puede preguntarse cuál es el alcance de esas declaraciones, hasta qué punto es una afirmación sincera de compromiso con el socialismo y la emancipación de los trabajadores; pero lo indudable es que lo que está sucediendo en China desde hace 70 años será decisivo para orientar la historia futura de la humanidad, tanto como su comprensión científica y racional.
Entonces, hasta donde se me alcanza, las últimas reconstrucciones racionales del desarrollo científico, en Europa y América, se produjeron hacia la mitad del siglo XX en lo que mis profesores de la facultad, Eloy Rada y Julio Armero, denominaron el ‘giro historicista’ de la filosofía de la ciencia. Quizás pueda parecer anticuada esta propuesta, pero en mi opinión tiene ya un carácter clásico, esto es, de filosofía perenne. Me refiero a dos autores fundamentales como Thomas Kuhn e Imre Lakatos. Precisamente Manuel Sacristán, tras vislumbrar el fracaso del marxismo en el siglo XX a raíz de los acontecimientos del 68, el mayo francés y la primavera checoslovaca, realizó una investigación acerca de los fundamentos racionales del marxismo como ciencia social, desde el punto de vista de la filología y apoyándose en estos autores citados. Este es, por tanto, el punto de arranque de mi investigación, como prolongación y desarrollo de la propuesta sacristaniana.
Filosofía de la ciencia contemporánea
Ya he señalado que la consideración científica del materialismo histórico ha sido discutida a lo largo del siglo XX, desde un punto de vista reduccionista de la ciencia, que fue puesto de moda por Popper en el siglo pasado. Pero antes que nada hay que señalar que la concepción popperiana de la ciencia es incompatible con la investigación de Kuhn, quien denunció los errores del falsacionismo y acusó a Popper de demagogo, por cometer la falacia idealista: como los científicos deben ser falsacionistas, nos diría Popper, entonces son falsacionistas. En primer lugar, ni siquiera está demostrado que los científicos deban ser falsacionistas; en segundo lugar, los ideales no forman parte de la realidad material en la que viven y trabajan los seres humanos: residen en la conciencia de los mismos como propuestas u orientaciones para la acción. Los científicos, en la cotidianeidad de su trabajo de investigación, son verificacionistas y solo en determinadas circunstancias excepcionales transforman sus teorías y métodos de trabajo, obligados por los hechos.
La crítica de Kuhn al falsacionismo llevó a Lakatos a reconstruir el desarrollo científico bajo la noción de ‘programas de investigación’, como un proceso de descubrimiento de nuevos hechos sobre la base de una teoría, o mejor un ‘núcleo teórico’, que funciona como una propuesta heurística, orientando la atención del investigador hacia el lugar y el tiempo donde esos hechos pueden producirse. De ese modo, los errores de la investigación sirven al propósito de ampliar el conocimiento, descubriendo nuevos hechos y descartando sucesivas hipótesis que se demuestran equivocadas. La teoría es una construcción conceptual que no queda falsada por los errores de predicción, sino más bien reforzada, siempre que sea posible ajustar las leyes para representar adecuadamente los hechos que se van descubriendo, sin perder sus afirmaciones fundamentales de la teoría, su núcleo teórico. Tenemos un ejemplo de esa modificación de las leyes particulares, en la corrección de la táctica política del movimiento obrero tras las sucesivas derrotas de la revolución del 48 y la Comuna de París, que hicieron Marx y Engels; es la guerra de posiciones que el viejo Engels diseñó para mantener la lucha obrera por el socialismo tras la consolidación del capitalismo en el siglo XIX; la misma táctica que Gramsci retomó ante el ascenso del fascismo.
Lo decisivo es que esa concepción historicista de Kuhn y Lakatos, es compatible con las reflexiones de los marxistas sobre la ciencia, como mostró Sacristán citando a Bujarin y demás marxistas soviéticos que asistieron al Segundo Congreso Internacional sobre la Ciencia y la Tecnología, acaecido en Londres en 1931, y donde también estuvo presente John Desmond Bernal. Atendiendo a esa comprensión historicista, una concepción actualizada y racional de la ciencia debe superar el positivismo; superarlo conservándolo, que es el sentido dialéctico del término, si bien en el caso de Popper no parece que haya mucho que conservar, excepto por el rescate que hizo Lakatos de sus postulados, adaptándolos al giro historicista que Popper negaba. Desgraciadamente esa superación está fuera del alcance de una buena parte de los intelectuales que trabajan bajo el orden social capitalista, por motivos muy ideológicos. En efecto, ¿cómo es posible que se considere científica la teoría del mercado, que ha sufrido frecuentes refutaciones, y en especial es causante de dos brutales crisis económicas en los siglos XX y XXI? ¿Por qué se rechaza la teoría de El capital que ha sido capaz de pronosticar la recurrencia de las crisis capitalistas? Los criterios falsacionistas de Popper, que fueron asumidos por la intelectualidad europea hace medio siglo, deberían servir para reafirmar la teoría marxista; pero mucho me temo que esos criterios han sido ya desechados. Los intereses del capital financiero se imponen ideológicamente sobre la verdad de los hechos comprobados; y esa es seguramente una de las causas de la profunda decadencia de nuestra civilización, cuyos ciudadanos vuelven a abrazar el fascismo en masa, incluso tras las terribles experiencias del siglo pasado.
La cuestión del método científico
Galileo estableció el método de la ciencia moderna bajo los conceptos de reducción y composición; esta terminología fue traducida por Newton como método de análisis y síntesis; pero en definitiva se trata de lo que hoy en día se conoce como método hipotético-deductivo, y eso a pesar de que Newton creía que no suponía hipótesis –su famoso hipothesis non fingo afirma la creencia de todo científico en la realidad material de sus descubrimientos teóricos-. A este método se refieren los positivistas cuando hablan de la unidad de método de la ciencia. Posteriormente, en el siglo XX los neopositivistas establecieron la estructura lógica de los lenguajes científicos en las ciencias físicas, y algunos lo consideraron como el modelo obligatorio para toda teoría, según una versión típicamente fisicalista de la ciencia. Todo este valioso trabajo ha conseguido aclarar y perfeccionar el método de las ciencias que estudian el universo físico-químico, que son las más desarrolladas entre nosotros; y ese método sirve como modelo para la construcción de otras ciencias, sean de carácter biológico o social. Pero incluso dentro del propio positivismo ha sido criticado ese reduccionismo, que describe a los seres vivos y las sociedades bajo la categoría de máquinas. Esas ciencias biológicas o sociales construidas bajo el modelo hipotético-deductivo no son capaces de captar la especificidad de la vida, ni mucho menos de la sociedad.
Esta es la clave del asunto. La complejidad del mundo social exige un método más elaborado que el que se emplea para estudiar los fenómenos del mundo inerte. No se trata de suprimir o eliminar el método positivista al modo dogmático, como producto de una ciencia burguesa. Se trata de aprovechar sus aportaciones, al mismo tiempo que se explica la especificidad de la realidad social, que no se somete a las fuerzas naturales, sino que actúa sobre ellas para transformarlas. El método hipotético-deductivo tiene su lugar en esta reconstrucción de la ciencia social, al lado de otros métodos que nos ayuden a comprender mejor la historia de la humanidad. Algo similar se puede afirmar de las ciencias biológicas, que se muestran incapaces de detener la espiral destructiva del industrialismo moderno respecto del medio ambiente, por carecer del método adecuado para pensar el mundo de la vida.
En su conferencia de 1978 sobre la noción de ciencia en Marx, Sacristán afirmaba que este autor trabaja con tres conceptos diferentes de ciencia: science, Wissenschaft y Kritik. El concepto de science proviene del empirismo inglés, más o menos reelaborado por el método hipotético-deductivo del que venimos hablando. El concepto de Wissenschft ha sido construido a partir de la especulación hegeliana, según la cual la verdad es el todo, tomado conjuntamente con el proceso que lleva hasta él. Y es lo que hoy podemos equiparar con el método funcionalista, que enraíza en la biología aristotélica y su concepto de holismo, despojándolo de la metafísica quietista. Finalmente el concepto de Kritik nos remite a la izquierda hegeliana y su propuesta de desarrollo del conocimiento y la historia a partir de la negación crítica de lo dado; lo que nos lleva al reconocimiento del sujeto humano como ser consciente que orienta su acción a la consecución de ideales. Esos tres conceptos marxianos de ciencia explicados por Sacristán, nos llevan a descubrir la existencia de tres métodos diferentes de investigación en ciencias sociales: el método hipotético-deductivo, el método funcionalista y el método intencional.
Como digo, el neopositivismo ha reducido el método científico a su versión fisicalista, hipotético deductiva, apoyándose en el desarrollo de la lógica formal en el siglo XX. En eso consiste su famosa unidad del método científico; pero esa unidad es precisamente lo que es necesario interpretar para nuestros propósitos. No es posible negar la validez del método de las ciencias físico-químicas que ha proporcionado éxitos tan notables a la humanidad, pero no es posible rechazar otros métodos que son fundamentales para captar la especificidad de los seres vivos y los seres sociales. En biología ese reduccionismo ha sido fatal y nos está llevando a la destrucción de la biosfera por el actual modo de producción. La ciencia ecológica, en cambio, ha recuperado el concepto funcionalista para explicar cómo la vida se desarrolla en comunidades de especies que se relacionan cooperando entre sí. El concepto de evolución de las especies debería ser sustituido por el de evolución de los ecosistemas, para que nuestra ciencia biológica fuera capaz de detener la sexta gran extinción de especies, provocada en nuestros días por la actividad humana.
Además en ciencia social es necesario utilizar el método intencional que capta la racionalidad de la acción humana orientada a conseguir determinadas metas o fines. La construcción de esas metas o fines está en función de determinados ideales sociales que forman el sentido común de la ciudadanía, y sustentan los criterios en base a los cuales la conciencia personal, individual y colectiva, establece los objetivos de su acción. Por tanto, la complejidad de la sociedad humana exige de una metodología compleja que no excluya el método hipotético deductivo de la sociología positivista, pero que incluya también el método funcionalista y el método intencional. Esos tres métodos, que están presentes y elaborados en la sociología del siglo XX, se encuentran ya utilizados en las obras de Marx y Engels, con la diferencia que los sociólogos contemporáneos se especializan en un aspecto de la ciencia social, mientras que la obra de los fundadores del materialismo histórico incluye los tres. Esa constatación nos explica una observación de Sacristán sobre el trabajo científico de Marx: su obra es demasiado ambiciosa para nuestras posibilidades actuales.
Las leyes de la historia
Esos tres conceptos de ciencia que manejan Marx y Engels son necesarios para hacer una ciencia social capaz de captar la complejidad de la realidad humana. Podemos ver esas tres perspectivas metodológicas en las leyes de la historia que constituyen el núcleo teórico del materialismo histórico: la ley del desarrollo de las fuerzas productivas, la ley de los modos de producción y la perspectiva histórica del socialismo. Pues en efecto, como ya he señalado, la primera tiene carácter hipotético-deductivo, está construida como science; consiste en una correlación de hechos ampliamente observada desde la antigüedad –aparece por ejemplo en De rerum natura de Lucrecio-, a la que el marxismo añade una explicación teórica de carácter causal: la acumulación del excedente producido por el trabajo humano se resuelve como desarrollo de las fuerzas productivas. La segunda, interpreta la sociedad como una estructura funcional con propiedades holistas, y establece una correlación entre esa organización social y la primera ley –una ‘determinación en última instancia’ al decir de Marx y Engels-; su metodología corresponde a la Wissenschaft hegeliana, que es el método holista aristotélico pensado en el movimiento dialéctico –la verdad es el todo junto con el movimiento que lleva hasta él-. La tercera propuesta teórica es una ley intencional, que se establece sobre las propiedades emergentes en los sistemas sociales, explicando la acción consciente de un sujeto que planifica autónomamente su acción en pos de objetivos ideales; entendiendo el sujeto en su doble faceta individual y colectiva. Esos ideales son el fundamento de la crítica de la realidad existente que debe ser superada, esto es la Kritik.
Cada uno de esos métodos requiere una fundamentación ontológica que nos permita distinguir diferentes formas de existencia en el universo que conocemos; pueden denominarse regiones ontológicas y deben establecerse a partir de los desarrollos de la ciencia moderna. Según la clasificación de las ciencias empíricas en sociales y naturales, y éstas en físico-químicas y biológicas, podemos establecer tres regiones ontológicas: 1. la región ontológica del ser inerte de las ciencias físico-químicas; 2. el ser vivo estudiado por las biológicas; 3. y el ser social, la existencia humana en la historia. La caracterización fundamental de esas tres regiones viene dada por las leyes que determinan su desarrollo: la termodinámica para las realidades inertes, la evolución de los ecosistemas para los seres vivos y las leyes del desarrollo histórico para el ser social.
El enlace entre esas regiones ha sido constituido modernamente por el concepto de emergencia –y como se ha señalado repetidamente el marxismo es un emergentismo (así lo caracteriza Ferrater Mora en su Diccionario de filosofía, por ejemplo): una filosofía que entiende la unidad fundamental del universo a partir del mundo físico, pero que contempla la aparición de nuevas formas de existencia en la historia natural de ese cosmos físico: la vida y la humanidad-. De ahí que el método hipotético-deductivo desarrollado por las ciencias físico-químicas sea el método general de la ciencia, y que el método funcionalista, creado por Aristóteles para explicar la vida orgánica, sea también aplicable al ser social. La emergencia significa que en las unidades formadas por las estructuras funcionales aparecen propiedades nuevas que no están en los elementos tomados por separado. Y esas nuevas propiedades exigen métodos específicos que las interpreten racionalmente. La autonomía del ser vivo que puede dirigir su movimiento hacia los fines necesarios que garantizan su subsistencia, o la autonomía del ser social capaz de dirigir su conducta hacia fines considerados ideales, requieren métodos específicos: el funcionalista y el intencional.
A ello se debe añadir el desarrollo de las ciencias formales, matemáticas y lógica, como un producto del espíritu humano, lo que podría entenderse como la emergencia de un mundo de ideas a partir de la historia humana. Una cuarta emergencia del ser ideal de las construcciones teóricas y los ideales racionales, en la que una parte de la humanidad cree descubrir la existencia de un ser divino. La emergencia de ese mundo ideal ha sido defendida por Popper; pero esa especulación, que es perfectamente racional y compatible con la historia, no es motivo para tacharle de confusionista. El error que introduce Popper es otro. En su propuesta filosófica, lo que de forma misteriosa emerge a partir del mundo inerte es el psiquismo, anulando toda diferencia entre el ser social y el ser biológico, y apuntado a desarrollar el individualismo de la sociedad capitalista. De paso liquida la división tradicional de las ciencias. Su proyecto filosófico y científico crea confusión y sus consecuencias han sido monstruosas, pero esa ideología es plausible para la sociedad de masas capitalista, que ha conducido a la humanidad hacia el callejón sin salida de la crisis económica y política actual.
En resumidas cuentas, el cuadro explicativo de esta clasificación de las ciencias sería como sigue, teniendo en cuenta que entre las regiones ontológicas consideradas establecemos un enlace a través de la emergencia, y que el método científico en cada región es válido también para las ciencias de las regiones emergentes, exceptuando la emergencia del ser ideal, cuya racionalidad sistemática se construye independiente de la empiria y del mundo natural. El ser ideal tiene un aspecto científico en la lógica y las matemáticas, que formalizan las teorías según el método hipotético-deductivo; también incluye un aspecto cultural o valorativo que se manifiesta en la creación artística y el sentido común. En este segundo aspecto entra de lleno la dialéctica.
Clase de ciencia | Región ontológica | Tipo de causalidad | Método científico | Leyes de desarrollo |
Físico-químicas | Ser inerte | Causa (eficiente) | Hipotético-deductivo | Termodinámica |
Biológicas | Ser vivo | Final objetiva o necesaria | Funcional | Evolución de los ecosistemas |
Sociales | Ser social | Final subjetiva o propositiva | Intencional | Historia |
Formales | Ser ideal | Necesidad lógica | Axiomático | Deducción |
La necesidad de captar las propiedades emergentes en el mundo natural es el motivo para utilizar una metodología diversificada en los sistemas desarrollados del ser vivo y el ser social. Desde este punto de vista, el defecto del darwinismo es haber utilizado exclusivamente la causa eficiente en la explicación de los seres vivos, pues sus dos principios descansan en la causalidad: tanto la replicación aleatoria de los caracteres como la selección natural basada en la competencia son explicaciones causales. En cambio, si consideramos la selección natural basada en la cooperación, como ha hecho Lynn Margulis, volvemos a la explicación funcional complementaria a la explicación causal de la replicación aleatoria. Del mismo modo, en ciencias sociales el método hipotético-deductivo y la explicación causal constituyen la teoría del mercado, mientras que el método funcionalista sería aplicable a la acción del Estado. La combinación de ambos nos da el Estado del Bienestar en Europa del siglo pasado, y actualmente el capitalismo del Estado chino. El defecto fundamental de esa ciencia social es no haber establecido suficientemente la metodología intencional como un elemento del desarrollo histórico hacia el socialismo. Esa metodología debe traducirse en una práctica política y social constituida a partir de la sociedad civil, como entramado de asociaciones voluntarias y altruistas de los ciudadanos conscientes. Y este el sentido sistémico de los movimientos sociales contemporáneos, empezando por el movimiento obrero y continuando con la pluralidad hoy presente en la sociedad, feminismo, ecologismo, pacifismo, etc.
El método hipotético-deductivo está claro a partir de las investigaciones neopositivistas del pasado siglo; y el método funcionalista en sociología fue ampliamente trabajado por investigadores como Talcott Parsons y Robert K. Merton. Seguramente, entonces, lo que cause más extrañeza y plantee más cuestiones, es el significado de esa expresión de ley intencional y su aplicación en la ciencia social. Queda claro que no se plantea la intencionalidad al modo fenomenológico, sino como resultado de la subjetividad humana racional, al modo ilustrado explicitado por la filosofía clásica alemana. Esto es la intención es propia de un sujeto racional que se propone objetivos a alcanzar con su acción y actúa consistentemente para alcanzarlos. Y ese sujeto puede ser individual o colectivo, y tener una conciencia individual o colectiva; pero siempre considerando que tanto la autonomía moral como la política, que se nos muestran en la intencionalidad, se originan como propiedades emergentes de la vida social. Desde mediados del siglo pasado se utiliza la ‘teoría de juegos’ para formalizar la intencionalidad de los sujetos que interactúan en relaciones sociales normativizadas.
Precisamente la afirmación de Merton acerca de la imposibilidad de encontrar una teoría general en ciencia social, ha podido ser causa del escepticismo generalizado sobre el proyecto marxista de construir la ciencia social a partir de su fundamentación en la historia. Por el contrario, pensamos que esa fundamentación es perfectamente plausible y en el libro que da por título a esta conferencia he intentado mostrar cómo se puede pensar en la modernidad.
Debilidad epistemológica y aciertos programáticos en el marxismo clásico
Por otra parte no es posible mantener completamente hoy en día, la concepción metodológica con la que trabajaron Marx y Engels. En parte porque algunas de las hipótesis utilizadas tienen carácter exploratorio y parecen poco fructíferas, como por ejemplo la cuestión de la lógica y la historia reseñadas por Sacristán en el ensayo ya citado. O también por una aplicación inadecuada del método complejo de la ciencia social descubierto por ellos. Engels pretende que su concepción de la dialéctica puede aplicarse a la materialidad física, a los procesos vitales y a las matemáticas, de tal modo que en algunos momentos de su exposición la dialéctica parece ser una ganzúa de mil usos que pueda aplicarse a todo lo que existe; lo que puede resultar simpático a la manera de Heráclito de Efeso, que elaboró una de las reflexiones filosóficas más sugerentes con una enorme influencia en la historia del pensamiento racional. Pero el problema con la dialéctica es que significa demasiadas cosas distintas, como sucede también con el concepto de razón, alguno de cuyos significados fueron aclarados por la Escuela de Frankfurt.
La manera en que las leyes del pensamiento, la lógica y la dialéctica, se corresponden con los desarrollos observables de la naturaleza en sus diferentes regiones ontológicas, ha sido investigado desde la antigüedad a través del lenguaje y su significado, desde la convicción de que la razón humana es capaz de descubrir las estructuras esenciales de la naturaleza. A través de la comunicación de las experiencias individuales se construye una experiencia colectiva que se hace posible mediante los procesos de identidad, creados por el lenguaje y la cooperación en el trabajo, y que se considera equivalente a la realidad objetiva del mundo que habita el ser humano; naturalmente dentro de los límites que presenta ese habitar históricamente condicionado. Es decir, que la realidad objetiva es siempre mucho más amplia que la experiencia humana del mundo en el que vive.
En mi opinión, lo importante es que la dialéctica es fundamentalmente un método para pensar los conceptos teóricos y el desarrollo del conocimiento, no los hechos de la naturaleza. Lakatos ha explicado esto a la perfección en su libro Pruebas y refutaciones, si bien con el defecto de considerar que su explicación es la única posible. Este autor recupera la noción de dialéctica que se desarrolla en los Diálogos de Platón, y se expone de manera sintética en el Libro II α de la Metafísica aristotélica. Ahora bien, la filosofía de la ciencia de Kuhn también recoge otro sentido de la dialéctica, como construcción de una teoría en relación con la práctica tecnológica de una civilización; además, el paradigma científico y su refutación empírica por la anomalía constituyen una versión de la dialéctica hegeliana de tesis, antítesis y síntesis. Por otro lado, la concepción dialéctica de la ciencia como un sistema total de conceptos enlazados por relaciones deductivas y complementarias, está presente en Willard van Orman Quine, autor traducido por Sacristán al castellano.
Afirmar que la materia es dialéctica es una imagen hermosa, que puede tener valor heurístico. La intuición de Heráclito de la unidad de los contrarios lleva a establecer las magnitudes físicas, por ejemplo. La transformación de la cantidad en cualidad es algo pensado desde aquellos primeros filósofos griegos y es seguro que ha orientado multitud de investigaciones. Pero una vez realizada su función heurística, la dialéctica queda como un momento inicial del pensamiento racional. Por eso, lo que entiendo que Engels está queriendo decir a sus contemporáneos es precisamente la validez del pensamiento dialéctico en las primeras formulaciones de un campo de investigación científica: descubrir sus magnitudes fundamentales, estableciendo cómo se produce esa transformación de la cantidad en cualidad. La materia es energía, movimiento perpetuo, y no es necesario pensar ese movimiento como una dialéctica, más que en una primera aproximación o como un trasfondo metafísico que sirve de referencia general. Pues la ciencia se esfuerza por conocer las regularidades permanentes en las transformaciones constantes de la naturaleza, lo que permanece idéntico en el cambio, porque esas regularidades son las que nos permiten manejar los hechos. Y ese carácter práctico se corresponde con la explicación positivista del lenguaje lógico, basado en el principio de no contradicción, como estructura de las teorías científicas físicas.
El marxismo dogmático ha defendido una epistemología simplista basada en la teoría del reflejo. Se pretende que los pensamientos humanos representan cabalmente la realidad del mundo en el que vivimos. Siendo así puede parecer que no es posible pensar que la dialéctica sea un método aplicable solo al mundo del pensamiento. Si la dialéctica es aplicable al pensamiento, tiene que tener una base en la materialidad del mundo natural. Pero precisamente lo complicado es establecer en qué consiste esa base, pues nuestras ideas no son una mera copia del desarrollo de la naturaleza. Es una relación más compleja que no puede ser simplificada sin riesgo de caer en el dogmatismo. Hay que decir que esa explicación compleja está en Marx y Engels, por ejemplo en la tesis V sobre Feuerbach –la sensoriedad humana es activa, no se limita a recoger las imágenes del mundo, sino que percibe el mundo según los intereses prácticos del sujeto cognoscente-; pero nunca fue desarrollada consistentemente en el marxismo clásico.
Para no agotar al público con la discusión del significado de dialéctica, que nos desviaría del tema propuesto, voy a definirla simplemente como el proceso de síntesis, que vuelve a reconstruir el objeto natural previamente analizado, esto es, descompuesto por la ciencia. En esa recomposición de las noticias científicas provenientes del análisis, intervienen también los ideales racionales de coherencia y armonía, de justicia y moralidad, cuya función será eliminar todas las composiciones monstruosas que la imaginación humana tiende a producir. La razón como límite y criba de la imaginación es un tema propio del empirismo inglés, de ómnibus dubitandum, según el lema de Bacon adoptado por Marx. A lo que se debe añadir el ideal ilustrado de la emancipación humana –y en este punto la duda escéptica debe detenerse, salvo que caiga en la tentación del suicidio de la especie a la manera de Nietzsche-.
Esa noción de la dialéctica como síntesis nos lleva a comprender el materialismo histórico como una teoría del desarrollo histórico con aplicación práctica a través de una técnica política. En su trabajo sobre Lenin, Sacristán ha definido la dialéctica como el método de construcción del programa político, en el que se unifican los conocimientos científicos con los valores de la emancipación humana. En este sentido el paradigma de la ciencia marxista es El manifiesto comunista, como programa para la revolución de 1848. Este es el punto crucial de la ciencia marxista, donde el conocimiento debe hacerse práctica histórica, donde se prueba la razón dialéctica como un instrumento válido, no sólo para manejar consistentemente las realidades del mundo natural, sino la historia misma de una humanidad que se emancipa en su práctica transformadora.
Dejemos los sueños para las novelas de ciencia ficción, pues el sueño de la razón engendra monstruos. El fulcro de la ciencia marxista es el programa político que debe realizarse por la práctica histórica de la clase obrera y la humanidad, y la verdad de las ideas encuentra su corroboración en esa práctica histórica. Entonces, se nos dirá, ¿por qué la clase obrera europea no ha aceptado el materialismo histórico como verdad de la historia? Esto merece otra conferencia sobre la historia del marxismo.
Observemos simplemente que los principales batallones de la clase obrera se han desarrollado en Asia en las últimas décadas, y que allí se sigue practicando el marxismo. Y para explicarlo brevemente, baste decir que del mismo modo que Marx y Engels modificaron su punto de vista tras el fracaso de la revolución del 48 y la Comuna de París, Lenin modificó la teoría socialdemócrata tras su fracaso en detener la guerra imperialista en 1914; a raíz de esa modificación leninista el marxismo se construyó como una herramienta para la descolonización, y su éxito puede comprobarse en la historia del siglo XX. Y estas lecciones de flexibilidad teórica y adaptación táctica de la estrategia de la emancipación a las coyunturas históricas son todavía válidas en nuestros días. En ello trabajan miles de intelectuales a lo largo y lo ancho de este mundo, creando un movimiento cuyo eje principal lo sitúo en el socialismo del siglo XXI. Todo parece indicar que el progreso hacia el socialismo se producirá en civilizaciones no europeas; la hora del socialismo europeo sonó hace un siglo y la ocasión fue desaprovechada. Es posible que haya vuelto a sonar estos años de crisis capitalista, pero la fuerza social para realizar esa tarea no se ha presentado en nuestras sociedades alienadas por el consumo y el imperialismo militar. La crisis actual del capitalismo es una crisis de la civilización europea y la luz que ilumina el futuro está amaneciendo en otros continentes.