El ruido mediático en torno a los casos García, Cerdán o Ábalos no nos deja escuchar el mensaje que el capitalismo español nos hace llegar.
Ciertamente, tampoco ayuda la ofensiva (partidista, mediática, policial, judicial) clasista, en el sentido de lucha de clases, que supone el asedio al presidente (caso Begoña, David, Fiscal General) como punto “débil” del Gobierno de progreso. Aunque no se trata de una novedad, pues el anterior gobierno, también de progreso, fue objeto de hostigamiento (las veintitantas causas judiciales a Podemos finalmente archivadas que ocuparon portadas y tertulias televisivas, las quedadas en el casoplón del coletas, el chuletón de Garzón, la ley del solo sí es sí, zancadillas al ingreso vital o a la ley de vivienda, o el robo del móvil de Iglesias, entre otros). Pero, en aquellos momentos Pedro Sánchez recomendaba a Pablo Iglesias mejorar sus relaciones con los jueces, al punto de ofrecerse a presentarle alguno. Por lo visto, no tomó su propia medicina.
En cualquier caso, los actuales casos de corrupción -decía- no nos dejan ver lo importante. Y no lo digo solo porque ensombrezcan la amenaza nuclear, la guerra, el genocidio o la política de rearme, sino porque se oculta algo tan estructural como lo anterior: el significado que tiene la corrupción en la sociedad capitalista.
En mi opinión, la corrupción es parte integrante del normal funcionamiento del capitalismo; no digo que sea parte de su contenido, pero sí de la forma en que se realiza tal contenido. Sin ir más lejos, la corrupción es una manera más, que acompaña a la competencia, en que se lleva a cabo la ley absoluta de la producción capitalista, el amontonamiento de valor (dinero) a través de la explotación del trabajo asalariado. Más aún, en las sociedades en las que la mercancía es la relación social objetivada con alcance general, todo se compra y se vende -aun sin ser mercancía- incluso la moral o el honor, nos dirá Márx. En algunos sectores productivos, los pactos empresariales de reparto de la obra pública nos plantearían si la corrupción no es un mecanismo concreto en que se lleva a cabo la propia ley del valor. A modo de ilustración: la corrupción ha acompañado a otros paridos gobernantes como el PP (Naseiro, Hormaechea, Gurtel, Caja B, Kitchen,…), también al propio PSOE de otras épocas (Rumasa, Filesa, Roldan, Guerra, GAL, entre otros), no solo a gobierno de la democracia también de la dictadura (enriquecimiento de la familia Franco y de otras grandes fortunas al calor de las decisiones gubernamentales, presencia en consejos de administración de las grandes empresas por ex-ministros franquistas, caso Matesa, enre otros). Con estos datos pretender que la corrupción no es una característica del desarrollo histórico capitalista español es negarse a ver lo evidente.
Sin embargo, la corrupción capitalista es presentada unas veces como un fenómeno casual como si de un fenómeno atmosférico desconocido se tratase; anecdótico o un aspecto particular de individuos concretos, tal que manzanas podridas, con dudosa moralidad que se relaciona con determinados ambientes familiares, o tipos de educaciones recibidas, cuando no causadas por algún gen (todavía por descubrir). En otras ocasiones se la circunscribe abstractamente a la naturaleza humana (avaricia, afán de enriquecimiento). Para terminar con este elenco no exhaustivo de justificaciones de la corrupción, tenemos la clase política, las instituciones o las estructuras estatales, como máxima concesión a una comprensión científica de este fenómeno.
A la luz de esta cuestión, uno se pregunta por qué a pesar del carácter sistémico de la corrupción en el capitalismo, en particular la del español, ésta es presentada al margen del contexto social, particularmente al margen del capital, tan onmipresente en la vida social.
No acierto a saber cuánto hay de intención y cuanto de incapacidad, pero unas veces los medios de comunicación y otras la propia ciencia burguesa, y con ellos todo el aparato jurídico y legal, se niegan a descubrir el contenido de la corrupción deteniéndose en su apariencia. Así nos muestran los detalles más escabrosos desvelando las miserias de la condición humana hasta sus minucias más denigrantes, una y otra vez, uno y otro día, hasta que la evanescencia mediática tenga a bien cambiar la agenda. Un ejemplo es la teoría de la agencia (autor y año), según la cual los burócratas (funcionarios) y políticos tienen objetivos particulares (enriquecimiento personal, financiación partidaria) que anteponen al bienestar general, objetivo del principal (Estado), y aprovechan cualquier ocasión para alcanzarlos; una de ellas es darles ilegalmente contratos públicos a empresas (maximizadoras de beneficios), que no se sabe cómo pasaban por allí, a cambio de comisiones ilegales (mordidas) que luego se reparten entre la red de corruptos (intermediarios, facilitadores, y otras personificaciones de la apropiación del valor).
Algunos marxistas, o teóricos críticos, avanzan y señalan como las empresas estudian, diseñan, invierten, colocan a personas en organismos públicos (puertas giratorias), para hacerse con dichos contratos. Esto le da más realismo a las teorías apologéticas. Pero, no se trata de empresas moralmente corruptas, son empresas que han de corromperse para sobrevivir en el mundo competitivo que el capital depara a las unidades donde se lleva a cabo el trabajo privado e independiente.
Este detenerse en la apariencia, junto a la naturalización de las relaciones sociales capitalistas, características de las interpretaciones burguesas, y a veces de teorías que se presentan como críticas, terminan por, consciente o inconscientemente, desviar el punto de mira del fenómeno de la corrupción resaltando lo casual, anecdótico, individual, personal, moral o estatal, obviando, dando de lado, lo empresarial y lo social. Llegado un punto, dejan de preguntarse por la causa que hay tras ellos. Porque de hacerlo terminarían topándose con la relación social general que organiza la vida de la sociedad actual, el capital.
Todas estas modalidades de eximir al capital en cuanto relación social, a su fin absoluto (valorización del valor), a sus formas políticas (estado, gobierno, presupuestos, partidos, burócratas, políticos), a sus formas ideológicas (moral, avaricia, leyes, laxitud presupuestaria, culpabilizar a políticos y funcionarios) a sus formas económicas (empresas, competencia, beneficio) y desplazar las responsabilidades al ámbito de la política (la denominada clase política, o al estado);algo muy de moda entre liberales. Se trata de otra forma de olvidar la relación entre la superestructura y la base económica. Así, entre ignorancia y la hipocresía, la ideología dominante pretende sortear la responsabilidad social en el fenómeno de la corrupción capitalista.
La Crítica de la economía política (CEP) nos recuerda lo contrario, y en mi opinión recomienda cuestiones que el pensamiento transformador debería tener en cuenta. En primer lugar, que ningún fenómeno social actual, tampoco la corrupción, escapa a la influencia del capital, pues éste es la relación social general que organiza la vida de las personas en el capitalismo. La corrupción es parte del normal funcionamiento capitalista, constituyendo una forma de la lucha de clases, que es el modo necesario en que el capital se desarrolla. Además, la CEP señala las limitaciones de las demás “explicaciones” poniendo al descubierto, más allá de su desconexión con la verdad, su carácter hipócrita y apologético. Con ello se avanza en la generalización, y preservación, de una necesaria conciencia dialéctica. Esto significa, para cada caso concreto de corrupción armar la lucha de clases mediante: determinar las causas (capital, estado, políticos, moralidad, personas), atribuir las responsabilidades (sociedad, empresas, educación, familia, corruptores y corruptos) y diseñar medidas preventivas (familia, educación, leyes, reglas presupuestarias, mecanismos de control). Todo ello a sabiendas que no acabaremos con la corrupción capitalista, pero se la dificultará (reparar multiplicadamente el desfalco) obligando al capital a ser más eficiente y desarrollar las fuerzas productivas. Condición ésta necesaria para la definitiva generalización de la conciencia dialéctica, aún incipiente, que desemboque en la superación del capitalismo, o sea en el socialismo.
Pedro Andrés González Ruiz, autor del blog Criticonomia
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