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El director de 'Lugares comunes' firma un filme, con José Sacristán y Juan Diego Botto, de muchos y emotivos detalles

La contrastada sensibilidad de Aristarain y el vacuo erotismo de Winterbottom

Fuentes: El Mundo

Los rumores malignos y alguna opinión respetable me preparaban para el martirio ante Roma, la última película de Adolfo Aristarain. Algo sospechoso y delirante, ya que no entra en el cálculo de posibilidades que uno de los mejores directores del cine latinoamericano, un hombre tan inteligente como sensible, se hubiera vuelto repentinamente tonto o senil. […]

Los rumores malignos y alguna opinión respetable me preparaban para el martirio ante Roma, la última película de Adolfo Aristarain. Algo sospechoso y delirante, ya que no entra en el cálculo de posibilidades que uno de los mejores directores del cine latinoamericano, un hombre tan inteligente como sensible, se hubiera vuelto repentinamente tonto o senil. Me contaban que se hacía interminable, que era insoportablemente discursiva, que abusaba de la cursilería sentimental. Vista y oída esta notable película confieso que sus intensos 155 minutos se me han hecho infinitamente más cortos que los 69 que dura la irritante modernez que ha parido el fatigosamente original Michael Winterbottom.

Y efectivamente, al igual que en las últimas películas de este director los personajes no paran de largar (a mí también me gustaba mucho la sobriedad coloquial y la capacidad de sugerencia del Aristarain de Ultimos días de la víctima y Tiempo de revancha), pero lo que dicen tiene fuerza expresiva. También percibo auténtico sentimiento y ninguna huella de sensiblería. En cuanto al tonillo redicho (a lo Garci, para entendernos) sólo lo percibo en las excesivas referencias a los amores literarios, musicales y cinéfilos que marcaron la existencia del aún más triste que ácido protagonista.

No dudo de la sinceridad emocionada de esa retahíla de citas cultistas, que los guionistas estén convencidos de que es obligatorio para comprender al personaje, pero esas complicidades, guiños y confidencias me parecen más adecuados para una cena entre amigos que para enriquecer una ficción.

Aristarain vuelve a hablar en Roma (es inevitable recordar a los personajes que encarnaba Federico Luppi en Un lugar en el mundo, Martín (Hache) y Lugares comunes) de un hombre mayor e íntimamente herido que alguna vez abandonó sus raíces. Aquí es un escritor argentino que se instaló en España a principio de los años 70 y que acepta publicar su autobiografía en compañía de un ayudante que pasará al ordenador lo que él escribe.

Este anciano amargo, hosco, solitario y secretamente tierno que intenta protegerse con el cinismo compartirá la dolorosa y catártica inmersión en sus recuerdos, sus pérdidas, sus renuncias, sus miedos, sus encuentros, sus desencuentros, sus fracasos y sus huidas con alguien joven y lleno de incertidumbres que acabará queriéndole al hacer acta notarial de una vida torturada por el sentimiento de culpa y la sensación de no haber estado a la altura de lo que esperaba de él la gente que le amó.

Hay subidas y bajadas en Roma, no es una película perfecta, pero tiene muchas y emotivas cosas, como el admirable retrato de la infancia y de la primera juventud de este viejo cansado y roto, la relación con su madre, su imposible historia de amor con una mujer en la que no intuyó lo que ella sentía ni él le supo expresar sus sentimientos.

El talento y el poder comunicativo de Aristarain siguen intactos.También su capacidad para dirigir actores. Sacristán está muy creíble en un papel peligroso, con tendencia a caer en lo literario, en el recitado pretencioso. Juan Diego Botto resulta complejo y veraz en los dos personajes que interpreta. Susu Pecoraro pertenece a esa raza de actrices argentinas que siempre estan memorables.Borda al extraordinario ser humano que le ha regalado el guión.

Michael Winterbottom se ha empeñado desde el principio de su carrera en que le coloquen la prestigiosa etiqueta de experimentador, de vanguardista, de rarito con pretensiones. También posee la vocación de reinventar todos los géneros. Y resulta transparente que es un tipo con personalidad y listo. Otra cosa es que le acompañe frecuentemente el estado de gracia en sus incesantes búsquedas. A mí me ha fascinado algunas veces (Wonderland, 24 Hour Party People), me ha intrigado en otras y también ha conseguido irritarme con varias memeces enfáticas aunque incomprensibles.

En Nine songs el chico inquieto pretende integrar el porno con el género musical, mostrándote los polvos reales aunque nada excitantes de una pareja de modernillos y su arrobo durante los conciertos de sus grupos favoritos, músicos a los que no lamento haber desconocido hasta ahora. No encuentro la gracia por ningún lado. El sentido erótico de Winterbottom no me sirve ni para el onanismo más desganado