El año 2009 ha empezado convulso. La crisis económica internacional encabeza la agenda de gobiernos, empresas, organizaciones internacionales, y también de personas cuya preocupación radica en el techo y el plato de comida. Si esta situación ha sorprendido a medio mundo, en Cuba no ha sido tanto. Hace casi una década, el Comandante Fidel Castro […]
El año 2009 ha empezado convulso. La crisis económica internacional encabeza la agenda de gobiernos, empresas, organizaciones internacionales, y también de personas cuya preocupación radica en el techo y el plato de comida.
Si esta situación ha sorprendido a medio mundo, en Cuba no ha sido tanto. Hace casi una década, el Comandante Fidel Castro advirtió que las condiciones estaban creadas para el estallido de una crisis de grandes dimensiones. Osvaldo Martínez, director del Centro de Investigaciones de la Economía Mundial y presidente de la Comisión de Asuntos Económicos de la Asamblea Nacional del Poder Popular, también alertó sobre el tema en varias ocasiones. Conversando sobre aquellos años previos, el doctor en Ciencias Económicas recuerda: «nos criticaron mucho, nos llamaron catastrofistas, pero finalmente la crisis llegó».
Despidos masivos de trabajadores en todas partes del mundo, aumento del desempleo y de los índices de pobreza, cierre de empresas, quiebras de bancos, son algunos de los efectos de la crisis que se van sintiendo. ¿En qué momento de la crisis nos encontramos?
La crisis está comenzando, y nadie puede predecir exactamente cuánto va a durar ni qué intensidad va a tener. Ya estamos ante algo más que una crisis financiera: es una crisis económica global que compromete no solo a las finanzas internacionales sino también a la economía real. Por el enorme grado de desarrollo que adquirieron en los años anteriores la especulación y el capital financieros, por la magnitud del estallido que se ha producido en el sector de la especulación financiera y por el elevado grado de globalización de la economía mundial, cabe deducir que esta crisis va a ser, con toda seguridad, la más fuerte desde la Gran Depresión de los años 30 del siglo pasado. Lo ocurrido desde agosto del 2008 hasta la actualidad, ha sido el estallido de esa burbuja de especulación financiera, debido esencialmente al impulso de la política neoliberal. En estos momentos la crisis está comenzando a tocar la economía real, es decir, la economía que produce bienes y servicio reales, de desarrollo de tecnologías, que produce valores de uso útiles para satisfacer necesidades. ¿Cuánto más va a afectar a la economía real? Es muy difícil decirlo. Hay múltiples opiniones de autores. Algunos señalan que la crisis puede durar entre dos y cinco años. Como elemento de referencia histórico, recordemos que la crisis de los años 30 comenzó en octubre de 1929, se desarrolló con toda intensidad hasta 1933, y cuando estalla de Segunda Guerra Mundial en 1939, la economía de la época todavía no había recuperado los niveles de actividad económica que tenía antes de 1929.
Lo que resolvió finalmente aquella crisis, y digo «resolvió» entre comillas porque hablo de la solución que el capitalismo le da a una crisis, fue justamente la Segunda Guerra Mundial; la destrucción de fuerzas productivas que esta implicó fue lo que le permitió al capitalismo iniciar a partir de 1945 una nueva etapa de crecimiento basado en reconstruir lo destruido por la guerra. Toda crisis, vinculada o no a una guerra, es ante todo un proceso de destrucción de las fuerzas productivas. Volviendo a la actualidad, no me atrevo hacer un pronóstico exacto de la duración de la crisis, pero lo que si me atrevo a afirmar es que está muy lejos de haber tocado fondo.
¿Cuáles han sido los sectores más impactados?
El estallido de la burbuja financiera ha provocado el desplome de bolsas de valores, la quiebra de importantes empresas especuladoras (la llamada banca de inversión, que realmente no es la inversión productiva sino la inversión especulativa). Han quebrado algunos grandes bancos, se ha afectado el crédito a nivel global pues se ha vuelto más escaso y caro. Ha ocurrido un descenso de los precios de las materias primas y del petróleo. Empiezan a afectarse sectores de la economía real, como es el caso de la industria automovilística de Estados Unidos: las tres grandes, la General Motors, la Ford y la Crysler, están recibiendo ayuda del gobierno para evitar la quiebra. Han cerrado varias líneas aéreas, se han reducido los vuelos. Aumenta el desempleo, el turismo está viéndose afectado. Es decir, es un proceso en cascada, que puede llevar a una profundización muy grande de la crisis en el 2009.
Para algunos especialistas, esta es una crisis cíclica más del sistema capitalista, como las explicara Carlos Marx en el siglo XIX. Pero también se dice que la actual no es «una más», sino que, dadas las dimensiones impresionantes que ha alcanzado, es la expresión de la destrucción interna del capitalismo avanzado ¿cuál es su opinión?
Yo pienso que la actual es, indudablemente, una crisis cíclica del capitalismo. Una más, en el sentido de que el sistema desde 1825, fecha en que Marx registró la primera, ha sufrido centenares de crisis de este tipo. La crisis no es una anormalidad en el capitalismo, es una regularidad de él, incluso le es necesaria al sistema. El capitalismo tiene una peculiar lógica, pues necesita destruir fuerzas productivas para poder abrir paso a otra etapa de crecimiento económico. Sin embargo, la crisis actual sin duda alguna marca un momento de un deterioro muy profundo del sistema capitalista.
Me parece que puede llegar a profundizarse a extremos muy graves, pero no creo que por sí sola represente el final del sistema capitalista o su destrucción definitiva. Una de las cosas que Marx argumentó con mucha lucidez fue que el capitalismo no se derrumba por una crisis económica, al capitalismo hay que derrumbarlo, y eso es con acciones políticas.
Entonces, ¿usted está de acuerdo con lo que dijo Marx, y luego manifestaron Vladimir I. Lenin y Rosa de Luxemburgo, que a pesar del germen auto-destructor del capitalismo, hace falta revoluciones para derrumbarlo?
Por supuesto que sí. Creer que el capitalismo se va a derrumbar automáticamente, en virtud de una fuerza espontánea como una crisis económica, es una utopía. La crisis puede crear condiciones favorables para grandes movimientos políticos anticapitalistas. Si el arte de la política se sabe manejar y existe un liderazgo que aproveche las coyunturas, capaz de conducir a los pueblos, la crisis crea condiciones favorables porque genera mayor pobreza, desempleo, ruina en gran escala, desesperación en las masas.
En la historia, grandes crisis económicas estuvieron relacionadas con movimientos revolucionarios. Por ejemplo, en los años de la Primera Guerra Mundial hubo una crisis profunda del capitalismo de entonces, y relacionado con ello se produjo el triunfo de la primera revolución socialista de la historia en Rusia. Sin embargo, la crisis de los años 30, estuvo vinculada con el surgimiento del fascismo, puesto que en Alemania e Italia, la desesperación que en las masas provocó la crisis fue capitalizada por la derecha, y fueron conducidas hacia posiciones de extrema derecha, fascistas, chovinistas, ultranacionalistas.
Lo que quiero enfatizar con esto es que nada está escrito ineluctablemente en la historia, todo depende de la pericia, del arte de las fuerzas políticas que estén contendiendo. Dentro de las circunstancias actuales, creo que hay un razonable espacio para pensar en cambios: estamos en un momento a mi juicio favorable para que esta crisis se relacione con una radicalización de movimientos anticapitalistas.
Es una crisis cíclica más, pero es diferente ¿qué factores la distinguen?
Yo creo que son diferencias especialmente de contexto. Esta crisis es especialmente complicada porque complicada es la economía mundial de esta época, mucho más que la de 1929. En primer lugar, el nivel de globalización de la economía es enormemente superior, lo que se refiere al grado de interconexión que tienen las economías nacionales y que en 1929 era todavía incipiente, correspondiente a las tecnologías de la época, sobre todo en el transporte y las comunicaciones. En aquella época no había Internet, ni correo electrónico, ni aviación a reacción; se dependía del telégrafo, el teléfono era muy imperfecto todavía, y los aviones apenas empezaban a volar.
En estos momentos, la situación es muy distinta. La globalización es de tal naturaleza que cualquier suceso que ocurra en una economía de cierto peso repercute en minutos en el resto del mundo. Hay una gran interconexión de los mercados, especialmente de los mercados financieros a nivel global, y eso significa que la economía mundial es como una telaraña en la cual todos estamos prendidos, y un movimiento en cualquier parte de esa telaraña se siente inmediatamente en las otras partes. Por tanto, la capacidad de difusión de la crisis hoy es muchísimo más intensa que en 1929. Esa es la primera diferencia.
La segunda es un nivel de financierización de la economía mundial enormemente superior también. El monto del capital especulativo y la naturaleza de las acciones de ese capital son mucho más intensos que en 1929. En aquella época había bolsas de valores, pero su funcionamiento era mucho más simple. Hoy la especulación financiera alcanza una sofisticación inmensa, y esa sofisticación es a la vez uno de los puntos débiles, es decir, se hacen operaciones especulativas tan sofisticadas, riesgosas, irreales, y tan estafadoras, que han estado en la base de la explosión financiera que ha ocurrido.
Hasta el momento no se han tomado medidas lo suficientemente radicales para frenar la crisis, pero poco a poco vemos cómo el Estado, sobre todo en Estados Unidos, está interviniendo para evitar la quiebra de compañías, empresas…, con lo que toma un «protagonismo» que recuerda el keynesianismo utilizado por Franklin D. Roosevelt para salir de la crisis de los 30. Hoy se dice que un «neo-keynesianismo» será la alternativa…
En esencia eso es lo que están intentando: aplicar un cierto neo-keynesianismo que todavía se presenta muy difuso. Se ve en lo que ha anunciado el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, acerca de la realización de un gran plan de obras públicas con la cual pretenden reconstruir todo el sistema vial (carreteras, puentes, etc.). Ese es un muy típico recurso keynesiano para generar empleo e ingresos, y estimular la demanda. Pero al mismo tiempo eso se está combinando con otras cosas que son contradictorias, como el hecho de rescatar a los especuladores fracasados y destinar sumas de dinero gigantescas a recomponer la estructura especulativa que fracasó y se hundió.
Esto es contradictorio con el propio keynesianismo, y es la expresión clara de que los neoliberales continúan teniendo importantísimas posiciones de poder, de hecho, no han sido desplazados del poder todavía. Estamos ante una pugna entre un neoliberalismo que no se resigna a morir y un neo-keynesianismo que pretende establecerse.
Ahora, yo tengo muchas dudas de que el neo-keynesianismo, incluso aplicado con rigor, pueda ser la solución de esta crisis, puesto que esta crisis tiene ya otros componentes nuevos. Esta crisis combina elementos de superproducción y de subproducción al mismo tiempo; es una crisis que coincide con un punto tal de agresión al medio ambiente, que ya no es solo económica sino ambiental también, con lo cual ya está entrando en juego la supervivencia de la especie humana y la supervivencia de la condiciones para la vida humana en el planeta.
¿Quiere decir que, como ya ha sucedido, el keynesianismo será una solución temporal que sólo maquillará los problemas sin ir a su esencia?
Por supuesto. No se puede pensar que el keynesianismo y el neo-keynesianismo, constituyen una receta infalible para solucionar los problemas económicos del capitalismo. El capitalismo ha tenido grandes crisis con políticas neoliberales y con políticas keynesianas también. Del año 73 al 75 hubo una profunda crisis capitalista que ocurrió bajo políticas keynesianas, y fue justamente un factor impulsó a la sustitución de la política keynesiana por la política neoliberal.
No debemos creer esa falsa dicotomía de que el neoliberalismo impulsa la crisis y el keynesianismo la resuelve. Sencillamente, el sistema es contradictorio y tiende periódicamente a las crisis económicas. Las políticas económicas, sean neoliberales o keynesianas, pueden facilitar, retardar, estimular, pero no son capaces de eliminar las crisis capitalistas.
Entonces queda una solución: el socialismo…
Sin dudas. Estoy más convencido que nunca de eso y pienso que hoy está planteado con mucha claridad el dilema de Rosa de Luxemburgo: «Socialismo o barbarie». No creo que la humanidad regrese a la barbarie, siquiera sea porque el instinto de conservación es el más fuerte de todos.
La condición racional creo que prevalecerá, y esa condición racional implica también el sentido de justicia social. Creo que prevalecerá la superación del capitalismo, y la puesta en práctica del socialismo creativo, el socialismo como una permanente búsqueda, lo cual no niega que el sistema tiene ciertos principios generales básicos comunes para todos los socialismos; pero a partir de ellos se abre un inmenso campo de experimentación, de polémica, de creación.
¿Y eso sería el socialismo del siglo XXI?
Creo que sí.
El presidente Rafael Correa, en su conferencia en el Aula Magna de la Universidad de La Habana en enero de este año, explicó que uno de los problemas del socialismo era haber conservado un modelo de desarrollo igual al capitalismo; es decir, un camino diferente y más justo para llegar a lo mismo: Producto Interno Bruto, industrialización, acumulación, ¿qué cree usted sobre esto?
Eso es algo muy bien planteado por Correa. El socialismo de los países del Campo Socialista repitió el modelo de desarrollo del capitalismo, en el sentido de concebirlo como un resultado cuantitativo de crecimiento de fuerzas productivas. Así se establecía una competencia puramente cuantitativa con el capitalismo, y el desarrollo consistía en llegar a eso, sin darse cuenta de que el modelo de desarrollo capitalista es la estructuración de una sociedad de consumo imposible de concebir para toda la humanidad.
El planeta no lo resistiría. Es imposible repetir el modelo del automóvil individual para cada familia, el modelo de la sociedad norteamericana idílica, de la sociedad de Hollywood, absolutamente imposible, y es imposible también que esa siga siendo la realidad para una parte de los 250 millones de personas en Estados Unidos, y una enorme retaguardia de pobreza en el resto del mundo. Por tanto, es necesario concebir otro modelo de desarrollo en el cual haya una compatibilidad con el medio ambiente y un criterio mucho más colectivo de funcionamiento.
Aunque le escuché muchísimas cosas acertadas, hubo una que me parece desacertada. En su entrevista por televisión, cuando hablaba de ese socialismo del siglo XXI, con el yo estoy totalmente de acuerdo, se refirió a cosas que estarían obsoletas y que hay que desechar. Entre ellas, mencionaba la lucha de clases, y creo que lo que él explicaba en su conferencia en el Aula Magna sobre las luchas políticas que tiene frente a sí en Ecuador, lo que él está describiendo no es más que un episodio de la lucha de clases, en la cual el proyecto que él representa está inmerso.
¿Quiénes se oponen a ese proyecto? Sin duda alguna, la oligarquía, la burguesía. ¿En quién se puede apoyar él para oponerse a esos enemigos? En los trabajadores, los campesinos, los indígenas. No estoy pensado en una delimitación clasista estrecha y clásica, sino en la existencia indudable de clases sociales entendidas en un sentido amplio, y la lucha de ellas es algo innegable, evidente. Si negamos la lucha de clases, entonces, ¿qué nos quedaría? ¿la colaboración de clases? No creo que se pueda marchar al socialismo del siglo XXI en Ecuador con al colaboración de Gustavo Novoa, o con ese sector de la iglesia católica y todos los que hoy tratan de derrocarlo.
En el mundo se han creado muchas expectativas en torno a la nueva presidencia de Barack Obama en Estados Unidos, ¿qué papel puede jugar la gestión de su gobierno para la salida de la crisis?
Yo no tengo muchas esperanzas de cambio con el gobierno de Barack Obama, creo que puede representar un cierto cambio más cosmético que profundo en la política norteamericana. A mi juicio, él representa la posición de un sector político de Estados Unidos que comprendió que era imposible continuar con un régimen tan impopular, desgastado y desagradable como el de George Bush. No obstante, hay un factor que debemos tener en cuenta, y concederle al menos el beneficio de la duda: una cosa pueden ser las ideas de Obama y otra cosa puede ser hasta dónde la profundidad de la crisis económica pueda empujarlo. Y utilizo otra vez como recurso volver a los años treinta.
En 1932, en plena intensidad de la crisis, llegó a la presidencia Franklin D. Roosevelt, y las ideas de su plataforma electoral en realidad no eran nada extraordinarias, no hubo planteamientos que permitieran adivinar lo que en la práctica haría: su política de activa intervención del estado en la economía, de apoyarse en el sector sindical, de regular la economía privada norteamericana con un sentido de economía nacional.
Todas las medidas que tomó Roosevelt fueron más el resultado de lo que la crisis le obligó a hacer, que de una filosofía política que a priori tuviera. Algo similar pudiera ocurrir con Obama, hay que darle el beneficio de la duda para ver hasta dónde la crisis lo puede empujar.
En las últimas semanas se ha hablado sobre el papel de la integración latinoamericana en el enfrentamiento a la crisis, y aunque la integración se encuentra en proceso de conformación, ha habido cambios a niveles estructurales que se han ido concretando. Entonces, ¿cómo la integración nos puede ayudar a enfrentar la crisis como región y como país?
Yo creo que un aspecto estratégico decisivo del futuro de América Latina y el Caribe es la integración, por supuesto, no como apéndice subordinado a Estados Unidos, sino la integración de América Latina y el Caribe consigo misma. Lo que ha primado en la integración latinoamericana durante décadas ha sido la retórica y no la práctica. Ahora estamos asistiendo a los inicios de un nuevo momento marcado especialmente por la Cumbre de Salvador de Bahía, efectuada en diciembre pasado, y en la que Cuba ingresó al Grupo de Río. También tenemos la Alternativa Bolivariana para las Américas, un nuevo modelo integración basado en la solidaridad y la cooperación, no en el mercado.
Esta situación coincide con la gran crisis que obliga a América Latina a repensar toda su inserción en la economía mundial. Coincide además con la profunda crisis de la política neoliberal que determinó todo en América Latina en los últimos 30 años. Es un gran momento, y pienso que hay un razonable grado de posibilidad de que la verdadera integración latinoamericana y caribeña comience a dar pasos firmes.
Una de las cosas que algunos autores señalan es que tras esta gran crisis económica, la economía mundial quede estructurada en grandes bloques regionales: uno en Asia, otro que seguirá existiendo en América del Norte y uno nuevo conformado en América Latina. Esa es una posibilidad muy interesante.
*La autora es estudiante de Periodismo de la Universidad de La Habana.