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La cooperación para el desarrollo como forma de colonialismo

Fuentes: Revista Pueblos

Que gran parte del planeta vive bajo límites intolerables de pobreza es un hecho incuestionable. Pero las soluciones que se proponen en innumerables e interminables congresos mundiales, conferencias internacionales, encuentros en la cumbre, simposios universales, o cualquiera que sea el término mediático del momento, pasan siempre por la imitación e imposición de los modelos europeos, […]

Que gran parte del planeta vive bajo límites intolerables de pobreza es un hecho incuestionable. Pero las soluciones que se proponen en innumerables e interminables congresos mundiales, conferencias internacionales, encuentros en la cumbre, simposios universales, o cualquiera que sea el término mediático del momento, pasan siempre por la imitación e imposición de los modelos europeos, extremadamente dependientes de las «leyes del mercado» y la tecnología, y que supone enormes inversiones (financiadas por organismos internacionales a cambio de cumplir planes neoliberales de reestructuración de la economía) y la implantación de pautas sociales, culturales y de consumo en la mayor parte de los casos alejadas de sus formas de vida tradicionales.

Las razones por las que todas las soluciones ignoran completamente cualquier otro tipo de medidas y modelos económicos son múltiples (el carácter «natural» de la economía de mercado, la integración del Tercer Mundo en las esferas internacionales) pero todas coinciden en usar como prueba argumentativa el «éxito» del modelo en Occidente. Sin embargo, un análisis de la situación no basado en una comunión acrítica con las ideas del libre mercado o los intereses de corporaciones occidentales, apunta a una estrategia clara e intencionada: perpetuar la situación económica creada por el colonialismo, camuflándola bajo la promesa del desarrollo.

Desarrollo: origen y difusión del concepto

«El viejo imperialismo – la explotación para beneficio extranjero no tiene ya cabida en nuestros planes. Lo que pensamos es un programa de desarrollo basado en los conceptos de un trato justo democrático. [1]» En 1949, tan sólo cinco años después de la Segunda Guerra Mundial, el liderazgo norteamericano en todos los ámbitos (político, económico, social, cultural) es indiscutible. Su único competidor posible, Europa, se encuentra desgarrado y empobrecido tras una contienda que ha dejado millones de muertos, y gracias a la ayuda norteamericana se prepara para la mayor obra de reconstrucción emprendida hasta la fecha. Fruto de esta situación, los EE UU se sienten con derecho a reivindicar su posición como potencia hegemónica, basándose en su papel como defensores de las libertades, contra el recién vencido nazismo, y contra la expansión del bloque comunista. Para consolidar esta hegemonía, se pone en marcha una campaña política global, la idea de desarrollo, con la acepción que hoy se entiende, y que se presenta por primera vez en su nueva forma en el discurso de toma de posesión (subrayo la carga simbólica del momento elegido, en la línea de las más brillantes campañas publicitarias) del presidente norteamericano Harry Truman. Pero el moderno y humanitario concepto supone una evidente continuidad con el sistema de explotación imperante en el siglo pasado, y en realidad esconde una reformulación de un proyecto occidental de eficacia probada, el colonialismo, o imperialismo, según la terminología marxista.

Apropiándose de una propuesta política y filosófica marxista, la política norteamericana consigue cambiar la percepción que la mayor parte del planeta [2] posee de sí misma, convirtiéndola de la noche a la mañana en subdesarrollada (es decir, no organizada según el modelo norteamericano capitalista-industrial-democrático-consumista) y presentar su programa hegemónico como un proyecto para dirigirla por el camino de la prosperidad y la libertad. Son claves para la aparición del término, tanto el contexto histórico del momento (la Guerra Fría) como una serie de factores y hechos históricos, antecedentes relevantes en su concepción: la colonización de África en el siglo XIX, los intentos de repulsión del comercio europeo en China y Japón, el industrialismo de principios del siglo XX, o el papel del aparato propagandístico de Hollywood, por citar algunos.

Este proceso de difusión propagandística convierte el concepto de desarrollo en una verdad de facto, asumida durante décadas como único paradigma de organización y evolución económica. La noción de desarrollo llega de este modo a equipararse al concepto de evolución, e incluso a utilizarse para definir la actividad humana en general.

La implantación del desarrollo

«A mitad del siglo XX, los comerciantes e inversores europeos podían operar satisfactoriamente dentro del marco político provisto por la mayoría de los Estados indígenas reconstruidos como sus predecesores hubieran querido operar un siglo antes, pero sin tener que hacer frente a los problemas que habían hecho necesario un imperio formal. [3]»El colonialismo imperialista de los siglos XIX y XX, una vez que las economías locales y las sociedades tradicionales se han desmantelado, deja paso a una forma de colonialismo más sutil, menos costoso de mantener a nivel político y militar, más políticamente aceptable y coherente con la defensa a ultranza de la democracia de los países occidentales, y más eficiente para la penetración de los mercados europeos, que cuentan con todas las ventajas en una economía regida por la competencia justa y el mercado libre. Obviamente, son los países con altos niveles de industrialización y producción los más proclives a defender un mercado libre, y a potenciarlo a través del impulso del desarrollo económico.

Este proceso de implantación del modelo de desarrollo se realiza a través de métodos de eficacia probada: destrucción de las economías locales, estrechando al máximo los lazos de dependencia con la antigua metrópoli; favorecimiento de la conversión de elites locales al «desarrollismo», que pasan, convenientemente armadas, a actuar como representantes de las potencias desarrolladoras (los ejemplos son innumerables: Argentina, El Salvador, Chile…); respaldo a golpes de Estado, con el fin de derrocar a gobiernos no favorables, con ayuda de las elites mencionadas anteriormente (tristemente, los ejemplos son también innumerables: Chile, Venezuela, Haití…); intervención militar directa, cuando ninguna de las anteriores medidas ha funcionado. Pero sin duda el método que ejemplifica a este nuevo tipo de colonialismo es el sistema de préstamos con el apelativo de «ayudas», concedidos a las elites pro-desarrollo cuando llegan al poder, y que a cambio pone completamente a disposición de las potencias mercados y recursos naturales y humanos, y que debe ser usado para proyectos que potencien el desarrollo económico, y devuelto en dólares.

Como afirma Goldsmith, no hay razones de peso para defender que los préstamos exteriores, incluso a bajo interés, se traduzcan en crecimiento económico, y mucho menos en erradicación de la pobreza, ni que la deuda puede pagarse aumentando las exportaciones. Entre los países de reciente industrialización, sólo Corea del Sur aceptó préstamos considerables para su salida del subdesarrollo; sin embargo, países típicamente ejemplificados por su rápido ascenso al primer mundo, como Taiwán o Singapur, no recurrieron a enormes préstamos internacionales para conseguirlo [4].

Gran parte de este dinero usualmente se emplea en comisiones a miembros de las elites (de nuevo, innumerables ejemplos: Saddam, Suharto, Marcos), armamento para mantener la represión, y proyectos, en la mayoría de los casos, inviables, contratados a empresas extranjeras. Muchos de los países que recibieron estos préstamos en los 70 fueron dictaduras militares, como Filipinas, El Salvador, Chile o Uruguay, préstamos supuestamente destinados al desarrollo pero en su mayor parte utilizados para financiar operaciones de «contrainsurgencia». De esta manera, países ahora democráticos o en proceso de democratización se encuentran en la terrible situación de tener que destinar gran parte de su PIB a devolver la deuda que sus dictadores contrajeron y gastaron en las armas para su represión. Numerosos analistas económicos y políticos utilizan el término «préstamo inmoral» para denominar esta práctica de «ayuda al desarrollo».

El país receptor suele ver su deuda aumentada hasta el punto de destinar gran parte de su PIB a su pago, y ver su economía intervenida por organismos internacionales al servicio de intereses pro-desarrollo, como el FMI o el Banco Mundial, hasta llegar a la situación de sobreendeudamiento, en la que la deuda de un país sobrepasa su capacidad de pagarla en el futuro. Por cada dólar que se envía en ayuda al África subsahariana, 1,5 se destinan a cubrir el pago de la deuda (Noreen Heertz, The Debt Threat: How Debt is Destroying the World). La deuda media en Latinoamérica supone el 177 por ciento de su producto interior bruto (WEO, 2006).

Una vez que se ha alcanzado esta situación de sobreendeudamiento, el país endeudado se convierte en una colonia de hecho de los países prestamistas, que exigen concesiones económicas de todo tipo, y someten sus débiles economías a drásticas reconversiones, a cambio de exiguas facilidades en el pago de la deuda. La capacidad de las instituciones financieras globales para imponer fuertes sanciones económicas a los países morosos, aniquilando su única fuente de ingresos (la exportación de materias primas), son motivación más que suficiente para que los países endeudados no se retrasen en el pago de una deuda cuyos intereses ya sobrepasan cualquier capacidad de devolución posible.

La intervención directa de las corporaciones transnacionales, que ejercen el control directo de los recursos en lugar de los Estados nacionales (como en la época de colonialismo formal) elimina cualquier tipo de responsabilidad y transparencia en la gestión de los mismos, al mismo tiempo que evita las contradicciones que supone defender la democracia y la igualdad de los pueblos, mientras se condena a la dependencia y la pobreza a la mayor parte de ellos.

Un factor novedoso es la introducción del elemento humanitario, por el que las ONG se erigen en intermediarias entre el país receptor y la ayuda internacional, normalmente en el papel de consultores, con salarios desorbitados para el país receptor, y poco conocimiento del terreno y sus idiosincrasias culturales.

De igual modo, las campañas de ayuda humanitaria tras desastres naturales o conflictos bélicos, antes dirigidas por la ONU con ayuda de ONG, son ahora gestionadas por compañías privadas subcontratadas por los países cooperantes. Bajo la pretensión de reconstruir la zona, la cooperación se transforma rápidamente en una completa reconversión de la economía local, privatizando recursos públicos, y reconstruyendo prácticamente desde cero los países afectados (creando literalmente nuevos territorios) siempre en beneficio de los países «solidarios» o de las corporaciones que estos representan. Shalmali Guttal, un investigador de Bangalore que trabaja para la ONG Focus on the Global South comenta: «Antes teníamos colonialismo vulgar. Ahora tenemos este colonialismo sofisticado, que ellos llaman reconstrucción» [5]. Naomi Klein llama a esta nueva estrategia «capitalismo de desastre».

Los casos son tan numerosos como recientes: Afganistán, Irak, Haití, los afectados por el tsunami de 2005, como Sri Lanka o Tailandia… y no sólo afecta a los países subdesarrollados, como el caso del huracán Katrina en EE UU. Durante la campaña de ayuda humanitaria a los afectados por las inundaciones en Myanmar, y ante la resistencia de la Junta Militar a permitir la entrada a los cooperantes internacionales, la presión internacional fue escalando exponencialmente hasta el punto de conjugar la idea de una intervención militar «justificada» en el país. El hecho de que Myanmar sea la última zona del sudeste asiático en la que las corporaciones no campan a sus anchas es sin duda una mera coincidencia.

La conclusión es simple: en cualquiera de sus nuevas formulaciones, el desarrollo es una forma de colonialismo, ya que comparte sus objetivos y métodos, implementado por compañías multinacionales, elites locales e instituciones globales opacas y no democráticas como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, e impuesto, si es necesario, por la fuerza de las armas. Un análisis comparativo de un número significativo de actuaciones específicas de ambos sistemas de control económico en países en vías de desarrollo debería arrojar evidencia más que suficiente para establecer la validez de esta afirmación.


*Rafael Carrasco trabaja como diseñador web y estudia 5º de Humanidades en la Universidad Pablo de Olavide, de Sevilla. Este artículo fue publicado originalmente en la versión escrita de la Revista Pueblos en su número 34, de Septiembre de 2008.

[1] Truman, Harry S. (1967): Discurso de Investidura, 20 de enero de 1949, en Documents on American Foreign Relations, Connecticut, Princeton University Press.

[2] Algunos países especialmente del bloque comunista se negaron a reconocerse como subdesarrollados. El director cubano Tomas Gutiérrez Alea satirizó magistralmente la idea americana en su película Memorias del Subdesarrollo (1968).

[3] Traducción propia del texto de Fieldhouse, D. K., Economics and Empire, 1830 to 1914. Macmillan, London, 1984, citado en «Development as Colonialism», The Ecologist Vol. 27 No. 2, March / April 1997.

[4] Goldsmith en The Case Against the the Global Economy and for a Turn Towards Localisation, Earthscan, London, 2001.

[5] Citado en The Rise of Disaster Capitalism, Naomi Klein. Publicado en The Nation, Mayo 2, 2005