La crisis del sistema capitalista se manifiesta de numerosas formas a lo largo y ancho del planeta. Una de esas manifestaciones es el hambre y la desnutrición que aqueja a buena parte de la humanidad. En un país como Brasil, de un total de 150 millones de habitantes, 32 millones de personas pasan hambre todos […]
La crisis del sistema capitalista se manifiesta de numerosas formas a lo largo y ancho del planeta. Una de esas manifestaciones es el hambre y la desnutrición que aqueja a buena parte de la humanidad. En un país como Brasil, de un total de 150 millones de habitantes, 32 millones de personas pasan hambre todos los días. Otros 65 millones, según la Organización Mundial de Salud, se alimentan por debajo de las necesidades mínimas. Cada minuto mueren 17 personas de hambre en el planeta.
Esto no es consecuencia de la escasez mundial de productos ni de la baja productividad del trabajo agrícola en el planeta (como podía suceder en otras épocas, donde el modo de producción imperante, esclavista o feudal no permitía alimentar a la población debido al bajo nivel de la productividad del trabajo humano). Muy al contrario. Existe sobreproducción (concentrada en los países capitalistas más avanzados) que tiene por consecuencia que los precios de las materias primas y en especial el de los productos agrícolas se desplomen a escala mundial. Desde 1997 el precio de las materias primas ha caído un 17% en términos reales y 24% en dólares actuales. No hay escasez de alimentos: son tan abundantes y la productividad de la tierra de los países avanzados es tan alta, fruto de la tecnificación del campo, que los beneficios de las multinacionales que controlan la distribución y producción de estos productos solo pueden mantenerse frente a los competidores a costa de aumentar la escala de la producción agrícola mundial y vender a precios bajos, para desplazar a sus competidores. Esto conlleva la ruina de la producción agrícola de los países más atrasados cuya agricultura no puede competir con las trasnacionales.
Pongamos el ejemplo del café. Cerca de 150 millones de personas viven de su cultivo fundamentalmente en Africa y América Latina. La organización Intermón Oxfam denunció que los pequeños productores de café sólo reciben un 1% del precio de una taza en Occidente, mientras que los beneficios obtenidos por Nestlé y Kraft Suchard se incrementaron en 2002 entre un 13% y un 80% sobre el beneficio del ejercicio anterior. ¿La causa? el precio del grano de café cayó un 70% desde el año 1997.
Y no tan sólo ha sido el café. Los precios de bebidas de origen tropical, entre ellas el té, se redujeron 55%. Otros productos agrícolas cayeron 30%. Según la ONU, en la práctica los precios actuales son comparables en dólares a los de principios de los años 70. Esto supone un trasvase gigantesco de riqueza, dirigido hacia las transnacionales. Siguiendo con el ejemplo del café, a finales de los años 80 las naciones productoras de café recibían entre 10.000 y 12.000 millones de dólares del mercado minorista de café de Estados Unidos, valorado entonces en 30.000 millones de dólares. Ahora, mientras las ventas minoristas de café exceden los 70.000 millones de dólares por año, los productores sólo perciben 5.500 millones.
Esta situación afecta a todo el sector agrícola, en especial al de los países más atrasados como Venezuela. La solución que proponen los imperialistas es ‘abrir los mercados a la competencia’; esto no es sino un mero engaño para copar los mercados de otros países. Mientras, tanto la UE y Estados Unidos son feroces proteccionistas de su sector agrícola, que subvencionan generosamente. En junio de este año, el presidente de Estados Unidos George W. Bush promulgó una ley agrícola que supone 180.000 millones de dólares en subsidios a los agricultores estadounidenses. Los azucareros estadounidenses han recibido en promedio por el producto, desde mediados de los años 80, un precio 2,6 veces superior al valor del mercado mundial.
Venezuela no escapa a las leyes del mercado mundial
Venezuela está inmersa en el mercado mundial, y por lo tanto sujeta a sus leyes. Como hemos visto más arriba, en la época actual de decadencia imperialista del capitalismo, las compañías trasnacionales dominan completamente ese mercado e imponen su ley. Esto hace que la inversión productiva en agricultura en Venezuela sea poco rentable para la burguesía nacional, por ejemplo entre 1988 y 1993 la rentabilidad de la producción agrícola nacional disminuyó un 3%.
La causa fundamental del hambre y la desnutrición en Latinoamérica y Venezuela reside en el modo de producción capitalista y la existencia del Estado nacional. La clase que domina la sociedad, la burguesía, no invierte en ninguna rama productiva, incluida la agricultura. Incapaz de competir en el mercado mundial, incapaz siquiera de mantener su mercado interno, no es más que mero testaferro de los imperialistas. La burguesía venezolana al igual que sus hermanas en el resto de América Latina ha llegado demasiado tarde en la escena mundial para cumplir sus tareas históricas. En un mercado mundial en contracción, dominado por las trasnacionales estadounidenses y europeas, la burguesía es incapaz de desarrollar en líneas modernas y avanzadas el país, acabar con la distribución desigual de la tierra y la independencia no tan sólo nominal, sino real del país del imperialismo.
Esto hace que en el caso venezolano al igual que en otros países, la productividad de la tierra sea muy baja y la producción insuficiente. Durante el período 1988-1992 la producción nacional agrícola por habitante, medida en calorías, disminuyó a una tasa promedio del 6%. Pongamos como ejemplo la evolución de la producción agrícola de dos rubros de amplio consumo: el maíz y la caraota en el periodo 88-99.
En 1988-90, la producción de maíz fue descendiendo de 1.281.370 toneladas en 1988, a 1.166.732 toneladas en 1995 y a 1.024.435 en el 99. La misma caída se dio en la producción de Caraota que pasó en el mismo período de 31.376 de toneladas en 1988 a 19.677 en 1995. En 1999 fue de 18.627 toneladas. Estos datos de caída de la producción agrícola se agravan con el hecho de que la población venezolana paso de 20 millones en 1990 a 24 millones en 2000. Es decir, mientras era necesario aumentar la producción agrícola por el aumento de población ésta se fue reduciendo.
Un caso curioso es la evolución del número de cabezas de ganado y la producción lechera del país. El número de cabezas de ganado bovino paso de 1.798.268 en 1988 a 1.960.794 en 1995 y 2.262.517 en el 99, es decir, aumentó en este período. Por lo tanto, la cantidad de leche producida teóricamente debería subir; sin embargo, no es así. En el 88 fue de 1.715.427 (en miles de litros) en el 95, 1.370.932 y en el 99 cayó a 1.311.205. ¿Como es posible esto? La producción de leche exige una industria suplementaria de mantenimiento y refrigeración y eso exige inversión que los capitalistas no están dispuestos a hacer en un negocio poco rentable. Todo ello a costa de los niños venezolanos.
Todo esto empuja a que, en la actualidad, cerca del 70% de los alimentos que se consumen se tengan que importar. Se estima que cerca del 76% de la disponibilidad energética (alimenticia) por individuo es importada. Por ejemplo, cada trimestre se importan 14.000 toneladas de caraotas negras y otros granos que no se producen en el país como lentejas, arvejas verdes partidas, caraotas rojas y blancas.
Al mismo tiempo la importación y la carestía nacional de alimentos hacen que los especuladores inflen los precios. Por ejemplo, el costo de la canasta básica para una familia de cinco miembros supera el salario mínimo, 168 dólares mensuales. La consecuencia es que en Venezuela, con más de 25 millones de habitantes, padece hambre el 18% de la población (4,5 millones de personas) con una deficiencia por persona de 200 calorías diarias. El 13% de los menores de dos años está desnutrido, así como una cuarta parte de los niños entre 2 y 14 años. El 12% de los mayores de 15 años son personas con déficit nutricional. Recientemente se informaba en la prensa nacional que de acuerdo con un estudio realizado en 1.741 niños en edad preescolar de las parroquias Catia La Mar, Raúl Leoni, Soublette y Carayaca (estado Vargas) el 56,8% de los infantes presentan malnutrición. De ellos el 35,5% sufre de desnutrición y al 21,3% de los niños les afecta el sobrepeso debido a una dieta mal balanceada (todo ellos agravado por las inundaciones que arrasaron la zona hace 5 años).
Si Venezuela sigue bajo el capitalismo no se podrá acabar con el hambre
El Gobierno Bolivariano está realizando un gran esfuerzo por revertir esta situación. Para ello aprobó la Ley de Tierras, que contó con la oposición feroz de la oligarquía y fue uno de los factores que les impulsó a dar el golpe de estado de abril de 2002. Según el censo agrícola de 1998, el 5% de los propietarios agrícolas acaparan el 75% de las tierras agrícolas del país, la mayor parte ociosas. Mientras que el 75% de los propietarios agrícolas se ven obligados a repartirse sólo el 6% de las tierras. Como dijo el presidente Chávez ‘El reparto de las tierras entre el campesinado está siendo una prioridad en donde haya latifundio, donde haya tierra ociosa, debe llegar la mano del Estado, a través del Ministerio de Agricultura y el Instituto de Tierras’.
Otra misiones, como la Mercal, supone un claro desahogo a las familias más humildes. Con el programa ‘Máxima protección’ se entrega una merienda y un almuerzo balanceados seis veces por semana a las personas más necesitadas de los barrios.
La ingesta de alimentos así como que éstos estén balanceados, está ligada a la renta disponible. Acabar con el hambre y la desnutrición es profundizar en el camino de la política social del gobierno que está entrando y entrará más en contradicción con el sistema capitalista que impera en Venezuela.
Expropiar el latifundio es también expropiar a los grandes capitalistas que son también los propietarios y estos últimos están presentando una gran resistencia. El propietario de latifundio ocioso es el gemelo del capitalista rentista y parásito que caracteriza a la oligarquía venezolana. De hecho muchas veces suelen ser el mismo individuo. Explotar la tierra ociosa de propiedad estatal exige luchar contra los burócratas e intereses que hacen que no se exploten. Introducir maquinaria a gran escala y los últimos tipos de explotación exige coordinación y planificación entre la industria que sigue siendo privada y los agricultores.
Al mismo tiempo el problema alimentario no se puede resolver dentro de las fronteras nacionales venezolanas. No se trata de crear un autarquía alimentaría, sino todo lo contrario, implementar de un modo armónico y equilibrado la industria y las explotaciones agrícola del conjunto de los pases de América Latina e integrarlas para satisfacer las necesidades de la mayoría de la población. Para ello hay que romper con los dos frenos, las dos camisas de fuerza a ese desarrollo: la existencia de los Estados nacionales y la propiedad privada de los medios de producción y el latifundio, en definitiva el sistema capitalista que somete a la mayoría de la población latinoamericana al hambre y la miseria. Tal como dijo el Presidente Chávez recientemente en Estado Táchira ‘La batalla contra la miseria, la batalla contra la pobreza es el principal desafío que tenemos nosotros por delante y para nosotros poder derrotar la miseria en Venezuela necesitamos transformar el modelo económico en Venezuela, sino no vamos a poder hacerlo, sería mentira y el modelo económico nefasto que tenemos que transformar se llama El Capitalismo, en el marco del capitalismo es imposible solucionar los grandes desafíos de la pobreza, de la miseria, de la explotación, de la desigualdad.’
Maikel Moreno (EL MILITANTE)