El pasado 6 de agosto se cumplieron 40 años de la muerte de Theodor W. Adorno. Su más importante discípulo, Hans-Jürgen Krahl, con el que el maestro tuvo una agria disputa política poco antes de morir, publicó el obituario que a continuación reproducimos en el diario francfortés Frankfurter Rundschau. Krahl, acaso el más brillante filósofo […]
El pasado 6 de agosto se cumplieron 40 años de la muerte de Theodor W. Adorno. Su más importante discípulo, Hans-Jürgen Krahl, con el que el maestro tuvo una agria disputa política poco antes de morir, publicó el obituario que a continuación reproducimos en el diario francfortés Frankfurter Rundschau. Krahl, acaso el más brillante filósofo alemán de su generación, y a decir de su cámarada de combate Rudi Dutsche, «el más inteligente de todos nosotros», murió poco después (13 de febrero de 1970) en un desgraciado accidente de automóvil en Marburgo. María Julia Bertomeu ha traducido este importante documento filosófico del 68 alemán, que SP se complace en publicar en el cuadragésimo aniversario de la muerte de Adorno como modesto homenaje a la memoria del injustamente olvidado Krahl.
La biografía intelectual de Adorno está, hasta en sus mismas abstracciones estéticas, marcada por la experiencia del fascismo. El modo de reflexionar sobre esa experiencia, que reproduce en las creaciones artísticas la indisoluble conexión entre crítica y sufrimiento, fija la inclaudicabilidad de la pretensión de negación al tiempo que señala los límites de tal pretensión. En la reflexión sobre la violencia fascista impulsada por las catástrofes económicas naturales de la producción capitalista sabe la «vida dañada» que, por así decirlo, no puede substraerse al torbellino de las contradicciones ideológicas de la individualidad burguesa, cuya inexorable descomposición ha llegado a reconocer. El terror fascista no sólo produce la inteligencia del hermético carácter coercitivo de las sociedades de clase altamente industrializadas; hiere también la subjetividad del teórico y solidifica las barreras de clase de su capacidad cognoscitiva. Consciencia de eso es lo que expresa Adorno en la introducción a las minima moralia: «El poder violento que me desterró, me impidió al propio tiempo su cabal conocimiento. Todavía no me atribuía yo la conculpa, en cuyo círculo cae quien, a la vista de lo indecible que aconteció de forma colectiva, se avilanta a hablar de lo individual.»
Diríase que Adorno, a través de la tajante crítica de la existencia ideológica del individuo burgués, fue irresistiblemente transterrado a las ruinas de éste. Pero, entonces, Adorno no habría dejado nunca atrás la soledad de la emigración. El destino monadológico del individuo aislado por las leyes de producción del trabajo abstracto se refleja en su subjetividad intelectual. De aquí que no lograra Adorno traducir su pasión privada por el sufrimiento de los condenados de esta tierra en un partidismo organizado de la teoría emancipatoria de los oprimidos.
La inteligencia teórico-social de Adorno, conforme a la cual «la pervivencia del nacionalsocialismo en la democracia» habría que verse como «harto más peligrosa potencialmente que la pervivencia de tendencias fascistas hostiles a la democracia», hace que su progresivo miedo ante una estabilización fascista del capital monopolista restaurado troque en pánico regresivo ante las formas de resistencia práctica contra esta tendencia del sistema.
Compartía esta ambivalencia de la consciencia política con muchos intelectuales alemanes críticos, para quienes una acción socialista de izquierda lo que conseguiría es liberar el potencial del terror fascista de derecha. Con eso, empero, queda cualquier praxis denunciada a priori como ciego activismo, y la posibilidad de crítica política, en definitiva, boicoteada: se borra la diferencia entre una praxis en principio correctamente prerrevolucionaria y sus patológicas formas pueriles en los incipientes movimientos revolucionarios.
A diferencia del proletariado francés y sus intelectuales políticos, falta en Alemania una tradición ininterrumpida de résistance violenta, y por lo mismo, no se dan las permisas históricas para una discusión, libre de irracionalidades, sobre la legitimidad histórica de la violencia. El poder violento dominante, que conforme al propio análisis de Adorno seguiría tendiendo, también después de Auschwitz, a una renovada fascistización, no sería tal si la marxiana «arma de la crítica» no debiera ser complementada con la proletaria «crítica de las armas». Sólo entonces es la crítica la vida teórica de la Revolución.
Esta contradicción objetiva en la teoría de Adorno mutó en abierto conflicto y terminó haciendo de sus discípulos socialistas enemigos políticos de su maestro filosófico. Por mucho que Adorno viera en la ideología burguesa de la búsqueda desinteresada de la verdad, un reflejo del intercambio de mercancías, no podía menos que desconfiar de cualquier indicio de lucha de tendencias políticas en el diálogo científico.
Pero su opción política, un pensamiento al que debe llegar la verdad por la vía de orientarse por sí mismo hacia la transformación práctica de la realidad social, pierde fuerza imperativa si no logra determinarse también en categorías organizativas. Cada vez más se alejó Adorno del concepto dialéctico de la negación de la necesidad histórica de un partidismo objetivo del pensamiento, concepto que en la determinación por diferencias específicas que hiciera Horkheimer entre la teoría crítica y la teoría tradicional se mantenía al menos en las líneas programáticas de la «unidad dinámica» del teórico con la clase dominada.
La abstracción de esos criterios terminó por llevar a Adorno, en su conflicto con el movimiento de protesta estudiantil, a una complicidad fatal, y apenas entrevista por él mismo, con los poderes dominantes. La controversia no se redujo en modo alguno al problema de la privada abstinencia de praxis, sino que la incapacidad para responder a la cuestión organizativa es indicio de una insuficiencia objetiva de la teoría de Adorno, la cual, sin embargo, fijaba la praxis social como una categoría cognoscitivo-crítica y teórico-social central.
Sin embargo, la reflexión de Adorno transmitió a los estudiantes políticamente conscientes las categorías emancipatorias, develadoras del poder, que tácitamente se corresponden con las cambiadas condiciones históricas de las situaciones revolucionarias en las metrópolis, las cuales ya no pueden seguir determinándose a partir de experiencias denigratorias directas.
La micrológica fuerza expositiva de Adorno ponía al día, a partir de la dialéctica de la producción de mercancías y de su intercambio, la enterrada dimensión emancipativa de la crítica marxiana de la economía política, la autoconsciencia de la cual, en tanto que teoría revolucionaria, es decir, como una doctrina cuyos asertos construyen la sociedad desde el punto de vista de la transformación radical, se ha perdido entre el grueso de los economistas teóricos marxistas actuales. La reflexión lógico-esencial de Adorno sobre las categorías de la cosificación y fetichización, de la mistificación y segunda naturaleza, transmitió la consciencia emancipatoria del marxismo occidental de los años veinte y treinta, de Korsch y Lukács, de Horkheimer y Marcuse, tal como éste se constituyó en oposición al marxismo soviético oficial.
Adorno descifró el origen y la identidad en su crítica filosófica de la ideología ontológico-fundamental del Ser y de la ideología positivista de la facticidad como categorías dedominación de la esfera de la circulación, de cuya liberal dialéctica legitimatoria de la moralidad burguesa -la apariencia del intercambio justo entre propietarios de mercancías en pie de igualdad- hacía tiempo que se había desprendido.
Pero el propio instrumental teórico que permitió a Adorno poner por obra este saber de la sociedad en su conjunto le obnubiló la mirada de las posibilidades históricas de una praxis liberadora.
En su crítica de la ideología de la muerte del individuo burgués hay un vacilante momento de duelo. Pero Adorno no pudo superar inmanentemente, en el sentido hegeliano del concepto, este último resto de radicalismo burgués de su pensamiento. En él quedo anclado, fijada la aterrada mirada en el terrible pasado: la consciencia tardígrada, que sólo comienza a comprender llegado el ocaso.
La negación adorniana de la sociedad capitalista tardía se ha mantenido abstracta, y se ha cerrado a la exigencia de determinación de la negación determinada, aquella categoría dialéctica de la tradición de Hegel y de Marx con la que él siempre se sintió en deuda. En su última obra sobre la Dialéctica negativa, el concepto de praxis del materialismo histórico no se cuestiona ya en relación con la transformación social de sus determinaciones formales históricas, las formas del tráfico burgués de mercancías y de la organización proletaria. En su teoría crítica se refleja la extinción de la lucha de clases como atrofia de la comprensión materialista de la historia.
Es verdad que en otro tiempo la alineación de la teoría con la praxis liberadora del proletariado fue para Horkheimer programática; pero la forma burguesa de organización de la teoría crítica no permitió ya entonces cobijar de consuno programa y realización. La destrucción del movimiento obrero por el fascismo y la aparentemente irrevocable integración del mismo en la reconstrucción del capitalismo alemán occidental de postguerra alteraron el sentido de los conceptos de la teoría crítica. Necesariamente tuvieron que perder en determinación, mas ese proceso de abstracción se cumplió a ciegas.
La historia concreta y material, que Adorno contraponía críticamente al «concepto ahistórico de la historia», a la historicidad de Heidegger, migró cada vez más de su concepto de praxis social, hasta terminar, en su último libro sobre la Dialéctica negativa, a tal punto agostado, que se diría asimilado a la miseria transcendental de la categoría heideggeriana.
Es verdad que Adorno insistió con razón en el último Congreso alemán de sociología en la validez de la ortodoxia marxista: las fuerzas productivas industriales seguirían estando organizadas en relaciones capitalistas de producción, y la dominación política se fundaría, antes como ahora, en la explotación económica del trabajo asalariado. Por mucho, empero, que su ortodoxia anduviera en aquel Congreso al estricote con la sociología alemana occidental dominante, seguía siendo inconsecuente, pues las formas categoriales no guardaban ya relación con la historia material.
Este creciente proceso de abstracción respecto de la praxis histórica ha resultado en una transformación regresiva de la teoría crítica de Adorno, reduciéndola a las formas contemplativas, a duras penas legitimables todavía, de la teoría tradicional.
El proceso de tradicionalización sufrido por su pensamiento convierte a su teoría en una figura trasnochada de la razón en la historia. La dialéctica materialista de las fuerzas productivas encadenadas se refleja en los planos de su pensamiento en la representación de la teoría que se encadena a sí propia, inextricablemente atada a la inmanencia de sus conceptos. «Si pasaron los tiempos de la interpretación del mundo y de lo que se trata es de cambiarlo, entonces la filosofía tiene que despedirse… lo que está a la altura de los tiempos no es la Primera Filosofía, sino una última». Esta última filosofía de Adorno no ha querido ni podido despedirse de su despedida.
http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2757
Traducción para www.sinpermiso.info : María Julia Bertomeu
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Hans-Jürgen Krahl (17 enero 1943 – 13 febrero 1970) fue el asistente de Adorno en la Universidad de Francfort del Meno y, junto con Rudi Dutschke, el principal dirigente del movimiento estudiantil socialista en la República Federal Alemana de los años 60.