Jorge Beinstein es uno de los pocos economistas que en pleno auge del modelo neoliberal caracterizó la globalización como la antesala de una crisis mundial. Afirma que el capitalismo se ha convertido en un sistema que destruye fuerzas productivas. Asegura que es un error trazar divisiones entre empresas productivas y financieras porque ambas están muy vinculadas. Y sentencia que luego de esta crisis no se volverá a la prosperidad pasadaPrincipio del formulario
Jorge Beinstein es uno de los pocos economistas que en pleno auge del modelo neoliberal caracterizaron a la globalización como la antesala de una crisis mundial. Sus pronósticos fueron desestimados por una amplia mayoría de intelectuales conservadores y liberales, que entonces creyeron ver una reconversión superadora del viejo capitalismo keynesiano. Sin embargo, el desprestigio que las recetas neoclásicas experimentaron en América latina desde fines de los ’90 y el reciente colapso del sistema financiero internacional revalorizaron su voz en los círculos académicos. Hace pocos días estuvo en la Feria del Libro presentando su libro Crónica de la decadencia y Cash aprovechó para conversar con él sobre las perspectivas que se abren en el nuevo contexto.
¿Por qué la crisis actual debe ser vista como la expresión de la fase terminal del capitalismo y no como una crisis cíclica más dentro del sistema?
-Primero por su magnitud. Hasta ahora en los planes de salvataje se insertaron 8 billones de dólares cuando los ingresos fiscales de los países del G-7 son iguales a 10 billones. Se calcula que la masa especulativa global en este momento asciende a 1000 billones. Cuando fue la crisis de 1929, el 3 por ciento de los estadounidenses estaba vinculado con la especulación bursátil y en este momento es casi el 60 por ciento. Ahora bien, esta crisis también es diferente en términos cualitativos. No es sólo una crisis financiera sino también una crisis energética, alimentaria y ambiental.
Algunos analistas relativizan el supuesto carácter terminal de la crisis diciendo que el capitalismo está en crisis desde que surgió y sin embargo no para de expandirse.
-Siempre están los que piensan que el capitalismo llegó para quedarse. Es una utopía conservadora potenciada por un sistema que desde sus orígenes se las ingenió para superar todas las crisis de sobreproducción. El problema es que a partir de los ’70 se empiezan a manifestar elementos de crisis que no son sólo de sobreproducción sino también de subproducción, pese a que en los viejos debates se consideraba que estas crisis habían desaparecido junto con las civilizaciones anteriores al capitalismo.
¿Cómo es posible que al mismo tiempo haya una convergencia entre una crisis de sobreproducción y otra de subproducción?
-Lo que pasa es que la sucesión de crisis de sobreproducción, siempre superadas o al menos amortiguadas, fue generando elementos de depredación energética, ambiental y agrícola que están devorando al capitalismo. Las crisis de sobreproducción nos diferenciaban del precapitalismo porque antes solo se conocían los ciclos más largos, las crisis de civilización, pero resulta que al final no éramos tan originales y también terminamos teniendo crisis de subproducción. El capitalismo se fue convirtiendo en un sistema que destruye fuerzas productivas. En los próximos años va a haber menos energía, menos capacidad de producción industrial y menos alimentos por habitante.
La producción de alimentos creció de manera espectacular.
-El problema es el sistema social, porque en realidad lo que se está produciendo crecientemente es soja para los chanchos y maíz para elaborar combustible. Ese maíz ya no puede ser considerado un alimento. Es un insumo para la producción. A nivel mundial, la cantidad de alimentos por habitante disminuye. Además, el desarrollo agrícola de avanzada ha llegado a un nivel tal de exacerbación de la productividad que está destruyendo la tierra, el recurso de base para la producción agrícola. Al utilizar glifosato para cosechar soja se logra aumentar la productividad por hectárea, pero en diez años la productividad va a terminar siendo menor a la que se tenía cuando se empezó a utilizar ese insumo.
Si el maíz se destina a la producción de biocombustibles va a haber más energía.
-Se produce más energía de origen agrícola, pero cuando se calcula la totalidad de la producción energética (tomando en cuenta petróleo, gas, energía nuclear, solar y biocombustibles) y se lo divide por la cantidad de habitantes, se observa que desde fines de los `80 la producción de energía por habitante está empezando a caer. Usted me podría decir que la gente puede vivir mejor consumiendo mucha menos energía, pero eso significa pensar en otro modelo de sociedad. La Agencia Internacional de Energía, que siempre había negado el Peak-Oil, en 2005 distribuyó un borrador titulado «Posibles medidas ante un eventual colapso energético». Allí proponen prácticamente la eliminación del transporte privado, la descentralización de la industria y la descentralización política y administrativa. Ahora bien, que alguien explique cómo haría para funcionar la sociedad capitalista actual con esas reformas.
En la última cumbre del G-20, los líderes mundiales afirmaron que ésta no es una crisis del capitalismo sino una crisis de origen financiero que se revierte con mayor regulación sobre los mercados.
-Es un error trazar una división entre el sector financiero y el productivo. Hace un cuarto de siglo, las 200 más grandes corporaciones estadounidenses hacían negocios financieros y los mismos representaban cerca del 10 por ciento de sus beneficios. En la actualidad, esos beneficios están entre el 40 y 45 por ciento. En los últimos treinta años, las empresas productivas llevaron adelante esa reconversión porque hubo una desaceleración de la demanda y los excedentes de capital se fueron destinando al sector financiero. Esa es la economía capitalista realmente existente. Por lo tanto, si se pone fin al negocio financiero, muchas empresas supuestamente pertenecientes al mundo productivo deberán cerrar sus puertas. General Motors está al borde de la quiebra, pero en los últimos años una de las formas que había encontrado para sobrevivir era la multiplicación de negocios financieros. Además, no solo está el problema de las empresas. La sociedad de consumo en Estados Unidos y Europa sólo fue posible con la financiarización de los consumidores, que sirvió para amortiguar la crisis de sobreproducción.
Se fue postergando la resolución de los problemas.
-Sí, pero las dificultades son cada vez mayores. Ahora están haciendo los salvatajes, pero el problema no es de liquidez sino de solvencia. Aunque la tasa de interés baje a cero la persona que ya está endeudada no va a querer seguir endeudándose para consumir. Lo que quiere es conseguir un trabajo seguro. Se llegó a una situación de sobrecarga de deudas para financiar las compras y también hay un límite en cuanto a la posesión de objetos. El problema de la industria automotriz se explica en parte por la saturación de automóviles que existe en los países ricos.
¿Esta situación se puede revertir?
-No hay cómo hacerlo. Lo que se hizo desde los ’70 hasta ahora fue simplemente amortiguar la crisis. Ahora bien, yo no estoy diciendo que esta situación lleve a un derrumbe inmediato del sistema. Es un proceso de decadencia que se puede amortiguar, pero ya la vieja prosperidad no vuelve.
¿Durante cuánto tiempo se puede amortiguar una crisis? Si el capitalismo puede amortiguar un desenlace terminal durante cien años es porque ese desenlace dejó de ser terminal.
-La degeneración parasitaria del capitalismo empezó hace casi un siglo. La dominación del capital financiero es de fines del siglo XIX. El capitalismo consiguió sobrevivir, pero lo hizo en condiciones cada vez peores. La etapa actual es una exacerbación de la decadencia, pero nadie sabe lo que puede pasar. La crisis propone y la cultura dispone.
La ventaja que tiene el sistema actual es que sus principios fundantes, como el individualismo, están muy arraigados en cultura moderna.
-Una de las características que han tenido las últimas décadas es que todo el planeta se hizo burgués, más allá de algunos enclaves. La civilización burguesa es una cultura planetaria. La cuestión es hasta qué punto esa cultura es viable. Puede haber una superación, pero también se puede entrar en decadencia.
En otros períodos históricos la crisis hizo pensar en la posibilidad de un cambio y hubo rebeliones populares generalizadas, pero ahora predomina la apatía.
-La magnitud de la crisis dejó a muchos ciudadanos paralizados. No hay que olvidar que el neoliberalismo provocó una desestructuración social terrible. La falta de reacción puede ser la expresión de una profunda decadencia cultural, pero también puede ser la calma que precede a la tormenta. El analista Zbigniew Brzezinski dejó de lado sus habituales reflexiones sobre política internacional y desde hace algún tiempo viene advirtiendo sobre el peligro de motines sociales en los Estados Unidos. Por ahora no hubo reacciones violentas, pero no se lo debe descartar.
En este contexto, ¿qué margen de acción tiene la gestión pública? ¿Da lo mismo Barack Obama que George Bush?
-La llegada de Obama refleja la crisis de la alternativa más radical del capitalismo, que era Bush. Los grandes partidos no pudieron imponer a sus candidatos tradicionales y terminó ganando un outsider de la política que encima es negro. Ahora bien, eso no significa que Obama implique un cambio de sistema. Está haciendo los mismos salvatajes que Bush y aumentó el gasto militar.
También les dio algunas señales a los sindicatos diciéndoles que ésta es su hora.
-Por ahora son sólo palabras porque los salvatajes son financieros. No hay redistribución del ingreso en los Estados Unidos. Los salvatajes tienen rostro keynesiano, pero están queriendo salvar lo que viene de la era neoliberal. Si quiere llevar adelante un verdadero programa keynesiano tampoco le va a ser fácil. Por ejemplo, si decide prohibir la importación de productos chinos, va a tener un conflicto muy importante con empresas estadounidenses que se radicaron en China para seguir siendo rentables. Con esto no quiero decir que no haya alternativas. Lo que digo es que las verdaderas alternativas no están dentro del sistema capitalista.
EL IMPACTO DE LA CRISIS INTERNACIONAL EN LA REGION
«Los gobiernos progresistas tendrán que definirse»
¿Qué impacto tendrá la crisis sobre Latinoamérica?
-Latinoamérica en muchos sentidos anticipó la crisis del neoliberalismo. En la región, ese modelo entró en crisis a fines de la década pasada y en los elencos gobernantes se puede ver una suerte de emergencia posneoliberal. A nivel de la economía no tanto porque ese progresismo latinoamericano pudo sostenerse y avanzar por la prosperidad mundial. Fue un antineoliberalismo que se apoyó paradójicamente en la última prosperidad del neoliberalismo que vivieron los países desarrollados. Ahora estos gobiernos progresistas están frente a una disyuntiva terrible. Si siguen como hasta ahora, la situación va a ser insostenible porque el mundo cambió. El auge exportador, que había permitido algunos avances sociales sin tocar mucho el sistema, terminó. En estos momentos, la situación se está poniendo grave porque hay una pelea muy fuerte por el ingreso y muchos de los gobiernos progresistas de la región van a tener que definirse. Van a tener que radicalizarse hacia la izquierda o la derecha se los va a terminar devorando. Hasta ahora expresaron más la crisis del neoliberalismo que la afirmación de un movimiento de transformación.
¿Las medidas que tomó el gobierno de Cristina Kirchner en respuesta a la crisis internacional en qué dirección van?
-Creo que en un principio estaban convencidos de que el sistema de equilibrio que mantuvieron, sobre todo durante la gestión de Néstor Kirchner, se podía prolongar durante mucho tiempo y terminaron reaccionando tarde. La nacionalización de las AFJP fue una medida correcta, pero debería haberse hecho antes y sobre la base de una gran concientización popular. Además, en el conflicto con la burguesía rural se equivocaron porque avanzaron con las retenciones móviles cuando los precios estaban por empezar a caer y encima terminaron permitiendo la reconstitución de la derecha. Ahora tienen por delante un escenario muy difícil porque no sólo son rechazados por las elites sino por amplios sectores de las capas medias.
¿La restauración conservadora es inevitable?
-Es cierto, pero es una derecha con cuerpo grande y cabeza chica porque no tiene proyecto. Cuando Carlos Menem llegó al poder tenía un proyecto porque el sistema de Europa del Este se estaba derrumbando y el neoliberalismo parecía dar respuestas para todo, pero ahora son bandidos sin proyecto. ¿Qué pueden hacer Cobos, De Narváez o Prat Gay? Lo primero que van a hacer es eliminar impuestos al sector rural y entonces no van a tener más alternativa que ajustar el gasto público y pedir dinero prestado. Eso es volver a los ’90, pero no creo que sea tan fácil imponer esas recetas porque hubo un cambio en la sociedad.
¿Qué debería hacer el Gobierno para tratar de ponerle freno a esa avanzada?
-Debería nacionalizar los ferrocarriles y mejorar rápidamente su funcionamiento para ganar apoyo popular. También armar un ministerio de economía social y poner al sistema financiero en función de ese proyecto. Van a enfrentar resistencias, pero si no se hace nada van a terminar mal. Algunos dicen que no pueden avanzar porque no hay cuadros políticos suficientes, pero los cuadros políticos se forman cuando las cosas se van haciendo. No estoy diciendo que haya que transformar el ejercicio del poder en una aventura. Lo que digo es que hay que tomar la iniciativa.
JORGE BEINSTEIN
¿Quién es?
Jorge Beinstein es economista egresado de la UBA y doctor de Estado en Ciencias Económicas de la Universidad de Franche Comté-Besançon, Francia. Fue director del Centro de Estudios Multidisciplinarios en Innovación Tecnológica y Prospectiva en la Universidad Nacional de La Plata y profesor titular de la cátedra «Historia económica y social general» en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA. También se desempeñó como docente e investigador en Maison des Sciences de l’Homme, Institut National Agronomique de Paris-Grignon, Universidad de Franche Comté-Besançon y Conservatoire National des Arts et Métiers. Actualmente es profesor titular de la Cátedra Libre Globalización y Crisis en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, profesor del Doctorado en Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de La Matanza y coordinador del Observatorio Internacional de la Crisis, organización que agrupa especialistas de Europa, Asia, América y Africa.