Llevaba un tiempo preguntándome cuáles serían las consecuencias de la crisis económica que sufrimos los países más avanzados sobre los países menos desarrollados. Leyendo a Michael T. Klare, en su artículo ‘Colapso en el Norte: ¿muerte en el Sur?’ mis interrogaciones se esclarecen. Las explicaciones que aporta Klare llegan de la revisión de tres informes […]
Llevaba un tiempo preguntándome cuáles serían las consecuencias de la crisis económica que sufrimos los países más avanzados sobre los países menos desarrollados. Leyendo a Michael T. Klare, en su artículo ‘Colapso en el Norte: ¿muerte en el Sur?’ mis interrogaciones se esclarecen.
Las explicaciones que aporta Klare llegan de la revisión de tres informes muy relevantes. El primero de ellos, ‘Nadando a contracorriente: cómo lidian con la crisis global los países en desarrollo’, fue publicado a finales de febrero por un grupo de expertos del Banco Mundial, y expone un panorama preocupante. Si bien inicialmente los países más pobres no han sufrido la crisis financiera, ésta, en una segunda oleada, les está afectando en los ingresos procedentes de la exportación de sus mercancías: los países que se han visto obligados a depender de economías exportadoras (por ejemplo en el sector agrícola) están viendo cómo la caída de la demanda global les genera menos ventas y (con menor demanda) a precios más baratos. Además se encuentran con la disminución de la inversión extranjera, pero sobre todo «han disminuido las remesas de los migrantes en los países más ricos a sus familias en casa, borrando una fuente importante de ingresos para las comunidades pobres». Con estas previsiones las cifras que apunta el informe hablan de un incremento de la pobreza en 46 millones de personas en 2009 y sus Estados en bancarrota, sin capacidad para atenderles y prestarles servicios mínimos.
El segundo informe que cita Klare no es un análisis económico sino el informe anual que publica la FAO (Organización mundial de la Alimentación) sobre las Perspectivas de cosechas y situación de los alimentos. Sin entrar en todos los detalles del mismo, la conclusión es sencilla: si los años anteriores tuvimos una subida de precios en los alimentos, fundamentalmente por los aumentos en los precios del petróleo («el precio de la comida está muy ligado al del crudo, dado que la agricultura moderna se basa en gran medida en productos derivados del petróleo para el cultivo, la cosecha, la entrada a los mercados, los plaguicidas y los fertilizantes artificiales»), en el año 2009 estos volverán a subir pero ahora por una reducción global en la producción de cereales. Por un lado muchos países productores de cereales están soportando severas sequías y por otro los altos precio de los insumos agrícolas han desincentivado a muchos agricultores. «Un ejemplo es Zimbabwe, donde, pese a que las condiciones del clima son satisfactorias, las carencia de semillas fertilizantes, agroquímicos (…) ponen al maíz severas restricciones». Por último, Klare explica las preocupaciones de EE UU ante la inestabilidad política que generará la expansión de la crisis que acabamos de revisar. Según la Evaluación Anual de Amenazas que elabora el director de la Inteligencia Nacional, «los modelos estadísticos muestran que las crisis económicas incrementan el riesgo de una inestabilidad amenazante a los regímenes si perduran más allá de uno o dos años» y apunta varias áreas con riesgos particulares, entre ellas África, América Latina y Asia Central.
Y así andamos, los países ricos inyectando dinero a los bancos y los países pobres sin recursos económicos y en breve sin alimentos. Mientras, las instituciones internacionales, gobiernos y administraciones de los países ricos, preocupadas -como toca- en nuestra crisis particular, pero sin visión global, desatendiendo las repercusiones sobre las poblaciones que llevan ya demasiadas décadas de crisis. O en cualquier caso, lo que nos preocupa de dichas secuelas, son las revueltas y disturbios que nos pueden salpicar. Nuestra economía esquilmadora de recursos y derechos es lo que tiene: la crisis de los ricos la pagan los pobres, y el motín de los pobres incomoda a los ricos.