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La crisis mundial: ¿qué hay de nuevo, viejo?

Fuentes: Prensa Obrera

El derrumbe del 7% de las acciones del Citigroup, en un solo día – el martes 15 pasado- podría estar señalando el ingreso de la crisis financiera internacional en una nueva etapa. El anuncio de pérdidas por casi 10.000 millones de dólares por parte del segundo banco norteamericano en términos de capital, en un solo […]

El derrumbe del 7% de las acciones del Citigroup, en un solo día – el martes 15 pasado- podría estar señalando el ingreso de la crisis financiera internacional en una nueva etapa. El anuncio de pérdidas por casi 10.000 millones de dólares por parte del segundo banco norteamericano en términos de capital, en un solo trimestre, causó una enorme caída en las principales Bolsas del mundo, que esperaban que aquéllas no superaran los 4.000 millones de dólares. El ‘optimismo’ que había generado IBM el día anterior, con ganancias superiores a las pronosticadas, se disipó en forma fulminante. El balance del Citi dejó en evidencia que la insolvencia de su cartera de créditos hipotecarios se había extendido a los préstamos para el consumo y a las tarjetas de crédito.

El ‘aguante’

La gestión de la crisis financiera, hasta el momento, se parece bastante a la emprendida por Cavallo cuando asumió como ministro en marzo de 2001. Los bancos no liquidan los créditos hipotecarios insolventes que tienen en su poder o los títulos que emitieron con la garantía de esos créditos. El ‘default’ de los deudores hipotecarios no fue seguido por una declaración de ‘default’ de las hipotecas correspondientes; es decir que los bancos no negocian los títulos o bonos hipotecarios en el mercado. Tampoco en Argentina, la incapacidad del Estado para pagar la deuda pública fue acompañada por la correspondiente desvaloración de los títulos de esa deuda que los bancos tenían en sus alforjas. Cuando el Citigroup habla de ‘pérdidas’ se refiere solamente a una ‘previsión’ contable que anota en sus cuentas con la expectativa de que el valor de esos títulos o créditos insolventes se recupere en el futuro. Mientras tanto, para hacer frente a sus propias deudas o al retiro del dinero de sus depositantes recurre a los ‘servicios’ del Banco Central (FED), que le provee de recursos sin límites (como ocurrió con los ‘megacanjes’ y ‘blindajes’ que otorgaron un ‘club de bancos’ y el FMI durante el agitado gobierno de De la Rúa). El ‘aguante’ que el Banco Central le hace a los grandes bancos norteamericanos explica que el mercado de capitales (donde se negocian los bonos o títulos, tanto públicos como privados) no se haya declarado todavía en bancarrota.

La magnitud de las pérdidas calculadas, desde el inicio de la crisis, hacen imbancable (literalmente) la continuación de este esquema de postergación de la bancarrota. Los quebrantos que llevan registrados los bancos de Estados Unidos y Europa suman ya unos 200.000 millones de dólares, pero nadie estima que puedan ser inferiores a los 400.000 millones, y algunos los prevén en un billón de dólares. A esto se le suman ahora los incobrables por créditos al consumo y por las tarjetas, pero por sobre todo la previsión de una recesión, o sea de una caída del PBI, por lo menos durante más de medio año. En Gran Bretaña, este esquema de patear el derrumbe para adelante ya ha fracasado en el caso del banco Northern Rock, apenas el quinto en tamaño, que sin embargo se ha ‘tragado’ la friolera de 25.000 millones de libras esterlinas. El primer ministro laborista acaba de anunciar que el banco será nacionalizado, o sea que el Estado asumirá directamente el ‘aguante’ de la cartera insolvente del Northern Rock. Como cualquiera podría imaginar, esta perspectiva ‘nacional y popular’ en el Reino Unido ya ha derribado a la libra esterlina en un 15%, y la previsión es que la ‘moneda fuerte’ de la City de Londres se vaya barranca abajo. La nacionalización constituye un intento final de evitar el derrumbe del mercado de capitales londinense.

Otro factor que apunta al derrumbe del mercado de capitales, tanto público como privado, es la situación de los fondos que aseguran a los tenedores de títulos contra las pérdidas que podría provocarles una caída de sus precios. Las más importantes de estas aseguradoras, sin embargo, no reúnen el capital suficiente para hacer frente a los seguros. Esta incertidumbre puede llevar a una liquidación masiva de los bonos que emitieron los municipios y los Estados norteamericanos para financiar sus gastos e inversiones. Por otro lado, provocaría un golpe mortal a los fondos de pensiones que compraron estos títulos estatales. La banca central norteamericana debe hacerle el ‘aguante’, con sus monumentales emisiones de billetes, no sólo a los bancos sino a todas las compañías y fondos de seguros asociados a la especulación financiera.

Barbarians, por favor

¿Podría ser que las ‘hordas asiáticas’ acaben salvando a la «civilización occidental y cristiana»? Es lo que aseguran quienes esperan que los fondos de inversiones de diversos Estados de Asia compren acciones de los grupos financieros afectados por la crisis hipotecaria. Esos fondos reúnen ya unos 3 billones y medio de dólares gracias a la acumulación de reservas en divisas por parte de sus bancos centrales. Pero la experiencia hasta ahora no es buena, porque aquellos que lo hicieron ya han perdido bastante plata como consecuencia de la caída del precio de las acciones. El fondo más importante de China, que tenía previsto incorporarse al capital del banco Morgan, acaba de recular ante un panorama que se torna cada vez más sombrío. Alega, naturalmente, que debería priorizar sus inversiones en el mercado interno de China. Tampoco la persistente devaluación del dólar los entusiasma para meter plata en bancos estadounidenses. Según los diarios, el ingreso de Temasek, el fondo de Singapur, en el suizo UBS, obedece a que una caída de UBS afectaría a ese estado, en donde el banco suizo ocupa el primer lugar en el ranking de bancos. En otros casos, como el del ingreso de un fondo saudita en el Citibank, se trata de operaciones de cambios de favores – capital árabe para los yanquis a cambio de la venta de armamento sofisticado por parte de los Bush.

De todos modos, como los fondos se constituyen a partir de reservas internacionales, su consistencia está condicionada a que no se produzcan déficits en los balances comerciales y de capitales de sus países – lo cual en un período de crisis puede ocurrir muy rápidamente.

De cualquier manera, las inyecciones de fondos para que los bancos sigan en pie con sus carteras de créditos e inversiones sin embargo fundidas, no resuelve el problema de la necesidad de que el crédito continúe fluyendo. Es aquí que aparece el artificio de la FED de reducir la tasa de interés. Pero hasta ahora el resultado ha sido un poco más que nulo, porque las tasas a mediano y largo plazo, que son las que importan, en lugar de caer suben, y el stock de crédito entre empresas sigue bajando. Se corre el riesgo, incluso, de que en lugar de estabilizar el crédito, la reducción de las tasas oficiales de interés de corto plazo provoque una nueva burbuja especulativa – tomar créditos a corto plazo (y bajo interés) para comprar títulos públicos a plazos mayores (que rinden más).

Una crisis del capital, con perdón de la palabra

Lo que se ha convenido en llamar una crisis financiera no es propiamente tal. Como acaba de señalar un observador, el mercado de consumo norteamericano es un mercado «apalancado» – depende cada vez más menos del ingreso por salarios y cada vez más del crédito al consumo. Por eso el nivel del endeudamiento de las familias oscila en torno a un 200% de su ingreso disponible. Ocurre, sin embargo, que la fuerza de trabajo que recibe esos ingresos bajo la forma de salarios o de remuneración de un trabajo autónomo, no acumula el valor que crea con su trabajo; lo acumula el capital. Como la fuerza de trabajo, a diferencia del capital, no se autovaloriza, a la larga su endeudamiento acaba con sus ingresos y salarios: el salario pasa a remunerar al capital (bancario), no a la fuerza de trabajo. La crisis bancaria disimula, entonces, una crisis de sobreproducción, que el crédito al consumo ha tratado infructuosamente de superar: las fuerzas productivas desbordan el marco capitalista en que fueron creadas. El estallido del crédito al consumo (incluido el hipotecario) potencia social e históricamente la recesión económica: socialmente, amenaza con generar una miseria mayor a las crisis precedentes; históricamente, tiene límites mucho mayores para encontrar una vía de salida o, dicho de otro modo, sus vías de salida son más destructivas y (¡sí!) catastróficas.

Los capitalistas intentan consolar a los trabajadores señalándoles que aún en condiciones de crisis, los activos de las familias superan a los pasivos o deudas (al menos en los países desarrollados). Es decir que son, incluso ahora, ‘superavitarias’. Pero si esto tiene algún sentido, se reduce a lo siguiente: a que las familias deberán vender sus artefactos domésticos y perder sus ahorros bancarios o financieros, y en primer lugar sus viviendas, para pagar las deudas contraídas para comprarlos. Pero mientras la liquidación de un capital (insolvente) crea otro capital (los capitales se concentran y centralizan), la liquidación de una familia no crea otra familia. Se asoma, de este modo, uno de los aspectos fundamentales de la presente crisis, que es la perspectiva de desalojo de sus viviendas de dos millones de familias en el curso de los próximos 12-18 meses. Estados Unidos se encuentra en las vísperas de una gran crisis social, como ya lo atestigua el estado de Michigan, sede de la industria automotriz, donde la desocupación se aproxima al 10%. Detroit, su capital, ya tiene todos los signos precursores de un área devastada.

La extensión del crédito hacia el consumo y la captura de los salarios por el capital financiero es una manifestación extrema de parasitismo; coloca al capital ante un límite objetivo. El desarrollo de la presente crisis mundial no se produce en un vacío histórico sino en el marco de la declinación del régimen de producción capitalista. Es, al mismo tiempo, una impecable ilustración de la transición hacia un régimen socialista, porque todo el flujo de fondos de consumo y de capital se encuentra aprisionado por una única red de instituciones financieras, manejadas por un puñado reducidísimo de capitales y capitalistas.

El oro y el euro

Los que aseguran que el fin de la «civilización americana» dará paso a otra ‘civilización’ (ella también capitalista) de características chinas, asiáticas o incluso europeas, deben haberse sorprendido, suponemos, por la emergencia del oro, que se acerca a los mil dólares la onza cuando la crisis aún se encuentra en pañales. Se trata del refugio universal del valor, que pone al desnudo la desvalorización de todas las formas nacionales de la riqueza capitalista. ¡Pero la economía mundial no puede volver a transar en oro, a saber, no puede retroceder del crédito virtual y electrónico, y de la especulación financiera (con sus bonos, swaps, opciones, coberturas), al intercambio simple de mercancías!

De la crisis bancaria y financiera pasamos así, sin tránsito, a una crisis monetaria, que para el caso de la devaluación del dólar es por demás clara. Pero no solamente el dólar. La crisis hipotecaria afecta fuertemente a otras naciones, como Irlanda, España y el Reino Unido. El estancamiento económico se manifiesta también en Francia e Italia, y en menor medida en Alemania. Las naciones de Europa oriental y Turquía deben hacer frente a grandes déficits comerciales y una enorme deuda externa de corto plazo.

Como los países que han adoptado el euro no pueden recurrir a la devaluación para disminuir el peso de sus deudas y rebajar el costo de su producción, corren el peligro de una recesión gigantesca. Por eso es llamativa la devaluación de la libra esterlina, como síntoma de una salida, y porque también mete presión al euro, que se supervaloriza. También importa señalar la caída de los grupos hipotecarios españoles y el crecimiento del desempleo en este país, a partir de la industria de la construcción. Como España tiene un fenomenal déficit comercial y es un país con una fuerte deuda externa, no puede financiar una salida recurriendo al crédito internacional. La crisis capitalista, en España, es el telón de fondo de las tensiones que han estado creciendo por las autonomías nacionales, principalmente de Cataluña y el País Vasco. No es casual, entonces, que los comentaristas económicos más atrevidos vuelvan a hablar de un abandono del euro por parte de Italia e incluso de España para salir devaluando de la crisis con nuevas monedas nacionales. O sea que la crisis monetaria está planteando ya, potencialmente, una dislocación del comercio internacional – y de esa creación adorada del imperialismo, la moneda común europea, e inclusive de la cohesión estatal de algunas multinacionalidades europeas.

Menos mal que tenemos a China

A pesar de los síntomas e incluso de los análisis, muchos observadores (¡incluso trotskistas!) creen que la crisis pasará de largo, como ocurre con algunos temibles huracanes del Caribe. Alegan que las naciones desarrolladas serán salvadas esta vez por las economías ‘emergentes’, en algunos casos porque son grandes exportadoras de materias primas y en otros (China) porque su potencial de crecimiento interno sería ilimitado. La crisis puede estallar, pero siempre quedará algo en pie para reconstruir.

Bien mirado, todo se reduce a que China se encargaría de absorber los excedentes internacionales que dejaría una recesión norteamericana. Hasta ahora China ha sido fundamentalmente una economía exportadora de armado, con un 60% de componentes importados, en especial de Japón, Estados Unidos y Alemania. Se diría que su comercio se desarrolla dentro de una misma firma, que arma su producto en China para aprovechar la baratura de su mano de obra, la alta tasa de explotación, la posibilidad de destruir el medio ambiente y el bajo costo de las materias primas. Para compensar una caída de sus mercados de exportación, China debería modificar radicalmente su actual esquema económico, lo cual afectaría a los capitales internacionales que han convertido a China en una economía de exportación. Es decir que una crisis internacional no dejaría de lado a China sino que ella sería la más golpeada. En todas las crisis mundiales hasta ahora, al menos desde 1825, las naciones atrasadas o de desarrollo menor conocieron un salto de su industrialización y de su mercado interno debido a la interrupción de la exportación extranjera, pero esto luego de atravesar por una crisis severa; entre 1930 y 1932, el PBI de Argentina cayó un fenomenal 15%. Es precisamente esta experiencia histórica (y en especial la depresión de los años ’30) la que enseña: 1) que el desarrollo interno de los emergentes tiene lugar después del estallido de la crisis, nunca con anterioridad a ella o con la posibilidad de prevenirla; 2) que cuando ese desarrollo tiene lugar se agudiza la tendencia a proteger el nuevo marco de autonomía nacional creado por la crisis mundial, en perjuicio de una recomposición del comercio internacional; 3) que solamente cuando la crisis mundial se encuentra en vías de superación (algunas décadas más tarde) se reanuda la interconexión de la economía mundial en una escala superior. En el caso de la depresión del ’30, el retorno a la normalidad entrañó antes el nazismo, el holocausto, la guerra civil española, la segunda guerra mundial, cien millones de muertos, la revolución china, el avance del ejército rojo hasta las proximidades del Atlántico y varias revoluciones europeas y nacionales (en Asia, América Latina y África) traicionadas.

De todos modos, ahora mismo China se encuentra en el ojo del huracán de la crisis mundial, con una sobreinversión de capital enorme y con una ‘burbuja’ especulativa en la Bolsa de Shangai de enormes proporciones. Una disminución del comercio mundial, como consecuencia de una recesión en Estados Unidos y otros países, deberá provocar un estallido de proporciones en China, sin que importe el monto de reservas que tenga acumuladas, pues cualquier salida de capitales será un golpe al actual esquema económico del país. Por otro lado, el tránsito de China de una economía de exportación a otra de industrialización interna, luego de una crisis, entrañará fatalmente un enorme reacomodamiento social de fuerzas y una crisis política de proporciones. Se pondrá en juego el destino de la restauración capitalista, lo que no dejará de afectar a otras naciones asiáticas y a Rusia. La crisis mundial, debajo de su caparazón económico, hace surgir todos los problemas históricos irresueltos de la humanidad, el principal de ellos es el que plantea el agotamiento del capitalismo.

Juguemos en el bosque

En muchos aspectos la crisis actual se emparenta con la que sufrió Japón a finales de los años ’80 – de la cual aún no ha salido, a pesar de haber acumulado una deuda pública de 10 billones de dólares, que fuera contraída también para salvar a los bancos luego de una igualmente gigantesca especulación inmobiliaria. La depresión japonesa y la deflación de su moneda han servido para montar una gigantesca ruleta financiera, que consiste en tomar prestado en Japón, cuya moneda es débil y su tasa de interés casi nula, para invertir en los mercados financieros exteriores, en particular Estados Unidos, Australia, Brasil, Reino Unido. Esta ‘burbuja’ está a punto de estallar, como ya se ve, en Estados Unidos y como deberá ocurrir próximamente en Brasil. La depresión japonesa ha financiado el ciclo económico ascendente de 2002-06. La reversión de tendencias que se anuncia será muy gravosa para Japón, porque el retorno de los capitales especulativos producirá un retorno de la depresión y la deflación. Este mismo mecanismo está operando en los mercados de materias primas, que se han ido por las nubes en el preciso momento en que la crisis financiera mundial se ha ido agudizando. Los capitalistas explotan los desequilibrios que provoca la crisis para provocar otros nuevos. La recesión norteamericana plantea un derrumbe de la cotización de las materias primas, como ya está ocurriendo con algunos metales, y con ello el sueño de un desarrollo nacional y popular basado en la explotación de los recursos naturales. Ya ocurrió esto antes, en la década de los ’70, cuando Perón diseñaba el futuro de Argentina como una potencia agropecuaria.

Sujeto y objeto

La caracterización de la presente crisis debe servir para organizar una política revolucionaria. La crisis bajará a tierra las divagaciones sobre la clase obrera como ‘sujeto histórico’ y volverá a poner a prueba a todas las políticas que se han formulado en su nombre. La humanidad, que ya se enfrenta a las guerras imperialistas desatadas en nombre de la lucha contra el terrorismo, deberá hacer frente, progresivamente y en un plazo cierto, a millones de desalojos, crecimiento del desempleo y desocupación en masa, el derrumbe de las economías nacionales más débiles, la prueba de la restauración capitalista en los ex estados obreros, incluso la consistencia de construcciones como la moneda europea.

El solo hecho de la emergencia de una crisis de esta envergadura derriba los supuestos y las propuestas de todas las ‘utopías’ neo-liberales sobre el efecto milagroso del mercado sobre la división de la sociedad en clases y naciones, así como las ‘terceras vías’ reformistas y las soluciones de los forums sociales que postulaban un mundo diferente por medios de cambios cosméticos e indoloros. Todos los planteos políticos pasarán de nuevo por la prueba de los grandes giros, incluido el nacionalismo que tiene por referencia a Chávez. La crisis dejará expuesto el carácter reaccionario de las diversas sectas internacionales que sustituyen la necesidad de orientar al proletariado y a sus sectores más avanzados por la labor de consejeros de los nacionalistas y reformistas con mayor o menor audiencia entre las masas.

La presente crisis viene acompañada con una nueva etapa de luchas obreras y de luchas nacionales que tienen por principal protagonista a la nueva generación. Esto quiere decir que irrumpen como una tendencia. El desarrollo de esta nueva generación en la lucha es la tarea principal del nuevo período. La crisis capitalista es una ocasión extraordinaria para la formación política.

El desarrollo de la crisis, mucho antes que su desenlace, será determinado por la lucha – no por anticipos que se basan necesariamente en prejuicios. Para esta lucha es necesario un programa de transición, que señale no solamente las reivindicaciones que pueden impulsar a las masas a luchar por el poder, sino por sobre todo las condiciones y la oportunidad de esas reivindicaciones, para que sirvan para una lucha política abierta contra la burguesía y su Estado. El hilo de la historia se enmadeja pero no se corta: se trata de completar la tarea que, hace cuatro décadas, iniciaron el Mayo francés, el Cordobazo argentino, la primavera de Praga, la plaza de Tlatelolco de México y la guerra nacional y social del pueblo vietnamita que fuera apoyada por los obreros y la juventud de Europa y Estados Unidos.