No hay mal que por bien no venga. Las consecuencias del colapso del sistema financiero internacional se van a sentir con fuerza en la economía real de los países latinoamericanos en forma de caídas de la actividad, de la inversión y el empleo, pero también se van a llevar por delante las políticas neoliberales impuestas […]
No hay mal que por bien no venga. Las consecuencias del colapso del sistema financiero internacional se van a sentir con fuerza en la economía real de los países latinoamericanos en forma de caídas de la actividad, de la inversión y el empleo, pero también se van a llevar por delante las políticas neoliberales impuestas a la fuerza por las grandes instituciones financieras controladas por Washington -El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial- que arruinaron estos países en beneficio de las multinacionales.
En efecto, esas instituciones financieras, creadas a partir de la Segunda Guerra Mundial para fomentar el desarrollo económico de los países del llamado Tercer Mundo, lo que hicieron en realidad fue fomentar la dependencia, imponiendo, a cambio de préstamos leoninos, un programa de privatizaciones y ajustes estructurales -mientras EEUU se endeudaba sin límites- que consistió básicamente en adelgazar hasta la anorexia a los Estados para darle a los mercados el control de las economías nacionales, un programa que en pleno auge de esa dictadura financiera se atrevieron a llamar Consenso de Washington.
Mediante el chantaje económico, la corrupción institucional y, cuando fue necesario, la represión de los gobiernos títeres apoyados por EEUU, todo fue mercadeado -la salud, las pensiones, el agua, las comunicaciones y los recursos energéticos-, todo fue puesto en almoneda en beneficio del capital transnacional mientras cada país se quedaba sin nada, sin empresas, sin servicios públicos y sin sectores estratégicos, provocando fracturas sociales sin precedentes que explican la llegada al poder de nuevos líderes en los últimos años.
Con el neoliberalismo ahora moribundo, sin embargo, la ruptura histórica latinoamericana con ese régimen de saqueo no va a ser igual en todos los países, lo que viene determinado por la vinculación de los distintos gobiernos a Washington. Así, países como México o Chile, atados a las privatizaciones, a las instituciones financieras internacionales y a tratados de libre comercio con EEUU tienen limitado su margen de maniobra, un margen que en el caso de Chile está creando ya graves problemas a cerca de 8 millones de chilenos con los fondos privados de pensiones afectados por las quiebras bancarias, mientras en México la crisis se traducirá en la brusca caída de las remesas enviadas por los emigrantes y en la bajada de los ingresos petroleros, lo que, para un país que vive principalmente de esas dos partidas, tendrá importantes efectos socioeconómicos.
En una situación muy distinta se encuentran países como Cuba, Venezuela o Brasil. Cuba puede verse beneficiada por la apertura de relaciones con el vecino del norte tras la victoria de Obama; en el caso de Venezuela, la situación es favorable porque, desde la llegada de Chávez, el país se ha ido desenganchando de las instituciones financieras norteamericanas; y Brasil dispone de más de 200.000 millones de dólares de reservas, tiene un fuerte mercado interno y va a seguir promoviendo una intensa política de infraestructuras, petrolera y alimentaria, al servicio del desarrollo nacional.
El Brasil de Lula se va a convertir en el eje de la nueva América Latina, aunque, sin duda, a costa de tensiones con sus vecinos, unas tensiones con Argentina por razones económicas y que serán políticas con Venezuela por los ritmos y la intensidad del proceso de integración que Chávez intenta empujar a marchas forzadas apoyándose en el Mercosur, el ALBA y el Banco del Sur, a la vez que promueve el llamado socialismo del siglo XXI.
Sin embargo, las lecciones históricas de una América Latina desunida durante la anterior crisis de 1929 o sometida al neoliberalismo deben ser aprendidas de una vez por todas. Del desastre del 29 algunos países hermanos pudieron recuperarse con políticas nacionalizadoras de los recursos estratégicos -por ejemplo, Lázaro Cárdenas nacionalizó el petróleo en México- y de sustitución de importaciones para desarrollar el mercado interno, políticas que después se llevó por delante el neoliberalismo impuesto por Washington.
Ahora hay gobiernos -en Bolivia, Venezuela, Ecuador- que, apoyados por las grandes mayorías, defienden activamente esa integración, que ya no van a poder ser tumbados por las intrigas norteamericanas, que van a pasar de ser descalificados como populistas a ser populares, gobiernos que están comprometidos en sacar adelante un nuevo andamiaje institucional para defender la riqueza de sus recursos y el progreso de sus gentes.
Es la hora de la integración en América Latina, es la hora de la definitiva independencia, es la hora de la construcción de una economía social que anteponga lo público a lo privado y los intereses generales a los de los capitales, para que nunca más vuelva a pasar lo que pasó, por ejemplo, en Chile o Argentina con la implantación a sangre y fuego de las dictaduras neoliberales, lo que pasó en México con el desastre financiero de 1994, lo que pasa en Colombia con la guerra «incivil», lo que, en una palabra, ha venido pasando en los años negros del neoliberalismo.
Porque, después de la implosión del capitalismo financiero y del macro rescate internacional, las grandes potencias pueden repetir a gran escala, si nadie lo remedia, la experiencia mexicana de recuperar el sistema en quiebra con el dinero de los contribuyentes drenando en beneficio privado los recursos públicos, pueden volver a las andadas de la globalización financiera maquillada, pueden pasar del neoliberalismo al neocapitalismo.
América Latina no puede perder esta gran oportunidad histórica de construir para el bienestar y el progreso de sus pueblos la Patria Grande con la que soñaron sus libertadores.
Germán Ojeda es profesor titulas de Historia Económica de España y América de la Universidad de Oviedo