Nacieron entre 1980 y 1990, comenzaron sus carreras profesionales en medio de la crisis financiera de 2008 a 2014, donde ya experimentaron una caída de sus salarios por hora trabajada de hasta un 13% respecto de los previos a la crisis, sufrieron un desempleo que llegó a alcanzar, en lo peor del ajuste económico, un 55%, y este año se enfrentan a una situación de vulnerabilidad social que es inaudita para otras generaciones.
De acuerdo con los estudios desarrollados por el centro de política económica de ESADE, la brecha de rentas existente entre esta generación y la inmediatamente anterior alcanza los 12.000 euros, medidos en términos de salario mediano, a igual edad: los trabajadores que hoy tienen 30 años cobran 12.000 euros anuales menos de lo que cobraba la generación X a su misma edad.
Sus salarios de entrada en el mercado laboral son en promedio menores que la pensión media, y todo indica que, cuando les llegue la hora de jubilarse, el sistema habrá cambiado sustancialmente, y no necesariamente para mejor. Aunque son la generación con más formación -situación lógica pues generación tras generación la cualificación mejora- sus perspectivas laborales están seriamente amenazadas por la revolución digital y la automatización, que está contribuyendo a generar un mercado de trabajo polarizado entre puestos altamente cualificados y puestos con bajos salarios. La dualidad de nuestro mercado laboral se ceba con ellos: soportan una tasa de temporalidad mucho más alta que la del resto de trabajadores, alcanzado el 72% del total de las personas contratadas en esa franja de edad. En consecuencia su tasa de pobreza, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística, alcanzó en 2019 el 26,7%, seis puntos por encima de la tasa total de la población, y sólo por encima de la tasa de pobreza infantil.
La pandemia no les ha castigado en términos sanitarios, pero sí sociales: de acuerdo con un estudio presentado en octubre por parte del Consejo de la Juventud de España y del Instituto de la Juventud, la tasa de actividad entre los menores de 30 años bajó, por primera vez, del 50% de la población y uno de cada tres ha temido perder su empleo debido a la misma. Sus modelos de ocio se han visto profundamente trastocados y los que continuaban en sus estudios se han visto obligados a modificar, no siempre con acierto, los métodos para lograr completar su proceso formativo.
No son buenas las perspectivas para la generación que deberá alcanzar su madurez profesional y personal a lo largo de la década que ahora comenzamos. La década del Next Generation Europe puede ser la década en la que toda una generación de españoles se descuelgue definitivamente del país, con los efectos políticos, sociales y económicos que esto puede llevar consigo. Todas las generaciones han tenido comienzos difíciles: la generación de postguerra se enfrentó a un país arrasado por la Guerra Civil, tuvo que emigrar masivamente y sufrió durante décadas un régimen represivo tanto en términos políticos como socioeconómicos: España recibió préstamos del Banco mundial hasta un reciente 1977, lo cual significa que una gran parte de esa generación vivió su vida en un país en vías de desarrollo. La Generación X se enfrentó en los años noventa a un alto desempleo juvenil y a la precarización de las empresas de trabajo temporal, antes de vivir el boom de principios de siglo. Pero las trayectorias ascendentes de estas generaciones no se vislumbran para los millennials. Son numerosos los informes demoscópicos que señalan que la generación millenial piensa que será la primera que viva peor que sus padres.
En una obra estremecedora, Muertes por desesperación, Anne Case y Angus Deaton señalan el notable incremento de mortalidad de las clases trabajadoras industriales en Estados Unidos, buena parte de ellas provocadas por el abuso del alcohol, los antidepresivos, las depresiones y los suicidios. La ausencia de confianza en el futuro y la evidencia de las desigualdades persistentes es un camino que lleva a la apatía, la desesperación, la desconfianza y el resentimiento. España debe tomarse en serio el ejercicio de promover un modelo económico más inclusivo y que genere más oportunidades, como única alternativa viable a ofrecer un panorama de futuro sombrío socioeconómicamente hablando y peligroso en términos políticos. Los fondos del programa Next Generation deberían hacer honor a su nombre y focalizarse particularmente en los que ahora tienen peores perspectivas, en los que más están sufriendo las consecuencias de dos crisis prácticamente consecutivas, en definitiva, en su próxima generación.
Si no cambiamos rápidamente de rumbo, igual que vivimos los 30 gloriosos tras la segunda guerra mundial, podemos terminar calificando a esta era como la era de los 30 desastrosos, condenando a toda una generación a pagar las consecuencias de los excesos de un mundo que se gestó cuando apenas comenzaban a aprender a leer y escribir y que, como acertadamente señala Ramón González Ferriz, no tuvo en cuenta que los espejismos de los años 90 no eran sino la trampa del optimismo.
Fuente: https://economistasfrentealacrisis.com/la-decada-millennial/