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La crítica de cine hoy día

Fuentes: Rebelión

Supongo que es hora de enfrentarse a ese artículo que me ronda desde hace algunas semanas y que nunca querría escribir un crítico de cine: aquel que reflexiona sobre la inutilidad que hoy día tiene la labor de crítico cinematográfico. Dos han sido las noticias que me han llevado definitivamente a encaramarme al papel: el […]

Supongo que es hora de enfrentarse a ese artículo que me ronda desde hace algunas semanas y que nunca querría escribir un crítico de cine: aquel que reflexiona sobre la inutilidad que hoy día tiene la labor de crítico cinematográfico.

Dos han sido las noticias que me han llevado definitivamente a encaramarme al papel: el anuncio de la crisis taquillera más importante de los últimos 30 años en Hollywood, y las humillaciones sufridas por los críticos de todo el mundo durante los pases de prensa de «La guerra de los mundos» de S. Spielberg.

La tesis de partida es clara: la crítica cinematográfica, en este principio de siglo, se ha convertido en una actividad desprestigiada por la opinión pública y marginada de los ámbitos de consumo por los grandes emporios de la comunicación. Analicemos los motivos de este óbito y las funestas consecuencias que está teniendo para el arte cinematográfico.

Dentro del conjunto de causas que han minado la influencia del oficio de crítico de cine a lo largo de estas dos últimas décadas está, sin duda, la nueva correlación de las fuerzas productivas existentes en lo que se ha venido a llamar amablemente neocapitalismo. Sin duda, un intento patético por defender el sistema capitalista ante la opinión pública, como si el neocapitalismo fuese un hijo bastardo concebido fuera de las leyes aceptadas de la explotación capitalista.

No hace falta ser un sesudo economista para concluir que los gobiernos socialdemócratas no sólo no han sabido controlar los desmanes del mercado, sino que, de un tiempo a esta parte, han orquestado fuertes procesos liberalizadores que han generado enormes oligopolios empresariales introduciendo en el ciudadano una enorme sensación de indefensión ante cualquiera de sus abusos.

Puede constatarse pues, que el neocapitalismo es la constatación evidente de que no hay nada más cobarde que el capital y los capitalistas, y que el sueño dorado de éstos sigue siendo eliminar cualquier competencia y crítica sobre sus productos. Sólo hay que echar un vistazo a la falsa sensación de competencia existente en los mercados que realmente son importantes para el control de una sociedad: las telecomunicaciones, los hidrocarburos, el suelo… ¿Es qué alguien no piensa que Movistar, Vodafone, o Amena pactan sus precios? ¿Es qué alguien duda de que Repsol, British Petroleum, Galp o la Shell no los amañan tamién? ¿O alguien deja de sorprenderse de que haya tres inmobiliarias que muevan todo el mercado del suelo?
 
Es evidente que en los sectores con gran volumen de negocio, sus responsables necesitan crear monopolios privados bajo la falsa apariencia de desarrollar un mercado abierto y libre cara al consumidor. Como todo sabemos, la industria del entretenimiento, como la llaman los norteamericanos, es junto con la de las armas y el automóvil una de las más beneficiosas para EE.UU y el resto de los llamados países desarrollados.

Por eso, las principales empresas productivas del sector: productoras, distribuidoras y exhibidoras, han ido realizando, a lo largo de las últimas décadas, acuerdos «por arriba» para crear monopolios que les han permitido eliminar cualquier competencia molesta que les haya podido ir surgiendo. Si controlas el mercado controlas quien entra y quien no.

Echa esta superficial, pero necesaria introducción al funcionamiento del sistema capitalista, el crítico cinematográfico se nos aparecía como un enemigo potencial del empresariado cinematográfico, pues se dedicaba a analizar, a menudo no de forma laudatoria, las películas que éstos realizaban. Por eso, no parece muy difícil entender que la critica cinematográfica solía jugar un papel molesto para los poseedores de los medios de producción cinematográficos. Para colmo de males, la vorágine recaudatoria de estas empresas solía y suele pasar por alto la propia mediocridad de sus películas a las que siempre presentan ante la opinión pública como obras maestras incontestables, como el mejor trabajo de tal o cual actor, o como el no va más en cuanto a interés y genialidad de su director.

No hace falta ser un espectador cinematográfico muy constante para coincidir de forma aceptablemente amplia sobre que el noventa y nueve por ciento de las películas que se estrenan a lo largo de un año son pura basura, que un uno por ciento son apuestas interesantes, y que cada diez años nos encontramos con cuatro o cinco obras rotundas, maestras, de glorioso visionado.

Este análisis crítico de la realidad cinematográfica no podía calar entre los espectadores, ya que, en las cortas mentes de los amos y señores del cines, desinflaría el mercado y acarrearía importantes pérdidas para los monopolios. La estrategia de éstos fue tajante: desgastar a los críticos honrados (tan duros con la basura cinematográfica como apasionados por las buenas películas) para aislarlos de la opinión pública, y dejarlos recluidos en espacios de expresión situados al margen del sistema.

Esta forma de actuar no deja de ser una muestra más de que además, los capitalistas más necios están en el cine. No recuerdo haber leído jamás una crítica en la que se incitase a los espectadores a abandonar las salas de cine, todo lo contrario, cualquier crítico medianamente presentable, aunque pudiese hacer polvo algún título concreto, se esforzaba en estimular en el espectador la búsqueda en la cartelera de sus propuestas más interesantes. En términos económicos pienso que esto significa aumentar los beneficios a medio y largo plazo. Evidentemente cuanto más capacidad de análisis y juicio tiene un espectador cinematográfico sobre lo que ve, más disfruta de las pequeñas satisfacciones de la cartelera., y eso significa elevar la venta de entradas, del cine empaquetado, de libros y revistas, del merchandising propio etc.

Lo que ocurre es que los empresarios cinematográficos prefirieron hacer dinero con películas estúpidas insertándolas en una franja de edad de público infantilizado (14 a 30 años) que utilizaba, y sigue utilizando, el cine como un espacio de encuentro con los colegas sin darle demasiada importancia a la calidad de las películas. Nuestros arriesgados y esforzados empresarios apostaron por fidelizar un grupo de edad poseedor de una fuerte capacidad consumista a la par que una nula  capacidad crítica. Los grandes complejos de ocio en los que se encuentran insertadas la mayoría de las salas de cine actuales son el ejemplo más monstruoso de esta estrategia comercial.

Por tanto, puede concluirse que nuestros aventureros empresarios, esos que dicen jugarse sus vidas en el sueño del cine, no están formando amantes del cine, sino ejércitos de zombies consumistas a los que solamente se les enseña a sacar dinero en frente de cada mostrador. Y curiosamente, parece que la estrategia se les está volviendo, en parte, en contra. En el periódico «El Pais» (27-06-05) podía leerse el siguiente titular: «Hollywood atraviesa su peor crisis de taquilla en 30 años». La noticia continúa afirmando que el descenso de las recaudaciones en taquillas es brutal, y que la gran parte de los espectadores prefiere ver el cine en casa.

El problema con el que se están encontrando los empresarios es que, al no haber potenciado el análisis y disfrute reflexivo del cine, se enfrentan ahora con un público que ya ha sobrepasado los treinta, y al que acudir a las salas de cine les parece propio de adolescentes. Estos espectadores prefieren consumir el cine en casa, empaquetado o bajado de internet, en unas condiciones de calidad, a menudo, ínfimas, con copias grabadas en las propias salas, sin respetar formatos, fotografías, bandas sonoras ni idiomas originales. Esos mismos empresarios que dicen rasgarse las vestiduras ante las pérdidas de la piratería, son los responsables, debido al desprecio que de han demostrado a lo largo de estas dos últimas décadas por el cine de calidad, de que hoy sus películas sean pisoteadas en los top mantas.

Lo más triste de la antes mencionada estrategia de desprestigio respecto al oficio del crítico, es que muchos cineastas cobardes entraron al trapo de la patronal cinematográfica y no se cansaron de presentar a al crítico cinematográfico como un profesional inútil y amargado, a menudo, con la falacia que todo crítico era un cineasta frustrado.

Sin obviar que gran parte de la culpa de la pérdida de interés de los espectadores por la crítica cinematográfica la tenemos los propios críticos por haber generado una elitización de nuestros textos, y por haber mantenido a nuestro alrededor un apenas disimulado desprecio por quienes no formaban parte de nuestro «círculo», también es innegable que, junto a estos críticos de salón, durante los años sesenta y setenta, verdadera época dorada de la actividad, existieron muchos compañeros que sentaron las bases del análisis cinematográfico tal y como hoy día lo conocemos.

En un país que adolece absolutamente de un programa educativo cinematográfico, los empresarios han tenido vía libre para realizar películas estúpidas dirigidas a una masa de espectadores infantilizados que acuden solamente a aquellos títulos que vienen avalados por impresionantes campañas publicitarias. A lo largo de la década de los ochenta y noventa, la crítica cinematográfica fue sustituida, poco a poco, por la promoción publicitaria, más o menos encubierta. Hoy día, no hay más que deambular por las páginas de las publicaciones más influyentes: «Fotogramas», «Cinemanía», o los suplementos de «El País» y «El Mundo» para comprobar como, año tras años, los textos críticos han  dejado paso a los reportajes, los anuncios publicitarios, las entrevistas edulcoradas y el merchandising más insólito. Las publicaciones que no entraron en el juego del monopolio, o han cerrado, o están en los márgenes del sistema con una influencia casi nula entre la opinión pública.

Para comprender mejor la inexistencia de una crítica cinematográfica sólida y estable, acerquémonos la realidad empresarial actual en la que los pseudocríticos tienen que desarrollar su labor. Si tomamos como  ejemplo el monopolio mediático de PRISA, no nos hace falta estar muy conectados al mundo audiovisual para saber que PRISA no sólo es una sociedad promotora de informaciones, entre ellas las cinematográficas a través de la revista «Cinemanía» o el periódico «El País», sino que también, a través de la filial SOGECINE, produce películas, y a través de SOGEPAQ, las distribuye, y que para colmo, a través de Digital+ y Localia TV, las exhibe. Como es imaginable, los consorcios capitalistas  propiciaron que fuese imposible la existencia de una independencia suficiente para que el crítico pudiese ejercer con libertad su trabajo, máxime, si muchas veces éste consistía en criticar películas que  producía, distribuía o exhibía tu propia empresa, con unas fuertes inversiones económicas..

Para finalizar, y manteniendo la opinión de que crítica cinematográfica es a hoy día inútil, y que los pseudocríticos gacetilleros funcionan más como pistoleros a sueldo que como analistas, resulta asombroso como ni así, el neocapitalismo está satisfecho. Prueba de ello es la vergonzosa noticia que aparecía en el diario «El País» (24/06/05) referida a la protesta que la asociación de críticos alemanes había expresado a la distribuidora UIP por las restricciones impuestas en el visionado de «La guerra de los mundos», la última tontería hollywoodiense de Spielberg y Cruise. En ella se comentaba que, bajo las apariencias de intentar que la cinta no cayese en manos de la piratería, se habían extremado las medidas de seguridad hacia los críticos con cacheos y registros intolerables. Pero, a parte de la criminalización del propio espectador cinematográfico, lo más grave es que a los propios críticos fueron obligados por la distribuidora UIP, un verdadero sindicato del crimen cinematográfico, a firmar un documento por el cual se comprometían a no emitir ninguna crítica hasta el día del estreno de la película.

Por si aún quedasen epígonos del capital y sus «ismos», se trata de un ejemplo más en el que las empresas valedoras del gran capital, en este caso las majors norteamericanas, no tiemblan ni un momento en pisotear los derechos fundamentales de la ciudadanía, en este caso, la libertad de prensa y de crítica. ¿Qué les debemos nosotros a los señores Spielberg y Cruise, y a la UIP para permitir que nos humillen de este modo?

Creo que la lenta recuperación de la dignidad del crítico cinematográfico comenzaría por plantarles cara a todo lo que estos gángsteres de sonrisa fácil y gorrita deportiva representan.