Foto: Raúl Zibechi, estudioso y acompañante de los movimientos populares de América Latina, autor del libro «Brasil potencia: entre la integración regional y un nuevo imperialismo», publicado en 2012. A juicio del periodista uruguayo, Raúl Zibechi, Brasil enfrenta en la actualidad una grave crisis de carácter multidimensional. Es una crisis que va mucho más allá […]
A juicio del periodista uruguayo, Raúl Zibechi, Brasil enfrenta en la actualidad una grave crisis de carácter multidimensional. Es una crisis que va mucho más allá de los escándalos de corrupción que involucran a poderosos empresarios y altos funcionarios de los Gobiernos emanados del Partido de los Trabajadores (PT).
A unos días de saber si habrá o no impeachment contra la presidenta Dilma Rousseff, Zibechi sostiene en entrevista con Ariel Noyola Rodríguez que el contexto económico y político de Brasil es extremadamente complejo, pues ha emergido una nueva derecha, con rasgos muy diferentes de aquella derecha de las décadas de 1960 y 1970, es una derecha que tiene una base social importante, que ha conseguido ocupar las calles y poner en jaque al Gobierno.
Ariel Noyola Rodríguez: Brasil está sumergido en el caos, tanto económico como político. El año pasado la economía sufrió la contracción más profunda del último cuarto de siglo. El escándalo de Petrobras precipitó la caída de las acciones de la empresa petrolera en la bolsa de valores, mientras que los responsables de la política económica aplican recortes de gasto público. Desde tu punto de vista ¿Ha tocado fondo la economía brasileña? ¿Nos encontramos frente a la implosión del régimen económico y político del gigante sudamericano?
Raúl Zibechi: Es difícil concluir si la economía ya tocó fondo. Brasil padece una crisis económica que está vinculada a su vez a una crisis política. El impasse político ha llevado a un impasse económico. Y esto es importante porque no se va a resolver la crisis económica hasta que no se resuelva la crisis política. A mi modo de ver, el futuro es bastante oscuro porque este mes de abril se decide si hay o no destitución, si prospera o no el impeachement de Dilma.
Pero más allá del resultado del impeachment que se vota en unos días, en Brasil hay una crisis de hegemonía. Osea, hubo una hegemonía neoliberal impulsada por las clases dominantes, luego hubo una hegemonía lulista a partir de 2003 producto de la crisis del modelo neoliberal. Y ahora con la crisis del lulismo, podemos llegar, y esta es mi hipótesis, a que el fin del ciclo progresista por lo menos en Brasil, sea muy largo porque no hay una hegemonía alternativa al lulismo.
El lulismo aún en crisis tiene mucha fuerza, pero la derecha o los sectores destituyentes del lulismo también tienen mucha fuerza. Entonces estamos en una situación de equilibrio de fuerzas, de deslegitimación de todo el sistema político, y todo esto ha producido un período transitorio de «no hegemonía» que puede durar varios años. No existe en este momento una hegemonía clara de algún sector en particular. Hay enfrentamientos Norte-Sur, de clases, de razas, de etnias, hay una división muy fuerte en Brasil que aún no se adivina cuál será su solución.
Fíjate si será fuerte la división que el 2 de abril Folha de São Paulo, el periódico más influyente de Brasil, publicó una editorial bajo el título «Ni Dilma, ni Temer» argumentando que el impeachment no es la solución porque llevará a la fractura de la sociedad entre vencedores y vencidos y eso sería un trauma para el país, lo dicen con otras palabras.
Brasil tiene una crisis económica producida por una parálisis política, por el bloqueo de sectores de las clases dominantes, y sobre todo de las clases medias de las zonas del sur y el sureste (São Paulo, Río de Janeiro, Porto Alegre, etc.), que bloquean un Gobierno con el que no comparten el programa, que a su vez entra en crisis por motivos puramente económicos. El fin del ciclo progresista se debe en gran medida al fin de la etapa virtuosa de las materias primas (commodities). Es un panorama muy complejo, Brasil no padece una sola crisis, sino múltiples crisis.
Ariel Noyola Rodríguez: A propósito de la crisis de hegemonía, en repetidas ocasiones has apuntado que la crisis brasileña se explica en buena parte por el desmoronamiento del consenso lulista, ese que buscaba producir bienestar para las mayorías pero sin tocar los privilegios de los de arriba. Sin embargo, hace unas semanas el ex presidente Lula declaró que si las condiciones lo exigían, no descartaba presentarse como el abanderado presidencial del PT en las próximas elecciones.
Entonces sorpresivamente la policía sacó a Lula de su domicilio y lo llevó a presentar declaraciones sobre los casos de corrupción. Sucede que diversas voces en la izquierda apuntan que esa acción sólo buscaba exhibir a Lula, debilitar su figura frente a la opinión pública, pues pese a todos los escándalos del PT, Lula es el candidato favorito para ocupar de nuevo la presidencia de Brasil.
¿No resultaría entonces contradictorio que, en medio de una recesión económica, en medio de un creciente deterioro del régimen político del PT, sea el mismo Lula, la principal figura del PT, uno de sus fundadores, quien conserve todavía un alto nivel de aceptación entre la sociedad brasileña?
Raúl Zibechi: Es verdad que Lula tiene un nivel de aceptación mucho más alto que Dilma, y que la misma coalición que integra el Gobierno de Dilma. Dilma lleva gobernando más de 12 meses con un nivel de aceptación en torno a 10 puntos porcentuales. Sí, es cierto que Lula tiene una imagen superior a la de Dilma, pero creo que eso no sería suficiente al día de hoy para ganar las elecciones. Por muy hábil que sea Lula, no olvidemos que él gano en una situación marcada por una crisis de gobernabilidad de la socialdemocracia de Fernando Henrique Cardoso, Lula triunfó bajo un el lema que fue muy popular: «Paz y Amor». Pero eso ya no existe hoy.
Lula encabezaría un movimiento que ya es muy cuestionado por la mitad del país. Yo creo que él puede sí, presentarse a las elecciones, incluso competir en una segunda vuelta, pero en gran medida no por méritos propios como en 2002, sino por demérito de otros sectores, la socialdemocracia, el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PDMB), que están muy involucrados en casos de corrupción.
Considero que es discutible que Lula mantenga un alto nivel de aprobación. Sí, sin duda en algunos sectores, pero hoy hay algo que no había hace 12 años, hay un rechazo muy fuerte de un sector fundamental de la población: las clases medias y la burguesía. La burguesía brasileña no es cualquier burguesía, es una de las burguesías más importantes del mundo y la más importante del Hemisferio Sur.
Entonces creo que quienes están apostando a que haya una recomposición de Lula para las elecciones que se realizan dentro de 2 años están haciendo una mala lectura de lo que pasa con el PT. El PT no ha hecho sino perder votos, hoy tiene 58 diputados y fue elegido con más de 70. Sus propios diputados lo están abandonando, hay una erosión muy profunda así como un creciente aislamiento en el sistema de partidos alrededor del PT.
Ariel Noyola Rodríguez: El juicio político contra la presidenta Dilma Rousseff encuentra posiciones divididas en la sociedad brasileña. Existen manifestaciones a favor que ponen énfasis en la corrupción de varios integrantes del PT. Pero también hay expresiones en contra que insisten que se trata de un «golpe de Estado» ¿A qué obedece esta polarización? ¿Cuál de las 2 posiciones crees que tiene más fuerza?
Raúl Zibechi: Las 2 posiciones existen fuera de toda duda. La destitución parlamentaria, sin justificación, porque de lo que se la acusa es ilegal, pero lo hacen todos, maquillajes de las cuentas fiscales en un año electoral, lo hacen los gobernadores de todos los Estados en Brasil, aunque no es legal por supuesto. Creo que no hay argumentos suficientes para destituirla.
A mí la tesis del golpe de Estado no me gusta para analizar el caso de Brasil, esa categoría hay que utilizarla para lo que es un golpe de Estado, que hemos vivido muchos en América Latina. Lo de Brasil ni siquiera se parece a lo que pasó con Fernando Lugo en Paraguay, es más bien un ataque a la democracia porque están vulnerando las reglas de la democracia, el espíritu de la democracia.
Coincido con lo que dices, el país está muy polarizado, con una minoría muy activa compuesta por las clases medias de las grandes ciudades del Sur (São Paulo, Río de Janeiro, Puerto Alegre, etc.). São Paulo representa un tercio de la población de Brasil. Todo el Estado de São Paulo tiene casi 60 millones de habitantes, la ciudad de São Paulo tiene 20 millones. Ellos forman una minoría consistente.
Y por otro lado está la minoría que se manifiesta a favor del PT, a favor del Gobierno. Sí, hay una polarización muy fuerte que se ha expresado en escenas de la vida cotidiana de forma muy importante. El cantante Chico Buarque ha sido abucheado en público al salir de su casa porque apoya al Gobierno de Dilma. También hay otros casos que hemos visto en estos días en el Sur de Brasil: una mujer pediatra se negó a atender a un niño de 1 año porque la madre era militante del PT. Y cosas así, las personas que salen a la calle con playeras color rojo son agredidas [Nota del editor: el color rojo se relaciona con el PT].
Hay una polarización social muy fuerte, en un clima de corrupción. Quiero aclarar que todo el sistema político brasileño es corrupto, también el PT, que la izquierda tenía la esperanza que no lo fuera. Cuadros muy importantes del PT han sido condenados por corrupción como José Dirceu, quien fue la mano derecha de Lula durante su primer mandato de Gobierno, hoy tiene sus derechos políticos cancelados por corrupción en lo que fue el Mensalão [Nota del editor: Mensalão es el nombre que recibió el escándalo de corrupción entre líderes del PT durante el primer mandato de Gobierno de Lula].
O Delcidío dó Amaral, militante del PT, quien fue el coordinador del parlamento. Es decir, connotados miembros del PT están involucrados directamente en la corrupción. Además, para formar Gobierno el PT tuvo que negociar con partidos políticos muy corruptos como el PDMB, incluso el Partido Progresista (PP), el que ha sido más mencionado en la corrupción, al que justo ahora se le están dando más cargos en el Gobierno para que se mantenga en la negativa frente a la destitución de Dilma.
Osea, lo que quiero decir es que no sólo el PT es corrupto, sino todo el sistema. Para el PT, en términos de una ética de izquierda, esto es insostenible. Aquí hay un gran problema que no se va resolver ni con la destitución ni con el triunfo de Dilma en el impeachment. Hay un problema de fondo en el sistema político brasileño a tal punto que hay quienes dicen que la operación Lava Jato es legítima, que está muy bien porque hay que limpiar el sistema político brasileño [Nota del editor: Lava Jato es el nombre que se le da a una investigación realizada por la Policía Federal de Brasil de un esquema de lavado de dinero que presuntamente movió más de 10,000 millones de reales].
Se ha calculado que por cada dólar que una empresa aporta a las campañas electorales en Brasil, recibe luego 8 dólares de beneficios, pues se le otorgan contratos para realizar obras públicas, etc. Y desde que ha estado en el Gobierno, el PT no ha conseguido cambiar esta situación. Esta es una de las principales críticas que desde la izquierda muchos compañeros le hacemos a este partido.
Ariel Noyola Rodríguez: Si algo reveló la operación Lava Jato fue la fuerte imbricación entre el poder empresarial y la élite gobernante. Hoy como bien dices, el PT está sumamente desacreditado, hundido en el caos sistémico. Sin embargo, hasta el momento no existe un deslinde de responsabilidades entre sus principales dirigentes, mucho menos se avizora una limpieza profunda de las estructuras corporativas del partido, ¿Consideras que el PT está hundido en una crisis existencial? ¿O cuáles pueden ser las salidas, las estrategias de los dirigentes para sacar a flote el partido?
Raúl Zibechi: Bien, en primer lugar tenemos una crisis del sistema político brasileño. Es un sistema que tiene una gran ilegitimidad. Te voy a poner un ejemplo, hace poco hubo una manifestación de cientos de miles de personas contra el Gobierno de Dilma, en la que 2 líderes opositores, el gobernador de São Paulo y el jefe de la oposición, Aécio Neves, quisieron hablar en la marcha, y la multitud, que era de derecha, los expulsó. Hay problemas en todo el sistema político, hay una crisis de falta de representación.
Creo que a corto plazo el principal proyecto del PT es seguir en el Gobierno porque si lo tumban va a ser muy perseguido por la justicia. Me imagino que a mediano plazo los cuadros del PT tendrán que conseguir algún arreglo, negociar con el sistema político para que no vayan todos presos. Porque también hay que decir que la justicia ha sido bastante unilateral, ha estado atacando muy fuertemente al PT.
Me parece que la credibilidad del PT como un instrumento de cambios está en crisis terminal. Más allá de los votos que el PT consiga en las próximas elecciones, hay una crisis del PT desde el punto de vista de su credibilidad. El resto es un futuro abierto. No tengo claro que el PT vaya a sobrevivir o desaparecer. Sin duda su apoyo electoral va a caer mucho, pero más allá de eso no puedo decir porque la situación en Brasil es muy cambiante.
El primer paso es esperar un par de semanas, hasta finales de abril, a que se decante qué va a pasar con el impeachment, para luego ver hacia dónde se acomoda esta nueva realidad.
Ariel Noyola Rodríguez: Es llamativo que en los principales medios de comunicación del continente latinoamericano solamente aparezcan las movilizaciones relacionadas con la corrupción en Brasil.
No hay muchas noticias sobre movimientos populares que denuncien la dominación de las grandes corporaciones sobre la economía por ejemplo, tampoco parece haber información relevante sobre movimientos de oposición a la política económica del Gobierno ¿Por qué han sido incapaces los movimientos anti-sistémicos en Brasil de plantarse como una alternativa, de construir hegemonía?
Raúl Zibechi: Hay por lo menos 3 explicaciones para comprender la debilidad de los movimientos anti-sistémicos. La primera es que los viejos movimientos se han debilitado, el movimiento sindical, el Movimiento Sin Tierra (MST). En gran parte porque se institucionalizaron y se pegaron mucho al Gobierno, así debilitaron su autonomía y su propia reproducción.
Pero como en la vida, los movimientos populares tienen ciclos. Los movimientos que emergieron en la década de 1980 cumplieron su ciclo de expansión y ahora están en una meseta, necesitan reinventarse para poder seguir adelante. Pero además los nuevos movimientos, el Movimiento Pase Libre (MPL), los del feminismo, etc., han mostrado dificultades para establecerse, para crecer, en gran medida por la fragilidad que deriva de ser movimientos de nuevo tipo, demoran tiempo en consolidarse.
El segundo aspecto de esta debilidad tiene que ver con el propio PT. El PT en el Gobierno ha conseguido neutralizar y cooptar a los nuevos movimientos y también a los viejos. Todo Gobierno tiende a neutralizar sobre todo a los críticos de su mismo color. El PT ha sido muy duro con los sectores críticos de la izquierda. No represivamente duro, pero sí discursivamente, implementando diversos mecanismos para neutralizar a estos movimientos, clonándolos muchas veces, impidiendo su desarrollo, etc.
Y el tercer aspecto que es fundamental es el papel de la nueva derecha. Esta nueva derecha toma fuerza cuando surgen las manifestaciones de junio de 2013, en un proceso que todavía no está muy claro y no es muy estudiado. A unas cuantas semanas de que ocurrieran esas manifestaciones la derecha se lanza a ocupar la calle, y lo hace de una forma muy vehemente, muy potente, con las banderas de Brasil, expulsando a las personas que llevan camisetas rojas, impone los colores verde y amarillo, que son los colores de la bandera de Brasil.
Este es un fenómeno muy importante porque es a partir de 2013 cuando esta nueva derecha ya no es sólo institucional, sino que se hace dueña de las calles. Es un fenómeno que ha pasado en otros países con las denominadas «revoluciones de color», pero en el caso de Brasil no se debe solamente y quizás ni siquiera principalmente al asesoramiento de las fundaciones financiados por Estados Unidos como Open Society. Esto es un fenómeno con características propiamente brasileñas.
Las clases denominadas A y B por ingresos en Brasil, las que ganan más de 5 salarios mínimos al mes, aglutinan alrededor de 30 millones de personas. Osea, esta nueva derecha tiene una base social importante. Y no es una derecha golpista, católica y militarista como la de las décadas de 1960 y 1970. Es más bien una derecha moderna, que usa Internet, que no censura el consumo de marihuana ni la despenalización del aborto, es una derecha moderna.
No es algo que sea fácil de explicar y de comprender, pero es necesario analizarlo porque hoy en día nos encontramos en pleno auge de estas derechas en Brasil, que son las que han colocado a la defensiva al Gobierno de Dilma y a todo el sistema político.
En síntesis, lo que quiero decir es que hay varios factores, 3 por lo menos que explican la poca notoriedad de los movimientos anti-sistémicos. En noviembre pasado el Gobierno neoliberal del Estado de São Paulo quiso imponer una reforma educativa y no pudo hacerlo por la fuerte oposición de un movimiento estudiantil que ocupó más de 200 centros de educación secundaria durante 1 mes, el Gobierno tuvo que dar marcha atrás. Es decir, sí existen luchas sociales importantes, es sólo que el centro del escenario lo ocupa ahora esta nueva derecha, que lamentablemente la izquierda no ha sabido combatir.
Ariel Noyola Rodríguez. Economista egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Fuente: Global Research.
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