Este último fin de semana he visto dos películas, «El capitalismo: una historia de amor», de Michael Moore, y «Up in the air» de Jason Reitman. Las dos son diferentes, pero tienen un vínculo común en los destrozos que está causando la crisis económica actual, sobre todo entre los que pierden el empleo. Más allá […]
Este último fin de semana he visto dos películas, «El capitalismo: una historia de amor», de Michael Moore, y «Up in the air» de Jason Reitman. Las dos son diferentes, pero tienen un vínculo común en los destrozos que está causando la crisis económica actual, sobre todo entre los que pierden el empleo. Más allá de la crisis, ambos filmes ponen de manifiesto la crudeza del sistema económico que nos rige. Sin duda ambas películas son una buena lección de economía que supera con creces las que ofrecen muchos de los economistas actuales. Considero que es mejor película la de Reitman, pero eso no desdice los aspectos interesantes que ofrece Michel Moore.
«El capitalismo: una historia de amor» será calificada por bastantes bienpensantes como demagógica, y tratarán de descalificarla, como suele ser habitual en estos casos, pues no cabe duda de que sacude nuestras conciencias narrando con acierto tanto las consecuencias de la situación, como el papel de quienes son en realidad los causantes de la crisis. En todo caso, si la película es tildada de demagógica podemos decir que lo que en realidad refleja es la demagogia de los hechos. Nada de lo que allí se cuenta es falso. Pero a algunos les parecerá que eleva de modo exagerado casos particulares a categoría general, o tal vez que pinte un tanto como caricatura a los que pueden ser los responsables del desencadenamiento de la crisis.
Por desgracia los casos particulares no son excesivamente minoritarios, y en todo caso reflejan dramas humanos, que por muy pocos que fueran, aunque no es este el caso, nos muestran uno de los rasgos del sistema: su deshumanización. El crecimiento, las ganancias desmesuradas, la especulación, el consumo desenfrenado, la explotación a la que son sometidos tantos trabajadores que apenas tienen derechos laborales, predomina sobre la propia dignidad de unas vidas que ven con impotencia cómo pierden sus trabajos, sus viviendas y sus propiedades. Algunos grupos o familias luchan, no se resignan y consiguen defender lo que para ellos es fundamental, su trabajo, su casa o determinados tipos de seguros de vida. Luchas de las que por cierto no hemos tenido noticias de ningún tipo. También vemos posturas de algunos religiosos, entre ellos algún que otro obispo, a favor de los trabajadores.
Una de las mejores cosas de la película es cuando describe los comportamientos de los hombres de Wall Street, que imponen sus criterios acerca de las finanzas y aseguran su predominio ocupando puestos de gobierno en la era de Bush, pero también en la de Obama, al que, sin embargo, alaba y pone en él grandes esperanzas. No digamos cuando denuncia el hecho de que los bancos hayan salido a flote con el dinero de los ciudadanos, que no sólo no devuelven, sino que les sirve para volver otra vez a las andadas. No obstante, Michael Moore no se limita a acusar a unos hombres de la crisis, sino a un sistema, en este caso el capitalista, con sus formas de manifestarse actuales, oligárquicas, y frente a ello opone la democracia: el gobierno del pueblo, que está lejos de conseguirse.
En suma, una película interesante y que recomiendo ver, pues sin duda es muy esclarecedora sobre lo que sucede, aunque tenga defectos, como que trata demasiados temas a la vez, lo que le obliga a ir un tanto deprisa, a veces de forma deslavazada, así como que algunas cuestiones que son propias de Estados Unidos puede que les cueste entenderlas a los espectadores europeos. Todo ello hace que no sea una película redonda, y que supone a mi modo de ver una ocasión perdida para haber profundizado más y mejor en esta temática.
Por lo que concierne a la otra película, que tiene a George Clooney como protagonista principal, trata de un hombre que tiene un trabajo bastante desagradable: despedir a la gente cuando las empresas quieren reducir sus plantillas. Un hombre que vive en el avión, en los aeropuertos, en los hoteles. Que vive a todo lujo pero que no tiene ni un hogar estable, ni una familia, ni relaciones personales. Es la cara más cruel de un sistema que genera un hombre que asume los riesgos de vivir a velocidad de vértigo, lleno de tarjetas de crédito, que aprovecha las ventajas tecnológicas y el lujo de hoteles y clases preferentes en los aviones, y que por un lado, se dedica a despedir, y por otro, es un fracasado al no ser capaz de valorar las pequeñas cosas de la vida, las relaciones humanas y de amistad.
El tema en sí mismo es intemporal y no hay por qué situarlo en la crisis, pero acude a personajes reales que han sido despedidos en el último año como consecuencia de la crisis. Las escenas de los despedidos son conmovedoras, y como señala el director ha querido poner cara a las cifras. Es una buena película, muy bien realizada, con buen ritmo, con sentido del humor, y con un personaje que representa Clooney que a pesar de todo no resulta desagradable, pese a su fría forma de actuar, pero es que su agraciado físico ayuda a ello.
En definitiva, con estas dos películas no sólo se disfruta, sino que también se aprende, a la vez que sirven para tomar conciencia del mundo injusto, insolidario y competitivo en el que vivimos. Sirven para mostrarnos la cara oculta del sistema, y para que no nos confundamos cuando se trate de determinar dónde se encuentran las responsabilidades de que haya tantos damnificados que sufren las consecuencias, aunque no sean ellos los que han generado una situación extrema tan grave como la que padecen.
Carlos Berzosa es catedrático de economía y rector de la Universidad Complutense de Madrid.