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La construcción comunitaria como respuesta

Fuentes: Revista Soberanía Alimentrai, Biodiversidad y Culturas

El golpe de Estado en Brasil es un hecho. Como sucedió en Paraguay y Honduras, el capitalismo ha puesto en marcha su maquinaria para destituir a un gobierno latinoamericano que no terminaba de cumplir sus deseos. Ante este escenario, la verdadera resistencia al golpe vendrá necesariamente de los pueblos, mujeres y hombres que llevan años […]

El golpe de Estado en Brasil es un hecho. Como sucedió en Paraguay y Honduras, el capitalismo ha puesto en marcha su maquinaria para destituir a un gobierno latinoamericano que no terminaba de cumplir sus deseos. Ante este escenario, la verdadera resistencia al golpe vendrá necesariamente de los pueblos, mujeres y hombres que llevan años caminando, cada vez mejor organizados, se reafirman, crean redes, ocupan, acampan. Construyen comunidades con la aspiración de construir desde abajo un mundo nuevo, con nuevas formas de relación entre personas y con el territorio. Desde ahí, alzan la voz al mundo: «Nao vai ter golpe».

La ofensiva del capital

El 12 de mayo, el Senado brasileño aceptaba por amplia mayoría iniciar el proceso de impeachment que, por un tiempo máximo de 180 días, suspende del ejercicio de su mandato a la presidenta Dilma Rousseff (del PT, Partido de los Trabajadores), votada dos años antes por más de 54 millones de personas. Se llegaba así a la cúspide de tres meses de juicio político y mediático sobre la supuesta violación de normas fiscales por parte de Rousseff. Aunque las pruebas presentadas en la Cámara Baja y el Senado no contaban con peso jurídico, sirvieron para nutrir la telenovela nacional y allanar el terreno para un golpe de Estado encubierto.

El vicepresidente del gobierno, el ultraliberal Michel Temer (del PMDB, Partido de Movimiento Democrático Brasileño) conseguía la presidencia interina del país por seis meses, para los que se anunciaron transformaciones estructurales exprés, dando prioridad a la reforma del sistema de pensiones, la reforma laboral y el impulso a la participación extranjera en la economía del país. Entre las primeras medidas: la formación de un equipo de gobierno exclusivamente de hombres blancos y la eliminación de los Ministerios de Derechos Humanos, Desarrollo Agrario, Igualdad Racial, Mujeres y Cultura.

Desde marzo y hasta la fecha, los movimientos populares se han organizado en una inmensa resistencia para defender la democracia y exigir la restitución de la presidenta a sus funciones. Han rehusado cualquier diálogo con un gobierno ilegítimo y preparan una intensa agenda de lucha conjunta contra lo que consideran un golpe de Estado orquestado por el capital financiero, el poder jurídico y los monopolios mediáticos. Con Temer al frente de la presidencia, auspician una avalancha de privatizaciones, acaparamiento, concentración de bienes comunes y públicos y recortes a los derechos de la población. Se avecinan tiempos de marchas, huelgas, bloqueos de carreteras, desobediencia civil, denuncias a la manipulación mediática.

Célio y José regresan al campamento Maria Rosa de Contestado, del Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem Terra (MST) en Paraná, al sur de Brasil, después de la enésima manifestación de apoyo a la democracia en las calles de Curitiba, capital del Estado. Otro grupo del campamento viajó hace unas semanas hasta Brasilia para acampar en una concentración masiva contra el impeachment. En agosto, ignorando el cataclismo que iba a romper el país, ocupaban de madrugada 300 hectáreas de tierra propiedad del gobierno federal. Al día siguiente de su llegada, empezaban a cultivar la tierra. En este tiempo, no han dejado de llegar familias, cargando colchones y cajas, y ya son más de 500 personas acampadas. Lentamente, han iniciado el proceso de Reforma Agraria con el INCRA (Instituto Nacional de Colonización y Reforma Agraria), por el cual el gobierno debe modificar el régimen de propiedad y uso de la tierra (un proceso que puede tardar años) y el MST iniciará un proyecto de asentamiento.

El MST promueve las ocupaciones en Brasil como mecanismo para romper la doble explotación, de personas y de la tierra, por parte del sistema capitalista. Desde hace más de 30 años, se han ocupado más de 3.900 latifundios, que se han transformado en proyectos de asentamiento y atienden a más de 450.000 familias trabajadoras rurales, en más 22 millones de hectáreas.

En varias ocasiones, el nuevo presidente del Gobierno se ha mostrado contrario a la reforma agraria y el nuevo ministro de Desarrollo Social (que ha absorbido al Ministerio de Desarrollo Agrario), Osmar Terra, en sus primeras declaraciones amenazó con eliminar los fondos sociales a las personas Sin Tierra si estas usan la agitación contra el gobierno: «la guerra es la guerra. Y cada uno va a usar las armas que tiene. Las nuestras son los fondos».

En Maria Rosa, la incertidumbre y el miedo a perder lo logrado se cuelan a veces en silencios abruptos ante una voz en la radio, ahora siempre encendida, conversaciones en las asambleas o preguntas lanzadas al aire. Pero, en su mayoría, la preocupación se volatiliza en el ir y venir alegre y ajetreado propio de quienes están donde quieren estar. Hay mucho por hacer y el movimiento no se detiene en este tiempo suspendido, que no tiene que ver con leds que parpadean o con agujas de reloj, sino con la acción y la reflexión sobre lo que se realiza. El tiempo es otro y fluye al compás de las manos y el sol: manos empolvadas que sierran madera, se hunden en la tierra, cocinan, tejen, amasan o trillan el frijol.

La construcción comunitaria

El antiguo establo reúne a casi toda la comunidad para la asamblea en que se decidirá la participación de cada integrante en las comisiones y la distribución del trabajo colectivo. Niñas y niños, ajenos al resto, entran y salen del establo. No molestan sus saltos ni sus gritos, como tampoco hay prisa en los discursos o en la toma de decisiones. En el suelo, desplegada, una bandera del MST, rodeada de coloridas frutas y verduras, como un mosaico de la huerta. Es parte de la mística que precede cada reunión.

Después de la asamblea, las familias se reúnen en sus casas. Se cocina el frijol y el arroz: «Todo de aquí, todo orgánico… Solo nos falta producir nuestra propia pasta y refrescos. ¡Pero todo llegará…!». Se ríen y se miran cómplices. Tienen la sonrisa de quienes comparten un secreto, el de todo lo vivido en diez meses.

El campamento se organiza, por un lado, a través de grupos de familias. Diez familias conforman un grupo, que permite tratar asuntos básicos. Por otro lado, se están constituyendo las comisiones de producción, finanzas, educación, salud, juventud y género. Quien asume la coordinación general del campamento apoya la formación de los grupos y las comisiones y acoge a las personas que llegan nuevas. También es portavoz en las negociaciones con el INCRA. La toma de decisiones es siempre asamblearia.

Mirta se está encargando de constituir la comisión de género entre las mujeres: «Debe ser un lugar para ellas donde reflexionar sobre sus necesidades y su papel en este proceso de transformación comunitaria. La lucha no será completa si la mujer no participa al 50 %». Se impulsarán talleres de empoderamiento, como el Teatro de las Oprimidas, que ya se realiza en otros campamentos y asentamientos.

La mitad de quienes acampan aquí vienen de otros campamentos del MST, como Célio y José: «Cada uno vivía en casa de los padres en un campamento. Queríamos formar una familia y por eso vinimos». La otra mitad llegó de las ciudades, es el caso de Ruben: «En Coritiba, tenía un trabajo normal, una pareja, una hija. Suena bien, ¿no?», hace que no con la cabeza. «Aquí, mi hija corre por el campo con otros niños. Por las tardes nos sentamos en el portal con los vecinos. Nos ayudamos entre todos. Es duro y no tenemos demasiadas comodidades, pero ahora soy el jefe de mí mismo, como y vivo de lo que planto, trabajo cuando quiero, veo este paisaje cada día».

Producción

Con José recorremos el campamento. Hay barracas de lona y tela que se sostienen con cuerdas y otras son de madera. Llama la atención el ingenio para aprovechar cualquier tipo de objeto y dar dobles usos. Cada familia dispone de una parcela para la casa y la huerta, y administra su propia economía. La producción familiar de hortalizas y legumbres alcanza para el propio consumo y la venta en el municipio de Castro. Para la economía comunitaria, se dispone de una huerta colectiva y de ganado. Ya se habla de organizar la cooperativa Maria Rosa. La producción orgánica no solo les resulta rentable, sino que les permite obtener sus propias semillas, preservar la salud y producir sin depender de la compra en el mercado.

«Funcionamos por ensayo-error. Replicamos experiencias que sabemos que han funcionado a otros compañeros», cuenta José. «El problema de haber olvidado los saberes ancestrales es que muchas personas no saben cultivar la tierra sin productos químicos, porque no han conocido nada más o porque llegan de las ciudades y nunca tuvieron ese conocimiento». Comienza otra forma de resistencia cotidiana: una vez superado el problema del derecho a la tierra se enfrentan a la presión de las transnacionales por imponer el modelo de los agrotóxicos a través del paquete tecnológico. Una forma de dominación capitalista a través del saber y del mercado, mucho menos tangible y más difícil de romper.

El contraste entre los bosques de mata atlántica que rodean el campamento y las 300 hectáreas que este ocupa es abrumador. Durante los últimos 40 años, a través de un convenio con el Ministerio de Agricultura, la tierra fue explotada por la Fundação ABC, dedicada a la investigación de productos y tecnología para el agronegocio. Maria Rosa no es solo una tierra sin árboles por la tala masiva y el uso de agroquímicos, sino un triste paradigma de Paraná. El Estado sustenta su economía en la extracción vegetal y en el monocultivo de la agroindustria, siendo el primer productor del país de maíz y soja (transgénicos) y el segundo de caña de azúcar. A través del Proyecto Flora, promovido por el MST y otras organizaciones de agroecología, se está impulsando la recuperación agroforestal de Maria Rosa.

Retos y resistencias

Brasil es uno de los países del mundo con mayor concentración de tierras y alrededor de 200.000 campesinas y campesinos continúan sin contar con una parcela de tierra para cultivar, en un problema que, lejos de lo que se esperaba, el gobierno de Dilma Rousseff hizo muy poco por paliar. Según el balance presentado por la Comisión Pastoral de la Tierra, en el periodo 2011-2014 se produjeron los peores indicadores en materia de reforma agraria en los últimos 20 años. No solo cayeron las cifras de nuevos asentamientos rurales o de titulación indígena y de quilombos (comunidades descendientes de los esclavos africanos), sino que la tierra se concentró más, aumentando la inversión del agronegocio, la minería y los grandes proyectos de infraestructura.

Con Temer, el escenario que se presenta es mucho más desolador. Por ello, los movimientos, convergencias y alianzas de los pueblos rurales se están situando en la primera línea de enfrentamiento a la alianza golpista y se convierten en la principal esperanza a través de la propuesta de alternativas reales de enfoque territorial y comunitario: soberanía alimentaria, reforma agraria popular y producción agroecológica familiar. Es su lucha la que tal vez tuerza el brazo al golpe.

Fuente original: http://www.girarelmapa.org